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Lamento del día

Mientras que yo soy un ciego que ha aceptado su propia invidencia, tú eres uno que aún cree que simplemente tiene una venda tapándole los ojos.

viernes, 31 de mayo de 2013

Pequeño diario de una pequeña alma #6

Bienvenido, veo que la intriga te ha hecho venir pronto. De momento nos hemos mantenido vivos durante todo el mes, sí, pero cada día nuestra esperanza de supervivencia merma, es por ello que esta semana llevaremos a cabo una decisión que tornará nuestro modo de vida de una manera brusca: nos marchamos de aquí.

La locura empezó un día después de que te fueras. Las cosas se pusieron interesantes. Samanta estaba segura de que disponíamos de un poco más de una semana antes de que Santiago regresara. No entiendo la razón de que nos permitiera tal margen de preparación, pero no voy a negarme ante la ventaja que me ofrece mi enemigo. Ni siquiera cuestioné las palabras de Samanta, después de todo ella había trabajado con él, conocería su modus operandi a la hora de cazar.

Hacía días que mi maldad no se manifestaba, y eso que él pretendía matar a Samanta. Pensé que había entrado en razones y había comprendido que ella era necesaria para mantenerme con vida. Si la única forma de que yo no la mate es viéndola como una simple herramienta, tendré que seguirle la corriente a mi malicia.

Por su parte, ella parecía ignorar todo lo acontecido antes de que me desvelara la verdadera naturaleza de Santiago. Intenté hablarlo, pero ella rehuía, tan solo sonreía y cambiaba de tema. Eso sí que me parecía totalmente extraño. Si por algún casual ella suponía que yo, o algo de mi interior, quería verla muerta, ¿por qué seguía aquí? A ver, no soy un erudito del conductismo, pero si yo veo que alguien intenta asesinarme y sé que a ese sujeto le están buscando para matarle, creo que obviamente no ofrecería ayuda al primero y le dejaría a la intemperie. Aunque… por otro lado, puede que ella también me vea a mí como otra herramienta, después de todo Santiago también va a por ella.

Desde luego, por incógnitas que no falte. Tanta incertidumbre me hubiera vuelto loco en otro momento, pero gracias a su presencia ya sabes que mi lado bueno cobra fuerza. No obstante, cuantos más días estoy sin matar a nadie, más ira surge en mi maldad. ¿Cómo iba a explicarle eso a Samanta? Ya me imagino la situación:

-Oye Samanta, bajo un momento a la calle.

-¿Vas al supermercado?

-Oh, no. Voy a matar a alguien para saciar a mi otro yo y así no ser dominado por él, evitando que te apuñale repetidas veces en el tórax.

-Ah, ¡de acuerdo!

Es de locos…

Sinceramente, siempre vi nimias las consecuencias que acaecía el ser un vampiro o un hombre lobo. ¿Matar por ser alguien todopoderoso? ¡Eso está hecho! Sin embargo, ahora que esa maldición recae sobre mí, no encuentro ventajas importantes por ningún sitio. Me he percatado de que tener dos mentes en un mismo cerebro potencia tu astucia e intelecto, y lo agradezco, pero este tipo de simbiosis es horrenda. Al menos los monstruos de las películas pueden negarse a cometer homicidios. Si yo me negara sería peor… perdería el control y podría segar la vida de más personas de las que pueda imaginar. Y ni siquiera puedo acabar con esto. Él me protege ante todo tipo de muerte, sea cual sea, y eso incluye el suicidio… Empiezo a ver que no sólo la oscuridad reside en mi lado maléfico… mi verdadero yo también tiene algunos residuos de ébano.

Cada mañana, al levantarme, lo primero que veo es el rostro de Samanta a mi lado. Un pensamiento de dulzura me abarca. Pero eso sólo los primeros segundos. Seguidamente su voz, la de mi otro yo, retumba en mi cabeza como si saliera de una cueva. Me pide que la mate. Yo me niego y él continúa con la petición. La discusión mental se mantiene hasta que ella despierta y me da los buenos días con un abrazo. Es en ese momento, con el antídoto administrado, cuando su voz frena en seco y regresa a las profundidades de mi ser.

Después desayunamos y planeamos el resto del día. No salimos a comprar muy a menudo, y si lo hacemos es con precaución. Primero salgo yo y, tras diez minutos, me sigue ella, así controlamos cualquier tipo de emboscada. Por lo demás, no hay motivo alguno para salir, a excepción del primer día del mes, cuando compramos utensilios para defendernos. Poca cosa, chuchillos de cocina, sprays, mecheros, combustible, clavos… Puede sonar a chiste, pero no teníamos alcance a más, esto no es una película, no podemos ir a la tienda de la esquina y comprar un lanzallamas, hay que improvisar con la llama de un mechero y la inflamabilidad del spray. Sólo es cuestión de ingenio.

Una vez planificado todo, habiendo terminado el desayuno, vamos al cuarto de baño a lavarnos los dientes. Y es justo aquí donde “las cosas interesantes” ocurrieron. Tras la higiene bucal, el resto del día era poco importante, veíamos la tele, nos hacíamos preguntas; yo, sin que ella lo supiera, seguía esforzándome al máximo por evitar que mi maldad volviera a mi mente; comíamos, salíamos a la terraza a disfrutar de las vistas de la montaña y la playa. Echábamos una pequeña siesta. Volvíamos a charlar, cenábamos, un poco de tele y a dormir. Y vuelta a empezar. ¿Monótono? Sí, pese a ello, me sentía a gusto.

Pero vayamos a lo importante. Entre todo ese ciclo, un día, creo que sucedió transcurrida poco más de una semana, mientras me cepillaba los dientes, empecé a fijarme demasiado en mi reflejo frente al espejo, más concretamente en mis pupilas. Durante unos instantes pude ver mi rostro dentro de ellos. Estaba cambiado, lleno de líneas negras por toda mi cara. Aunque, en realidad, ese no era yo, sino “el otro”. Me dijo que esperara a que Samanta se fuera porque quería enseñarme algo. No me fiaba mucho de él, y por supuesto le ignoré, pero entonces me llamó la atención afirmando que era un trato para que dejara de pedirme tan a menudo matar a un inocente. No aumentó mucho mi confianza, pero al fin y al cabo ese yo seguía poseyendo mi esencia, no sería capaz de soltar una mentira tan ruin.

Así que acepté su propuesta y le dije a Samanta que me iría a duchar. Esperé unos minutos y abrí el grifo de la ducha. Justo al girarme de nuevo para verme en el espejo, el reflejo que vi de Bruno no fue el propio, sino el que contemplé dentro de mis pupilas.

Honestamente me asusté un poco, pero enseguida caí en la cuenta de que podría haber entrado en el área cerebral de la visión, el córtex visual, para distorsionar la información que recibía de mi reflejo y así hacer ver que era él. Dicho de otra manera, en un lado del espejo el Yang, en el otro lado el Yin.

Al principio creí que era un simple truco, pero era algo más. Me enseñó los dientes en una mueca repleta de ironía. Alzó su mano derecha (mi izquierda) para señalar al salón, donde estaba Samanta, y con la otra mano hizo el gesto de cortarse el cuello. Todo esto sin que yo no hiciera nada. ¿Podría ser que realmente se encontrara en el otro lado del espejo?

Tras hacer la “broma” me miró en completo silencio un par de segundos y me saludó. Posó sus manos en la superficie del cristal y con los ojos me indicó que hiciera lo mismo. Nada más juntar las manos sentí cómo toda la memoria y pulsión oscura que almacenaba se vertía afuera de mi cerebro para circular a través de mis manos y llegar al interior del espejo, rodeando, en espirales y hebras negras, todo mi reflejo. En cuanto el proceso se completó, una gran implosión me apartó del espejo. A punto de caer recuperé el equilibrio y vi cómo mi reflejo ni se había inmutado. Permanecía ahí, inmóvil, ahora envuelto en oscuridad.

-Muy bien. Será mejor que empiece a aclararte unas cuantas cosas.

Sí, era él. Me había pedido que juntara las manos a las suyas para alimentarse de mi maldad. Sólo había tenido la fuerza necesaria para proyectarse en el espejo, pero necesitaba de mí para desencadenarse y poder hacer algo más que movimientos carentes de sonido. Ahora se comunicaba de una forma más real.

-Para empezar, creo que ambos compartimos la filosofía de que cosas opuestas deben coexistir, así que te agradecería que dejaras de nombrarme como “el otro”, “mi otro yo” y similares. A partir de ahora, si quieres, yo seré Yin y tú Yang. Hasta en el color nos asemejamos. Tú tan pálido y yo abrazado por un embozo sombrío. ¿Qué me dices?

-Estoy de acuerdo – asentí –. Supongo que ya conocerás todas mis dudas acerca de esta dualidad, pero, antes de todo. ¿Que hayas hecho esto significa que ya no volverás a habitar dentro de mí?

-Todo a su debido tiempo… Yang. – respondió –. Primero te descubriré nuestro origen. Como sabrás, somos más que una persona con doble personalidad, y no te preocupes, no padecemos bipolaridad. Somos dos personas distintas, con la singularidad de que habitamos un mismo cuerpo.

-¿Quieres decir que somos gemelos?

-Más o menos… Es cierto que el fenómeno ocurrió en el vientre materno, que somos genéticamente idénticos y que presentamos la simetría propia de hermanos monocigóticos, pero el asunto trasciende a algo más… paranormal. Yang, yo soy tu doppelgänger.

No podía creérmelo. Ahora sé a qué se debía toda esa malicia. Un doppelgänger… un “clon” que sólo augura agonía, maldad, muerte… ¿Pero cómo? Se dice que se presentan ante su gemelo para traer la desgracia, nunca he oído que conviva con este desde que nace, y menos aún que se introduce en su cuerpo cual posesión fantasmal… Yin continuó explicándolo.

-Levemente recuerdo la razón de deshacerme de mi cuerpo y entrar en el tuyo. Me parece que me di cuenta de alguna anomalía en nuestras carcasas que impediría nuestra plena supervivencia. Creo que tu carecías de pulmones y yo de corazón. Fíjate, ya desde pequeño, siendo un simple embrión, supe que solos moriríamos. Fue entonces cuando abrimos los ojos y nos vimos. Lo mismo que viste en tus pupilas hace unos minutos fue lo que vimos en ese instante. No sé cómo, pero empezamos a absorbernos mutuamente. Como sabrás, en plena gestación, los pulmones son irrelevantes, pero el corazón no, era más débil que tú y acabaste arrancándome de mi cuerpo. Este se marchitó, y con mi presencia en tu interior empezaron a formarse los pulmones.

-Así que te maté… – respondí consternado –. Quién me iba a decir que la primera víctima de mi lista me la cobraría yo… Yang.

-¡Ey! Sin rencores. Yo también intenté matarte. Ni siquiera sabíamos las consecuencias de un asesinato en ese momento, sólo luchábamos por no desaparecer. Aunque… como verás, no desaparecí… Aguardé en tu interior. Veía a través de tus ojos y sentía todo con lo que tu piel entraba en contacto. No se estaba mal.

-Pero no hacías acto de presencia como ahora. Es decir, que yo recuerde, de pequeño nunca quise cometer las atrocidades que ahora ansío.

-Te confundes, Yang. Esto es la vida real. Ser tu “gemelo malvado” no significa que no tuviera una infancia. Por supuesto que desprendía maldad, pero no como la de un adulto. Simplemente echa un vistazo a algunos de tus recuerdos. Esos dibujos de muertos que hacías, el interés por las películas de gore. Los roleplays que hacías de cadáver. ¿Tú crees que eso se correspondía con tu verdadera faceta de niño curioso que jugaba a los coches y devoraba libros de fantasía? Quizás pensaste que el intento de suicidio de Nochevieja me liberó. No… eso sólo hizo que me enfadara contigo. Yo siempre he estado presente. En todo momento te preguntaste cómo alguien que llora en las escenas sensibleras de las películas, que tiene tanta empatía, que desea un mundo infestado por la paz, también quiera ver a todos muertos, que sonría ante la defunción de personajes de películas, que disfrute con el dolor y le atraiga el aspecto más sombrío de la vida. Pues aquí tienes la respuesta, era tu doppelgänger el que estaba influyendo en todo aquello.

Quise responderle, pero nuestra conversación se vio interrumpida por un grito de Samanta. Alguien había tirado la puerta abajo y la estaba agrediendo. No hacía falta que fuera al salón para averiguar la identidad del agresor. Era Santiago. Sin embargo, justo antes de ir, Yin me lanzó la propuesta.

-¿A dónde vas? No sobrevivirías… A duras penas has podido contra él cuando yo habitaba dentro de ti, ni siquiera podrás golpearle en tu estado. Escúchame… Bruno. Gracias a todo el mal que me has permitido realizar lo he conseguido, sí. Esto no es tan sólo un truco mental. Si lo deseas, abandonaré tu cuerpo y cada uno seguirá su camino. No obstante, aunque te parezca raro, me siento mal por haberte hecho sufrir. Y no me gustaría verte morir hoy, ni nunca. Así que te propongo volver a fusionarnos, sin trucos, dejaré que me vuelvas a absorber. Pero una cosa, una vez dentro, no podré ser tan permisivo como ahora. Ya conoces mi naturaleza… Tú decides.

Fue una de las decisiones más difíciles que tuve que tomar. No tendría que volver a matar y cabía la posibilidad de que venciera a Santiago sin su ayuda, pero teniendo al doppelgänger en mi interior tendría la fuerza de dos, la inteligencia de dos, la resistencia de dos… El enfrentamiento, y la salvación de Samanta, sería más fácil. Yin me miraba en completa tranquilidad, en contraste con mi desesperación. Los gritos de auxilio cada vez retumbaban más y más en mi cabeza… No me quedaba otra. Entrecerré los ojos y Yin lo supo de inmediato…

Aparecí en el salón con dos cuchillos y me lancé a la espalda de Santiago. Estaba tendido en el suelo, intentando ahogar a Samanta, ella pataleaba impotente. En cuanto las dos hojas se hundieron en su espalda, del inmenso dolor la soltó y se levantó para lanzarme por los aires. Ahora sabía por qué nos había dejado una semana de margen, había estado entrenando.

Ahora iba a por mí… a por los dos. Yo permanecía en el suelo y él avanzaba lentamente. Se extrajo los cuchillos sin inmutarse y me los apuñaló en el abdomen. La siguiente puñalada iba directa a mi cabeza, pero justo en ese momento apareció Samanta y le golpeó con fuerza con una silla rompiéndola en pedazos y tirándole a él al suelo.

-No te preocupes. Sufriré el dolor de la puñalada por ti, ahora no debes perder la concentración.

En un abrir y cerrar de ojos el dolor se desvaneció. Pese a ello pude oír en mi mente los gemidos de Yin. Me sorprendió el cambio que estaba dando, al final no iba a ser pura maldad.

Me incorporé, agarré el cuchillo que había soltado debido al impacto y le rajé el cuello. Había matado dos pájaros de un tiro. Había salvado a Samanta y había saciado la sed de sangre de Yin.

Ambos sabíamos que ese corte no iba a conseguir nada y que Santiago volvería a la vida… otra vez. Pero a Samanta se le ocurrió la idea de encadenarle. Gracias a ello tuve la excusa perfecta para matar sin que sospechara nada. Día a día me ofrecí para volver a matarle y así Yin dejaba a un lado las ideas homicidas con respecto a ella.

Pero era obvio que no podríamos estar así por siempre…

Un día, ya casi terminando este mes. Santiago, justo antes de morir a mis manos por enésima vez, cambió sus gritos y palabras malsonantes por una amenaza.

-¿Pensáis que esto es suficiente, que estáis a salvo? Yo no soy la gran amenaza que os acecha, ni mucho menos… Sólo hago lo que me ordenan, aunque eso no quita que lo haga con gran placer. Vosotros dos seguís estando en peligro. Pronto hará un mes que no doy señales de vida y ÉL querrá saber qué ocurre. Sabe perfectamente que al último lugar al que fui era a tu casa, Bruno, y no tiene ningún reparo en haceros una… visita personal. Seguid matándome, dentro de poco será la última…

Samanta, que estaba a mi lado, me quitó el cuchillo de la mano y le degolló ipso facto. Supo de inmediato a quién se refería, al extraño que vio en el accidente de coche que sufrió Santiago antes de su “conversión”. Nunca la había visto así antes, se puso a temblar… Sentía auténtico pánico ante la idea de que se presentara aquel hombre, y eso que no sentía miedo alguno frente a Santiago, un hombre inmortal con dotes asesinas letalmente eficaces.

Ahora me tocaba a mí preparar un plan. Y así fue. Aquí me ves. Hablándote en la última noche en la que residiremos en mi hogar. Tenemos dinero de sobra para viajar lejos. Suerte que ella heredó toda la fortuna de su padre y yo soy cotitular en la cuenta bancaria de mi madre. Hemos dejado a Santiago atado, aunque esta vez le hemos preparado una sorpresa para cuando despierte: le hemos arrancado la mandíbula y la hemos escondido, así, cuando el otro hombre venga y quiera hablar con Santiago, ambos tendrán que ponerse a buscar el hueso que le falta. No es mucho, pero nos dará tiempo de ventaja…

Mañana será un día movido y me gustaría regresar a la cama para descansar. Creo que ya tienes buen material de mi vida. Maté al embrión de un doppelgänger, comprendí que no todo el mal reside en Yin, he visto que no sólo su naturaleza se basa en matar y que hay alguien más poderoso que nos quiere ver muertos… Sólo al repasar todo esto se me encoge el corazón...

Espero verte pronto… y verte siguiendo yo con vida, con las dos.

jueves, 30 de mayo de 2013

El Consejo de los Seis Puñales: Traición [8]

Nexus aguardaba con impaciencia la llegada de los otros Brujos. Podría haber invocado un portal para traerlos, pero prefería que llegasen por su propio pie. Además, no quería decírselo a los demás, pero necesitaba conservar energías, se estaba quedando sin ellas. En el ritual de conversión estuvo a punto de morir por las sombras. Tuvo que traer a su lado, invocándolo, a otro Brujo para que luchara junto a él, sólo así venció, aunque no pudo decirse lo mismo de su compañero. De los seis Grandes Brujos, él era el más débil, y su única arma era el disfraz, tendría que ocultarle al resto aquello o podría ser destituido. Tendría que esperar a que llegase el momento, su escasa fuerza sólo era momentánea.

En la lejanía vio llegar a Luzbel junto con sus Brujos Infernales. Parecía, por su aspecto, que Luzbel estaba preocupado. Y tenía varias razones. Incluso a Nexus le extrañó que fuera solo, ya que, a juzgar por la localización de su posada y el resto del trayecto, tendría que haber venido junto con Hex. Además, si él ya estaba llegando, era imposible que Ignis tardase tanto, pues su posada estaba más próxima al Descanso del Muerto en comparación con las de los demás. Estaba claro que algo iba mal, el Bosque de la Penuria cobraba vida durante la noche.

En cuanto se acercaron lo suficiente, Nexus manifestó su intranquilidad. Al final, la idea de adelantar la reunión había tenido un efecto negativo. Deberían haber esperado a la mañana, después de todo, aún no eran todos unos Brujos totalmente instruidos. Podría considerarse que a todo buen Brujo le es indiferente la muerte ajena, a pesar de que esta sea la de un aprendiz, pero, para ellos, provenientes de otro Plano, cada muerte era un eslabón menos en su cadena.

-¿Ha ocurrido algo grave, Luzbel?

-Me temo que sí. Realmente no estoy del todo seguro, pues aún no puedo interpretar con total exactitud los estímulos que percibo con mis dotes demoníacas, pero… siento como si algo nos acechara. Además, justo en el momento en el que comencé a sentir esto, el aroma del maná de nuestros compañeros se hizo más tenue. Es muy probable que ambas cosas estén relacionadas.

-Ignis ya debería haber llegado, al igual que Tenebra y tu hermana. No se hospedaban lo suficientemente lejos como para retrasarse a la hora. Podría esperármelo de Inanis y Tenebra, aún no las conozco bien, pero no puedo decir lo mismo de Ignis. Siempre ha sido muy puntual.

-Parece que ni aquí podemos tener descanso, ¿eh? Nos va a costar bastante caro el seguir esta oscura senda…

-Desgraciadamente, hasta en este Plano, la brujería sigue siendo mal vista por una minoría. No obstante esa minoría es cuantiosa… Y dime, supongo que dicha amenaza también será algún hechicero. ¿Eres capaz de identificar su maná?

-He ahí lo interesante. No consigo… aclararme. Es como si mil hechiceros estuvieran en un mismo lugar. O eso o…

-Un hechicero que posee mil clases de maná. –respondió Nexus interrumpiéndole.

-Pero Nexus, nunca se ha dado ese caso. Y estás hablando con un Lengua Vil. He visto cosas que superarían la lógica. Conozco a toda clase de hechicero que se alza en este y en otros mundos… Nunca en mi vida he visto algo como lo que insinúas, no creo que hoy sea el día que lo vea…

-Luzbel, algo que aprendí hace mucho tiempo es que por muy seguro que estés de la realidad que te rodea, esta puede rasgarse con suma facilidad. Por supuesto que puedes sorprenderte, pero nunca te sorprendas de tu propia sorpresa… Será mejor que vayamos en busca de los demás.

-De acuerdo.

Tanto Nexus como Luzbel decidieron dejar a sus aprendices en el Descanso del Muerto por si aquella situación se tornaba peligrosa. Tras ello, Luzbel, potenciando su olfato, guió a ambos al lugar donde más rastro de la fragancia había, justo por donde se encontraban las posadas de Hex y de él.

Durante el camino Nexus también fue notando algo. Se percibía con extrema dificultad, pero lo poco que notaba era increíble. Alguien había retorcido el espacio. Había partes de la zona que no pertenecían al lugar, distintas extensiones del bosque se hallaban allí, mezcladas. Sólo dos sujetos podrían haber empleado un conjuro de ese calibre. Uno seguramente sería aquel desconocido, y la otra, por descartes, Inanis, capaz de manejar el Vacío. Sin embargo, fuera quien fuera, no auguraba nada bueno, pues, aunque fuera Inanis, emplear ese hechizo sólo indicaba que huía de algo o que buscaba rápidamente a alguien.

En cuanto informó de esto a Luzbel, los dos aceleraron la marcha. Nexus invocó un pequeño portal que les condujo inmediatamente a la Posada del Cuervo. Luzbel pudo olerlo, estaban más cerca, y lo que era mejor, recientemente habían estado ahí Hex e Inanis. La presencia de la Abisálica corroboraba las sospechas de Nexus: estaban en peligro.

Nexus se sumergió en un trance para intentar buscarles a través de las interacciones del maná con el espacio. Poco a poco fue consiguiéndolo, el espectro trascendental creado se dirigía con velocidad hacia ellos. Pero desgraciadamente, cuando estaba a punto de averiguar su posición, una especie de cortocircuito le interrumpió. Abrió los ojos súbitamente y volvió en sí. Aquello le había dejado paralizado, incluso debilitado, no había sido un simple hechizo bloqueador, sino que, además de eso, el taumaturgo fue capaz de hallar su verdadero cuerpo y arremeter contra él. Desde luego por aquel bosque estaba rondando alguien con un potencial bastante superior al de cualquier otro hechicero con el que se hubieran topado con anterioridad.

Y no hubo que esperar mucho tiempo hasta que el extraño se presentó. Elevándose en los cielos, como una roca envuelta, apareció Shan. Luzbel lo identificó enseguida, estando tan cerca, pudo detectar el poco maná que conservaba de su antiguo yo. Pero no tuvo tiempo alguno para sorprenderse. Shan se abalanzó contra ellos dos. El impacto fue brutal. Sobrevivieron al golpe debido a que la estela flamígera no era otra cosa que maná, y a pesar de ello, la onda expansiva, así como el propio hechizo, les había dejado para el arrastre. Nexus tuvo que ayudarse del Puñal Omnipresente para transportar a ambos a un lugar seguro.

Parecía que estaban a salvo, pues habían conseguido entrar en el portal. No obstante, durante el camino, así como antes se perdió la conexión trascendental de Nexus, el viaje fue interrumpido repentinamente, provocando que salieran del enlace entre portales y cayeran destartaladamente al cenizo suelo.

Por fortuna, aunque Shan hubiera evitado que se completase el transporte, habían logrado alejarse unos cuantos metros, los suficientes como para ir en busca de los demás Brujos. Pero no todo podía ser bueno, el impacto contra el suelo acrecentó sus heridas y aumentó el cansancio. Deberían levantarse rápidamente. Ahora todo segundo era un grano de arena más que caía en sus relojes.

Luzbel  abrió sus alas y las imbuyó de magia demoníaca. Seguidamente, agarró a Nexus y se preparó para lo que pudiera ocurrir. Por supuesto que no alzó el vuelo, pero empleó la fuerza de sus alas para propulsarse y correr más raudo. Aunque, de todas formas, sabía el poder que tenía Shan, a pesar de que desconociera la causa de su transformación, intuía que algo tenían que ver los famosos Puñales de los Hermanos Penumbra, ya que su Puñal Poseído vibraba cuando el Insano estaba próximo. Y, aparte de eso, la fragancia de maná que emanaba de dicha arma se asemejaba un poco a toda la mezcolanza aromática que él desprendía. En definitiva, para lograr derrotarle tendría que estar presente todo el Consejo.

El Lengua Vil corría todo lo que podía guiado por las indicaciones que Nexus le decía, las cuales recordaba vagamente de su búsqueda trascendental. No eran pistas muy fiables, pues el trayecto de tal conjuro se completaba al alcanzar el objetivo, si eso no ocurría las probabilidades de que la dirección fuera errónea eran bastantes altas.

En el horizonte podían ver el límite del Bosque de la Penuria. Era bastante probable que Inanis y Hex hubieran salido de aquí, así que tal vez no irían mal encaminados. A Nexus y a Luzbel solamente les quedaban unos escasos metros para dejar atrás esas grisáceas tierras, y no había rastro de Shan por ningún lado. Y, a pesar de que esto último pudiera ser algo bueno, el verdadero matiz era totalmente oscuro. Un Segador era el mejor de los depredadores si este se disponía a perseguirles, y, al no darse el caso, eso indicaba que estaban actuando tal y como él pretendía. La cuestión, entonces, era: ¿seguir avanzando o retroceder?

Ni una cosa ni otra. Tuvieron que parar. Otro hechicero, distinto al Insano, emergió de las cenizas. Luzbel olfateó su maná, por una parte percibía un toque similar al de Hex y al de Inanis, pero por otro lado olía un hedor digno de cualquier fosa común. Eso no auguraba nada bueno: era un Infecto, sin duda, y los restos mágicos de sus compañeros otorgaban la sospecha de que estuvieran involucrados en su creación, aunque no fuera cien por cien seguro que lo hiciesen a voluntad propia. Demasiadas dudas y muy poco tiempo…

Luzbel desenrolló un papiro en el que estaban inscritas algunas runas. Se disponía a atacarle. Mientras tanto, Nexus, escaso de fuerzas, creó a duras penas unos minúsculos portales alrededor del Infecto para evitar su huida. Tendría que dejar el golpe de gracia a Luzbel.

-No vengo con intenciones hostiles.

-Vaya. Jamás en la vida he escuchado a un Infecto. Es extraño escuchar a alguien cuyas cuerdas vocales están atrofiadas.

-No he sido creado de una forma muy ortodoxa, dentro de los límites que la nigromancia permite.

-¿Fuiste creado por Shan, aquel semi-cadáver envuelto en fuego, o por alguien más?

-Es esa la intención de mi llegada… Fui bautizado como Inanex, creado a partir de la energía de Inanis y Hex. Shan, como le llamáis, quebró parte de sus almas y ahora esos fragmentos me pertenecen. Veo lo que ellos ven, escucho lo que ellos escuchan… siento lo que ellos sienten. Hasta hace poco el control que él tenía sobre mí era feroz, pero pasó por alto un gran factor: fui modelado por Brujos. Mi carne pertenece a aprendices de Hex e Inanis, y mi conciencia y magia a ellos dos. En cuanto Shan se alejó lo suficiente, pude liberarme de sus ataduras.

-Me cuesta creerte, ¿sabes? Verás… Sé que es irónico que un Lengua Vil desconfíe de alguien, pero… deberías mirarte, eres un amasijo de carne muerta. He visto a cientos como tú y nunca en la vida he escuchado ni un mísero ruido gutural salir de vuestras bocas. ¿Y ahora tú eres capaz de completar más de una frase y de forma bien estructurada? Muestra tus verdaderas intenciones. Estas runas están sedientas de maná…

Inanex se quedó callado durante varios segundos. Por su lado, Nexus, estaba sorprendido ante la reacción de Luzbel. Él ya había puesto su plena confianza en el Infecto, pero los argumentos de Luzbel eran bastantes contundentes como para finiquitar toda seguridad. Tenía razón en todo. Los únicos muertos que pueden comunicarse son los de las Oscuras Llanuras, y tan sólo son atendidos por Nigromantes. Así, sin nada más que añadir, Nexus mostró su incredulidad acrecentando el poder de sus portales. Ante ello, Inanex suspiró y habló nuevamente.

-De verdad, siento tener que llegar a esto.

Tras ello, con una velocidad abrumadora, evocó desde sus manos dos potentes rayos sombríos que mutaron en dos gruesos lazos negros que inmovilizaron a Nexus y a Luzbel. Los Infectos no eran conocidos precisamente por la resistencia mágica de sus hechizos defensivos, pero ni siquiera las vigorosas alas del Lengua Vil consiguieron romper el lazo. Parecía ser que la mezcla del maná de Inanis y el de Hex resultaba en un explosivo mejunje mágico de dotes inquebrantables.

Así que, si las intenciones de Inanex eran las obvias en cualquiera de su índole: propagar la muerte, sólo era cuestión de varios pasos el que un pequeño contacto físico entre ellos y él les hiciera perecer de inmediato. Quién lo iba a decir, acababan de empezar como Brujos, huyendo de su propio Plano etiquetados como hechiceros renegados, y ahora, pensando que estaban a salvo, un simple cadáver parlante los iba a derrotar sin ni siquiera haber empleado ellos una sola gota de maná de manera ofensiva. Sólo quedaba hacer el testamento mental.

-Bien hecho, Inanex. –era la voz de Shan. Había aparecido de la nada detrás de ellos. –Y vosotros, si me entregáis los Puñales sin oponer mucha resistencia, os prometo que vuestras muertes serán rápidas. Es más de lo que os merecéis.

-Sabía que algo malo iba a ocurrir. Un simple mercader no sería capaz de manejar el maná proveniente de unos puñales con un pasado tan macabro…

-Shan, te conozco desde hace muchos años. Recapacita, sé que aún hay algo de tu verdadero ser en tu interior.

-Sigo siendo Shan, estúpido.

Seguidamente el Insano envolvió su pierna derecha con lava y le dio una fatídica patada a Luzbel en la cabeza. La magia magmática se adhirió a su piel y le estaba abrasando. Tuvo que redirigir el maná de su sangre hacia los poros para luchar contra una inminente cremación. Nexus también ayudó. Se concentró en crear minúsculos agujeros de gusano cercanos a su faz para absorber parte del magma, pero era algo peligroso, debía mantener cierta distancia o podría despellejarle.

Mientras tanto, Shan observaba, con deleite, a los dos Brujos luchando contra lo irremediable. Sin embargo, repentinamente, una deflagración de sombras implosionó en su hombro izquierdo arrancándole de cuajo el brazo. El hechizo había sido invocado por ni más ni menos que Inanex. Parece que al final sí decía la verdad.

-¿¡Qué se supone que acabas de hacer, pedazo de escoria!? –gritó Shan, aún conmocionado.

-De nosotros cuatro, soy yo el que mejor conoce el Otro Lado. Aún oigo las almas de todos los Brujos que has encerrado en mi interior. Gritan, agonizan, esta situación es peor que vagar eternamente por las Oscuras Llanuras. Yo SÍ estoy lleno de dolor. Tú sólo estás repleto de pura venganza. No voy a ayudar a alguien que quiere un final similar al mío. No sé por qué actúas así, pero no hay nada que lo excuse…

-Increíble. Eres el primer Infecto capaz de hablar. Incluso te has librado de mi control. ¿Sabes lo que significa eso? Tienes más poder que cualquier otro no-muerto existente. ¿Realmente quieres destrozar el futuro próspero que puede esperarte?

-No puedes persuadirme, Shan. Esto no es un juego.

-Y, entonces, ¿por qué nos has capturado? ¿Por qué no nos has dejado escapar? –contestó Nexus aún sin confiar en él del todo.

-Por esto…

Inanex alzó los brazos, una gran onda sónica emergió lanzando varios metros atrás a Shan. Después redirigió una canalización oscura a las ataduras de Luzbel y de Nexus transformándolas en un caparazón opaco. La propia oscuridad del conjuro apagó en un abrir y cerrar ojos las flamas de Luzbel y curó sus quemaduras, el último acto dador de vida a manos de un cadáver. Ahora los dos Grandes Brujos se quedaron con la duda de lo venidero. ¿Qué tramaba Inanex?

No pudieron verlo pero, en cuanto él comprobó que los caparazones se habían formado por completo y no había peligro alguno para los residentes, hundió los pies en la tierra y miles de hebras oscuras se arremolinaron en el cuerpo de Shan arrastrándolo hacia el Infecto. Shan, en contrapartida, se prendió fuego para intentar matar las hebras, pero eran tan frías que no consiguió nada, sólo debilitarse. Pensó, entonces, en combatir con su propia medicina. Sus ojos se tornaron totalmente oscuros y de sus manos fluyeron vapores negros. Shan se convirtió en pura sombra. Su cuerpo estuvo a punto de alcanzar el cero absoluto. Sin embargo, no había nada que pudiera hacer, poco a poco estaba más cerca de Inanex y estaba comenzando a espantarse de verdad, aunque controlara todo tipo de magia, si aquel hechicero le tocaba, aunque fuera con la yema del dedo, se desplomaría al suelo como cualquier otro saco de carne y hueso.

No obstante, las intenciones de Inanex no eran tan sólo la de matarle, eso sería un regalo en comparación con lo que se había granjeado. En cuanto estuvo lo suficientemente cerca, un anillo de sombras rodeó el cuello de Shan y lo levantó del suelo obligándole a mirar a los ojos a Inanex.

-¿Los ves? Mira a través de mis inertes pupilas… Todas las almas que masacraste y obligaste a convivir en este cuerpo. Me diste poder al juntar tantos muertos, pero no sólo sumaste fuerza y maná, también mezclaste odio y este se ha ido acrecentando cada segundo. No te enfrentas tan sólo a un Infecto, te enfrentas a la furia de Siete Brujos capaces de manejar a su antojo la propia muerte…

-¡No has contado con algo crucial! –exclamó con terror. –Yo he conformado tu cuerpo… Si muero, tu magia desaparecerá, pues los Brujos que te otorgaron tu maná están muy distantes. Piénsatelo bien. No hay forma de que me venzas sin que tú salgas perjudicado.

-Es un poco cómico que mi razonamiento, a pesar de que poseo un cerebro sin funcionamiento, sea más eficaz que el tuyo… ¿Quién quiere vivir así? ¿Por qué crees que el número de Infectos es totalmente escaso y con frecuencia no suelen durar mucho? Yo no quiero poder a cambio de una condena… Hasta aquí hemos llegado…

Shan siguió intentando convencerle, pero este atravesó con finas sombras su boca y se la cosió. Ni siquiera salía sangre, estaba demasiado congelada como para que fluyera como cualquier otro líquido. Después de eso, cerró sus ojos y se mantuvo en silencio. Poco a poco, a través de las fisuras que su piel tenía, se pudo contemplar el brillo de su maná, cuya intensidad acrecentaba más y más conforme pasaban los segundos. Shan ya había visto con anterioridad a otro hechicero hacer eso. Era el Sacrificio. Estaba acelerando la velocidad del flujo de su maná para transformarse en una bomba viva, y, dependiendo de la clase de maná, el efecto posterior a la explosión tenía un resultado u otro. Jamás había visto hacer eso a un Infecto, pero una detonación de maná muerto seguramente traería consecuencias nefastas.

No pudo hacer nada, tan sólo contemplar inútilmente el transcurso del conjuro. Eso podían ser con casi total seguridad sus últimos momentos de vida. Pataleaba, se imbuía de toda clase de magia: vacío, sombras, magma, magia terránea…e incluso nigromántica, lo más cercano que podía estar del maná muerto, no obstante no conseguía nada. Su final era inminente.

Nexus y Luzbel escucharon una hecatómbica explosión. Segundos después, las esferas se desvanecieron mostrando una imagen ante sus ojos repleta de sangre y carne. Lo primero que pensaron ambos es que Shan había vencido a Inanex, pero cuando vieron la hoz del Insano, aún agarrada por su brazo seccionado, supieron que todo había terminado. Los residuos de maná que flotaban en el ambiente, analizados por Luzbel, eran la prueba de que se había empleado un Sacrificio. Era inédito, un Infecto rebelándose contra su creador y venciéndole a pesar de las consecuencias…

Ambos se levantaron y se limpiaron las motas de ceniza de sus togas. Ahora tendrían que continuar con la búsqueda, ya no había nada que hacer allí, tan sólo clavaron una pequeña cruz, hecha con dos palos de madera que había por la zona y una vieja cuerda que guardaba Luzbel, en el lugar donde Inanex había muerto. Un pequeño homenaje no comparable a la grandeza de tal hechicero.

Y antes de emprender el viaje, justo a los que buscaban, Inanis y Hex, se presentaron mediante el hechizo de distorsión de la Abisálica. Los dos se quedaron estupefactos al admirar la nueva forma de Hex. Los cuatro compartieron información de lo sucedido. Ahora Nexus concluyó que había que llevar la búsqueda a Ignis y a Tenebra, pero Inanis quebró sus planes. Había algo que los dos habían visto antes de llegar allí. Entre el lugar en el que les expulsó el Agujero de Gusano y el campo de batalla entre Inanex y Shan, de camino, se toparon con el Moldeabrasas y la Corazón de Ébano. Quisieron llevarles con ellos, pero había un pequeño detalle que lo evitó.

Los dos han regresado a la Tierra.

sábado, 25 de mayo de 2013

Mortem Ex Machina

Estaba en esa sala de espera por más de dos horas y parecía que aún debía esperar un buen rato más. Volvió a mirar el papel donde había apuntado la información. Dra. Cuervo. Consulta 6. Unidad de Salud Mental. Gregorio Marañón. Aún no comprendía qué hacía allí. Salud Mental… No le gustaba cómo sonaba eso, tan sólo tenía un trastorno de sueño, unos pequeños terrores nocturnos, y parecía que iba directa al loquero. Desde luego deberían cambiar el nombre por algo mejor, aunque fuera un simple eufemismo.

Diana seguía jugando con sus manos, paseaba los dedos de una por la palma de la otra. De vez en cuando agarraba su pulsera negra y la extraía de su muñeca para darla vueltas. Estaba nerviosa, era la primera vez que se enfrentaba a un psiquiatra. Por un lado prefería seguir esperando un poco más de tiempo antes de que le llegara su turno, pero por otro lado tenía ganas de entrar y de que todo acabase lo más rápido posible.

Aunque, de todas formas, la espera duraría. Antes de ella había siete personas más, cada una estaba sentada a una distancia considerable de las demás. Al llegar, Diana preguntó quién era el último. Todos, excepto una chica, guardaron silencio mientras la observaban. Y esta chica era precisamente la excepción. Ante tal gesto de relativa amabilidad, Diana se había sentado junto a ella. Al principio pensaba que podrían entablar una amena conversación para matar el tiempo, pero fueron escasas las palabras que compartieron…

El intento de charla empezó con mal pie. En cuanto vio que Diana pretendía sentarse junto a ella, agarró su bolso con fuerza, el cual estaba depositado encima de sus pantorrillas, y lo dejó en el asiento de al lado. Ese acto de desconfianza le extrañó a Diana, pero lo ignoró al instante, después de todo, estaba en la sala de espera de un psiquiatra, allí podría encontrar gente con estilos de vida y/o acciones bastante fuera de lo común. Así que simplemente se presentó. La desconfiada saludó con una sonrisa más falsa que real y dijo que se llamaba Amanda. A partir de ahí, la conversación se volvió insustancial. Se preguntaron por qué razón habían venido. Diana respondió amablemente, pero cuando ella quiso saber el “problema” de Amanda, ella se calló y prefirió dirigir el tema de conversación hacia otro punto. Seguidamente, con un “¿es la primera vez que se cita aquí?” y un “sí”, la conversación cesó.

El silencio era incómodo, pero desde el principio Diana sabía que eso no iba a ninguna parte. Mejor intercambiar unas cuantas palabras triviales que seguir hablando con alguien que claramente no tenía ganas. Se quedó en el mismo asiento por mera cortesía y se puso a observar al resto de pacientes.

En el primero en el que se fijó fue en el más joven. De aproximadamente unos diez años y con bastante sobrepeso. Parecía que estaba solo, no veía a ninguna mujer cercana. El chico lamía con frenesí una piruleta de colores. Cuando Diana se centró unos cuantos segundos más en él, sus oídos captaron unos sonidos que antes pasaban desapercibidos. Provenían del chico, y eran realmente repulsivos. Lametazos y sonidos deglutorios. Realmente estaba disfrutando de la piruleta, como si fuera el último alimento que comería en la vida. Estaba claro que de un momento a otro le metería un buen mordisco… ¿Sería ella la única capaz de escuchar esos molestos ruidos?

La respuesta fue no. Tras un rato, cuando el silencio permitió una escucha más nítida, una mujer que estaba sentada en la esquina más lejana de la puerta de la consulta, le dio un gran grito al chico. Le imperó que dejase de comer como un animal sañoso. El chico paró de lamer la piruleta y clavó la mirada en la mujer. El duelo óptico duró un par de segundos. Tras eso, él sonrió y le dio un gran bocado a la piruleta emitiendo un estruendoso crujido que provocó que ella se llenase de furia y se levantara del asiento. Diana también se levantó para tratar de calmar a la mujer, pero esta hizo caso omiso a sus palabras y la empujó haciendo que perdiera el equilibrio y cayera al suelo. Durante los pocos instantes que pudo ver de frente su cara, Diana detectó la faz de alguien imbuido por pura ira. Actuaba como si quisiera matar al niño… todo por causar unos pequeños y molestos sonidos al lamer la golosina.

Él, mientras tanto, a pesar de ver el peligro que se le aproximaba, continuaba con su labor, aunque de vez en cuando echaba un vistazo a la mujer. Cualquier otra persona se habría alejado o habría prestado, al menos, algo de atención ante su actuación, pero el chico continuaba sentado allí, dando más importancia a la piruleta que a la situación.

Por su lado, la iracunda mujer, finalmente se puso en frente de él y le arrancó la piruleta de su mano de un golpetazo. Él ni se inmutó, se limitó a saborear los trozos de caramelo que aún permanecían en su boca. Seguidamente, tras mirarle con los ojos abiertos como platos y soltando amplios bufidos, se dirigió a la papelera y tiró la golosina. Seguidamente volvió a su asiento y se calmó un poco.

Los otros cinco, a los cuales Diana había estado viendo de reojo durante toda la escena, no tuvieron reacción alguna frente al griterío. Era como si estuvieran embarcados en sus pensamientos. El único que se movió un poco fue un joven, bastante atractivo, que estaba sentado próximo a la consulta de la Dra. Cuervo, que siguió atento con la mirada a la mujer. El resto no hicieron nada, se mantuvieron rígidos, estáticos.

Repentinamente la puerta de la doctora se abrió. Después de tanto tiempo de espera al fin daba señales de vida. Seguramente estaría analizando los perfiles de sus pacientes, así que, a partir de hora, era bastante posible que todo fluyera con más avidez.

Mara, la psiquiatra, asomó su torso por la puerta y miró de reojo el papel que sostenía con su mano derecha. Tras ello, la doctora llamó a un tal Guillermo Gil Gutiérrez. A este aviso respondió el niño de la piruleta, el cual había sacado una chocolatina de su pantalón que estaba devorando con extrema velocidad. En pocos segundos ya había consumido por completo aquel dulce. Se levantó y fue caminando lentamente mientras mantenía la mirada fija en la mujer que le confiscó su golosina. Esta le devolvió la mirada y en cuanto Guillermo lo supo, volvió a sonreírla mostrando sus dientes repletos de manchas de chocolate. Podría tener una cara muy adorable, pero cuando se ponía a comer se volvía un animal y toda su ternura se desvanecía, era engullida tal y como él hacía con la comida. Aún podía escucharse su masticar, sus movimientos linguales y la saliva chocando con la papilla chocolatada. Seguramente Guillermo tendría algún tipo de ansiedad, aunque su comportamiento era extraño, como si se regocijara de aquello, como si supiera lo que le ocurría y quisiera manifestarlo al mundo. Aun así, lo más raro de todo no era su actitud, sino la ausencia de sus padres. Fuera como fuera, ahora Diana podría dejar de observar y escuchar sus acciones. Desde luego, si tenía algo de apetito, se le acababa de desvanecer. Finalmente Guillermo saludó a Mara y entró. Ella les saludó a los demás con una amplia sonrisa y cerró la puerta. De nuevo, silencio… Aunque no duró mucho.

El joven de antes, el que, aparte de Diana, prestó atención a lo ocurrido con Guillermo, se sentó al lado de la mujer involucrada. Era risueño y le fue fácil romper el hielo. Diana pensó que posiblemente estaría hablando con ella para que fuera consciente de la forma en la que había actuado ante un crío. Mientras conversaban, Amanda se movió también. Esta se dirigió a la papelera donde se había depositado la piruleta. Diana observó con asombro como ella, creyendo que justo en ese momento nadie se percataba de su posición, extraía la golosina y la metía en su bolso para después volver a su asiento. No daba crédito a lo que acababa de ver. ¿Sería posible que tuviera el síndrome de Diógenes? De todas formas no era de su incumbencia, así que siguió fijándose en la pareja de extraños.

Cuanto más risueño se volvía el joven, más seria se ponía la mujer, hasta el punto en el que le asestó una fuerte bofetada. Al principio él se sorprendió por su reacción, pero luego emitió una sonora carcajada. Un fuerte “déjame en paz” de ella corroboró que no era una broma. Él se despidió, se puso de pie y miró a Diana mientras se frotaba la enrojecida mejilla con la mano.

Saludó desde la distancia y el acto recíproco de ella fue la señal de vía libre que hizo que el joven se acercase. Se presentó con el nombre de Lucas. La voz le temblaba, no se asemejaba a la seguridad que aparentaba antes. Y el resto de la conversación, además, era bastante monótona, parecía que se había preparado un guion. Aunque, al menos, esto distraería a Diana durante el resto de la espera. No obstante, a medida que ella iba respondiendo a sus preguntas y él iba cogiendo más y más confianza, las cuestiones iban pasando a un segundo plano. Cada vez, más descaradamente, sus ojos perdían el contacto con los de ella y descendían hasta el escote que formaba su blusa azul. Al principio lo pasó por alto, pero hubo un momento en el que el diálogo se hizo verdaderamente incómodo. Ahora Diana comprendía la reacción de la otra mujer. El concepto que Lucas tenía de sala de espera era el de “oportunidad para ligar”.

Diana finiquitó la conversación de inmediato poniendo la excusa de que tenía que ir urgentemente al baño. Lucas sugirió lo impensable: pretendía acompañarla. Ella, sin salirse de su asombro, y sin pensárselo dos veces, buscó con la mirada a otra mujer en la sala que no fuera ni Amanda ni la otra. Era un remedio despiadado, pero ahora mismo no tenía muchas ganas de seguir tratando con un Casanova de plata. Encontró a una joven, seguramente de la misma edad que Lucas, que estaba sentada de mala manera, adormilada y con la mirada perdida. Diana le aseguró a Lucas que esa joven había estado fijándose en él hace un buen rato y que eso significaba interés, ya que la intuición femenina siempre era efectiva. Como era de esperar, sus hormonas respondieron y se olvidó de Diana.

Aun así, aprovechó la ocasión y se quedó lo más lejos posible del resto. Ya había conocido a demasiadas personas extravagantes por hoy. Sin embargo, no pudo evitar seguir mirando a Lucas, no quería ver cómo se comportaba la joven. La idea de ir al baño, aunque fuera para echarse agua en la cara, parecía bastante buena, así que avanzó hasta la puerta de los aseos y echó un último vistazo a la sala de espera, en concreto al bolso de Amanda, comprimido por sus manos, como si no quisiera que ni la gravedad se lo arrancara. Lo de la piruleta quedaría grabado para siempre en la memoria de Diana. Al menos se comportaba de forma higiénica y no la estaba lamiendo, tan sólo la tenía guardada ahí, en el bolso, como si fuera un tesoro…

Al cabo de un par de minutos, un poco menos nerviosa, regresó a la sala de espera. En su asiento se hallaba un señor algo mayor. No era un paciente nuevo, ya estaba en esa sala, solo que en otro lugar. Y si hubiera sido en otro momento, Diana le habría preguntado la razón de sentarse allí, pero estaba segura de que él también actuaría de alguna forma extraña si entablaban una conversación.  A pesar de ello, ella se arriesgó y se sentó próxima al señor. No habló con él, aunque estaba preparada por si repentinamente quería charlar.

Y así fue. Sin dirigirla la mirada, con tono serio y apagado, dijo: “ya me gustaría estar en su lugar”. Diana no entendía a qué se refería hasta que se fijó en el lugar donde tenía la mirada el hombre. Estaba observando a Lucas y a la chica. Él la estaba acariciando con lascivia mientras ella no hacía absolutamente nada.

Diana, confusa, se dirigió hacia la pareja de inmediato. Posiblemente la joven tuviera algo parecido a una narcolepsia y no fuera consciente de lo que pasaba, pues, a juzgar por sus ojos, estaba más en el mundo onírico que en el real.

-Oye, ¿te encuentras bien? –preguntó Diana preocupada.

-Déjala tranquila, ¿no ves que está a gusto? ¿No es así, Penélope? –contestó Lucas en su nombre.

-… -sólo un leve gemido salió de su boca.

-Pero si ni se entera de lo que ocurre, está medio dormida.

-Ya comprendo… Estás celosa… Tranquila, yo puedo con dos a la vez… -insinuó Lucas.

Se quedó boquiabierta ante la contestación de él. Estaba a punto de hacer lo mismo que hizo la mujer de antes. Diana miró a su alrededor, nadie se preocupaba por ese abuso, excepto aquel señor, y él más bien lo hacía porque quería estar en el lugar de Lucas. Desde luego no cabía duda de que esto era la sala de espera de un psiquiatra…

Tenía que hacer algo, al fin y al cabo era su culpa, él ni se había fijado en Penélope hasta que ella quiso deshacerse de él. Y si había que tomar medidas drásticas, se tomarían sin remordimiento alguno. Cerró el puño y se dispuso a golpearle mientras él seguía distraído con el magreo.

Pero entonces la puerta de Mara se abrió de nuevo. Lucas López Laguna. Tenía suerte, esa era la mejor forma de asegurarse de que no volviera a molestar. Lucas suspiró enseguida ante la llamada de la doctora. Se levantó y se despidió de Penélope con una contundente palmada en su nalga izquierda. Penélope parecía que ni la sintió, ahí seguía, sin ni siquiera defenderse.

Cuando se cerró la puerta con Lucas dentro, el cual seguramente ahora tendría el objetivo fijado en la propia Dra. Cuervo, la tranquilidad acrecentó levemente. Pero Diana aún no estaba del todo cómoda, un atisbo de culpabilidad colgaba en su interior. Se sentó al lado de Penélope e intentó interrogarla para averiguar cómo había sucedido todo. Esta apenas contestaba con vocablos, normalmente asentía o negaba con la cabeza. Parecía que había estado tres semanas sin dormir. Si ya costaba tener una conversación seria con el resto, la situación se hacía el triple de imposible con alguien que ni ponía empeño en estar despierto.

Cansada de no conseguir nada, sintió curiosidad por hablar con la otra mujer, al fin y al cabo la debía una disculpa por el empujón de antes. Tal vez ella compartiera su misma opinión acerca del panorama. Se despidió de Penélope y, como era de esperar, ella la ignoró. Aunque no le importaba mucho, ahora dudaba de si había hecho bien en “salvarla” de Lucas. Tal y como reaccionaba, dándole igual todo, habría sido mejor no intervenir.

Mientras pensaba en aquello, fue andando hasta la mujer. Ella, ya viendo las intenciones de Diana, se levantó y se aproximó a ella.

-Si vienes a buscar conversación, has dado con la persona menos adecuada, chica. –dijo ella, rebosante de antipatía. –Me llamo Irene y vengo aquí por obligación. Y esas son las únicas palabras que voy a mantener contigo.

Tras ello, Irene volvió a su asiento, bufó, se cruzó de brazos y se quedó mirando la nada. Por su parte, Diana, aún con la palabra en la boca, seguía de pie, quieta y hastiada. Al final, cuando le tocase entrar a la consulta, la doctora tendría que tratar un nuevo trastorno en ella: la sociopatía. Se fue al asiento más alejado del resto de pacientes y sacó de su bolsillo un pequeño paquete de galletas que guardaba en el bolsillo de su vaquero.

En cuanto abrió el paquete, el sonido del plástico alarmó a Amanda y al señor que le había robado el sitio. Ambos, con mirada pedigüeña, fueron hacia Diana. El señor simplemente se puso a pasear al lado de ella, como llamando su atención, pero Amanda fue más directa, con una sonrisa que desvelaba auténtica falsedad, le pidió galletas. El paquete sólo contenía seis, pero Diana le ofreció gustosamente pensando que, tal vez, aquello, podría al fin cambiar el comportamiento de alguno de los que aguardaban allí.

Amanda, ipso facto, introdujo el índice y el pulgar en el paquete y extrajo cuatro galletas de golpe. Diana, cansada de disputas, tan sólo suspiró y ofreció el resto al señor, pues al fin y al cabo tampoco tenía mucha hambre. Sin embargo, él rechazó su oferta y al principio pensaba que lo había hecho para que ella se comiera las dos restantes… Nada más lejos de la realidad.

-¿Por qué tan poco? –preguntó el señor.

-¿Disculpa? –respondió Diana.

-A ella le has ofrecido cuatro galletas, ¿por qué he de conformarme con solamente dos?

-Pídeselas a ella, yo no tengo más que estas.

-Ya veo. Vaya favoritismos. –murmuró mientras se giraba hacia Amanda. –Será mejor que me des alguna de las que tienes…

Como era de esperar, Amanda se negó a darle alguna, y, en vez de comérselas, se las guardó en el bolso, tal y como hizo con la piruleta… Diana tenía dificultades para procesar lo que estaba viendo, dos personas adultas comportándose como críos por un simple paquete de galletas. Hasta qué límites podría llegar esta situación. Una mujer con una obsesión por guardar todo y un hombre bastante inconformista. Habría que rezar para que Mara saliera por la puerta y pausará aquello.

Y la fortuna estuvo de su parte. Amanda Arias Alarcón. Ella tomó aquello como la salvación. Fue con paso veloz hacia Mara hasta que la voz del señor hizo que se detuviera justo antes de que ambas entrasen adentro.

-¿Qué es esto? Llevo horas esperando aquí, yo también quiero entrar ahora. –reprochó el señor.

-Veamos. ¿Puede decirme su nombre? –inquirió Mara.

-Yo soy Enrique España Espinoza.

-De acuerdo… -dijo mientras buscaba su nombre en la lista. -Bueno. Creo que puedo hacer una excepción. ¿Tiene algún inconveniente, Amanda?

-Por mí no hay ningún problema. –afirmó ella.

-Pues adelante, señor España, puede pasar.

Ese simple acto provocó en él una reacción digna de la más poderosa química, sus ojos brillaron y se dibujó en su faz una sonrisa muy amplia. Parece que ya se le había olvidado el asunto de la “injusticia” de las galletas. Y, aparte de eso, aquello también tenía un efecto positivo en Diana: quedaban cuatro pacientes más, contándose a ella. La calma aumentaba por momentos. Por un lado estaba Penélope, que, en vistas de su comportamiento, ignoraba todo lo de su alrededor; y por otro estaba Irene que no tenía intención alguna de sociabilizar con nadie de allí. El otro sujeto era totalmente ajeno y extraño a todo lo que había ocurrido hasta ahora. Estaba de pie y con la cabeza agachada, un sombrero tapaba sus ojos y sólo quedaban al descubierto unos finos labios, a juzgar por el aspecto, parecía que tenía una edad aproximada a Diana. Tal vez con él sí podría mantener una charla normal, aunque esa idea fue tan fugaz como un fotón, no iba a empeorar las cosas para el escaso tiempo que la quedaba para que la Dra. Cuervo la llamara.

Treinta minutos después la doctora abrió la puerta y llamó a Irene Iglesias Iriarte. Anduvo con paso firme mientras, entre dientes, maldecía la larga espera que había tenido que soportar. De las dos, fue la última en entrar en su consulta, así que aprovechó la oportunidad para manifestar su indignación con un estrepitoso portazo.

Penélope Palacios Pineda fue citada tras veinte minutos de la llamada de Irene. Desde luego esto era lo que Diana necesitaba: que la sala se quedara casi vacía, que el silencio retomase la corona que merecía y el sonido quedase petrificado en un epitafio. Aunque un último espectáculo, un epílogo caótico, tuvo que aguantar antes de que la calma absoluta alcanzara sus entrañas. Como era de esperar, Penélope, ante su actitud indolente, tuvo que ser levantada del asiento con la ayuda de Mara. Al final, parecía que el más maduro de todos ellos iba a ser Guillermo…

Pero ya daba igual todo. Por fin se había librado de todos ellos, solamente quedaba aquel hombre extraño, y él no aparentaba ser problemático, incluso era raro que estuviera en la sala de un psiquiatra. Y fue aquella intriga la que iluminó de nuevo en Diana las ganas de conversar y matar el tiempo de una forma más amena. Aunque, a pesar de ello, aún tenía dudas, habían sido cinco intentos fallidos…

No obstante, no hizo falta que ella hiciera nada. Justo en ese instante el extraño se sentó a su lado.

-Hola Diana. Al fin se queda esto un poco tranquilo, ¿no crees? Por cierto, mi nombre es Arturo.

-¿Cómo sabes mi nombre? –interpeló Diana un poco sorprendida.

-Bueno, -respondió él entre risas. –podría decirse que soy un gran analizador. Observo y escucho todo lo que hay a mi alrededor para luego actuar de la forma más apropiada. Digamos que es un talento innato.

-¿Y has esperado todo este tiempo para hablar conmigo por alguna razón en concreto? Siento si la pregunta te…

-¡No te preocupes! –respondió interrumpiéndola. –Simplemente he considerado que este es el momento oportuno para decirte la verdad.

-¿La verdad?

-¡Oh! Discúlpame… A veces olvido que otras personas no son tan capaces como yo. Ya sabes… el “análisis”. A mí, por supuesto, no se me escapa ningún detalle, y durante un período muy corto de tiempo, casi nada más llegar a la sala, comencé a atar cabos, a unir todas las piezas del rompecabezas…

-¿Y a qué conclusión llegaste? –preguntó ella creyendo a medias lo que le estaba contando.

-Diana, -su voz se volvió más seria y grave. –esto no es una sala de espera de psiquiatría.

Ella le sentenció de inmediato: parecía el más cuerdo y es el más loco. Sin embargo, antes de que cortara la conversación, Arturo continuó, añadiendo pruebas para dar credibilidad a su descubrimiento.

-Sé que hay que ser muy hábil y astuto para percatarse, pero ya sabes que para mí esto es un simple juego de niños. Pero escúchame, lo que te digo es cierto. Lo primero que debes analizar. ¿Por qué todos los pacientes tienen las mismas iniciales tanto en sus nombres como en sus apellidos? Guillermo Gil Gutiérrez, Lucas López Laguna, Penélope Palacios Pineda… Hasta yo, Arturo Álvarez Alonso. Todos cumplimos esa regla… Y, además, ¿por qué no han venido más pacientes? Es como si no permitieran el acceso a más… ¿Me crees ahora?

-Siento decirte –refutó Diana. –que todo eso que dices es fácil de derrocar. Primero, mi nombre completo es Diana Izquierdo Escorpio, así que tu teoría sobre los nombres queda totalmente inválida. Lo tuyo y lo de los demás será una mera y curiosa coincidencia. Y, con respecto a lo segundo, no estoy cien por cien segura, pero mira la hora, son las ocho, y el horario de consulta acaba en veinte minutos. Lo más probable es que nosotros seamos los últimos citados de hoy, así que no hay razón alguna para que venga algún paciente más.

-Sabía que contestarías algo así. Tendré que ponerme en serio, nunca nadie puede contraargumentar mis observaciones. Veamos… si estás tan segura de que aquí no hay nada extraño, ¿cómo puedes explicar, si es que te has dado cuenta en algún momento, que siempre han entrado a la consulta de Mara, pero nunca ha salido nadie? Espero que no pienses que hay otra puerta de salida porque eso sí que es descabellado…

-Ahora que lo dices… Ella llamaba al siguiente paciente, pero no salía de su consulta el anterior… Y siempre ha sido así, el primero entra en consulta y luego sale para dar paso al segundo…

-Exacto. Pero aquí no acaba todo. Diana, piensa y responde. Eran seis pacientes, cada uno con un comportamiento singular… Y estoy seguro que en algún momento de tu vida tú te has comportado, al menos en menor medida, como ellos. Y aquí viene lo bueno, ¿no has sentido, cada vez que uno entraba, una sensación en tu interior de ligereza, como si algo en ti desapareciera para siempre?

Diana no sabía qué contestarle, en gran parte llevaba razón. Era como si algunos sentimientos, algunas ideas, se marcharan del lugar, así como los pacientes lo hacían. El apetito que tenía se fue cuando Guillermo entró, así como la rabia se evaporó junto con Irene, o las desganas se difuminaron a la par que Penélope se marchaba…

Con los ojos totalmente abiertos, miró asustada a Arturo, y este, comprendiendo que ya se había percatado de todo, sonrió asintiendo.

-Siete somos, Diana. Y Mara es el gran juez. Diana, no estás en tu ciudad, ni siquiera en eso que denominarías mundo real. Esto es el Purgatorio y se te ha dictaminado esta clase de prueba. Quien tú piensas que es la Dra. Cuervo no es ni más ni menos que el encargado de examinar todas y cada una de las almas que aquí vienen, y así como vuestras esencias son variopintas, las pruebas también destacan por su singularidad. Nosotros éramos extensiones de tu ser, Diana. Nosotros somos tú.

Esa última frase fue la gota que colmó el vaso. Se estaba ahogando en un estanque de incertidumbre. Aunque poco a poco, consolada por Arturo, fue asimilando la situación. Si todo aquello era cierto, eso quería decir que ella estaba muerta, pero no recordaba en ningún momento cuándo ni cómo ocurrió, y ni se atrevió a preguntárselo a él, sería mejor dejar la incógnita en el aire.

Un par de minutos luego, Mara abrió la puerta de su consulta. Finalmente era llamado Arturo. Él volvió a sonreír a Diana y la abrazó con fuerza. Caminó con paso ligero hasta la doctora y se giró una última vez para despedirse de Diana.

-Por cierto. Yo era la Arrogancia.

Y la puerta se cerró.

domingo, 12 de mayo de 2013

Sarcófago

Parecía imposible… En pleno mes de mayo y estaba lloviendo a cántaros. Pero eso no era lo peor, Javi tenía clase… Observaba a través de la ventana las gotas de agua, que incluso ellas se lo pasaban mejor que él. Definitivamente el horario de la Facultad de Medicina necesitaba unos cuantos ajustes… eran las ocho de la tarde y aún seguían allí, atendiendo a las palabras escasamente amenas del profesor.

Tampoco es que Javi pusiera mucho de su parte, ayer se quedó hasta las cuatro de la mañana jugando en el ordenador. El despertador sonó a las nueve y él se asemejaba más a un muerto viviente que a un viviente a secas. Ahora le tocaba sufrir la penitencia de Morfeo.

Podía marcharse, por supuesto, pero había dos razones que se lo impedían: la primera era, obviamente, que estaba lloviendo y no traía paraguas alguno, puesto que esta mañana estaba completamente soleado; la segunda razón eran los remordimientos, ya que después se sentía realmente mal si se saltaba una clase, aunque el temario fuera completamente teórico. Hoy sí podía decirse que estaba encarcelado.

Además, para empeorar todo un poco más, la clase estaba casi vacía. Normalmente acudían setenta u ochenta alumnos, pero, entre que los exámenes se acercaban y que parecía avecinarse una entrópica tormenta, hoy sólo habían acudido veinte alumnos. Javi tenía la esperanza de que, con ese reducido número, el profesor decidiera anular la clase, aunque tampoco conseguiría mucho si las precipitaciones no cesaban… Desgraciadamente no se dio el caso, así que estaban veinte alumnos, todos en primera fila, con la obligación de atender bajo la suspicaz mirada del profesor.

Constantemente miraba su reloj. Aún quedaba bastante para que fueran las nueve. Desde luego, la hora se estaba haciendo eterna, estaba convencido de que su reloj tenía las baterías a punto de gastarse y por ello los segundos de vez en cuando se paraban, no había otra explicación ante tan tortuosa lentitud. Relatividad, nunca colaboras…

Tras quince minutos después de las ocho en punto, el profesor decidió hacer un descanso. Pero tampoco iba a ayudar mucho eso; la puerta del aula daba al exterior, sin techo alguno. Ninguno decidió salir excepto el profesor, que parece que había recibido una llamada importante y tenía que dirigirse al decanato. Al menos, con él fuera, Javi podría descansar su mente durante unos breves instantes. Entrecruzó los brazos sobre la superficie de su mesa y apoyó la cabeza en ellos. Cerró los ojos y se dejó llevar por el relajante sonido de las gotas de lluvia cayendo. El confort que sentía ahora mismo era inigualable. Intentaba mantenerse consciente para no dormirse, pues el regreso del profesor era inminente, pero le era irremediable, tenía demasiado sueño y estaba tan a gusto…

Abrió los ojos súbitamente. Silencio. Oscuridad. Soledad. ¿Qué había pasado? Se había dormido. ¿Cuánto tiempo? Miró su reloj y eran las nueve menos cuarto. Aún faltaban quince minutos para que la clase acabara y ya se habían marchado todos… Y lo que es peor: nadie se había molestado en avisarle, ni siquiera el profesor. Con indignación recogió su archivador y sus bolígrafos y los introdujo en su bandolera. Mientras lo hacía, no paraba de murmurar palabras rabiosas, sin embargo se quedó enmudecido cuando el grito de una mujer retumbó en las paredes del aula.

Al principio se rio. Seguramente estarían haciendo unas prácticas en un aula colindante o alguna chica se habría topado con una cucaracha; en la Facultad proliferaban considerablemente. No obstante, al abrir la puerta, su pensamiento cómico se tornó macabro. El torso mutilado de Alberto, un compañero suyo de clase, se hallaba frente a él, en el suelo, sin vida, bañado en un charco armonioso de agua y sangre. Escasos metros adelante yacían sus miembros inferiores, retorcidos entre sí, e incluso en una de sus piernas podía verse un astillado fémur… Javi era consciente de que algún día vería muertos frescos y heridas traumáticas, pero no esperaba que fuera tan pronto… y menos en esa situación en concreto.

El bloqueo mental se desvaneció cuando el grito femenino de antes volvió a sonar. Ahora que estaba fuera sabía su lugar de procedencia. Tenía que ayudarla, ya no podía hacer nada por Alberto, lo único que hizo fue cerrar sus ojos, que aún, tras su defunción, mantenían una expresión de una muerte inesperada.

El grito venía del seminario de fisiología. Estaba a pocos pasos de él. Llegó hasta la puerta y se paró en seco. No se escuchaba nada, ni siquiera gemidos de dolor. No podía ser que alguien que hace escasos segundos estaba gritando estrambóticamente ahora no emitiera sonido alguno por su boca. Salvo que…

Salvo que hubiera muerto. Abrió la puerta y lo comprobó. Si la imagen de Alberto le había impactado, en este momento no sabría explicar lo que sentía… El aula estaba teñida casi completamente de sangre, en el suelo se amontonaban trozos de cuerpos, hasta había brazos y piernas en las ventanas. Era como si una bomba hubiera explotado allí mismo. Podía reconocer las cabezas, algunas separadas del resto del cuerpo, de muchos de sus compañeros de clase. Javi quería salir de allí, pero tenía que comprobar si alguien seguía vivo. Todo buen sanitario ha de anteponer la salud del paciente a los miedos de uno mismo.

Preguntó si había alguien y obtuvo respuesta de inmediato. La voz era de mujer, la misma que gritaba, pero ahora su voz temblaba, era débil, digna de cualquier moribundo. De entre los trozos de carne se revolvió algo. Emergió un sangriento brazo con una contorsionada mano, las falanges sobresalían de la piel, no tenía pulgar, así como se notaba la ausencia de dos metacarpos, parecía que había metido la mano en un triturador de basura.

El brazo siguió elevándose y le continuó el hombro y la cabeza, con una expresión demacrada, de Cristina, otra compañera de clase. Lo que más le sorprendió de su rostro no fue su mirada de terror, ni las profundas magulladuras de sus mejillas, sino la gravísima herida que tenía en su mandíbula. No tenía piel ni músculo alguno, su maxilar inferior, rojizo, estaba totalmente al descubierto. Javi supo de inmediato que no había salvación, en cuestión de segundos moriría desangrada. Y así fue, tan sólo emergió de entre los cadáveres para dedicarle su último aliento.

-No te acerques a eso…

Con su destrozada mano intentó señalar algo que se ocultaba en la esquina más oscura del aula. En cuanto Cristina se aseguró de que Javi había captado el mensaje, dejó caer su brazo y reposó su cabeza entre las vísceras de otro muerto para dejar de respirar.

Sin embargo Javi no sabía bien de qué tenía que alejarse. Fue tocando la pared para alcanzar el interruptor, pero al pulsarlo se fijó en que había cortado la luz. Era verano, pero pronto se haría de noche, tendría que aprovechar la escasa iluminación que ofrecía el Sol, si se acercaba un poco a la esquina podría identificar aquello de lo que le advirtió Cristina. El único peligro de acercarse existiría si aquello fuera un humano, pero a juzgar por la sombra, eso parecía más bien un armario, completamente inmóvil. No estaba vivo, por fortuna.

Agarró su móvil. Sin cobertura. Al menos podría usarlo de linterna para iluminar un poco más el aula. Apuntó con el foco al suelo, era casi irremediable el aplastar trozos de carne, apenas podían distinguirse las partes del cuerpo que aplastaba, aquello se asemejaba más a una habitación llena de carne hecha picadillo que a un aula con alumnos desmembrados.

Muchas caras parecía que le mirasen suplicando ayuda. Ramón, David, Mar, Estela, Álvaro, Edu, Pablo… Sus restos estaban esparcidos por el suelo. ¿Qué habría ocurrido en esta aula para que murieran todos de esta horripilante forma? Fuera como fuera se sentía afortunado de haberse quedado dormido, tal vez justo eso fue lo que evitó su muerte, aunque no se explicaba el por qué. Todos estaban despiertos, podían correr, sin embargo él era el que se encontraba más indefenso justo en ese momento. Estaba claro que esto era obra de un psicópata, y ellos nunca dejan a nadie vivo. ¿Por qué, entonces, había logrado sobrevivir? Quizás aproximarse a esa sombra sería precisamente el finiquito de su buena fortuna...

Cuando la luz del móvil alcanzó el objeto pudo comprobar que aquello era lo más extraño y lo menos acorde con la Facultad. Nada más y nada menos que un sarcófago. Estaba bañado en oro y tenía pintado en él la cara de un faraón. La expresión de este era tranquila, y sin embargo transmitía una sensación sobrecogedora.

Se quedó unos segundos contemplándolo, tenía unos magníficos grabados, además de unas cuantas piedras preciosas engarzadas rodeadas de espirales doradas. Lo único que le quitaba belleza al sarcófago eran los ojos del faraón, los que, incluso, parecían que fijaban la mirada en Javi. Tras un rato, cuando observó unas manchas de sangre en la base del sarcófago, volvió a la realidad. Fue en dirección contraria para salir del seminario. Esquivó nuevamente los cadáveres y llegó a la puerta. Pero justo antes de salir un chirrido le hizo detenerse. Era el sonido característico de una puerta abriéndose, aunque mucho más grave, y provenía de dentro del aula.

Se giró y vio que el sarcófago estaba menos sombrío, como más alejado de la esquina y más cercano a Javi. Sería un efecto visual, no se podría haber movido… Aunque eso no era lo más alarmante, lo importante era que ahora estaba entreabierto. Activó el móvil nuevamente y enfocó el sarcófago. Intentaba ver qué había dentro de él, pero la oscuridad era muy densa en su interior.

No obstante algo sí que pudo ver. Una blanca y amplia sonrisa formada por afilados dientes y un ojo felino verde como el jade. De entre la oscuridad, ambos, el ojo y la dentición, aparecieron repentinamente de la oscuridad. Javi se quedó gélido, pálido. Ahora comprendía el aviso de Cristina. Tenía que escapar.

Cerró la puerta del aula y corrió lo más rápido que pudo hasta la salida de la Facultad. Aunque fue en vano, estaba cerrado. Se acercó veloz a conserjería para ver si había alguien. Pero nada, lo único que le esperaba allí era un panorama similar al del seminario de fisiología: sangre y carne por todos lados. Probó en secretaría, la cual estaba al lado de la primera, y observó lo mismo. Parecía que Javi era el último superviviente de la Facultad… y una bestia sedienta de sangre le perseguía.

La cabeza y el pecho comenzaron a dolerle de forma intermitente, podía sentir su pulso, el corazón estaba a punto de estallarle, su nivel de estrés estaba por las nubes, sobredosis de adrenalina y noradrenalina, sus glándulas suprarrenales no daban abasto. Tal vez ese estado aumentado de alerta podría usarlo para su propio beneficio. Tendría que buscar una forma de escapar, o en su defecto, una forma de mantenerse con vida hasta que alguien viniera en su ayuda, porque la opción de hacer frente a aquella bestia estaba totalmente descartada. Se paró un momento y analizó la situación. Quizás en la otra punta del patio de la Facultad podría hallar una salida, en la segunda planta había una zona por la que podías saltar al tejado de las aulas de abajo, quizás podría encontrar algo siguiendo ese camino.

Se dio la vuelta para ponerse en marcha, pero desgraciadamente no fue muy lejos. A pocos centímetros de él se alzaba el imponente sarcófago. Estaba cerrado, pero eso no quitaba que Javi se quedara sin respiración. Dio dos pasos atrás y lo rodeó para después salir corriendo de ese lugar. Mientras se alejaba pudo escuchar una risa aguda, la cual seguramente emanaba del propio sarcófago. Aquel monstruo se mofaba de él. Giró la esquina y observó en la pared una palabra formada por extremidades ensangrentadas: CORRE. Al final parecía que precisamente, por haberse quedado dormido, Javi iba a ser el que peor lo iba a pasar mientras su depredador le acechaba… Y ahora tenía que cruzar el aula de anatomía, tenía que pasar por el depósito de cadáveres… por si no había visto suficientes…

Lo primero que le sorprendió al entrar fue que no se encontraba como las otras habitaciones que había visto, esta estaba totalmente limpia, no había sangre en las paredes ni cadáveres descuartizados en el suelo. De hecho aquel silencio… esa tranquilidad… la atmósfera creada le asustaba más que si se hubiera topado con la imagen aberrante que se esperaba encontrar.

Estaba claro que algo extraño pasaba. Y estaba seguro de que las pruebas las encontraría en las bolsas que yacían en las camillas metálicas, en cuyos interiores se hallaban muertos con un considerable grado de descomposición. No era normal que, estando todos los cadáveres fuera de las cámaras frigoríficas, no hubiera ninguna leve fragancia a formol.

Al acercarse a la primera camilla percibió un goteo. Se agachó y se percató de que por una de las patas había un fino reguero de sangre. Siguió el recorrido y llegó al tirador de la cremallera de la bolsa. Justo debajo había un charco de sangre. Javi tragó saliva y agarró el tirador con el índice y el pulgar de su mano izquierda. Fue abriendo lentamente la cremallera hasta destapar la cara del difunto.

Esa cara no pertenecía a los muertos de la cámara, estaba fresco, lo habían metido hace poco ahí. Siguió descendiendo el tirador y observó horripilado como su abdomen y su tórax habían sido vaciados completamente. No sabía quién era ese desafortunado, pero a juzgar por la forma en la que había muerto, seguramente era otro alumno. No habían dejado víscera alguna, como si se tratara de extraer la pulpa de una calabaza, completamente limpio. Ahora lo entendía. En esa sala también había cadáveres, pero estaban metidos en bolsas…

No existía razón alguna para ir abriendo todas las bolsas una por una, pero tenía la incertidumbre de que a lo mejor había alguien que no había muerto. En el peor de los casos llegaría el monstruo del sarcófago al aula de anatomía, y si eso pasaba no corría mucho peligro, estaba jugando con él, así que le dejaría escapar. Además, lo más seguro es que incluso esto de ocultar los cuerpos fuera un juego en sí. Habría que jugar para intentar ganar.

Fue abriendo las bolsas. A veces tenía que pararse y sentarse en el suelo varios segundos por culpa de las náuseas y las sensaciones repulsivas que tenía al contemplar el estado de los cuerpos. Uno de los que más le impactó fue el de un estudiante al que le habían vaciado el cráneo. Su cuerpo estaba perfecto, pero del cráneo sólo quedaba la placa occipital, ni había cerebro, ni cerebelo ni otras partes del encéfalo… Si no hubiera sido por la pulsera que llevaba en la muñeca derecha, nunca habría podido reconocerle, era Iván… Le apasionaba la anatomía y ahora descansaba en esa aula…

Finalmente sólo quedaban las cámaras frigoríficas. Comprobó que muchas de ellas estaban vacías. ¿A dónde habían ido a parar los cadáveres de las prácticas? Algunos de los compañeros que habían en las cámaras se encontraba en perfectas condiciones, Javi tuvo que tomarles el pulso para ver si de verdad estaban muertos. Por desgracia todos lo estaban….

Todos salvo una chica. Su pulsación era tremendamente baja. La sacó de inmediato de allí y la colocó en el suelo. Frotó su cuerpo para que entrara en calor. Ella no paraba de tiritar, apenas estaba consciente. Javi cogió una de las batas blancas que colgaban del ropero cercano a la puerta y se la puso. Se quedó un par de minutos con ella hasta que consiguió elevar su temperatura lo suficiente como para que pudiera hablar.

Javi no la conocía de nada, pero por su edad debería ser estudiante de medicina también. Y así era; ella se presentó con el nombre de Jade, dijo que no solía venir a menudo a las clases teóricas, aunque a veces, cuando un tema a tratar en las clases le interesaba mucho, ella acudía. Hoy, desde luego, había sido poco acertado ir a ellas… Por su lado, Javi se armó de valor y la preguntó si sabía algo acerca de aquel misterioso sarcófago. En cuanto mencionó esa palabra, sarcófago, a Jade le entró un escalofrío por todo el cuerpo y abrazó a Javi. Acercó su boca a su oreja y le susurró que sabía demasiado acerca de aquello.

Él, ahora, iba a preguntar si sabía qué era lo que había en su interior, pero Jade le interrumpió al señalar la puerta por la que Javi había entrado. En el cristal de la parte superior de la puerta, esa misma a la que antes se había aproximado para coger una bata, se podía observar un rostro asomado, mirándoles. Fueron microsegundos los que Javi tardó en reconocer el rostro. Era el faraón, el sarcófago. No tenía idea de alguna de cómo podía desplazarse con tanta soltura y sigilo un objeto que seguramente era bastante pesado. De todas formas lo más preocupante no era el continente, sino el contenido…

Ambos se levantaron del suelo y salieron del aula. Volvían al patio exterior, el ambiente limpio y ordenado se quedaba atrás. De nuevo sangre, de nuevo horror…  Jade temblaba ante las horrendas imágenes de profesores y estudiantes despedazados. Esa reacción hizo que Javi la preguntara si recordaba algo antes de aparecer en la cámara frigorífica. La respuesta le dejó de piedra. Confesó que sabía con total certeza que había alguien más en la Facultad que permanecía vivo, y ese otro superviviente era precisamente el causante de todo: el profesor de fisiopatología, el que les estaba impartiendo la clase antes de que todo comenzase. Javi no se enteró, pero la masacre se inició en esa misma aula. Tras esa supuesta llamada, el profesor regresó cinco minutos después con su indumentaria llena de sangre. Bloqueó la puerta y, de repente, sus brazos se volvieron corpulentos y de color gris y sus manos se convirtieron en garras. No hubo tiempo de reacción por parte de los estudiantes. Su brazo derecho se desprendió de su cuerpo, como si fuera una masa viscosa, y entonces lanzó el brazo a una fila de estudiantes. Justamente en esa fila se encontraba Javi, pero al estar con la cabeza agachada, la trayectoria de la garra no le alcanzó. Sin embargo, los demás no tuvieron esa suerte, fueron decapitados uno detrás de otro. Jade, al igual que en ese momento el profesor, le dio por muerto. El resto de la historia no tenía mucha intriga. A base de reiterados golpes algunos consiguieron abrir la puerta, aunque no llegaron demasiado lejos… Muchos se refugiaron en el seminario de fisiología, que se encontraba al lado, Jade prefirió seguir a los que se dirigían al aula de anatomía. Al entrar se encontraron con ese sarcófago. Comenzó a abrirse, y mientras se abría empezó a salir sangre a borbotones a la par que surgían gritos de compañeros. Cuando se abrió por completo todo se nubló y Jade perdió la consciencia, no sin antes observar la horrible cara de aquella criatura…

Si Javi lo estaba pasando mal con lo que Jade le narraba, no quería imaginarse cómo tuvo que sentirse ella mientras lo vivía… No podía creerse que un profesor cometiera tal aberración contra unos jóvenes indefensos, aunque viendo lo que ella había dicho sobre el profesor, parecía que él tampoco era humano…

Jade terminó su historia corroborando lo que Javi había supuesto según ella hablaba. El profesor, al igual que el monstruo del sarcófago, tenía los ojos verdes. Era muy probable que ambos fuesen el mismo ser. Además de la semejanza cromática, Javi y Jade, así como el resto de estudiantes, sabían que él era conocido por su afición por la mitología egipcia. Podrían ser meras coincidencias, pero era posible que ese monstruo se mantuviera en una forma humana aguardando el día perfecto para dar rienda suelta a sus instintos homicidas. La otra explicación, aún peor, era que había dos aberraciones merodeando la Facultad, cosa que, si era cierta, podría empeorar aún más la huida.

Y con respecto a eso, la huida, ya sólo les faltaba subir las escaleras y recorrer un pasillo no muy largo, después sólo sería saltar al tejado de las aulas y coger carrerilla para otro salto más amplio para así pasar el muro y llegar a la calle. Pero la teoría, como siempre, era mucho más sencilla que la práctica. Les costaba mucho mantener la mirada al frente con la cantidad de muertos que veían, y, por supuesto, sabían que aquella bestia no les permitiría escapar tan fácilmente…

Subieron las escaleras y llegaron al pasillo. En ese momento dejaron de correr porque al final de este se erguía la figura del profesor de fisiopatología. Estaban un poco agotados y no había otro sitio por donde salir, pues si retrocedían, lo más probable es que se encontraran con el sarcófago. Simplemente se quedaron de pie y esperaron su respuesta, pero tras varios segundos el profesor seguía en la misma pose. Viendo que su muerte podía ser inminente, se pusieron a gritarle, preguntándole por qué había hecho todo esto, si no tenía compasión por los demás, y otras preguntas retóricas más. No obstante, el profesor seguía ahí, mudo, sin mover ni un músculo.

Quizás eso fuera otro juego, llevarles a la locura y a la desesperación para ver cómo reaccionaban. Al final Javi agarró fuertemente la mano de Jade y ambos se miraron. Él explicó que la situación era crítica y que la única salida era correr todo lo que pudieran por ese pasillo e intentar esquivarle para saltar al tejado. Si de verdad les estaba poniendo a prueba, él esperaría que optaran por retroceder y estar corriendo de un lugar para otro horas y horas hasta que se cansara y les diera caza. El único as en la manga que tenían era ese, cargar contra él, dirigirse a una posible muerte. Hicieran lo que hicieran las probabilidades de perecer eran elevadas, pero esta temeraria acción al menos les concedía una oportunidad de salir vivos.

Jade le miró con los ojos vidriados. Le sonrió y aceptó su propuesta. Le devolvió el apretón en la mano y contaron hasta tres. Corrieron hacia él lo más veloces que pudieron. Javi se fijó un momento en él, ni siquiera así parecía inmutarse, aunque Javi lo obvió, volvió a clavar su mirada en pequeño escalón que deberían saltar para llegar al tejado de las aulas de abajo. Con cada paso que se acercaba le latía más y más el corazón, era como ir por voluntad propia hacia la perdición. Ya quedaban escasos metros. Avisó a Jade para que se preparase para el salto. Y tras diez metros llegaron a la zona de riesgo. Javi agudizó sus reflejos por si repentinamente el profesor hacía un movimiento brusco. Pero, afortunadamente, logró pasar, no sabía si había intentado atraparle, pero fuera como fuera había conseguido hacerle frente. Ya sólo quedaba lo fácil. Se impulsó con las piernas y saltó. Y entonces…

Entonces, de un tirón, se precipitó contra el suelo. No podía ser, al parecer sí que el profesor le había agarrado. Si a él le había interceptado yendo delante, ¿qué le habría pasado a Jade? Levantó la cabeza del suelo y comprobó si ella se encontraba bien.

Y claro que se encontraba bien. Había sido ella precisamente quien le había dado ese tirón. Javi, con voz temblorosa, pregunto por qué, y ella, sin decir palabra alguna, le respondió señalando al estático profesor… Con razón no había hecho ningún movimiento ni había dicho ninguna palabra… Antes no lo había visto por la perspectiva, pero ahora, desde su espalda, observaba como durante todo este tiempo el profesor había estado muerto. Estaba empalado y con los brazos y piernas, tras el rigor mortis, colocados de tal forma que parecía realmente que simplemente estaba de pie. Así que por lo tanto, si él estaba muerto y era el monstruo. ¿Por qué el sarcófago seguía vivo?

La respuesta se la volvió a dar Jade cuando giró a Javi en el suelo para que se pusiera cabeza arriba para, posteriormente, ponerse ella encima de él. Le miró y le sonrió de nuevo. Aunque esta vez la sonrisa era diferente, no eran los dientes blancos que le había mostrado antes, ahora tenía la misma sonrisa macabra que la bestia del sarcófago… Sus ojos también cambiaron, se volvieron verdes y las pupilas se rasgaron.

Javi, al borde de la locura, simplemente emitió una sonora carcajada. Pensaba que podía anteponerse a los movimientos de la criatura, jugar a su juego y ganar, pero parece que no. Durante todo este tiempo había estado siguiendo al pie de la letra sus reglas para al final caer entre sus garras. El sarcófago en el aula de anatomía era el punto clave… Si se hubiera fijado que ni se abría ni emitía ruidos como las otras veces, hubiera podido llegar a darse cuenta de que era debido a que su propietario no estaba dentro de él.

Jade arremetió primero contra su garganta. Él no sintió apenas dolor, estaba enfrascado en sus pensamientos, maldiciendo su fortuna y tomándose como un chiste su intento de actuar como el “héroe”. Mantenía la mirada perdida mientras ella desgarraba su carne. La sangre fluía y él seguía riendo. Poco a poco su visión se emborronaba y cada vez los gruñidos y el sonido cárnico provocados por la bestia se iban haciendo más distantes. Siempre tuvo miedo de morir con un tremendo dolor, pero parece que, tal vez por la situación, no era para tanto drama. En fin…

Para que luego digan que hacer pellas sólo tiene malas consecuencias.