
Tampoco es que Javi pusiera mucho de su parte, ayer se quedó
hasta las cuatro de la mañana jugando en el ordenador. El despertador sonó a
las nueve y él se asemejaba más a un muerto viviente que a un viviente a secas.
Ahora le tocaba sufrir la penitencia de Morfeo.
Podía marcharse, por supuesto, pero había dos razones que se lo impedían: la primera era, obviamente, que estaba lloviendo y no traía paraguas alguno, puesto que esta mañana estaba completamente soleado; la segunda razón eran los remordimientos, ya que después se sentía realmente mal si se saltaba una clase, aunque el temario fuera completamente teórico. Hoy sí podía decirse que estaba encarcelado.
Podía marcharse, por supuesto, pero había dos razones que se lo impedían: la primera era, obviamente, que estaba lloviendo y no traía paraguas alguno, puesto que esta mañana estaba completamente soleado; la segunda razón eran los remordimientos, ya que después se sentía realmente mal si se saltaba una clase, aunque el temario fuera completamente teórico. Hoy sí podía decirse que estaba encarcelado.
Además, para empeorar todo un poco más, la clase estaba casi
vacía. Normalmente acudían setenta u ochenta alumnos, pero, entre que los
exámenes se acercaban y que parecía avecinarse una entrópica tormenta, hoy sólo
habían acudido veinte alumnos. Javi tenía la esperanza de que, con ese reducido
número, el profesor decidiera anular la clase, aunque tampoco conseguiría mucho
si las precipitaciones no cesaban… Desgraciadamente no se dio el caso, así que
estaban veinte alumnos, todos en primera fila, con la obligación de atender
bajo la suspicaz mirada del profesor.
Constantemente miraba su reloj. Aún quedaba bastante para
que fueran las nueve. Desde luego, la hora se estaba haciendo eterna, estaba
convencido de que su reloj tenía las baterías a punto de gastarse y por ello
los segundos de vez en cuando se paraban, no había otra explicación ante tan
tortuosa lentitud. Relatividad, nunca colaboras…
Tras quince minutos después de las ocho en punto, el
profesor decidió hacer un descanso. Pero tampoco iba a ayudar mucho eso; la
puerta del aula daba al exterior, sin techo alguno. Ninguno decidió salir
excepto el profesor, que parece que había recibido una llamada importante y
tenía que dirigirse al decanato. Al menos, con él fuera, Javi podría descansar
su mente durante unos breves instantes. Entrecruzó los brazos sobre la
superficie de su mesa y apoyó la cabeza en ellos. Cerró los ojos y se dejó
llevar por el relajante sonido de las gotas de lluvia cayendo. El confort que
sentía ahora mismo era inigualable. Intentaba mantenerse consciente para no
dormirse, pues el regreso del profesor era inminente, pero le era irremediable,
tenía demasiado sueño y estaba tan a gusto…
Abrió los ojos súbitamente. Silencio. Oscuridad. Soledad.
¿Qué había pasado? Se había dormido. ¿Cuánto tiempo? Miró su reloj y eran las
nueve menos cuarto. Aún faltaban quince minutos para que la clase acabara y ya
se habían marchado todos… Y lo que es peor: nadie se había molestado en
avisarle, ni siquiera el profesor. Con indignación recogió su archivador y sus
bolígrafos y los introdujo en su bandolera. Mientras lo hacía, no paraba de
murmurar palabras rabiosas, sin embargo se quedó enmudecido cuando el grito de
una mujer retumbó en las paredes del aula.
Al principio se rio. Seguramente estarían haciendo unas
prácticas en un aula colindante o alguna chica se habría topado con una
cucaracha; en la Facultad proliferaban considerablemente. No obstante, al abrir
la puerta, su pensamiento cómico se tornó macabro. El torso mutilado de
Alberto, un compañero suyo de clase, se hallaba frente a él, en el suelo, sin
vida, bañado en un charco armonioso de agua y sangre. Escasos metros adelante
yacían sus miembros inferiores, retorcidos entre sí, e incluso en una de sus
piernas podía verse un astillado fémur… Javi era consciente de que algún día
vería muertos frescos y heridas traumáticas, pero no esperaba que fuera tan
pronto… y menos en esa situación en concreto.
El bloqueo mental se desvaneció cuando el grito femenino de
antes volvió a sonar. Ahora que estaba fuera sabía su lugar de procedencia.
Tenía que ayudarla, ya no podía hacer nada por Alberto, lo único que hizo fue
cerrar sus ojos, que aún, tras su defunción, mantenían una expresión de una
muerte inesperada.
El grito venía del seminario de fisiología. Estaba a pocos
pasos de él. Llegó hasta la puerta y se paró en seco. No se escuchaba nada, ni
siquiera gemidos de dolor. No podía ser que alguien que hace escasos segundos
estaba gritando estrambóticamente ahora no emitiera sonido alguno por su boca.
Salvo que…
Salvo que hubiera muerto. Abrió la puerta y lo comprobó. Si
la imagen de Alberto le había impactado, en este momento no sabría explicar lo
que sentía… El aula estaba teñida casi completamente de sangre, en el suelo se
amontonaban trozos de cuerpos, hasta había brazos y piernas en las ventanas.
Era como si una bomba hubiera explotado allí mismo. Podía reconocer las
cabezas, algunas separadas del resto del cuerpo, de muchos de sus compañeros de
clase. Javi quería salir de allí, pero tenía que comprobar si alguien seguía
vivo. Todo buen sanitario ha de anteponer la salud del paciente a los miedos de
uno mismo.
Preguntó si había alguien y obtuvo respuesta de inmediato.
La voz era de mujer, la misma que gritaba, pero ahora su voz temblaba, era
débil, digna de cualquier moribundo. De entre los trozos de carne se revolvió
algo. Emergió un sangriento brazo con una contorsionada mano, las falanges sobresalían
de la piel, no tenía pulgar, así como se notaba la ausencia de dos metacarpos,
parecía que había metido la mano en un triturador de basura.
El brazo siguió elevándose y le continuó el hombro y la
cabeza, con una expresión demacrada, de Cristina, otra compañera de clase. Lo
que más le sorprendió de su rostro no fue su mirada de terror, ni las profundas
magulladuras de sus mejillas, sino la gravísima herida que tenía en su
mandíbula. No tenía piel ni músculo alguno, su maxilar inferior, rojizo, estaba
totalmente al descubierto. Javi supo de inmediato que no había salvación, en
cuestión de segundos moriría desangrada. Y así fue, tan sólo emergió de entre
los cadáveres para dedicarle su último aliento.
-No te acerques a eso…
Con su destrozada mano intentó señalar algo que se ocultaba
en la esquina más oscura del aula. En cuanto Cristina se aseguró de que Javi
había captado el mensaje, dejó caer su brazo y reposó su cabeza entre las
vísceras de otro muerto para dejar de respirar.
Sin embargo Javi no sabía bien de qué tenía que alejarse.
Fue tocando la pared para alcanzar el interruptor, pero al pulsarlo se fijó en
que había cortado la luz. Era verano, pero pronto se haría de noche, tendría
que aprovechar la escasa iluminación que ofrecía el Sol, si se acercaba un poco
a la esquina podría identificar aquello de lo que le advirtió Cristina. El
único peligro de acercarse existiría si aquello fuera un humano, pero a juzgar
por la sombra, eso parecía más bien un armario, completamente inmóvil. No
estaba vivo, por fortuna.
Agarró su móvil. Sin cobertura. Al menos podría usarlo de
linterna para iluminar un poco más el aula. Apuntó con el foco al suelo, era
casi irremediable el aplastar trozos de carne, apenas podían distinguirse las
partes del cuerpo que aplastaba, aquello se asemejaba más a una habitación
llena de carne hecha picadillo que a un aula con alumnos desmembrados.
Muchas caras parecía que le mirasen suplicando ayuda. Ramón,
David, Mar, Estela, Álvaro, Edu, Pablo… Sus restos estaban esparcidos por el
suelo. ¿Qué habría ocurrido en esta aula para que murieran todos de esta
horripilante forma? Fuera como fuera se sentía afortunado de haberse quedado
dormido, tal vez justo eso fue lo que evitó su muerte, aunque no se explicaba
el por qué. Todos estaban despiertos, podían correr, sin embargo él era el que
se encontraba más indefenso justo en ese momento. Estaba claro que esto era
obra de un psicópata, y ellos nunca dejan a nadie vivo. ¿Por qué, entonces,
había logrado sobrevivir? Quizás aproximarse a esa sombra sería precisamente el
finiquito de su buena fortuna...

Se quedó unos segundos contemplándolo, tenía unos magníficos
grabados, además de unas cuantas piedras preciosas engarzadas rodeadas de
espirales doradas. Lo único que le quitaba belleza al sarcófago eran los ojos
del faraón, los que, incluso, parecían que fijaban la mirada en Javi. Tras un
rato, cuando observó unas manchas de sangre en la base del sarcófago, volvió a
la realidad. Fue en dirección contraria para salir del seminario. Esquivó
nuevamente los cadáveres y llegó a la puerta. Pero justo antes de salir un
chirrido le hizo detenerse. Era el sonido característico de una puerta
abriéndose, aunque mucho más grave, y provenía de dentro del aula.
Se giró y vio que el sarcófago estaba menos sombrío, como
más alejado de la esquina y más cercano a Javi. Sería un efecto visual, no se
podría haber movido… Aunque eso no era lo más alarmante, lo importante era que
ahora estaba entreabierto. Activó el móvil nuevamente y enfocó el sarcófago.
Intentaba ver qué había dentro de él, pero la oscuridad era muy densa en su
interior.
No obstante algo sí que pudo ver. Una blanca y amplia
sonrisa formada por afilados dientes y un ojo felino verde como el jade. De
entre la oscuridad, ambos, el ojo y la dentición, aparecieron repentinamente de
la oscuridad. Javi se quedó gélido, pálido. Ahora comprendía el aviso de
Cristina. Tenía que escapar.
Cerró la puerta del aula y corrió lo más rápido que pudo
hasta la salida de la Facultad. Aunque fue en vano, estaba cerrado. Se acercó
veloz a conserjería para ver si había alguien. Pero nada, lo único que le
esperaba allí era un panorama similar al del seminario de fisiología: sangre y
carne por todos lados. Probó en secretaría, la cual estaba al lado de la
primera, y observó lo mismo. Parecía que Javi era el último superviviente de la
Facultad… y una bestia sedienta de sangre le perseguía.
La cabeza y el pecho comenzaron a dolerle de forma
intermitente, podía sentir su pulso, el corazón estaba a punto de estallarle,
su nivel de estrés estaba por las nubes, sobredosis de adrenalina y
noradrenalina, sus glándulas suprarrenales no daban abasto. Tal vez ese estado
aumentado de alerta podría usarlo para su propio beneficio. Tendría que buscar
una forma de escapar, o en su defecto, una forma de mantenerse con vida hasta
que alguien viniera en su ayuda, porque la opción de hacer frente a aquella
bestia estaba totalmente descartada. Se paró un momento y analizó la situación.
Quizás en la otra punta del patio de la Facultad podría hallar una salida, en
la segunda planta había una zona por la que podías saltar al tejado de las
aulas de abajo, quizás podría encontrar algo siguiendo ese camino.
Se dio la vuelta para ponerse en marcha, pero
desgraciadamente no fue muy lejos. A pocos centímetros de él se alzaba el
imponente sarcófago. Estaba cerrado, pero eso no quitaba que Javi se quedara
sin respiración. Dio dos pasos atrás y lo rodeó para después salir corriendo de
ese lugar. Mientras se alejaba pudo escuchar una risa aguda, la cual
seguramente emanaba del propio sarcófago. Aquel monstruo se mofaba de él. Giró
la esquina y observó en la pared una palabra formada por extremidades
ensangrentadas: CORRE. Al final parecía
que precisamente, por haberse quedado dormido, Javi iba a ser el que peor lo
iba a pasar mientras su depredador le acechaba… Y ahora tenía que cruzar el
aula de anatomía, tenía que pasar por el depósito de cadáveres… por si no
había visto suficientes…
Lo primero que le sorprendió al entrar fue que no se
encontraba como las otras habitaciones que había visto, esta estaba totalmente
limpia, no había sangre en las paredes ni cadáveres descuartizados en el suelo.
De hecho aquel silencio… esa tranquilidad… la atmósfera creada le asustaba más
que si se hubiera topado con la imagen aberrante que se esperaba encontrar.
Estaba claro que algo extraño pasaba. Y estaba seguro de que
las pruebas las encontraría en las bolsas que yacían en las camillas metálicas,
en cuyos interiores se hallaban muertos con un considerable grado de
descomposición. No era normal que, estando todos los cadáveres fuera de las
cámaras frigoríficas, no hubiera ninguna leve fragancia a formol.
Al acercarse a la primera camilla percibió un goteo. Se
agachó y se percató de que por una de las patas había un fino reguero de
sangre. Siguió el recorrido y llegó al tirador de la cremallera de la bolsa.
Justo debajo había un charco de sangre. Javi tragó saliva y agarró el tirador
con el índice y el pulgar de su mano izquierda. Fue abriendo lentamente la
cremallera hasta destapar la cara del difunto.

No existía razón alguna para ir abriendo todas las bolsas
una por una, pero tenía la incertidumbre de que a lo mejor había alguien que no
había muerto. En el peor de los casos llegaría el monstruo del sarcófago al
aula de anatomía, y si eso pasaba no corría mucho peligro, estaba jugando con
él, así que le dejaría escapar. Además, lo más seguro es que incluso esto de
ocultar los cuerpos fuera un juego en sí. Habría que jugar para intentar ganar.
Fue abriendo las bolsas. A veces tenía que pararse y sentarse
en el suelo varios segundos por culpa de las náuseas y las sensaciones
repulsivas que tenía al contemplar el estado de los cuerpos. Uno de los que más
le impactó fue el de un estudiante al que le habían vaciado el cráneo. Su
cuerpo estaba perfecto, pero del cráneo sólo quedaba la placa occipital, ni
había cerebro, ni cerebelo ni otras partes del encéfalo… Si no hubiera sido por
la pulsera que llevaba en la muñeca derecha, nunca habría podido reconocerle,
era Iván… Le apasionaba la anatomía y ahora descansaba en esa aula…
Finalmente sólo quedaban las cámaras frigoríficas. Comprobó
que muchas de ellas estaban vacías. ¿A dónde habían ido a parar los cadáveres
de las prácticas? Algunos de los compañeros que habían en las cámaras se
encontraba en perfectas condiciones, Javi tuvo que tomarles el pulso para ver
si de verdad estaban muertos. Por desgracia todos lo estaban….
Todos salvo una chica. Su pulsación era tremendamente baja. La sacó de inmediato de allí y la colocó en el suelo. Frotó su cuerpo para que
entrara en calor. Ella no paraba de tiritar, apenas estaba consciente. Javi
cogió una de las batas blancas que colgaban del ropero cercano a la puerta y se
la puso. Se quedó un par de minutos con ella hasta que consiguió elevar su
temperatura lo suficiente como para que pudiera hablar.
Javi no la conocía de nada, pero por su edad debería ser
estudiante de medicina también. Y así era; ella se presentó con el nombre de Jade,
dijo que no solía venir a menudo a las clases teóricas, aunque a veces, cuando
un tema a tratar en las clases le interesaba mucho, ella acudía. Hoy, desde
luego, había sido poco acertado ir a ellas… Por su lado, Javi se armó de valor
y la preguntó si sabía algo acerca de aquel misterioso sarcófago. En cuanto
mencionó esa palabra, sarcófago, a Jade le entró un escalofrío por todo el
cuerpo y abrazó a Javi. Acercó su boca a su oreja y le susurró que sabía
demasiado acerca de aquello.
Él, ahora, iba a preguntar si sabía qué era lo que había en
su interior, pero Jade le interrumpió al señalar la puerta por la que Javi
había entrado. En el cristal de la parte superior de la puerta, esa misma a la
que antes se había aproximado para coger una bata, se podía observar un rostro
asomado, mirándoles. Fueron microsegundos los que Javi tardó en reconocer el
rostro. Era el faraón, el sarcófago. No tenía idea de alguna de cómo podía
desplazarse con tanta soltura y sigilo un objeto que seguramente era bastante
pesado. De todas formas lo más preocupante no era el continente, sino el
contenido…
Ambos se levantaron del suelo y salieron del aula. Volvían
al patio exterior, el ambiente limpio y ordenado se quedaba atrás. De nuevo
sangre, de nuevo horror… Jade temblaba
ante las horrendas imágenes de profesores y estudiantes despedazados. Esa
reacción hizo que Javi la preguntara si recordaba algo antes de aparecer en la
cámara frigorífica. La respuesta le dejó de piedra. Confesó que sabía con total
certeza que había alguien más en la Facultad que permanecía vivo, y ese otro
superviviente era precisamente el causante de todo: el profesor de
fisiopatología, el que les estaba impartiendo la clase antes de que todo
comenzase. Javi no se enteró, pero la masacre se inició en esa misma aula. Tras
esa supuesta llamada, el profesor regresó cinco minutos después con su
indumentaria llena de sangre. Bloqueó la puerta y, de repente, sus brazos se
volvieron corpulentos y de color gris y sus manos se convirtieron en garras. No
hubo tiempo de reacción por parte de los estudiantes. Su brazo derecho se
desprendió de su cuerpo, como si fuera una masa viscosa, y entonces lanzó el
brazo a una fila de estudiantes. Justamente en esa fila se encontraba Javi, pero
al estar con la cabeza agachada, la trayectoria de la garra no le alcanzó. Sin
embargo, los demás no tuvieron esa suerte, fueron decapitados uno detrás de
otro. Jade, al igual que en ese momento el profesor, le dio por muerto. El
resto de la historia no tenía mucha intriga. A base de reiterados golpes
algunos consiguieron abrir la puerta, aunque no llegaron demasiado lejos…
Muchos se refugiaron en el seminario de fisiología, que se encontraba al lado,
Jade prefirió seguir a los que se dirigían al aula de anatomía. Al entrar se
encontraron con ese sarcófago. Comenzó a abrirse, y mientras se abría empezó a
salir sangre a borbotones a la par que surgían gritos de compañeros. Cuando se
abrió por completo todo se nubló y Jade perdió la consciencia, no sin antes observar
la horrible cara de aquella criatura…
Si Javi lo estaba pasando mal con lo que Jade le narraba, no
quería imaginarse cómo tuvo que sentirse ella mientras lo vivía… No podía
creerse que un profesor cometiera tal aberración contra unos jóvenes
indefensos, aunque viendo lo que ella había dicho sobre el profesor, parecía
que él tampoco era humano…
Jade terminó su historia corroborando lo que Javi había
supuesto según ella hablaba. El profesor, al igual que el monstruo del
sarcófago, tenía los ojos verdes. Era muy probable que ambos fuesen el mismo
ser. Además de la semejanza cromática, Javi y Jade, así como el resto de
estudiantes, sabían que él era conocido por su afición por la mitología
egipcia. Podrían ser meras coincidencias, pero era posible que ese monstruo se
mantuviera en una forma humana aguardando el día perfecto para dar rienda
suelta a sus instintos homicidas. La otra explicación, aún peor, era que había
dos aberraciones merodeando la Facultad, cosa que, si era cierta, podría
empeorar aún más la huida.
Y con respecto a eso, la huida, ya sólo les faltaba subir
las escaleras y recorrer un pasillo no muy largo, después sólo sería saltar al
tejado de las aulas y coger carrerilla para otro salto más amplio para así
pasar el muro y llegar a la calle. Pero la teoría, como siempre, era mucho más
sencilla que la práctica. Les costaba mucho mantener la mirada al frente con la
cantidad de muertos que veían, y, por supuesto, sabían que aquella bestia no
les permitiría escapar tan fácilmente…
Subieron las escaleras y llegaron al pasillo. En ese momento
dejaron de correr porque al final de este se erguía la figura del profesor de
fisiopatología. Estaban un poco agotados y no había otro sitio por donde salir,
pues si retrocedían, lo más probable es que se encontraran con el sarcófago.
Simplemente se quedaron de pie y esperaron su respuesta, pero tras varios
segundos el profesor seguía en la misma pose. Viendo que su muerte podía ser
inminente, se pusieron a gritarle, preguntándole por qué había hecho todo esto,
si no tenía compasión por los demás, y otras preguntas retóricas más. No
obstante, el profesor seguía ahí, mudo, sin mover ni un músculo.
Quizás eso fuera otro juego, llevarles a la locura y a la
desesperación para ver cómo reaccionaban. Al final Javi agarró fuertemente la
mano de Jade y ambos se miraron. Él explicó que la situación era crítica y que
la única salida era correr todo lo que pudieran por ese pasillo e intentar
esquivarle para saltar al tejado. Si de verdad les estaba poniendo a prueba, él
esperaría que optaran por retroceder y estar corriendo de un lugar para otro
horas y horas hasta que se cansara y les diera caza. El único as en la manga
que tenían era ese, cargar contra él, dirigirse a una posible muerte. Hicieran
lo que hicieran las probabilidades de perecer eran elevadas, pero esta
temeraria acción al menos les concedía una oportunidad de salir vivos.
Jade le miró con los ojos vidriados. Le sonrió y aceptó su
propuesta. Le devolvió el apretón en la mano y contaron hasta tres. Corrieron
hacia él lo más veloces que pudieron. Javi se fijó un momento en él, ni
siquiera así parecía inmutarse, aunque Javi lo obvió, volvió a clavar su mirada
en pequeño escalón que deberían saltar para llegar al tejado de las aulas de
abajo. Con cada paso que se acercaba le latía más y más el corazón, era como ir
por voluntad propia hacia la perdición. Ya quedaban escasos metros. Avisó a
Jade para que se preparase para el salto. Y tras diez metros llegaron a la zona
de riesgo. Javi agudizó sus reflejos por si repentinamente el profesor hacía un
movimiento brusco. Pero, afortunadamente, logró pasar, no sabía si había
intentado atraparle, pero fuera como fuera había conseguido hacerle frente. Ya
sólo quedaba lo fácil. Se impulsó con las piernas y saltó. Y entonces…
Entonces, de un tirón, se precipitó contra el suelo. No
podía ser, al parecer sí que el profesor le había agarrado. Si a él le había
interceptado yendo delante, ¿qué le habría pasado a Jade? Levantó la cabeza del
suelo y comprobó si ella se encontraba bien.
Y claro que se encontraba bien. Había sido ella precisamente
quien le había dado ese tirón. Javi, con voz temblorosa, pregunto por qué, y
ella, sin decir palabra alguna, le respondió señalando al estático profesor…
Con razón no había hecho ningún movimiento ni había dicho ninguna palabra…
Antes no lo había visto por la perspectiva, pero ahora, desde su espalda,
observaba como durante todo este tiempo el profesor había estado muerto. Estaba
empalado y con los brazos y piernas, tras el rigor mortis, colocados de tal
forma que parecía realmente que simplemente estaba de pie. Así que por lo
tanto, si él estaba muerto y era el monstruo. ¿Por qué el sarcófago seguía
vivo?
La respuesta se la volvió a dar Jade cuando giró a Javi en
el suelo para que se pusiera cabeza arriba para, posteriormente, ponerse ella
encima de él. Le miró y le sonrió de nuevo. Aunque esta vez la sonrisa era
diferente, no eran los dientes blancos que le había mostrado antes, ahora tenía
la misma sonrisa macabra que la bestia del sarcófago… Sus ojos también cambiaron,
se volvieron verdes y las pupilas se rasgaron.
Javi, al borde de la locura, simplemente emitió una sonora
carcajada. Pensaba que podía anteponerse a los movimientos de la criatura,
jugar a su juego y ganar, pero parece que no. Durante todo este tiempo había
estado siguiendo al pie de la letra sus reglas para al final caer entre sus
garras. El sarcófago en el aula de anatomía era el punto clave… Si se hubiera
fijado que ni se abría ni emitía ruidos como las otras veces, hubiera podido
llegar a darse cuenta de que era debido a que su propietario no estaba dentro
de él.

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