Vaya…
ya suponía que no tardarías en venir.
Seguramente pensaste que mi día de San Valentín estaría lleno de
amargura. Creo que te equivocas, te consideraba más inteligente, Borja… Sí, no
te asombres, ha pasado bastante tiempo desde la última vez que nos vimos. Y
durante ese lapso de tiempo he podido averiguar lo que ocurrió con tu “persona”.

Pero
bueno, al grano, si has venido para ver cómo he pasado estos días te diré que
bastante mejor de lo que esperaba. Hasta hace poco San Valentín sí era una
fecha que realmente me afectaba, estaba triste y cansado de estar siempre solo,
no había nadie en el mundo con el que pudiera compartir mis aficiones, con quien
divertirme todos los días y con quien superar los momentos amargos de la vida.
Y no Borja, tú y yo sabemos a lo que me refiero, puedo hacer esas cosas con
otras personas, sí, pero mis años observando a toda la gente que pasaba por mi
vida me hicieron comprender que hacer todo eso con aquello que llaman “persona
especial” otorga un toque mágico que no puede dar ningún otro tipo de relación.
Oh, y,
por supuesto, que haya admitido que estoy condenado a vagar solo en la vida no
significa que mi lado bueno no sea capaz de seguir debilitándose. Aquel catorce
de Febrero ocurrió. Han pasado casi dos semanas de lo acontecido, pero incluso
mi verdadero yo, inconsciente en esos momentos, lo recuerda.
Me
desperté con normalidad, antes del desayuno tenía dos piernas que trocear. Sí,
Borja, al final decidí descuartizar también a mi hermana y a mi madre. Llegué a
la conclusión de que teniéndolas en casa lo único que haría sería provocarme
más dolor y fortalecer a mi maldad. Así que poco a poco las fui haciendo
trocitos y los depositaba en el cubo de la basura, por la tarde tiraba la bolsa
en el contenedor y listo.
Por
cierto, si te preguntas qué pasó con mi tercera víctima, bueno, hace tiempo ya
que está esparcida en minúsculas partes por toda Málaga. Jamás pensé que se
podría cometer el crimen perfecto, pero, o una de dos, o la policía es
incompetente o he hecho una obra maestra, sea como sea, ese hombre es historia.
Prosigamos.
Continué haciendo añicos los huesos de las dos piernas de mi madre, realmente
eran huesos bastante frágiles, casi podía partirlos sin necesidad de usar un
martillo. Metí los trozos en la bolsa de la basura y me preparé unas tostadas.
Fui al salón y encendí la televisión mientras desayunaba. Enseguida mi maldad
golpeó mi cuerpo, se había despertado. Y estaba clara la razón, intenté hacer
zapping, pero no había canal en el que no deseasen “Feliz Día de los Enamorados”.
Asco de mundo… Quise concentrarme en olvidar mi aflicción, pero aún no había
enfriado lo suficiente mis venas como para asimilar por completo mi soledad. Mi
maldad siguió golpeándome. De verdad, con todas mis fuerzas intenté impedir que
se manifestara al exterior… pero aún no estaba preparado para hacerle frente.
Mi cuerpo desmenuzó la tostada. Era la señal, ya no era yo, nuevamente, otra
vez el mal me dominaba, y tenía hambre…
Me vestí
y salí de casa. Bajé las escaleras y justo antes de salir a la calle observé
que en mi buzón había algo… Me acerqué y comprobé que era una carta. Era
extraño, seguramente algún recibo, aunque no estábamos a final de mes. Saqué
mis llaves y abrí el buzón para extraerla. Iba dirigida a mí. La abrí y dentro
vi un papel escrito por ambas caras. Lo primero que me llamó la atención es que
por varias partes del papel habían corazones dibujados. ¿Sería esto una broma
de mal gusto? Sin embargo, cuando leí la carta mi verdadero yo, ahora atrapado,
recuperó milagrosamente sus fuerzas, aún no podía vencer a la maldad, pero me
sentía sin duda con más poder. En un breve resumen la carta, al parecer escrita
por una chica, decía que había estado observándome sin que yo me percatara y
que, aprovechando que hoy era San Valentín, quería darme la oportunidad de
conocerla yo a ella. Al final del papel había una dirección escrita, era el
nombre de una calle.
No
podía creérmelo, ¿ahora que había asimilado, en mayor medida, que estaba hecho
para vivir en soledad viene alguien que quiere conocerme? ¿¡QUÉ CLASE DE BROMA
MACABRA ES ESTA!? Seguro que era para burlarse de mí, nadie en su sano juicio
se enamoraría de mí, ¡venga ya! Soy la imperfección humanizada, los espejos
estallan en pedazos para evitar recibir mi reflejo, hasta mi sombra es más
atractiva que yo. Por no hablar de mi interior, un demente bipolar amante de las
películas de terror y la sangre, adicto a todo lo bizarro y mis únicos temas de
conversación son sobre libros, ciencia y videojuegos, soy eso que llaman friki.
Soy una persona de las que se saca mayor beneficio cuando está muerta. Y AHORA
ALGUIEN JUEGA CONMIGO. Claro que iré a esa cita, solamente tenía pensado matar
a cuatro personas, dos parejas de esas que manifiestan hoy todo su amor, pero
no tengo ningún problema con los números impares. Ella se lo ha buscado.
Así que
guardé la carta en el bolsillo de mis vaqueros negros y salí a la calle. Sabía
perfectamente por qué lugares encontrar a mis presas. Que fuera de día no era
un problema para mí, dejando a un lado el tema de que hoy todo el mundo está
idiotizado, había una serie de callejones en los que podría apuñalarles sin
distracciones. No es mi estilo el de repetir una misma técnica homicida tantas
veces, pero de momento las armas blancas hogareñas eran lo único que tenía al
alcance. Además, no hay nada tan silencioso como un buen cuchillo, pequeño,
manejable y pueden comprarse en los supermercados. Luego la gente se queja de
que en Estado Unidos se venden armas de manera fácil, yo puedo ir al mercado de
la esquina y comprarme cuatro cuchillos, de diferentes tamaños, bien afilados y
con dientes de sierra, por el módico precio de quince euros. Mucho más
prácticos que un arma de fuego, que tienes que estar constantemente comprando
munición. Con los cuchillos es apuñalar, limpiar la sangre y como nuevo. En
resumen, creo que estoy más cuerdo que muchas otras personas.
Pero sigamos
con mi día de caza. Llegué al centro de la ciudad y ya divisé mis cuatro
objetivos. Dos parejas se metieron justamente en el callejón que te dije antes,
se supone que mi intención era conducirlos hasta allí con alguna treta, pero
parece que los gilipollas me estaban facilitando el trabajo…
Mientras
esos cuatro repugnantes sacos de escoria seguían manifestando su amor, [Amor…
sí, como si ese vocablo existiera…] yo caminé por una calle paralela para llegar
al otro lado del callejón. Y allí los vi, con sus labios pegados como ventosas
y pegados en la pared. Ninguno de los cuatro parecía estar muy atento al
panorama que le rodeaba, de hecho llegué a quedarme justamente al lado de una
de las parejas sin que se dieran cuenta. Podía escuchar el sonido de sus
lenguas chocando y el movimiento de la saliva. Qué asco… No podía soportar más
esa imagen. Extraje los dos cuchillos de los bolsillos de mi chaqueta y les
rajé las gargantas para que no alertaran a la otra pareja, la cual se
encontraba escasos metros más adelante.
Me hizo
gracia ver como sus pupilas se contraían tras estar completamente dilatadas
ante tal explosión de placer. ¿No estaban tan enamorados? Pues nada, les he
evitado el sufrimiento de una inevitable ruptura en un futuro no muy lejano.
Mientras caían al suelo lentamente me abalancé contra la segunda pareja. Al
chico le atravesé el maxilar inferior perforando incluso la apófisis palatina,
así, con la boca cerrada, no podría hacer mucho ruido. A la chica, antes de que
corriera a pedir ayuda, conseguí seccionar sus tendones de Aquiles. Aquí he de
admitir que la suerte tuvo un papel crucial, ya que, ella, al caer, se golpeó
la cabeza con un ladrillo que sobresalía de la pared haciendo que perdiera el
conocimiento.
Estaba
claro que la hemorragia de la chica la mataría antes que yo, eso era algo que
no podía permitir, tendría que dejar al otro para el final. Dejé el cuchillo
clavado en su mandíbula y me dirigí hacia ella. La levanté del suelo y tracé
con el cuchillo dos líneas descendentes que salían de las comisuras de su boca.
Algo así como una sonrisa de payaso… pero al revés. Seguidamente, tras enseñar
su cara a su querido novio, la rompí el cuello. Ya podía salir toda la sangre
que quisiera de su cabeza, ya no respiraba.
No me
hizo falta inmovilizar al chico, sabía perfectamente que ver a su novia morir
le paralizaría. Adoro los trucos mentales. Sin más dilación agarré el mango del
cuchillo de su mandíbula y empujé diagonalmente hacia abajo para que la hoja
rasgara perpendicularmente su cuello. Pude escuchar cómo los cartílagos laríngeos
se iban cortando a su paso. Pero no era suficiente, podía seguir, así que seguí
empujando hacia abajo hasta que finalmente choqué contra el manubrio del esternón.
Supongo que ya era suficiente, la mano que sujetaba el mango estaba totalmente
roja, había hecho un bonito río de sangre que emanaba de su garganta.
Lo peor
de todo esto era que luego de madrugada tendría que regresar para recoger los
cuerpos y limpiar la sangre. Por el momento dejé los cuerpos metidos en el
contenedor abandonado del callejón y extendí la fina tierra que había en el
suelo por los charcos de sangre. No había ningún peligro, nadie pasaba por allí
a excepción de los sábados y a partir del mediodía el alcantarillado
desprende un olor muy desagradable justo en ese callejón, así que no habría
problemas de que otra parejita que quisiera mostrar su amor al mundo pasase
por allí.
Ahora
sólo me quedaba esperar hasta las once de la noche, hora en la que esa
desconocida me había citado. Era un lugar bastante transitado, pero no veía
problema alguno en conducirla hasta algún sitio que estuviera inhabitado a esas
horas. Tal y como se mostraba en la carta, sería tarea fácil degollarla.
Cuando
el reloj marcó las once ya estaba esperándola en esa calle, estaba sentado en
un banco. Aún se notaban un poco los restos de sangre, sobre todo en los bordes
de mis uñas, pero con la oscuridad no creo que ella se diera cuenta. Pasaron
cinco minutos y entonces vi una chica en la lejanía. Nada más verme vino
corriendo. Se alegró mucho al ver que había acudido. Se presentó con el nombre
de Samanta. Era bastante guapa y simpática, una lástima que hoy fuera su último
día de vida. Propuso que fuéramos a una heladería cercana, que me invitaba,
obviamente acepté, se mata mejor con el estómago lleno.
Mientras
caminábamos empezó a contarme un montón de cosas, al principio fingí interés,
pero comencé a darme cuenta que esa conversación, por muy aburrida que fuera,
estaba dando fuerzas a mi lado bueno. La idea de matarla se estaba
desvaneciendo… pero… debía… cumplir mis intenciones… ella tenía que morir.
¿Pero por qué? Pues porque seguro que estaba gastándome una broma, seguro que
después se reiría de mí. Nadie puede quererme, nadie lo ha hecho nunca, es una
condena con la que cargo. ¿Pero y si no es una broma? Seguro que lo es, debe
morir por ello, voy a clavar el cuchillo en su garganta tan profundo que romperá
hasta su atlas y su axis, continuaré cortando hasta que su cabeza se desprenda de su cuerpo y entonces no podrá reírse de mí, como hacen todos. Los monstruos
son horrendos, pero yo no necesito ser bello, ni ser perfecto, me vale con ver
morir a todo el mundo. Sí, eso haré, la mataré y la llevaré a mi casa, después
recogeré los cuerpos del callejón y también los traeré a casa. Pero tengo que
matarla antes de las doce, mi cometido era matar a cinco personas, aún puedo
batir un récord personal. Sí, he de hacerlo…
Tras el
helado, mi verdadero yo se encontraba con las suficientes fuerzas como para
golpear mi cuerpo. Estaba por primera vez debilitando a la maldad de mi ser. No
podía ser verdad, jamás antes había podido hacerle frente y ahora, por alguien
que se reía de mí, lo estaba consiguiendo. Pero justamente, al alertar al mal de
aquello, puse en peligro mi pellejo, porque, viendo que pronto volvería a mi interior
y saldría de nuevo mi bondad, agarró el cuchillo e intentó sacarlo de mi
bolsillo. Rápidamente tomé parte del control de mi brazo y luché para que no lo
hiciera. Menos mal que en ese momento Samanta estaba hablándome, porque no
hubiera sido capaz de detenerle si yo hubiera estado conversando con ella en
tal circunstancia.
No
obstante, él controlaba mejor el brazo y poco a poco iba sobresaliendo el
cuchillo del bolsillo. Aun así, tenía un as en la manga, tomé el control total de mi otro brazo y clavé fuertemente las uñas en mi otra mano para que lo
soltara. Mi plan tuvo éxito, su control del brazo desapareció. Poco a poco me
fui haciendo con el control del cuerpo hasta que finalmente dominé mi mente.
Sabía
que iba a contrarreloj, así que empleé ese tiempo regalado en decirle a Samanta
que me olvidara y que me dejara en paz para después salir corriendo de allí en
dirección a mi casa. Fuera una broma o no, había sido la primera persona en dar
fuerza a mi bondad, no se merecía morir. Solamente esperaba no volverla a ver,
no sabía si podría evitar su muerte más adelante, cuando el mal fuera más
poderoso.
A medida que me alejaba del lugar e intentaba olvidar a Samanta, la oscuridad volvió a dominarme. Pero ya era tarde para mí, ya eran más de las doce, así que solamente podía descansar en mi cama y ponerme el despertador a las cuatro de la mañana para recoger los cuerpos. Después de todo, ambos lados, el bien y el mal, tuvimos un buen San Valentín, uno conoció durante breves instantes el amor y otro sació su sed de sangre matando gente que se quería…

Con
respecto a Samanta… no volví a saber de ella, a lo mejor hay una carta en mi
buzón, pero no me he dignado a mirar, si fuera así podrían volver esos deseos
de asesinarla. Y no quiero eso… ¿o sí?
Tengo que matarla… Tengo que… verla.
Déjame en paz.
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