Cuenta una leyenda urbana
que no hace mucho tiempo atrás
vivía un ser que soñaba
con la inmortalidad alcanzar.
Nada más cumplir los dieciocho,
viendo que se hacía mayor,
sabía que su muerte se acercaba.
El joven sentía un gran terror.
Lo que podía haber sido
un día lleno de felicidad,
por esa pequeña fobia,
fue un día de amargo pesar.
Allí contemplaba las velas,
soplando el fuego iba a ver
cuán rápido se apagaba todo.
Predestinado a envejecer.
Tras recibir los coloridos regalos
en una total amargura,
se marchó a su habitación
a llorar por su tortura.
Miles de objetos habían allí,
pero él sería capaz de donarlos
con tal de que su sueño
pudiera ser al fin alcanzado.
Sus padres desde la puerta
miraban con melancolía
cómo empapado por lágrimas
su hijo en la cama yacía.
Cada
cumpleaños era igual,
el regalo no importaba,
pues cada
uno de Marzo,
su sonrisa de marchitaba.
Muchas veces ellos lo intentaron,
querían hablar con Gabriel,
querían limpiar su tristeza,
querían que estuviera bien.
Pero él siempre rehuía,
no quería hablar del tema.
¿Quién podría entender
Sin embargo al siguiente día,
cuando se levantó con desganas,
pudo observar una carta
escrita con letra extraña.
Pegada a su puerta estaba,
tinta roja se había usado.
¿Quién será –se preguntó
-el que esto me ha
mandado?
Fuera como fuera,
quienquiera que haya sido,
en la carta un raro mensaje
para Gabriel iba dirigido:
Hace poco que te
veo,
y entiendo tu
sufrimiento,
pero yo puedo
ayudarte,
prometo que no
miento.
Hallé la forma de
calmar
el envejecimiento
celular
y así al cuerpo
dotar
de suculenta
inmortalidad
Mas para ello tú
tendrás
unas pautas que
seguir
para que así
puedas
un gran dolor
evadir.
No me busques,
Gabriel,
pues ya lo haré
yo.
Y espero que no
rechaces
esta petición.
Pasará un tiempo,
no sabrás el
lugar,
tampoco el momento,
de mí te has de
fiar.
Pero yo te prometo,
que valdrá la pena
esperar,
porque como quieres
ser
finalmente te
verás.
Destruye esta carta
y envejece sin más;
guárdala en una
caja
Gabriel guardó la carta.
No obstante, nada creyó.
Era imposible ser real
lo que ofrecía ese señor.
Se reía de la magia,
demasiado escéptico era,
como para creer en señores
de varita y chistera.
Siguió con su aflicción,
oscura y dolorosa traición
que al pesimista se le dio
por no cambiar de color.
No renovar su vida,
no tornar el mundo,
y seguir impasible, triste,
lloroso y mudo.
Tiempo atrás Gabriel
la bandera blanca blandió,
y con resignación
a su destino se rindió.
Mas aún en su interior
una llama bailaba,
el calor de la esperanza
en él aún se hallaba.
Así que Gabriel
decidió aguardar,
y nervioso estuvo
sin parar de pensar:
No estoy para
bromas,
aunque no pierdo
nada
si una oportunidad
doy
a esta
fanfarronada.
¿Quién se cree
alguien
para decir que es
capaz
de jugar con el
destino
y el tiempo
trastocar?
Ese señor ha de
saber
que esto es la
vida real,
que la magia no
existe,
Y con gran sumisión
días y días esperó,
pero ningún señor
en su casa se presentó.
Sin embargo,
justo antes de abandonar,
un desconocido
a su puerta fue a llamar.
Con alegría y sorpresa
Gabriel
a abrir corrió,
pero allí sólo encontró
un pequeño arcón.
Una caja dorada
con joyas engarzadas
y en cuya base de oro
una nota colgaba.
“Este cofre
diminuto
tu vejez prohibirá,
pero cuatro reglas
tendrás que acatar:
La número uno.
Lo importante y
crucial
es guardar bien el
cofre
y no abrirlo jamás.
Como número dos
tendrás la
obligación
de ignorar del
recipiente
todo grito o
canción.
Debido es al encerrarlo,
este llamará tu
atención,
pero haz caso
omiso,
te lo pido por
favor.
La regla número
tres dice
que la curiosidad
evites,
no quieras saber
del cofre
más de lo que
necesites.
Y la última regla,
la más difícil de
cumplir,
es que consigas
adaptarte
¿Adaptarme a
vivir?
¡Es así como deseo
estar!
-dijo Gabriel convencido
-Ojalá esto sea
verdad…
Colocó entre sus manos
el delicado arcón
y directo lo llevó
hasta su habitación.
En un cajón permaneció,
y meses y años pasaban.
Mientras tanto, Gabriel,
seguía sin creer nada.
Pues al mirarse al espejo
un adulto Gabriel vio.
¡Todo era mentira,
timado por un traidor!
Mas al final, por fuerza,
el chico tuvo que creer
debido a los halagos ajenos:
“te conservas muy
bien”.
Gabriel hubo de admitir,
que con la edad de sesenta
en absoluto era normal
tener una piel de treinta.
Ahora por sus venas
una gran intriga corría.
¿Todo esto era real,
acaso la magia existía?
Abrió el viejo cajón
y una fría sensación
al tocar el cofre
su espalda recorrió.
Enseguida, con debilidad,
sus manos de ahí retiró,
y a su mente llegaron recuerdos
que el “chico” olvidó.
Ahora entendía todo,
la razón de que soñando
siempre una voz oyera,
No eran imaginaciones,
todo ocurría de verdad,
y ahora que lo sabía
lo iba
a pasar muy mal…
Como si el cofre, vivo,
viese que Gabriel se percató,
empezó a emitir sonidos,
una melódica canción.
Y este, embelesado,
ignorando el frío dolor
procedió de nuevo a abrir
ese maltrecho cajón.
Allí seguía brillando.
¡Regla dos, violada!
Quería verlo de cerca.
¡Regla tres, quebrada!
Una sorpresa se llevó
cuando la primera se saltó
y en el interior del arcón
absolutamente nada vio.
Triste y desilusionado,
de nuevo, el cofre cerró,
lo guardó en el cajón
y se fue de la habitación.
Los días posteriores
recorrió su espina dorsal
una ponzoñosa sensación
de extraña debilidad.
Todos los días Gabriel
se miraba ante el espejo,
por si había roto algo
y se estaba haciendo viejo.
Por fortuna para él,
aún era inmortal,
pero luego vería
que no era primordial.
No pasó mucho tiempo
cuando su tez palideció
sus piernas flaquearon
Fue una mañana de esas
en las que, al despertar,
contempló, horrorizado,
que no
se podía levantar.
Ni abrir sus pestañas,
tampoco hablar,
totalmente inmóvil,
sólo escuchar…
Ahora comprendió
el error que cometió:
abrir el dorado arcón
en inerte le transformó.
Y viviendo solo,
y escaso de amistad,
sabía que estaría ahí
por toda la eternidad.
Después de todo,
sin ninguna movilidad,
¿quién puede desear
ser un ente inmortal?
Con la cuarta regla rota
y estando así por siempre
no tuvo más remedio
que emplear su subconsciente.
Una leyenda horrenda
la de este incauto chaval,
que por querer curiosear
destruyó su inmortalidad.
Pero existe un rumor
de que si vas a dormir
y prestas mucha atención
a Gabriel puedes oír.
Muchos dicen que es cierto
mas nadie sabe lo que dice,
exceptuando una frase:
“¡ayudadme a ser
libre!”
De esta trágica historia
del arcón y Gabriel
dos importantes lecciones
habrás de aprender:
Puede que lo que deseas
al final no lo quieras tener.
Y que a tu curiosidad
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