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Lamento del día

Mientras que yo soy un ciego que ha aceptado su propia invidencia, tú eres uno que aún cree que simplemente tiene una venda tapándole los ojos.

domingo, 12 de mayo de 2013

Sarcófago

Parecía imposible… En pleno mes de mayo y estaba lloviendo a cántaros. Pero eso no era lo peor, Javi tenía clase… Observaba a través de la ventana las gotas de agua, que incluso ellas se lo pasaban mejor que él. Definitivamente el horario de la Facultad de Medicina necesitaba unos cuantos ajustes… eran las ocho de la tarde y aún seguían allí, atendiendo a las palabras escasamente amenas del profesor.

Tampoco es que Javi pusiera mucho de su parte, ayer se quedó hasta las cuatro de la mañana jugando en el ordenador. El despertador sonó a las nueve y él se asemejaba más a un muerto viviente que a un viviente a secas. Ahora le tocaba sufrir la penitencia de Morfeo.

Podía marcharse, por supuesto, pero había dos razones que se lo impedían: la primera era, obviamente, que estaba lloviendo y no traía paraguas alguno, puesto que esta mañana estaba completamente soleado; la segunda razón eran los remordimientos, ya que después se sentía realmente mal si se saltaba una clase, aunque el temario fuera completamente teórico. Hoy sí podía decirse que estaba encarcelado.

Además, para empeorar todo un poco más, la clase estaba casi vacía. Normalmente acudían setenta u ochenta alumnos, pero, entre que los exámenes se acercaban y que parecía avecinarse una entrópica tormenta, hoy sólo habían acudido veinte alumnos. Javi tenía la esperanza de que, con ese reducido número, el profesor decidiera anular la clase, aunque tampoco conseguiría mucho si las precipitaciones no cesaban… Desgraciadamente no se dio el caso, así que estaban veinte alumnos, todos en primera fila, con la obligación de atender bajo la suspicaz mirada del profesor.

Constantemente miraba su reloj. Aún quedaba bastante para que fueran las nueve. Desde luego, la hora se estaba haciendo eterna, estaba convencido de que su reloj tenía las baterías a punto de gastarse y por ello los segundos de vez en cuando se paraban, no había otra explicación ante tan tortuosa lentitud. Relatividad, nunca colaboras…

Tras quince minutos después de las ocho en punto, el profesor decidió hacer un descanso. Pero tampoco iba a ayudar mucho eso; la puerta del aula daba al exterior, sin techo alguno. Ninguno decidió salir excepto el profesor, que parece que había recibido una llamada importante y tenía que dirigirse al decanato. Al menos, con él fuera, Javi podría descansar su mente durante unos breves instantes. Entrecruzó los brazos sobre la superficie de su mesa y apoyó la cabeza en ellos. Cerró los ojos y se dejó llevar por el relajante sonido de las gotas de lluvia cayendo. El confort que sentía ahora mismo era inigualable. Intentaba mantenerse consciente para no dormirse, pues el regreso del profesor era inminente, pero le era irremediable, tenía demasiado sueño y estaba tan a gusto…

Abrió los ojos súbitamente. Silencio. Oscuridad. Soledad. ¿Qué había pasado? Se había dormido. ¿Cuánto tiempo? Miró su reloj y eran las nueve menos cuarto. Aún faltaban quince minutos para que la clase acabara y ya se habían marchado todos… Y lo que es peor: nadie se había molestado en avisarle, ni siquiera el profesor. Con indignación recogió su archivador y sus bolígrafos y los introdujo en su bandolera. Mientras lo hacía, no paraba de murmurar palabras rabiosas, sin embargo se quedó enmudecido cuando el grito de una mujer retumbó en las paredes del aula.

Al principio se rio. Seguramente estarían haciendo unas prácticas en un aula colindante o alguna chica se habría topado con una cucaracha; en la Facultad proliferaban considerablemente. No obstante, al abrir la puerta, su pensamiento cómico se tornó macabro. El torso mutilado de Alberto, un compañero suyo de clase, se hallaba frente a él, en el suelo, sin vida, bañado en un charco armonioso de agua y sangre. Escasos metros adelante yacían sus miembros inferiores, retorcidos entre sí, e incluso en una de sus piernas podía verse un astillado fémur… Javi era consciente de que algún día vería muertos frescos y heridas traumáticas, pero no esperaba que fuera tan pronto… y menos en esa situación en concreto.

El bloqueo mental se desvaneció cuando el grito femenino de antes volvió a sonar. Ahora que estaba fuera sabía su lugar de procedencia. Tenía que ayudarla, ya no podía hacer nada por Alberto, lo único que hizo fue cerrar sus ojos, que aún, tras su defunción, mantenían una expresión de una muerte inesperada.

El grito venía del seminario de fisiología. Estaba a pocos pasos de él. Llegó hasta la puerta y se paró en seco. No se escuchaba nada, ni siquiera gemidos de dolor. No podía ser que alguien que hace escasos segundos estaba gritando estrambóticamente ahora no emitiera sonido alguno por su boca. Salvo que…

Salvo que hubiera muerto. Abrió la puerta y lo comprobó. Si la imagen de Alberto le había impactado, en este momento no sabría explicar lo que sentía… El aula estaba teñida casi completamente de sangre, en el suelo se amontonaban trozos de cuerpos, hasta había brazos y piernas en las ventanas. Era como si una bomba hubiera explotado allí mismo. Podía reconocer las cabezas, algunas separadas del resto del cuerpo, de muchos de sus compañeros de clase. Javi quería salir de allí, pero tenía que comprobar si alguien seguía vivo. Todo buen sanitario ha de anteponer la salud del paciente a los miedos de uno mismo.

Preguntó si había alguien y obtuvo respuesta de inmediato. La voz era de mujer, la misma que gritaba, pero ahora su voz temblaba, era débil, digna de cualquier moribundo. De entre los trozos de carne se revolvió algo. Emergió un sangriento brazo con una contorsionada mano, las falanges sobresalían de la piel, no tenía pulgar, así como se notaba la ausencia de dos metacarpos, parecía que había metido la mano en un triturador de basura.

El brazo siguió elevándose y le continuó el hombro y la cabeza, con una expresión demacrada, de Cristina, otra compañera de clase. Lo que más le sorprendió de su rostro no fue su mirada de terror, ni las profundas magulladuras de sus mejillas, sino la gravísima herida que tenía en su mandíbula. No tenía piel ni músculo alguno, su maxilar inferior, rojizo, estaba totalmente al descubierto. Javi supo de inmediato que no había salvación, en cuestión de segundos moriría desangrada. Y así fue, tan sólo emergió de entre los cadáveres para dedicarle su último aliento.

-No te acerques a eso…

Con su destrozada mano intentó señalar algo que se ocultaba en la esquina más oscura del aula. En cuanto Cristina se aseguró de que Javi había captado el mensaje, dejó caer su brazo y reposó su cabeza entre las vísceras de otro muerto para dejar de respirar.

Sin embargo Javi no sabía bien de qué tenía que alejarse. Fue tocando la pared para alcanzar el interruptor, pero al pulsarlo se fijó en que había cortado la luz. Era verano, pero pronto se haría de noche, tendría que aprovechar la escasa iluminación que ofrecía el Sol, si se acercaba un poco a la esquina podría identificar aquello de lo que le advirtió Cristina. El único peligro de acercarse existiría si aquello fuera un humano, pero a juzgar por la sombra, eso parecía más bien un armario, completamente inmóvil. No estaba vivo, por fortuna.

Agarró su móvil. Sin cobertura. Al menos podría usarlo de linterna para iluminar un poco más el aula. Apuntó con el foco al suelo, era casi irremediable el aplastar trozos de carne, apenas podían distinguirse las partes del cuerpo que aplastaba, aquello se asemejaba más a una habitación llena de carne hecha picadillo que a un aula con alumnos desmembrados.

Muchas caras parecía que le mirasen suplicando ayuda. Ramón, David, Mar, Estela, Álvaro, Edu, Pablo… Sus restos estaban esparcidos por el suelo. ¿Qué habría ocurrido en esta aula para que murieran todos de esta horripilante forma? Fuera como fuera se sentía afortunado de haberse quedado dormido, tal vez justo eso fue lo que evitó su muerte, aunque no se explicaba el por qué. Todos estaban despiertos, podían correr, sin embargo él era el que se encontraba más indefenso justo en ese momento. Estaba claro que esto era obra de un psicópata, y ellos nunca dejan a nadie vivo. ¿Por qué, entonces, había logrado sobrevivir? Quizás aproximarse a esa sombra sería precisamente el finiquito de su buena fortuna...

Cuando la luz del móvil alcanzó el objeto pudo comprobar que aquello era lo más extraño y lo menos acorde con la Facultad. Nada más y nada menos que un sarcófago. Estaba bañado en oro y tenía pintado en él la cara de un faraón. La expresión de este era tranquila, y sin embargo transmitía una sensación sobrecogedora.

Se quedó unos segundos contemplándolo, tenía unos magníficos grabados, además de unas cuantas piedras preciosas engarzadas rodeadas de espirales doradas. Lo único que le quitaba belleza al sarcófago eran los ojos del faraón, los que, incluso, parecían que fijaban la mirada en Javi. Tras un rato, cuando observó unas manchas de sangre en la base del sarcófago, volvió a la realidad. Fue en dirección contraria para salir del seminario. Esquivó nuevamente los cadáveres y llegó a la puerta. Pero justo antes de salir un chirrido le hizo detenerse. Era el sonido característico de una puerta abriéndose, aunque mucho más grave, y provenía de dentro del aula.

Se giró y vio que el sarcófago estaba menos sombrío, como más alejado de la esquina y más cercano a Javi. Sería un efecto visual, no se podría haber movido… Aunque eso no era lo más alarmante, lo importante era que ahora estaba entreabierto. Activó el móvil nuevamente y enfocó el sarcófago. Intentaba ver qué había dentro de él, pero la oscuridad era muy densa en su interior.

No obstante algo sí que pudo ver. Una blanca y amplia sonrisa formada por afilados dientes y un ojo felino verde como el jade. De entre la oscuridad, ambos, el ojo y la dentición, aparecieron repentinamente de la oscuridad. Javi se quedó gélido, pálido. Ahora comprendía el aviso de Cristina. Tenía que escapar.

Cerró la puerta del aula y corrió lo más rápido que pudo hasta la salida de la Facultad. Aunque fue en vano, estaba cerrado. Se acercó veloz a conserjería para ver si había alguien. Pero nada, lo único que le esperaba allí era un panorama similar al del seminario de fisiología: sangre y carne por todos lados. Probó en secretaría, la cual estaba al lado de la primera, y observó lo mismo. Parecía que Javi era el último superviviente de la Facultad… y una bestia sedienta de sangre le perseguía.

La cabeza y el pecho comenzaron a dolerle de forma intermitente, podía sentir su pulso, el corazón estaba a punto de estallarle, su nivel de estrés estaba por las nubes, sobredosis de adrenalina y noradrenalina, sus glándulas suprarrenales no daban abasto. Tal vez ese estado aumentado de alerta podría usarlo para su propio beneficio. Tendría que buscar una forma de escapar, o en su defecto, una forma de mantenerse con vida hasta que alguien viniera en su ayuda, porque la opción de hacer frente a aquella bestia estaba totalmente descartada. Se paró un momento y analizó la situación. Quizás en la otra punta del patio de la Facultad podría hallar una salida, en la segunda planta había una zona por la que podías saltar al tejado de las aulas de abajo, quizás podría encontrar algo siguiendo ese camino.

Se dio la vuelta para ponerse en marcha, pero desgraciadamente no fue muy lejos. A pocos centímetros de él se alzaba el imponente sarcófago. Estaba cerrado, pero eso no quitaba que Javi se quedara sin respiración. Dio dos pasos atrás y lo rodeó para después salir corriendo de ese lugar. Mientras se alejaba pudo escuchar una risa aguda, la cual seguramente emanaba del propio sarcófago. Aquel monstruo se mofaba de él. Giró la esquina y observó en la pared una palabra formada por extremidades ensangrentadas: CORRE. Al final parecía que precisamente, por haberse quedado dormido, Javi iba a ser el que peor lo iba a pasar mientras su depredador le acechaba… Y ahora tenía que cruzar el aula de anatomía, tenía que pasar por el depósito de cadáveres… por si no había visto suficientes…

Lo primero que le sorprendió al entrar fue que no se encontraba como las otras habitaciones que había visto, esta estaba totalmente limpia, no había sangre en las paredes ni cadáveres descuartizados en el suelo. De hecho aquel silencio… esa tranquilidad… la atmósfera creada le asustaba más que si se hubiera topado con la imagen aberrante que se esperaba encontrar.

Estaba claro que algo extraño pasaba. Y estaba seguro de que las pruebas las encontraría en las bolsas que yacían en las camillas metálicas, en cuyos interiores se hallaban muertos con un considerable grado de descomposición. No era normal que, estando todos los cadáveres fuera de las cámaras frigoríficas, no hubiera ninguna leve fragancia a formol.

Al acercarse a la primera camilla percibió un goteo. Se agachó y se percató de que por una de las patas había un fino reguero de sangre. Siguió el recorrido y llegó al tirador de la cremallera de la bolsa. Justo debajo había un charco de sangre. Javi tragó saliva y agarró el tirador con el índice y el pulgar de su mano izquierda. Fue abriendo lentamente la cremallera hasta destapar la cara del difunto.

Esa cara no pertenecía a los muertos de la cámara, estaba fresco, lo habían metido hace poco ahí. Siguió descendiendo el tirador y observó horripilado como su abdomen y su tórax habían sido vaciados completamente. No sabía quién era ese desafortunado, pero a juzgar por la forma en la que había muerto, seguramente era otro alumno. No habían dejado víscera alguna, como si se tratara de extraer la pulpa de una calabaza, completamente limpio. Ahora lo entendía. En esa sala también había cadáveres, pero estaban metidos en bolsas…

No existía razón alguna para ir abriendo todas las bolsas una por una, pero tenía la incertidumbre de que a lo mejor había alguien que no había muerto. En el peor de los casos llegaría el monstruo del sarcófago al aula de anatomía, y si eso pasaba no corría mucho peligro, estaba jugando con él, así que le dejaría escapar. Además, lo más seguro es que incluso esto de ocultar los cuerpos fuera un juego en sí. Habría que jugar para intentar ganar.

Fue abriendo las bolsas. A veces tenía que pararse y sentarse en el suelo varios segundos por culpa de las náuseas y las sensaciones repulsivas que tenía al contemplar el estado de los cuerpos. Uno de los que más le impactó fue el de un estudiante al que le habían vaciado el cráneo. Su cuerpo estaba perfecto, pero del cráneo sólo quedaba la placa occipital, ni había cerebro, ni cerebelo ni otras partes del encéfalo… Si no hubiera sido por la pulsera que llevaba en la muñeca derecha, nunca habría podido reconocerle, era Iván… Le apasionaba la anatomía y ahora descansaba en esa aula…

Finalmente sólo quedaban las cámaras frigoríficas. Comprobó que muchas de ellas estaban vacías. ¿A dónde habían ido a parar los cadáveres de las prácticas? Algunos de los compañeros que habían en las cámaras se encontraba en perfectas condiciones, Javi tuvo que tomarles el pulso para ver si de verdad estaban muertos. Por desgracia todos lo estaban….

Todos salvo una chica. Su pulsación era tremendamente baja. La sacó de inmediato de allí y la colocó en el suelo. Frotó su cuerpo para que entrara en calor. Ella no paraba de tiritar, apenas estaba consciente. Javi cogió una de las batas blancas que colgaban del ropero cercano a la puerta y se la puso. Se quedó un par de minutos con ella hasta que consiguió elevar su temperatura lo suficiente como para que pudiera hablar.

Javi no la conocía de nada, pero por su edad debería ser estudiante de medicina también. Y así era; ella se presentó con el nombre de Jade, dijo que no solía venir a menudo a las clases teóricas, aunque a veces, cuando un tema a tratar en las clases le interesaba mucho, ella acudía. Hoy, desde luego, había sido poco acertado ir a ellas… Por su lado, Javi se armó de valor y la preguntó si sabía algo acerca de aquel misterioso sarcófago. En cuanto mencionó esa palabra, sarcófago, a Jade le entró un escalofrío por todo el cuerpo y abrazó a Javi. Acercó su boca a su oreja y le susurró que sabía demasiado acerca de aquello.

Él, ahora, iba a preguntar si sabía qué era lo que había en su interior, pero Jade le interrumpió al señalar la puerta por la que Javi había entrado. En el cristal de la parte superior de la puerta, esa misma a la que antes se había aproximado para coger una bata, se podía observar un rostro asomado, mirándoles. Fueron microsegundos los que Javi tardó en reconocer el rostro. Era el faraón, el sarcófago. No tenía idea de alguna de cómo podía desplazarse con tanta soltura y sigilo un objeto que seguramente era bastante pesado. De todas formas lo más preocupante no era el continente, sino el contenido…

Ambos se levantaron del suelo y salieron del aula. Volvían al patio exterior, el ambiente limpio y ordenado se quedaba atrás. De nuevo sangre, de nuevo horror…  Jade temblaba ante las horrendas imágenes de profesores y estudiantes despedazados. Esa reacción hizo que Javi la preguntara si recordaba algo antes de aparecer en la cámara frigorífica. La respuesta le dejó de piedra. Confesó que sabía con total certeza que había alguien más en la Facultad que permanecía vivo, y ese otro superviviente era precisamente el causante de todo: el profesor de fisiopatología, el que les estaba impartiendo la clase antes de que todo comenzase. Javi no se enteró, pero la masacre se inició en esa misma aula. Tras esa supuesta llamada, el profesor regresó cinco minutos después con su indumentaria llena de sangre. Bloqueó la puerta y, de repente, sus brazos se volvieron corpulentos y de color gris y sus manos se convirtieron en garras. No hubo tiempo de reacción por parte de los estudiantes. Su brazo derecho se desprendió de su cuerpo, como si fuera una masa viscosa, y entonces lanzó el brazo a una fila de estudiantes. Justamente en esa fila se encontraba Javi, pero al estar con la cabeza agachada, la trayectoria de la garra no le alcanzó. Sin embargo, los demás no tuvieron esa suerte, fueron decapitados uno detrás de otro. Jade, al igual que en ese momento el profesor, le dio por muerto. El resto de la historia no tenía mucha intriga. A base de reiterados golpes algunos consiguieron abrir la puerta, aunque no llegaron demasiado lejos… Muchos se refugiaron en el seminario de fisiología, que se encontraba al lado, Jade prefirió seguir a los que se dirigían al aula de anatomía. Al entrar se encontraron con ese sarcófago. Comenzó a abrirse, y mientras se abría empezó a salir sangre a borbotones a la par que surgían gritos de compañeros. Cuando se abrió por completo todo se nubló y Jade perdió la consciencia, no sin antes observar la horrible cara de aquella criatura…

Si Javi lo estaba pasando mal con lo que Jade le narraba, no quería imaginarse cómo tuvo que sentirse ella mientras lo vivía… No podía creerse que un profesor cometiera tal aberración contra unos jóvenes indefensos, aunque viendo lo que ella había dicho sobre el profesor, parecía que él tampoco era humano…

Jade terminó su historia corroborando lo que Javi había supuesto según ella hablaba. El profesor, al igual que el monstruo del sarcófago, tenía los ojos verdes. Era muy probable que ambos fuesen el mismo ser. Además de la semejanza cromática, Javi y Jade, así como el resto de estudiantes, sabían que él era conocido por su afición por la mitología egipcia. Podrían ser meras coincidencias, pero era posible que ese monstruo se mantuviera en una forma humana aguardando el día perfecto para dar rienda suelta a sus instintos homicidas. La otra explicación, aún peor, era que había dos aberraciones merodeando la Facultad, cosa que, si era cierta, podría empeorar aún más la huida.

Y con respecto a eso, la huida, ya sólo les faltaba subir las escaleras y recorrer un pasillo no muy largo, después sólo sería saltar al tejado de las aulas y coger carrerilla para otro salto más amplio para así pasar el muro y llegar a la calle. Pero la teoría, como siempre, era mucho más sencilla que la práctica. Les costaba mucho mantener la mirada al frente con la cantidad de muertos que veían, y, por supuesto, sabían que aquella bestia no les permitiría escapar tan fácilmente…

Subieron las escaleras y llegaron al pasillo. En ese momento dejaron de correr porque al final de este se erguía la figura del profesor de fisiopatología. Estaban un poco agotados y no había otro sitio por donde salir, pues si retrocedían, lo más probable es que se encontraran con el sarcófago. Simplemente se quedaron de pie y esperaron su respuesta, pero tras varios segundos el profesor seguía en la misma pose. Viendo que su muerte podía ser inminente, se pusieron a gritarle, preguntándole por qué había hecho todo esto, si no tenía compasión por los demás, y otras preguntas retóricas más. No obstante, el profesor seguía ahí, mudo, sin mover ni un músculo.

Quizás eso fuera otro juego, llevarles a la locura y a la desesperación para ver cómo reaccionaban. Al final Javi agarró fuertemente la mano de Jade y ambos se miraron. Él explicó que la situación era crítica y que la única salida era correr todo lo que pudieran por ese pasillo e intentar esquivarle para saltar al tejado. Si de verdad les estaba poniendo a prueba, él esperaría que optaran por retroceder y estar corriendo de un lugar para otro horas y horas hasta que se cansara y les diera caza. El único as en la manga que tenían era ese, cargar contra él, dirigirse a una posible muerte. Hicieran lo que hicieran las probabilidades de perecer eran elevadas, pero esta temeraria acción al menos les concedía una oportunidad de salir vivos.

Jade le miró con los ojos vidriados. Le sonrió y aceptó su propuesta. Le devolvió el apretón en la mano y contaron hasta tres. Corrieron hacia él lo más veloces que pudieron. Javi se fijó un momento en él, ni siquiera así parecía inmutarse, aunque Javi lo obvió, volvió a clavar su mirada en pequeño escalón que deberían saltar para llegar al tejado de las aulas de abajo. Con cada paso que se acercaba le latía más y más el corazón, era como ir por voluntad propia hacia la perdición. Ya quedaban escasos metros. Avisó a Jade para que se preparase para el salto. Y tras diez metros llegaron a la zona de riesgo. Javi agudizó sus reflejos por si repentinamente el profesor hacía un movimiento brusco. Pero, afortunadamente, logró pasar, no sabía si había intentado atraparle, pero fuera como fuera había conseguido hacerle frente. Ya sólo quedaba lo fácil. Se impulsó con las piernas y saltó. Y entonces…

Entonces, de un tirón, se precipitó contra el suelo. No podía ser, al parecer sí que el profesor le había agarrado. Si a él le había interceptado yendo delante, ¿qué le habría pasado a Jade? Levantó la cabeza del suelo y comprobó si ella se encontraba bien.

Y claro que se encontraba bien. Había sido ella precisamente quien le había dado ese tirón. Javi, con voz temblorosa, pregunto por qué, y ella, sin decir palabra alguna, le respondió señalando al estático profesor… Con razón no había hecho ningún movimiento ni había dicho ninguna palabra… Antes no lo había visto por la perspectiva, pero ahora, desde su espalda, observaba como durante todo este tiempo el profesor había estado muerto. Estaba empalado y con los brazos y piernas, tras el rigor mortis, colocados de tal forma que parecía realmente que simplemente estaba de pie. Así que por lo tanto, si él estaba muerto y era el monstruo. ¿Por qué el sarcófago seguía vivo?

La respuesta se la volvió a dar Jade cuando giró a Javi en el suelo para que se pusiera cabeza arriba para, posteriormente, ponerse ella encima de él. Le miró y le sonrió de nuevo. Aunque esta vez la sonrisa era diferente, no eran los dientes blancos que le había mostrado antes, ahora tenía la misma sonrisa macabra que la bestia del sarcófago… Sus ojos también cambiaron, se volvieron verdes y las pupilas se rasgaron.

Javi, al borde de la locura, simplemente emitió una sonora carcajada. Pensaba que podía anteponerse a los movimientos de la criatura, jugar a su juego y ganar, pero parece que no. Durante todo este tiempo había estado siguiendo al pie de la letra sus reglas para al final caer entre sus garras. El sarcófago en el aula de anatomía era el punto clave… Si se hubiera fijado que ni se abría ni emitía ruidos como las otras veces, hubiera podido llegar a darse cuenta de que era debido a que su propietario no estaba dentro de él.

Jade arremetió primero contra su garganta. Él no sintió apenas dolor, estaba enfrascado en sus pensamientos, maldiciendo su fortuna y tomándose como un chiste su intento de actuar como el “héroe”. Mantenía la mirada perdida mientras ella desgarraba su carne. La sangre fluía y él seguía riendo. Poco a poco su visión se emborronaba y cada vez los gruñidos y el sonido cárnico provocados por la bestia se iban haciendo más distantes. Siempre tuvo miedo de morir con un tremendo dolor, pero parece que, tal vez por la situación, no era para tanto drama. En fin…

Para que luego digan que hacer pellas sólo tiene malas consecuencias.

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