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Lamento del día

Mientras que yo soy un ciego que ha aceptado su propia invidencia, tú eres uno que aún cree que simplemente tiene una venda tapándole los ojos.

jueves, 31 de octubre de 2013

Especial Halloween: Cosplay

La noche se presentaba acorde con la fecha. Una densa niebla asfixiaba aquel frondoso paisaje. Apenas podía verse la Luna, sólo se percibía un reflejo blanquecino que rebotaba por toda aquella atmósfera ceniza. El silencio se extinguía con cada risa y grito que las personas hacían. Cientos de farolas apuñalaban la niebla emitiendo débiles focos de luz que presentaban un severo peligro para los bromistas noctámbulos. Algún que otro murciélago revoloteaba por el cielo cazando vampiros insectoides. El olor a humedad se impregnaba en las fosas nasales de los allegados a la celebración santificada. El maquillaje, los disfraces, todo convergía en una gustosa incomodidad que emulaba a una soga de espinas en el cuello. La mezcolanza perfecta que mostraba distante tu óbito y, no obstante, enviaba a tu cerebro la suficiente adrenalina para mantenerte alerta. Hoy no se discriminaba: las bromas mataban, y la muerte era una broma. Hoy era Halloween.

Cuatro amigos eran los que hoy, con ansias, se preparaban en sus casas para la gran noche. Sus manos temblaban, poniendo en peligro sus ideas cosméticas. Parecería exagerada tamaña excitación, pero este año era especial. Por causas mayores nunca consiguieron celebrar Halloween juntos, ya fuera por trabajos de clase, una enfermedad propia o de un familiar o algo de semejante calibre. Como amantes de lo macabro, esto era una angustiosa tortura que debía llegar a su fin. Así que pusieron de su parte y se esforzaron para que, aquello que pudieran impedir, no les obstaculizase el disfrute de la despedida del décimo mes.

Lo consiguieron, y los planes de la noche acumulaban todas esas ideas atrasadas de otros años que a priori quedaron en el olvido. No importaba a qué hora llegarían a sus casas. Trescientos sesenta y cinco días al año, sólo uno merecía la pena, lo iban a exprimir al máximo. Lo único que les detendría sería el amanecer, señal de que los muertos han de volver al camposanto, por lo que la noche sería disfrutada en su totalidad. Tenían tiempo de sobra.

El reloj marcó las diez de la noche. Tres de ellos ya estaban en el punto de reunión, un aparcamiento lleno de árboles carentes de hojas en el cual siempre quedaban. Era perfecto a estas horas, la oscuridad imponía su umbría ley y tan sólo asomaban tímidamente las iluminaciones de dos altas farolas situadas en el centro.

-Espero que llegue pronto, cada minuto es crucial –dijo Gema mientras daba suaves patadas a las minúsculas piedras del terreno –.

-Calma –clamó Héctor –. Es el único de los cuatro que se tiene que maquillar el rostro. Hay que pagar un precio por ser la Muerte.

-Lo dice el que estuvo un día entero confeccionando un gran bastón con dos pesados platillos en uno de los extremos –contestó ella –.

-Soy el Hambre, hay que mantener un margen de perfección. Y no era plan de ir con una simple balanza por la calle como si fuera el mercader de la esquina.

-Bueno, haya paz –intervino Verónica –. Hay oscuridad para rato. Que los nervios no nos estropeen la noche. Además, es bien sabido que la Muerte a veces se retrasa…

Ambos asintieron y continuaron admirando el tenebroso paisaje que sus ojos conseguían apreciar entre la densa penumbra. Sin embargo, bajo las expectativas de que lo único que les acompañaba era una multitud de objetos inanimados, Gema percibió, al lado de un lejano árbol, la silueta de una persona oculta tras prendas oscuras.

-Ey, mirad a ese –alertó ella –. Parece que nos vigila.

-O a lo mejor está esperando a algún que otro amigo, ¿no crees? –refutó Verónica –.

-Nah… Mi teoría es más acorde con esta fecha… ¡Eh! –dijo alzando la voz para que el desconocido la escuchara –. ¿¡Truco o trato?!

-Por favor, Gema. Te estás tomando en serio el papel de Guerra, ¿eh? Mira que te gustan los conflictos –afirmó Héctor –.

-Aburridos –refunfuñó Gema –. Espero que, cuando el Cuarto Jinete llegue, no sigáis así de reprimidos. Hay que desatar el Apocalipsis.

-¿Alguien dijo Apocalipsis? Que cuente con mi guadaña.

Era Marcos, acababa de llegar. Realmente se había maquillado de forma distinta, al resto de Parcas que rondarían por las calles esa noche. No pretendía emular una calavera, simplemente se había pintado de blanco toda la cara, excepto las periferias de los ojos y los labios, los cuales presentaban un negro azabache. Junto con eso, decenas de líneas negras, emergiendo de los labios y los ojos, simulando vasos sanguíneos repletos de sangre oscura, daban el toque final a un aspecto insidioso.

-Pues bien, ahora que estamos todos, marchemos –propuso Héctor –.

-¿Cuál es la primera zona a visitar? –preguntó Marcos –.

-A ver, en la Avenida Los Santos todos los bares dan un chupito gratis si vas disfrazado hasta las once de la noche. Los hay sin alcohol. Creo que es el primer sitio al que deberíamos ir.

-Concuerdo, Héctor –sentenció Verónica –. Vayamos rápido y luego ya concretaremos el trayecto con más calma.

Los Cuatro Jinetes se pusieron en marcha. A la cabeza iba Verónica, con su larga toga blanca. Llevaba un sombrero de ala ancha y un pañuelo que la cubría la parte superior de la cara hasta la nariz, así como un parche en su ojo derecho. Todo ello también de un color blanco nuclear. A la espalda portaba un carcaj grisáceo con seis palos que imitaban flechas. Por último, sujetaba con su mano derecha un arco del mismo color que el contenedor arquero.

La seguían Héctor, con su bastón y un hábito de monje pintado con runas negras. Encapuchado, apenas se le veían los ojos. Y Gema, que llevaba una armadura completa, a excepción del yelmo. En sustitución, una especie de collarín de metal envolvía toda su quijada. Asimismo, le daba el toque final al disfraz con una gran capa roja que alcanzaba el suelo y una “pesada” espada negra con líneas verticales rojas de poliestireno que presentaba, dibujadas, numerosas calaveras de facción agresiva.

Y no muy atrás, Marcos, que, junto con su maquillaje y su guadaña de plástico, vestía una túnica negra abierta, la cual mostraba una camiseta negra con una frase de color blanco: Memento Mori.

Cada vez que se cruzaban con alguien y este les miraba fascinado, ellos, irremediablemente, sonreían. Demasiada euforia contenida, hoy se sentían libres de vestir como les diera la gana sin que nadie les tratara como locos. Siempre les hubiera encantado poder ir disfrazados cuando les apeteciera, sin necesidad de regirse por las fechas de un calendario, pero por desgracia este mundo estaba oprimido por una formalidad estipulada por falsarios. Habría que conformarse con esas horas que, aunque pocas, eran agradecidas en su totalidad.

A mitad de camino hacia la avenida, Gema tuvo un presentimiento. Entre las conversaciones, las risas y sus pasos había algo descoordinado. Unos sonidos de percusión ajenos a su entorno, cercanos. Otros pasos, sí, pero no eran los de ningún Jinete. Se giró de inmediato y se dio cuenta de que, a escasos metros de ellos, estaba aquel desconocido. Era el mismo, lo sabía, presentaba una idéntica silueta, aunque esta vez, por la iluminación, pudo reconocerle mejor. Era alguien que se había disfrazado de manera muy singular. Llevaba un mono gris, guantes negros de cuero y botas también negras. De las regiones de las muñecas y los tobillos sobresalían algunas hebras de paja. Finalmente, su cabeza estaba tapada con un saco marrón con un botón en la región del ojo izquierdo, y una línea curva deshilachada que señalaba una boca alegre. Una soga rodeaba su cuello.

-A ver –dijo Gema malhumorada –. ¿Quieres algo?

El desconocido no contestó.

-Déjale –imperó Héctor –. A lo mejor va al mismo lugar que nosotros.

-No. Nos está siguiendo. Primero en el aparcamiento se suponía que esperaba a alguien. Y ahora, casualmente, justo cuando nos vamos nosotros, él opta por ir a Los Santos. ¿No es raro?

-Mera coincidencia –sugirió Verónica –. Puede que le hayan dicho sus amigos que ya le esperan allí… No seas conspiranoica, anda. Díselo tú, chico, ¿a que no nos sigues?

Permaneció en su mutismo, aunque esta vez ladeó la cabeza.

-¿Lo ves? –señaló ella –. Gema, de verdad, me gustaría saber todo lo que pasa por tu cabecita. Y, además, si se diera el caso de que nos sigue, mejor. Uno más que se une a la diversión.

-Está bien –suspiró Gema –. Sin embargo, chico, te pido que te adelantes a nosotros o que vayas por la otra acera. Estas cosas me alteran demasiado.

Este simplemente se encogió de hombros.

Los Cuatro prosiguieron. No obstante, al cabo de varios segundos, a Gema le volvió a dar por mirar atrás. Efectivamente, tal y como pensaba, les había hecho caso omiso. Seguía tras sus pasos. Así que se detuvo y le volvió a pedir que fuera por la acera paralela. Al seguir, como única respuesta, con su silencio, la furia se encendió en ella. Tomó aire y se intentó calmar. A lo mejor esta vez les haría caso. Volvió con el resto y esperó unos cuantos segundos más para ver si persistía con su desobediencia.

Obviamente, ignoró a Gema y continuó siguiéndoles. Ella no pudo aguantar más. Metida claramente en el papel de la Guerra, una rabia belicosa la invadió. Arremetió contra él, le agarró del cuello y comenzó a gritarle.

-¡Por última vez! –le advirtió –. ¡Vete por otro camino, déjanos en paz! Quizá esta espada no haga daño, pero mis puños sí, y a lo mejor decido mejorar tu disfraz con sangre. Como sigas así voy a…

Sus amenazas fueron interrumpidas. Todo se paró. Los otros tres estaban confusos, ¿qué había ocurrido? Fue entonces cuando Gema tiró la espada al suelo y se llevó ambas manos a su abdomen. Se giró hacia sus amigos, en busca de ayuda, con un cuchillo incrustado en su tripa liberando incesantes flujos de sangre. Esto no era una broma, era real, el desconocido acababa de apuñalarla y la hemorragia masiva pronosticaba una imposible salvación. En breves segundos caería al suelo, inconsciente, para, poco después, morir desangrada.

No sabían cómo reaccionar, ni siquiera sus cerebros les permitían gritar. Paralizados, sólo pudieron observar a Gema morir. Mientras tanto el extraño también seguía con la mirada todos sus moribundos movimientos. Una vez que ya yacía en el suelo, se arrodilló y la extrajo el cuchillo. Volvió a incorporarse y miró al resto. Esperó un momento a que los tres entraran en contacto visual también con él y justo entonces volteó la cabeza hacia la izquierda. No tenían otra, claramente no era alguien que simulaba ser un asesino, lo era de verdad. Por lo tanto, tenían que correr hacia la muchedumbre. En público se encontrarían a salvo. Era irónico que, incluso matando la propia Guerra, un violento conflicto siguiera en pie, pisando los talones a los Tres Jinetes restantes.

-¡Hijo de la gran puta, voy a matarte!

Aunque la primera reacción del resto fuera escapar, uno de ellos remitió esos sentimientos, los hizo desaparecer, y los sustituyó por sed de venganza. Héctor, siendo el más calmado del grupo, ahora mostraba una faceta nunca vista antes. Ver a su mejor amiga morir de esa manera, sin apenas poder defenderse, le había otorgado la fuerza que necesitaba. Ya no se regía por las leyes, ni por la moral, el único objetivo que oscilaba en su cabeza era el de la muerte. Partió su bastón en dos y eligió el extremo cortado más punzante, del que pendía la balanza. Mantuvo atrás a los otros dos y cargó contra el extraño.

Repetidas veces trató de atravesarle con el bastón, pero siempre esquivaba los golpes. Ni siquiera atacaba, como si quisiera evadir a toda costa el contacto físico. Mientras tanto, Verónica y Marcos optaron por ir a ayudar, lo mejor sería reducirle.

Sin embargo, cuando ellos entraron en el combate, no se dignó a esquivar los golpes, sino que directamente los paró, para después propiciarles unos contundentes golpes en el estómago a ambos, dejándolos debilitados en el suelo. Tras ello, continuó varios segundos más sorteando los bastonazos de Héctor, hasta que finalmente se cansó y corrió para distanciarse de él un par de metros. Una vez hecho esto, con la misma rapidez con la que esquivó los ataques, sacó de nuevo el cuchillo y se lo lanzó a Héctor, clavándose profundamente en su frente. Murió casi al instante.

Marcos y Verónica aún no sabían nada de lo que acababa de suceder, seguían en el suelo retorciéndose de dolor. No obstante, todo se aclaró cuando vieron el cadáver de Héctor caer, en peso muerto, al suelo.

Marcos se incorporó inmediatamente y levantó a Verónica. La opción de hacerle frente había quedado totalmente anulada. Huir era la última alternativa que les conduciría a la supervivencia. Marcos lo tenía claro, pero Verónica no tanto. Aunque él insistiera, tirándola del brazo, en escapar, ella se quedó quieta, mirando sin parar al asesino.

-¿Se puede saber qué haces, Verónica? No podemos hacer nada por ellos, ¡tenemos que pedir ayuda!

-No… Fíjate bien. No es un sádico como otro cualquiera, deber ser alguien con un trastorno mental.¿Por qué tanto a ti como a mí nos atacó y con Héctor evitaba a toda costa tocarle? Marcos, ¿qué pasa si el Hambre roza tu piel?

-Mueres de inanición…

-Exacto. Sé que es descabellado y que la situación va a dificultar este plan, pero… Hay que seguirle el juego. Por eso a la primera a la que mató fue a Gema, la Guerra. Tener a ese Jinete de nuestro lado nos habría hecho ganar el enfrentamiento.

-¿Me estás diciendo que se piensa que esto no son disfraces?

-Sea como sea si su único pensamiento fuera el de un asesino convencional, ni siquiera hubiéramos tenido tiempo de empezar esta conversación. Mírale, ahí quieto. No viene a apuñalarnos, sabe que debe guardar cierta distancia con los Jinetes. Sobre todo si somos tú y yo, Victoria y Muerte.

-Si eso es cierto, tan sólo tengo que fingir que alzo mi guadaña y le extraigo el alma, ¿no?

-No es tan fácil. Hay cosas que debe pasar por alto, hay distintas conceptos de los Cuatro Jinetes. Por ejemplo, algunos dicen que Victoria crea un aura de imbatibilidad, si ese fuera el pensamiento que él tiene acerca de mí, entonces ni se habría atrevido a marcarnos como las presas. No podemos adivinar cuáles son las ideas concretas que tiene de nosotros, así que tendremos que remitirnos a las teorías más empleadas. Seguro que si la hoja de tu guadaña le toca fingirá su muerte, o si una flecha mía le atraviesa.

-No… no… Esto no puede ser así. Es demasiado… macabro… El tío de ahí delante se acaba de cargar a Gema y a Héctor, ¿y nosotros vamos a hacer un juego de rol para salir con vida?

-¿Y qué otra opción tenemos?

-¿Huir como alguien normal?

-Marcos, piensa, joder. Su intención es matar a los Cuatro Jinetes, no a cuatro chavales. Ponte en la maldita piel de la Parca, ¿crees que los Jueces del Purgatorio huirían ante un humano con un cuchillo? Está demente, y si no entramos en su mundo seguro que se enfurece. Nuestra oportunidad de sobrevivir se esfumará.

-¿Acaso Héctor tuvo alguna probabilidad? Ya ves… Tres minutos y puñalada en el frontal.

-Sí –respondió mientras extraía una flecha del carcaj –. Pero la Muerte y la Victoria no pueden morir de una forma tan simple, ¿no es así, cabronazo?

Por fortuna, el arco era de verdad, así que las flechas, o mejor dicho, los palos, cogerían algo de potencia al ser impulsados por él. Esta era la prueba de oro. Alguien cuerdo ni se molestaría en evitar que le alcanzaran unos débiles palos. Pero, por el contrario, si hacía todo lo posible por agudizar su agilidad y esquivarlos, la teoría de Verónica quedaría comprobada. A partir de ahí, lo demás sería actuar hasta que alguien viniera a rescatarles.

Victoria lanzó la primera flecha. Como era de esperar, la esquivó. Pero eso no era del todo concluyente. Disparó cuatro flechas más, todas con el mismo resultado.

-Vale, Muerte. Ahora te voy a pedir que le ataques con tu guadaña.

-¿¡Pero qué dices!? –exclamó Marcos atemorizado.

Ella le guiñó un ojo y prosiguió.

-Muerte, Victoria te bendice. Que las derrotas queden expugnadas y los logros marcados sean las metas del presente. Ve, Muerte, ¡por nuestros hermanos!

Marcos comprendió las intenciones de Verónica. Ella ya se había metido en el papel. Y con esa “bendición” el extraño no trataría de atacarle con el puñal, tendría una seguridad extra que le permitiría alcanzarle con la guadaña y acabar con todo esto. Ahora era su turno, debía hacer uso de las magníficas dotes de arte dramático que poseía. ¿Quién le iba a decir que esta noche no sólo vestiría como la Muerte, sino que actuaría como tal?

-Muy bien, Victoria. Tus flechas me cubrirán. Esta alma yace en mi lista. Ha de ser segada.

Agarró con fuerza el mango de la guadaña y controló sus temblores. La mayoría de sus nervios eran por el miedo, pero no podía negar que una pequeña porción era por el júbilo al tener durante unos breves instantes los poderes de su ídolo. Trató de golpearle unas cuantas veces con la hoja, pero él, con suma facilidad, esquivó todo.

Habiendo ya comprobado el potencial de la Muerte, empuñó nuevamente su cuchillo. Pero esta vez Verónica estuvo atenta. El flechazo impactó en su mano. Y, aunque el palo no le hubiera causado un gran daño, los poderes de Victoria estaban vigentes. Metido en su papel, soltó el cuchillo y se estremeció de dolor.

-¡Ahora, Mar… digo… Muerte! ­–gritó Verónica –. ¡Mátalo!

Marcos obedeció y se dispuso a “clavar” la guadaña en su torso aprovechando la distracción. Parecía que lo habían logrado... Pero, por desgracia. Así como ellos fingían, él también lo hizo. Esperó a que acercara la guadaña lo suficiente para que estuviera a su alcance y, entonces, agarró con las dos manos el mango, parando el ataque. Se la arrebató a Marcos y la lanzó hacia atrás, fuera del alcance de ambos.

Verónica lo sabía. En la guadaña residen las almas, su poder. Sin ellas, Muerte se convierte en alguien increíblemente débil. Corría peligro. Así que dirigió su mano al carcaj para lanzar otra flecha. Sin embargo, ya no habían más…

Gritó a Marcos que corriera, pero fue demasiado tarde. El desconocido recogió su cuchillo y se lo clavó en el muslo izquierdo. Una vez la hoja había penetrado, la giró con saña. Marcos cayó al suelo por la tremenda agonía, cientos de fibras musculares se iban desligando. Apoyar de nuevo la pierna izquierda sería tarea imposible. Después de ello, cortó su camiseta, apoderándose justamente del trozo de tela donde estaba escrito Memento Mori.

Estando inutilizada la Muerte, el asesino fijó la mirada en Victoria. A Verónica le recorrió toda la espalda un gélido escalofrío, como si la verdadera Parca estuviera a su lado, disfrutando del preludio a su defunción.
Ella trató de correr, pero fue en vano, él era mucho más rápido. Con un salvaje placaje la tiró al suelo y se puso encima de ella. Procedió a quitarse la soga del cuello y con el trozo de la camiseta cubrió su cara.

-¡Soy Victoria! –continuó ella, pensando que la actuación aún podía salvarla –. No hay nada que puedas hacer, perdiste desde el primer momento en el que te acercaste a nosotros. Vete ahora y no habrán consecuencias.

No obstante, el extraño seguía con lo intencionado. Rodeó con la soga el cuello de Verónica y, con fuerza, tiró, oprimiéndola el cuello por completo. La soberbia del Jinete había cesado. Apenas podía entenderse lo que decía, aunque por el tono sabía perfectamente que eran súplicas. La Victoria había sido derrotada. Por fin podría ocuparse de la Muerte, a quien había dejado para el final porque, si lo mataba antes, el resto se harían inmortales.

Se levantó, echando un último vistazo al rostro tapado de la Victoria. Se giró y caminó lentamente hasta la Muerte, el cual se había arrastrado hasta una tienda cercana con la intención de entrar dentro y esconderse.

Cuchillo en mano, le dio la vuelta y se arrodilló ante él, quería observar la cara de aquel que había causado millones de muertes a lo largo de la historia de la humanidad. Ahora él tenía el placer de dar muerte… a la Muerte.

Pero en un último atisbo de supervivencia. Marcos alzó el brazo y tiró del saco que ocultaba la faz del desconocido. Ante él se descubrió la cara de alguien no mucho más mayor que ellos, posiblemente hasta iría a su mismo Instituto. ¿Cómo era posible que, alguien con un rostro que a primera vista mostraba inocencia, podría ser el culpable de tres, dentro de poco cuatro, violentos crímenes? En sus ojos se desvelaba aquello, estaba intranquilo, aparentemente desprotegido. Sin el saco hasta parecía alguien más humano… Humano…

¡Eso era! Debía jugar la carta final. Antes de que le cortara el cuello. Marcos instó en que le escuchara, como última petición de la deidad de los muertos. Él, siempre en silencio, aceptó.

-Chico, mírate, no eres un monstruo. Eres alguien lleno de bondad. Puedo ver tu alma… Alza la cabeza, observa tu reflejo en el escaparate. Ya no te controla el disfraz, ahora te controlas tú mismo.

-Ti… tienes razón –respondió él, ante el asombro de Marcos –.

-Clar… claro que sí. Has vencido a tus demonios con la ayuda de la Muerte. Termina esta pesadilla. Tienes mi bendición.

-Ahora comienza una nueva vida para mí. Me has librado del disfraz. ¡Gracias!

-No hay de qué, joven… Y dime, ¿qué es lo que te gustaría hacer ahora?

-Oh –el rostro del chico volvió a tornarse demencial –. ¿No ha quedado claro ya? Me gustaría seguir matando.

Y el cuello de Marcos se tiñó carmesí.

domingo, 27 de octubre de 2013

Clave de Hyde

Pocos motivos tenía para existir en este mundo. Podría decirse que esos escasos motivos eran como las máquinas que mantienen con vida a un comatoso. Pero, de entre todos, había una de gran calibre, una que, al apretarme la mano para no caer en el vacío, me otorgaba una confianza desmesurada. Dicha confianza, al principio, era mi aliada, no obstante, al cabo del tiempo, me percaté de que eran las puertas tras las que se ocultaba la auténtica esencia de la demencia.

Todo sucedió hace poco más de un trimestre. Como de costumbre, iba montado en el tren, dirección a la Facultad de Filosofía, con la música de mi móvil emanando a todo volumen por mis auriculares. Me encantaban esos cuarenta minutos de puro placer melómano.

Pero ese día no iba a poseer la misma monotonía que el resto. Siempre buscaba un lugar en el tren donde no tuviera que compartir asiento. Sé que mi música no es del agrado de muchos, por lo que prefería ir solo para que el sonido no incordiara a muchos. A pesar de llevar auriculares, el volumen estaba lo suficientemente alto como para que se lograran percibir las canciones a unos cuantos centímetros cerca de mí. Era consciente de que esto provocaría daños irreversibles en mis oídos, pero no me importaba. Correría el riesgo.

El tren llegó a una estación en la que subió un señor muy risueño. Lo observaba de reojo. Con cada pasajero que se montaba, hacía lo mismo, suplicaba que no se sentara a mi lado. Sin embargo, parece que esta vez mis plegarias no fueron atendidas y aquel hombre decidió “acompañarme” durante el viaje. Maldije para mis adentros. Tampoco podía obligarle a marcharse. Después de todo el problema era yo, no él.

Cuando se sentó empezó a mirarme fijamente. Eso sí que era superior a mí, me estaba empezando a poner nervioso. Me concentré en el paisaje que se veía a través de la ventana, pero cuando, por el rabillo del ojo, observaba su rostro, él seguía mirándome, ¿analizándome? Subí el volumen aún más para intentar espantarle, hasta saqué una hoja de mi archivador y fingí que escribía, pero nada, seguía empeñado en contemplar cada uno de mis movimientos. Parece ser que tendría que soportar esta situación durante los quince minutos que faltaban de trayecto.

Por fortuna, y por desgracia, no tuve que aguantar todo ese cuarto de hora. Llegamos a la penúltima estación. En ese momento estaba escuchando Shut it up, de Mindless Self Indulgence. Había sacado el móvil para ponerla. Y fue entonces cuando, al abrirse las puertas del tren, en un abrir y cerrar de ojos, dicho hombre salió disparado como una centella en dirección a las puertas de salida, no sin antes arrebatarme el móvil. Al instante mis pensamientos fueron los de darle un tirón y morderle la mano hasta destrozársela, pero los auriculares se desenchufaron del móvil. Me quedé sin música, y en consecuencia, la timidez se apoderó nuevamente de mí… Permanecí sentado observando cómo se llevaba mi querido cofre de melodías…

Sin embargo, la suerte se puso de mi lado. Justo antes de salir por la puerta se chocó con un pasajero y el móvil cayó al suelo. No sufrió ningún rasguño, pero, cuando fue a recogerlo, posó uno de sus dedos justo en el lugar de la pantalla donde se hallaba el botón de reproducir.

La música volvió a sonar, y yo abandoné mi comportamiento temeroso. El ritmo guió mis pasos y la letra modificó mi cerebro. Una conversión melódica que sería el preludio orquestal de una banda sonora de terror. Encarnado en pura saña, me levanté del asiento y salí del tren, persiguiendo al ladrón.

El incauto seguía huyendo con mi móvil emitiendo la canción de Mindless Self Indulgence. Si se hubiera parado un momento para darle al botón de pausa, todo habría acabado en ese momento, pero el móvil ya se había bloqueado y la única alternativa era bajar el volumen hasta silenciarlo. Opción la cual tampoco se le había pasado por la cabeza.

A medida que la canción sonaba, cada vez fantaseaba de forma más macabra con el momento en el que lograse atraparle. Sabía que cuanto todo acabara y pausara la música para volver a enchufar los auriculares, durante segundos sufriría profundos remordimientos, pero eso ahora era secundario. Todo estaba a mi favor, ese hombre había robado a la persona equivocada en la situación errónea.

Comencé a acelerar el paso, extendía los brazos, ya casi lo tenía. Segundos después mi mano consiguió atrapar la capucha de su sudadera. Le di un fuerte tirón y cayó al suelo. Con el impacto, un puñetazo directo a su cara le acompañó. Seguidamente me puse encima de él, presionando su estómago con mi rodilla, dificultándole la respiración.

-Devuélveme el móvil y yo te devolveré tu derecho a permanecer con vida –contesté susurrándole al oído con un tono siniestro –.

Temblando, me lo entregó. Si justo ahora hubiera apagado la música, hubiera vuelto a quedar indefenso, pero dejarla sonar tampoco era una buena alternativa, mi violencia podría acrecentar. ¿Qué hacer?

Habría que arriesgarse y seguir drogado por el ritmo. Me incorporé y un impulso se clavó en mi mente. Me giré hacia el ladrón que, confiado, suspiraba tranquilo, aún en el suelo. Primero fue sólo una patada en el costado. Observé a mi alrededor y, percatado de que no había nadie en ese callejón, continué aplastándole la tráquea para enmudecerlo. Cada vez que las baquetas golpeaban los toms y los platillos, cada vez que la púa rasgaba las cuerdas de la guitarra con fuerza, cada vez que el bajo emitía un sonoro acorde, cada vez que el vocalista gritaba, los golpes salían con velocidad en dirección a su cuerpo.

Y la piel empezó a abrirse. La sangre salió y comenzó a salpicarme. Su organismo se iba haciendo más y más blando. Dos minutos después la canción terminó. Durante esos pocos segundos de completo silencio que había entre canción y canción, volví en mí, la cordura me abrazó de nuevo. Pero esta vez era consciente de algo. No eran simples suposiciones, no eran meros sueños tétricos. Realmente la música me transformaba.

Sin embargo, no era momento para alegrarse, o preocuparse, según como se mire. Ahora tenía que comprobar si el ladrón seguía con vida. Acerqué mi oído a su boca. No respiraba. Abrí uno de sus párpados y jugué con las sombras para ver si sus pupilas reaccionaban. Tampoco. O su nivel de inconsciencia era grave o… estaba muerto. Tanto un problema como otro conducían a la misma solución: deshacerme del cuerpo. Pero no podía, no era capaz de tocar a alguien que posiblemente hubiera perecido. Si quería evitar que alguien lo encontrara tendría que volver a transformarme, sufrir una oscura catarsis melodiosa. No me quedaba otra…

Me puse en la oreja izquierda el auricular, la otra tenía que percibir cualquier sonido de mi entorno para mantenerme en alerta. Di al play y fue Disturbed quien me acompañó mientras arrastraba el cuerpo hasta un contenedor cercano. Con un poco de suerte, si no estaba muerto acabaría muriendo y no me supondría más problemas. No creo que descubrieran el cadáver cuando aquí cualquiera se salta todo protocolo habido y por haber. El camión llegaría, levantaría el contenedor y vertería su contenido haciendo que el ladrón ahora fuera problema del vertedero. Y allí se descompondría en completo silencio.

Era un buen plan, ¿pero qué pensaría cuando la música cesara? Remordimientos, dudas, desesperación. Iría en busca del cuerpo, hasta podría llamar a la policía. No querría meterme en problemas, aunque avisar a las autoridades supondría ser el primer sospechoso de su muerte, y no tardarían mucho en averiguar que efectivamente yo lo maté. Pero soy tan estúpido que no me importaría con tal de hacer lo correcto. No podía permitirlo, mientras mis oídos percibieran música podría estar tranquilo… aunque el móvil no tiene una batería infinita, la carga duraría poco más de doce horas. Tenía medio día para hallar una solución. Convencerme a mí mismo de que guardar el secreto era lo mejor era una pérdida de tiempo.

Opté por ir a clase, de momento, e ir pensando en un remedio. Una vez llegué al aula, puse el volumen lo más bajo posible y al sentarme apoyé mi mano izquierda en mi cabeza para ocultar el cable. No estuve atendiendo durante ningún momento a lo que decían los profesores. Durante esas seis horas de clase simplemente mi cerebro palpitaba, maquinando mil y un alternativas para evitar que mi lado sumiso se apoderase de nuevo de mi psique.

No se me ocurría nada, lo único que veía posible era hacerme entrar en razones, darme cuenta de que no beneficiaba a nadie si informaba del asesinato. Era un hombre bastante mayor, y viendo sus acciones delictivas, no creo que tuviera relaciones fuertes con nadie. De hecho… tal vez hubiera hecho bien en matarle… Sí, Lamb of God me daba la razón con su solo de guitarra.

Recurriendo a la lógica, al fin y al cabo, aunque transformado por las canciones, yo seguía siendo el mismo, por lo que a lo mejor permanecía con estos mismos pensamiento aunque parase de sonar For whom the bell tolls.

Hice un experimento, una de las canciones, tenía una pausa de tres segundos un minuto antes de acabar, se trataba de Millionaire de Queens of the Stone Age. Era el tiempo necesario para que dejara de estar controlado por la música y ver cómo reaccionaba sin el riesgo de quitarme el auricular y no poder regresar a este estadío tan perfecto. Así que, tras acabar las clases me senté en uno de los bancos del exterior y procedí. Me puse también el auricular derecho por si acaso y seleccioné la canción. Era el momento de ver qué hacía.

Llegó el momento exacto y el silencio dio la bienvenida a las represalias morales. Comencé a temblar de terror, todos irían a por mí, sería cuestión de tiempo. Me levanté y fui corriendo a la estación de tren para sacar a aquel hombre del contenedor. No obstante, como era de esperar, la música continuó y los miedos se desvanecieron. Ahora quedaba claro, seguir escuchando el arte armónico de estas bandas era mi única vía para la salvación.

Entonces, imaginándome el resto de mi vida con los auriculares incrustados en mis conductos auditivos, se me ocurrió la idea de hacer realidad esas nefastas expectativas. Claramente no podía estar constantemente escuchando la música de mi móvil, básicamente porque estaría sometido a sus niveles de carga, y sé que algún día sufriría la nefasta sorpresa de que se quedara al cero por ciento de batería mientras caminara por la calle… Tiemblo con sólo pensarlo, obligado a atender a los nimios sonidos de lo que me rodea, a las voces ajenas… Qué pesadilla. Pero podía solventarlo con algún tipo de dispositivo con una batería duradera y que fuera lo bastante pequeño y sofisticado para no llamar la atención ni cuando tuviera que exponer un trabajo de clase, así como que la música la recibiera tan sólo mi oído derecho y mi oído izquierdo, más perceptivo a las voces, permaneciera atento a lo que me aconteciera.

Tenía que recurrir a mi creatividad, precisaba de la ayuda de Muse. Tenía su gracia esto, que el nombre del grupo fuera lo que este evocaba a mi alrededor con sus canciones. Fui a la biblioteca general y saqué cuatro folios  sobre los que me dispondría a diseñar el prototipo de lo que buscaba.

Empecé dibujando varios garabatos similares a un pen drive, con ello podría solucionar el problema del espacio. Tendría que dirigir mis objetivos hacia la confección de un pequeño chip con una gran memoria, capaz de almacenar unas quinientas canciones, algo así como seis u ocho gigas. Esa sería la parte fácil, ahora quedaba lo complicado: cómo escuchar el contenido sin cables de por medio. Extraje de mi cartera unos pequeños apuntes que tenía de anatomía, menos mal que nos lo dieron para comprender mejor el tema de sociología, y busqué algunos dibujos craneales.

¡Obtuve la respuesta! Justo detrás de la oreja, en el hueso mastoides, una potente vibración podría llegar a los huesecillos del oído y así traducirse las ondas en información sonora. En pocas palabras, con el chip en esa zona de la cabeza podría escuchar música sin problemas.

Y, en lo referente al tema de la carga, no había problema alguno, conocía algunos métodos de recarga cinética, con el dispositivo correcto tan sólo tendría que sacudir la cabeza de vez en cuando para evitar peligros. Así que ya solamente me faltaba ir a una tienda de informática para que pasaran todas las canciones al microchip, le instalaran el dispositivo cargador, y después colocármelo en el mastoides.

Sin embargo, ya en casa con todo listo, pronto me di cuenta de que la última fase, la cual pensaba que era la más sencilla, se convirtió en el proceso más complejo. El pegamento y la cola no servían, y una tira de celo daría demasiado el cante. Pero lo peor era que, al comprobar si funcionaba, me fijé en que realmente un microchip tiene todo en proporciones minúsculas… El sonido era imperceptible, diría que se escuchaba más el zumbido de las pequeñas vibraciones que la canción en sí. Si quería algo efectivo tendría que adquirir una placa que lo amplificara, y como no podía aumentar el tamaño del circuito, la otra elección era… recurrir a la cirugía.

Así es, empleando a Korn como anestésico, me hice un pequeño corte en la zona mastoidea y metí, a presión, el microchip. Llegué a llorar del infernal dolor. Cuando estaba dentro y me cercioré de que escuchaba su música con nitidez, me puse un apósito para que la herida se cicatrizara. Ya podía estar tranquilo, el yo adicto a la música se quedaría para siempre, encargado de vigilar que mis temores no resurgieran.

Las semanas transcurrieron con normalidad. El corte ya se había cerrado y no había complicación ni rechazo alguno por parte de mi organismo. La fusión se había realizado exitosamente, ahora era uno con la música. Pero… esto no acaba aquí, si no, sería un final feliz, ¿verdad?

Un día, de camino a la facultad, estaba tan inundando en las melodías que mi cerebro no calculó bien la posición de un escalón y tropecé golpeándome la cabeza contra la barandilla justo en la zona donde se hallaba el microchip. Caí al suelo inconsciente.

A las horas desperté en la cama de un hospital, de inmediato me asusté al comprobar que había silencio absoluto, no escuchaba música alguna, el golpe debió dañar el dispositivo. Pero eso ahora no importaba, la cuestión era que había un señor descomponiéndose en un vertedero y sus conocidos estarían preocupados buscándole. Salté de la cama y salí al pasillo. Justo entonces, a un enfermero que pasaba por allí le sonó el móvil, era AC/DC. ¡Me venía de perlas! Aproveché esos segundos para palparme detrás de la oreja. Sí, el microchip seguía allí, era extraño que no me lo hubieran extraído. Me di varios puñetazos para ver si con la percusión se arreglaba, pero nada… El tiempo muerto pasó y el enfermero contestó a la llamada. Lo único que podía hacer era bajar al primer piso y marcar el 091.

Afortunadamente, el hilo musical del hospital, a pesar de ser música clásica, la cual no me entusiasmaba mucho, era lo suficientemente agradable para hacerme notar en mi mente. Tendría que probar una medida desesperada. Reproduje por medio de los impulsos nerviosos, mi canción favorita, Love will tear us apart de Joy Division. El efecto no sería el mismo que con un reproductor de música, aunque siendo la que más me transformaba en este ser despreocupado por las consecuencias, tal vez escucharla de esta manera podría hacerme volver.

Y, efectivamente, sucedió. No tendría mucho tiempo hasta que perdiera la concentración y el efecto se debilitara. Arreglar el microchip era imposible, así como convencerme de que no llamara a la policía. Tampoco podría pedirle a alguien su mp4 o móvil para escuchar música, además de que podría no ser de mi agrado y así el favor, si es que me lo hacían, habría sido en vano. Por lo tanto... solamente podía hacer una cosa.

Me fui hasta un extremo del pasillo. Cerré los ojos durante un momento y los volví a abrir. Joy División fue reemplazado de mi mente, en su lugar entraron en escena los Foo Fighters con Pretender. Rompió la canción y cogí velocidad. Un enfermero, el mismo de la canción de AC/DC, intentó detenerme, pero lo esquivé con facilidad gracias a los reflejos dotados por el guitarreo. Me cubrí la cabeza y salté atravesando la ventana del otro lado del pasillo.

Era un quinto piso, suficiente para satisfacer mis deseos. Mientras caía, con el viento dándome en la cara y mi cerebro, consciente de la muerte inminente, rememorando a la vez todas y cada una de las canciones que había escuchado a lo largo de mi vida, se creó una atmósfera perfecta. No tenía derecho alguno a quejarme de mi defunción, después de todo dudo que pudiera ser tan idónea como esta… Tal vez fueran segundos de caída libre, pero a mí me dio tiempo a que las miles de canciones acabaran. Sentía tanta paz, tanta tranquilidad, creo que, hasta el yo que emanaba cuando no escuchaba música, se había desprendido de sus preocupaciones. Me era imposible sonreír ante esta situación.

Antes de que llegara el silencio final, Jim Kerr se despidió de mí cantándome al oído Don’t you forget about me.

domingo, 20 de octubre de 2013

Pequeño diario de una pequeña alma #8

[Tal vez no debería sacar a la luz esta cosecha, pues me arriesgo a las sentencias de las propias Deidades del Más Allá. He violado una gran cantidad de normas por seguir mis más oscuras esperanzas. Pero si la anarquía ya ha cundido, no hay nada que perder. No soy de los que piensa que, hasta cuando el enemigo hace trampas, debes de seguir jugando limpiamente. En la guerra todo vale, hasta ignorar las leyes de la mismísima naturaleza. Ha comenzado una nueva realidad, las pautas causales se han distorsionado. Quizá mañana sea obligado a sufrir un juicio, pero yo seré quien estipule cuándo han de golpear el martillo.

Hoy yo seré el narrador]

Empecemos desde el principio, justo cuando Bruno ofreció todo su ser, casi mostrándose como una simple herramienta, para salvar a Samanta. Acepté desde el primer momento, aunque, en ese instante, lo que me empujaba a colaborar era el simple hecho de la traición de Óscar.

Como ya habréis imaginado la mayoría, si el inmunólogo apareció en una de mis cosechas, en cuyo final claramente perdía su total integridad psicológica, es porque había hallado su alma y la había traído a mi habitáculo en la Oscuridad. Sin embargo, la ambición, pecado que no debería albergar un ente no corpóreo, seguía encontrándose en su interior. Por ello, escapó y regresó al mundo mortal.

El proceso siempre es el mismo. Un alma es encontrada, o ella me encuentra a mí. Yo la guio con la luz de mi guadaña hasta mis aposentos y allí ella exhala todo lo que impide que pueda ver la entrada al Paraverso. A cambio de esta ayuda, pues según lo que indican las Leyes, es el mismo alma quien, por cuenta propia, debe deshacerse de aquello que la bloquea, ella permite que me quede con esos recuerdos y los plasme en un portal pseudoonírico que conecta la Oscuridad con la Tierra. Cuantas más cosechas recojo, más conexiones se crean. Cada vez hay más energía y es difícil apartar la mirada de esas demenciales imágenes, otrora recuerdos de almas atormentadas.

Han sido muchos, a lo largo de este tiempo, los que me han preguntado si, al ser enlaces con el mundo mortal, sería posible adentrarse en uno de ellos y volver a la Tierra “resucitado”. La respuesta es que sí, es posible hacerlo. Sin embargo, al contrario de lo que se piensa, las almas pierden todo sentimiento humano. Lo único que retienen son esas últimas memorias que les atan a la Oscuridad, una vez se deshacen de ellas desconocen otro motivo para volver a la vida. No recuerdan a sus familiares ni a sus amigos. Simplemente ven la Tierra como el lugar donde murieron, y por ello rehúyen de regresar a allí, a expensas de volver a sufrir una muerte igual o peor. Así que, sin otra alternativa, descienden hasta el Paraverso para disfrutar un merecido descanso hasta el fin de los tiempos.

Pero siempre hay excepciones. Y una de esas es Óscar. Su muerte no fue muy normal que se diga. Su alma estuvo varias horas atrapada en su interior obligada a ver a su carcasa siendo controlada por las células NK. Pese a que ya había muerto, aún seguía sufriendo. Me imagino que sería desesperante ver cómo tu cuerpo se va pudriendo poco a poco sin remedio alguno. Cada trozo de carne desprendida, cada coagulo reventado, sintió todo hasta que sólo quedaron cenizas y polvo…

Puede que por esta razón su alma no fuera como las demás y aún retuviera algo del mundo mortal. Cuando lo encontré parecía del montón, pero cuando le traje aquí, sintió una curiosidad por los portales que jamás otra alma había tenido.

Y llegó el momento. Concluyó su historia, quedó liberado. Me despedí de él tendiéndole la mano, aún consternado por sus últimas vivencias. Pero entonces, confiado, en vez de ofrecerme su mano, me empujó y saltó al portal de los recuerdos de Santiago, el Flebotomista. Si no me hubiera asestado tal golpe, hubiera podido pararle con la hoja de mi guadaña, pero fue hábil y astuto. Ni siquiera me esperaba esa reacción. ¿Acaso no sabía que volviendo a la Tierra su cuerpo quedaría de nuevo infectado por esas células? Aunque eso sí, el efecto podría ser distinto… Quizás sea precisamente eso lo que le haya hecho dejar de ser un científico ansioso por salvar al mundo a ser un no-muerto imbuido por maldad.

No obstante, esto no acaba aquí. Recientemente otras siete almas encontré. Era extraño que estuvieran las siete reunidas en un mismo lugar de la amplia Oscuridad. Fue en junio cuando poco a poco me fueron narrando sus últimos minutos de vida. Tres de ellas enseguida viajaron hacia el Paraverso, pero otras tres decidieron esperar a que la última, la cual estaba cubierta por un extraño embozo con una oscuridad incluso demasiado densa para este entorno, terminara su historia. Me pareció extraño, para qué mentir, pero lo permití.

Sin embargo, una vez terminó y las puertas del Paraverso se volvieron a abrir, las manos de los tres que se marcharon emergieron y me inmovilizaron. Entonces el resto comenzó a buscar entre los portales aquel que la última alma denominaba “la indebida”. No me hizo falta pensar mucho para concluir que hacía referencia a las vivencias de Bruno, pues era el único que sin morir y quedar atrapado en la Oscuridad tenía la oportunidad de mostrar a los demás su sufrimiento y poder librarse un poco de las cargas del silencio.

Repentinamente, tras hallar ese portal, el alma que lideraba a las demás disipó su embozo y mostró su rostro. No sé cómo, pero Óscar había vuelto a morir. En su nueva cosecha, Virofilia, no especificaba nada, y en un principio la había catalogado como un Aullador. Pero parece ser que todo era un engaño. Lo que ahora me preguntaba era la razón de que las otras seis almas hubieran aceptado ayudarle en una causa irracional. ¿Inmortalidad, poder, qué les habría prometido? ¿Y por qué perseguía a Bruno?

No sería hoy cuando averiguaría todo aquello. Al partir, para no dejar atrás a nadie, Óscar metió una mano en el portal y con la otra agarró a Lillith, esta agarró a Carlos y él al Insurrecto, formando una cadena humana que alcanzaba a los tres que ahora residían en el Paraverso: Hugo, el Insomne y el Atemporal. Tiraron de ellos y los siete desaparecieron. Y yo, nuevamente, sin poder hacer nada…

Ahora la cosa se ponía peor. Nunca jamás se había dado el caso de la resurrección de un alma que ya se albergara en el Paraverso. Las consecuencias de que esto sucediera serían inestablemente… curiosas. Tendría que observar con detenimiento, buscar por cualquier esquina. Pero no fue fácil, les perdí la pista de inmediato. Se separaron nada más aterrizar en el mundo mortal. Lo único que podía reducir el riesgo potencial del posible asesinato de Bruno era estar más pendiente de él. Pero nada se ponía de mi parte y Santiago volvió a la vida por medio de artes nigrománticas. Arrebatado en contra de su voluntad del Mundo de los Muertos. Ahora todo se había convertido en una lucha a dos bandas entre un equipo compuesto por muertos resucitados ilícitamente y otro de vivos ahogados por un entorno mortecino.

Y hasta aquí lo que ha pasado. Ahora lo que ocurrió al decir…

-Está bien. Te ayudaré, pero te recuerdo que tengo mis limitaciones –le contesté a Bruno –.

Juraría que por el entusiasmo no prestó mucha atención a la historia de Óscar, líder de Los Siete. Me cercioré de que se había enterado, pero la euforia le podía, no conseguiría mucho. Simplemente me materialicé por completo en el mundo mortal.

Hacía demasiado tiempo que no pisaba mi mundo… En cuanto puse un pie en el suelo todas las sensaciones características de los humanos me invadieron. Pero de entre todas, lo primero que me vino fue la pena y el dolor. Y, aunque sé que es imposible, diría que hasta escuché en mi interior un sonido parecido al de un latido. Me llevé de inmediato la mano al pecho, asustado. Carente de sangre, fuera del peligro de hemorragia, hundí la mano y busqué entre las vísceras torácicas. Negativo, ahí no había ningún músculo. Tras esta pequeña paranoia volví a lo que me concernía.

Me dirigí a donde Santiago se encontraba. No hizo falta ninguna presentación, enseguida me reconoció. Aunque esperaba algo de respeto, me saludó con mofa, comenzó a reírse.

-¿Quién viene a ayudarte, el intento fallido de Parca?

Extendí mi guadaña y le levanté del suelo. Poco a poco se hundía en su tórax. Su rostro palideció y se puso más serio. No había sufrido amnesia alguna al regresar al mundo mortal, sabía perfectamente que por muy inmortal que fuera, el arma de un nigromante te podía arrastrar a la Oscuridad por toda la eternidad.

-Al chico le eres de utilidad, a mí no. Por desgracia no es él quien empuña la guadaña. Dame una razón para no atravesarte con ella.
-¡Está bien! ¿Buscáis a Siete, no es así?

-¿Por Siete te refieres a Óscar, el inmunólogo, el que ha traído seis almas de la Oscuridad?

-No sé su nombre, pero sí, es el mismo que ha hecho eso…

-Perfecto, de momento llevas un uno de dos, vayamos a la prueba final… ¿Qué haces vivo si hace tiempo vagabas como alma en pena?

-Él se apareció cuando estaba a punto de morir desangrado. Me dijo que me salvaría de aquella situación si hacia ciertos retoques en mi mente. Créeme, nunca me importó morir, pero no lo ves igual cuando tu vida pende de un hilo, entonces te agarras a lo que sea. Sé que antes era distinto, aunque mis recuerdos estén borrosos. Además, conozco a quien han raptado, pero no sé sus intenciones. Me enviaron para asustar al chaval, simplemente hacerle huir y que Siete hiciera el resto del trabajo.

-¿Algo más? –pregunté, apretando el arma con más fuerza –.

-¡No sé nada más!

-Muy bien…

Perdiendo toda su utilidad, di un último apretón y la hoja penetró en su pecho. Nada más entró en contacto con su corazón. Su cuerpo se volvió grisáceo y estalló en miles de virutas de ceniza. Un obstáculo menos, quedaban siete.

Bruno se enfadó por unos instantes, creyendo que podría guardar algún secreto. Me hizo gracia, era aún muy inocente, desconocía el potencial del miedo, más efectivo que cualquier suero de la verdad. La Inquisición era experta en ello, hasta te hacían convertir mentiras en verdades. No, ya había compartido toda la información que sabía, dejarlo vivo sería un error, pese a que aún pudiera conservar algo del verdadero Santiago, tal y como él dijo, Óscar le había manipulado la mente, el riesgo era grande si le perdonaba la vida. No soy el bueno de la película, puedo matar a quien me plazca…

Una vez recogimos las cenizas y ayudé a descuartizar las últimas piezas del cadáver del taxista, ahora tocaba rastrear a Siete. El primer sitio a visitar sería, por supuesto, el lugar del accidente del tren.

Obviamente no podía salir con estas vestimentas. Por desgracia, tendría que adoptar mi apariencia posterior a la desdicha narrada en Metanoia. Y a juzgar por la reacción de Bruno, creo que se esperaba cualquier técnica de camuflaje excepto esta. Mis indumentarias, así como la guadaña, se transformaron lentamente en pura sombra y descendieron hasta difuminarse con el suelo. Tras de sí dejaron a la vista un chico con unas ojeras considerables, pelo, iris, labios y uñas negras, una larga gabardina negra y unos vaqueros llenos de imperdibles de los que colgaban pequeñas calaveras plateadas, además de unas Converse negras de cuero.

-Pero… ¿cuántos años tienes? –me preguntó Bruno, incrédulo –.

-Los suficientes para arrancarte el alma de un mordisco. Puede que sólo sea un año mayor que tú, pero he visto cosas que han envejecido demasiado mi esencia…

-Perdón por la pregunta…

Sí, realmente así no intimidaba tanto, aunque mi aspecto siguiera estando demacrado, el rostro juvenil, casi semejante al de un quinceañero, quitaba seriedad al asunto, y eso a veces me enervaba… hasta límites insospechados.

Después de un silencio incómodo, partimos. Por fortuna Bruno había guardado las llaves del taxista, así que hice uso de mis escasos conocimientos de conducción y, como pude, nos llevé a la estación de tren. Habían transcurrido pocos días, pero ya habían movido todos los vagones, cualquier prueba que hubiera dentro de ellos quedaba ahora fuera de nuestro alcance.

A pesar del infortunio, parece que íbamos por el buen camino. Escondiéndonos entre los escombros restantes, conseguimos llegar a la región donde Bruno aseguraba que se encontraba su vagón. Recordaba que justo al bajar había una persona cortada por la mitad, sólo habría que buscar una gran mancha de sangre seca.

Entre las piedras y el raíl la divisamos. Justo cuando Bruno se puso encima de la mancha, cayó de rodillas llevándose las manos a la cabeza. Al descubierto, entre los dedos, pude verle el ojo derecho. Era Yin. Nunca me había imaginado que cuando decía que le cedía el cuerpo a su doppelgänger ocurría esto. Era una situación realmente angustiosa, parecía que en cualquier momento la cabeza estallaría en mil pedazos. Abría la boca para intentar gritar, pero no salía voz alguna, una especie de protuberancias, similares a una mano, rodeaban su cuello, como si lo estrangularan… Esta imagen era impactante.

Tras unos segundos, todo cesó, Bruno se incorporó y me mostró su colmillo izquierdo. Estaba claro que era Yin quien ahora tomaba las riendas.

-A partir de aquí te guiaré yo.

-¿De verdad sabes hacia dónde han ido?

-Óscar se lo susurró mientras dormía. Le oculté la información porque sería capaz de ir directo a la boca del lobo. Ahora, con tu ayuda, podemos ir más seguros.

Asentí y fui detrás de Yin. El trayecto, en su mayoría, seguía las vías del tren. Pero, cuando llegamos a una zona donde se encontraban un par de edificios abandonados, Yin se desvió y fue directo a uno en el que ondeaba una bandera rasgada y quemada con un símbolo difícil de distinguir… para alguien normal. Era el símbolo del dólar de color rojo. Ese edificio, por tanto, era una antigua empresa de Blood Services. Íbamos por buen camino entonces.

Llegamos a la entrada, Yin se despidió de mí y Yang regresó.  Se había encargado de dejarle inconsciente para que creyera que quien le había llevado hasta allí había sido yo y no su otro yo. Sería mejor así.

Los dos entramos y una línea de sangre nos dio la bienvenida. Eso era una mala señal. Pese a que fuera una trampa, era mejor ir a lo seguro. Volví a mi forma de sombra, empuñé con firmeza la guadaña y le ordené a Bruno que se quedara en la entrada.

Seguí el rastro carmesí. Era demasiado larga la línea, supondrían ya unos cuatro litros… Si todo aquel líquido correspondía a una única persona, muy posiblemente ya estaría muerta o debilitada hasta el punto del último adiós.


Subí las escaleras y el rastro terminó manchando el picaporte de una puerta. Me preparé para lo peor y la abrí. Dentro me esperaba una sala totalmente oscura excepto el centro, donde una pequeña bombilla iluminaba a alguien sentado en una silla metálica, amordazado. Tenía la cabeza baja, no sé si por defunción o por inconsciencia. Pronto lo averiguaría.

Antes de poder aproximarme para identificar al desconocido. Una voz grave me paralizó. Me era familiar, quería averiguar de quién era, pero no podía. Odiaba esa sensación, rozar el recuerdo con la yema de los dedos y no poder rememorar absolutamente nada. Era la voz de Óscar, aunque no era como la recordaba, se me asemejaba a la de otra persona, pero, ¿a la de quién?

-¡Bienvenido, Borja! Ansiaba tu visita, pero no te preocupes. No llegas con mucho retraso.

-Óscar, sea lo que sea lo que fluye por tu mente, no concierne ni a Bruno ni a Samanta, déjalos en paz. Me entregaré si hace falta.

-¡Por favor, no me hagas reír! Aún mi cuerpo no se ha acostumbrado a un segundo resurgimiento y una carcajada podría romperme la musculatura facial. Siento decirte que no puedo dejar en paz a ninguno de los dos. Esto es personal, y va por los tres.

-¿A qué te refieres? La gente muere, la gente nace, contigo no fue diferente a excepción de tu muerte atroz. ¿Qué te ha hecho renegar de la acogida del Paraverso?

-Esto no funciona así, Borja. Aunque estos sean tus últimos segundos de vida, no voy a desvelarte la razón, no me sería extraño que regresaras de entre los muertos, después de todo, llevas mucho tiempo con un pie en la tumba buscando algo en el sitio equivocado…

-¡Recapacita! ¡Deja vivir a los chicos!

-¿Vivir? Bruno aún puede saborear eso… Me temo que su amiga ya no.

Justo entonces la intensidad de la bombilla aumentó y destapó las sombras que ocultaban al individuo de la silla. Era Samanta, y a juzgar por el tono de su piel llevaba muerta un buen rato, así que no cabía duda: la sangre era suya.

No tenía tiempo para quedarme inmóvil por el shock. Había fallado dos veces ante las trampas de Óscar, pero esta vez no me dejaría atrapar. Transcurrió un segundo, pero fue realmente valioso para mí y lo exprimí al máximo. En ese tiempo calculé todo lo que pasaba a mi alrededor. Si todo iba según el plan de Óscar, su intención era que dejara solo a Bruno… solo para que los otros seis fueran a por él. Por eso él, Siete, era el único que se hallaba en esa sala.

Me desmaterialicé e hice lo impensable. Atravesé las paredes, las puertas. Fui, veloz como un rayo, en dirección a Bruno. Allí se encontraba él, acurrucado y casi temblando. Uno, Dos, Tres, Cuatro, Cinco y Seis le rodeaban, y estaban a punto de asestarle el golpe de gracia. Sin embargo…

Fui yo el que se lo di. Así es. Mi guadaña danzó en el aire y le decapité. Seguidamente agarré su cabeza y me la llevé lo más rápido que pude de aquel edificio. Escuché los gritos de impotencia y rabia de todos… los de Óscar inclusive. Algo me decía que descubrió en Santiago, al resucitarle, una dotación sobrehumana increíble, y quería probarla en Bruno, único vivo que habla conmigo, y Samanta, hija del íntimo amigo de Santiago. Aparte de ello, yo también debo de ser un factor clave. Tal vez el proceso de resurgimiento, como él dice, por medio de mis cosechas, es también lo que dota a los humanos de esa peculiar inmortalidad. Sea como sea no tenía otra alternativa que matar a Bruno. Si no me hubiera desmaterializado no habría llegado a tiempo y, desafortunadamente, lo único que puede entrar en contacto con los vivos en ese estado es mi guadaña, la cual ya existía cuando estaba íntegramente vivo. Una vez muerto, ya podía recoger los restos, y es la cabeza lo que me interesa, donde la mayor parte de las esencias de Yin y Yang se encuentran.

Minutos después regresé a la Oscuridad. Bruno ya era tan sólo un alma, y me resultó curioso que, incluso así, fuera una única persona, albergando dos personalidades. Verdaderamente sí que estaban unidos él y su doppelgänger. De primeras él no comprendía nada. Así que poco a poco le fui calmando y le expliqué todo.

Cuando llegó el momento de revelarle la muerte de Samanta, yo esperaba que no sintiera emoción alguna. Sin embargo, y ante mi asombro, se echó a llorar desconsoladamente. Con ese sentimiento de dolor lo demás vino después. Nunca antes había pasado eso, lo único que ahora le diferenciaba de un humano vivo era la transparencia de su cuerpo, por lo demás era idéntico a uno, sentía, gesticulaba, su voz no era un eco vacío. Estaba presenciando un alma potencialmente abrumadora, posiblemente con la capacidad de oponerse a la tiranía del plan de Los Siete.

Si hubiera pasado algo… más normal, no hubiera dudado, me hubiera despedido de él y le hubiera mandado al Paraverso. Ya me hubiera encargado yo de ellos y de una Samanta trastornada. Pero ese no era el caso. Pese a que en un principio tuve que tratarle como un alma desconocida, ahora volvía a ser el Bruno de siempre, hasta con sus cambios repentinos de humor.

Y entonces llegó la pregunta que siempre temía.

-Oye, Borja. ¿Por qué no empleo mi propia cosecha para volver atrás en el tiempo y evitar que todo esto ocurra?

Tendría que haberme negado, lo sé. Ahora, de lo mismo que me quejaba sobre Óscar, era lo que estaba incumpliendo. Pero la mirada de este chico… había algo en él, en sus vivencias, que me haría perdonarle cualquier calamidad que cometiera (y que de hecho ya ha cometido).

Por tanto, sí. Le di un par de consejos de los que todos conocemos, el efecto mariposa y derivados. Eso sí, antes de marchar, solidifiqué una pequeña cantidad de sombras y las convertí en una minúscula piedra. La cerré en su puño y le dije que con esto, al morir, volvería a este tiempo, con la intención de que pudiera repetir el proceso tantas veces como fuera necesario hasta dar con la clave. Asimismo, esa piedra contenía mis propias memorias para que mi yo del pasado se pusiera al día por si acaso Bruno precisaba de su ayuda, aunque le dije que a priori se encontrarían tan solo él y Samanta. Constantemente con cada norma asentía en completo silencio, como un alumno ante su profesor.

Le pregunté en qué momento exacto quería aparecer y decidió el día en el que Santiago se presentó en su casa fingiendo que quería hacerle unas preguntas. Le di un fuerte apretón de manos y entró en el portal. Ahora tocaba esperar…

No se me haría la espera muy larga mientras seguía reuniendo cosechas, pero sabía que durante ese tiempo en mi mente circularía sin parar una incógnita que no había pasado desapercibida durante mi conversación con Óscar.

¿Qué quería decir con que buscaba en el sitio equivocado?

domingo, 13 de octubre de 2013

El Consejo de los Seis Puñales: Supervivencia [10]

-Vayamos por partes. ¿Por qué desde que hemos sido imbuidos con maná demoníaco nos quiere ver tanta gente durmiendo en un camposanto?

-Buena pregunta. Lo de Shan se llegaba a entender… Parece que el aura de estos Puñales es más poderosa de lo que aparenta. Pero, ¿y estos dos, y el Ilusionista y su ejército? ¿Cómo es posible que tanta gente ya conozca nuestra existencia, nuestro potencial?  Si ni siquiera ha transcurrido un mes desde nuestra conversión.

-Tal vez yo pueda responder a ello…

Por primera vez Nexus mostraba un rostro que rezumaba preocupación. Se mordía sus labios y tragaba saliva sin parar. Ahora mismo tenía la inquietud de uno de los aprendices. Antes de contestar, ya que necesitaba calmarse, hizo una breve pausa, la cual impacientó a Inanis y a Ignis, que ansiaban cualquier cosa que respondiera a la incógnita de las razones de la actitud hostil de Tathis y Androk.

-Supongo que muchos, por no decir todos, os habréis preguntado por qué os convoqué y compartí con vosotros aquella fuente que nos alzó como los Brujos que somos. Puede que pensaseis que era por un mero motivo de la unión hace la fuerza. Puede que creyeseis que os usaba como experimentos antes de imbuirme a mí mismo con el maná. Pero la verdadera razón es otra… Ignis –dijo mientras giraba su mirada hacia él –, sabes que antes de separarnos en la Guerra de los Arcanos, desaparecí misteriosamente y a las pocas semanas regresé. Durante ese tiempo aparentemente corto tuve más vivencias de las que pude tener a lo largo de un año medianamente tranquilo.

-Hermano, ve al grano, por favor, porque estás empezando a asustarme.

-Muy bien. Lo contaré desde el principio. En esa época era un Mago de Retaguardia. Irónicamente era el comandante del pelotón de invocación, así que mis hombres y yo nos encargábamos de vigilar el frente, trayendo por un gran portal de inmediato a los heridos graves, además de traer refuerzos en un santiamén. Sin embargo, tras un nefasto periodo de batallas perdidas contra el ejército dirigido por Hex…

Justo en ese momento Mal Fario no pudo evitar mirar para otro lado con una ligera mueca risueña.

-…decidí buscar nuevas fuentes de poder. Sabía que no tenía el suficiente potencial para mejorar mi escaso repertorio de conjuros ofensivos. No obstante, en contraposición, mis conocimientos tanto en defensa como en invocación eran brillantes. Y ya sabemos que hasta con imaginación una hoja puede ser letal. Simplemente tendría que buscar al hechicero adecuado que reforzara mis puntos fuertes y redujera los débiles. A sabiendas de que existía en mi pelotón un Mago de Retaguardia casi tan poderoso como yo, no habría problema si abandonaba la Guerra por unos días. Aunque claro, no podía dirigirme al Maestro de Batalla y decir que me tomaba unas “vacaciones”, tendría que desaparecer sin dejar rastro alguno. Recogí lo poco que tenía en una faltriquera, preparé las runas de invocación para adelantar el trabajo del día siguiente en la batalla, y me marché cuando la oscuridad devoraba todo resquicio de luz…

Todo comienza aquí.

Nexus echó un último vistazo al campamento antes de partir, desde la lejanía contemplaba las llamas de la antorchas ondeando y el campo violeta de contención arcana, para evitar emboscadas nocturnas. Tras una pausa para la meditación, creó un portal y viajó hasta el Puerto del Comercio.

El dinero no le sonreía, pero tenía las suficientes monedas de oro como para pagar a una pequeña tripulación para que le llevaran a Las Tierras Exánimes, un archipiélago norteño donde le contaron que se encontraba el último de los Trece, un grupo de Magos veteranos que otrora se encargaron de redirigir los flujos de maná para que alcanzaran cualquier parte del mundo. Por fortuna el capitán del navío que le llevaría le conocía, pues su hermano era aprendiz de Mago de Retaguardia y algunas veces había visitado los campos de batalla para analizar las facultades mágicas de los más expertos. Gracias a ello, no sólo le acompañarían en el viaje, sino que también le escoltarían hasta dar con Kami Vista Oscura, Mago de los Trece.

De entre la tripulación, uno de ellos destacaba. Uno que siempre se mantenía alejado del resto y con asiduidad extraía de su bolsillo un pequeño saco de terciopelo rojo del que sacaba dos esferas brillantes con las que jugaba.

Nexus sintió curiosidad y preguntó al capitán, Rek Garfio de Oro, por qué se comportaba de tal forma aquel grumete. Este le respondió que realmente no pertenecía a la tripulación como tal. Así como Nexus, él pagó hace tiempo por un viaje, sin embargo nunca llegó a hallar en las tierras de su destino el objeto que buscaba. Sabía que si no estaba allí, en algún otro lugar de la Tierra se encontraría. Y, conociendo las ansias de estos Corsarios por recorrer los mares, a voluntad propia se unió a ellos sin importarle que no se repartiera el botín con él.

Seguidamente Nexus le preguntó a Rek sobre su nombre. Contestó enseguida tras una pausa para una carcajada. De inmediato comprendió la razón: era un Lengua Vil, aquellos viajeros del Plano Demoniaco. Era, junto con Luzbel, el último en pie de todos los que trajeron riquezas de dicho Plano. No obstante, así como Luzbel tenía algunos rasgos demoniacos, este, llamado Pherxilus, solamente poseía un ojo derecho con una pupila rasgada; lo demás era totalmente humano.

Los días pasaron, y cada vez era más grande la curiosidad de Nexus. Siempre que Pherxilus se encontraba en la cubierta estaba toqueteando esas esferas. Al viaje aún le quedaba una semana aproximadamente, y poco se podía hacer por allí salvo mirar el oleaje o jugar al machete borracho, que consistía en lanzar un machete, desde varios metros de distancia, a una jarra de hidromiel. Si lograbas colar el arma, la bebida era tuya, por el contrario, si fallabas, debías de trazarte un fino corte en el brazo. Al parecer la tripulación era bastante mala jugando, tal vez porque antes de empezar ya estaban demasiado ebrios, pero la cuestión era que sus brazos, ambos, presentaban cientos de cicatrices debidas al juego.

Fuera como fuera, tenía tiempo de sobra para intentar conversar con Pherxilus.

-Hola, Pherxilus, mi nombre es Nexus. ¿Te gustaría charlar un poco?

-Me es indiferente…

-Está bien. Oye, ¿aquello que buscas tiene relación con esas dos esferas de tu mano?

Nada más señaló con la mirada las esferas, Pherxilus cerró el puño y escondió la mano detrás de él.

-¿Por qué lo preguntas? ¿Conoces el paradero de la Tercera Joya? –preguntó totalmente nervioso –.

-Desgraciadamente no. Pero soy un Mago especializado en la abertura de portales. Quizás con un poco de información podría concentrarme y enlazar mi alma con esa joya para traerla aquí.

Pherxilus no cabía de su asombro. Sus ojos brillaban como si estuviera contemplando frente a él a una deidad. Se arrodilló y, aún un poco incrédulo pero esperanzado, suplicó que le ayudara. Nexus aceptó encantado, no sin antes reiterar que necesitaba más información acerca de dichas esferas.


El Lengua Vil rápidamente comenzó su historia. La Tercera Joya pertenecía a las Tres Alhajas, unos objetos encantados que habían emergido de las profundidades de la Tierra tras unos cataclísmicos movimientos tectónicos. Junto con la Primera Perla y el Segundo Orbe, ya en su posesión, sólo le quedaba hallar la última Alhaja para engarzarlas y liberar el potencial del encantamiento. Las propias leyendas sobre estos objetos habían alcanzado el Plano Demoniaco, y fue allí donde oyó hablar por primera vez de las Tres Alhajas. Se decía que quién las juntara recibiría una bendición que le permitiría alcanzar una fuerza devastadora dependiendo del maná que este tuviera en su sangre. Justo por esto, ningún mortal no hechicero podría juntarlas nunca. El poder se liberaría, pero el desdichado no tendría maná alguno en sus venas con que absorberlo y acabaría despedazado. Puede que todo fuera falso, pero esto último no. Aún había minúsculos resquicios de sangre, imposibles de limpiar, de algún antiguo poseedor que logró reunir las Alhajas, pero que, en vez de bendición, recibió una maldición.

Pherxilus no quería el poder por pura codicia, sino porque como hechicero especializado en la transformación demoniaca, carente de un alma sana, capaz de sufrir, sin inmutarse, las quemaduras del mismísimo Infierno, con la bendición de las Tres Alhajas podría redimir a todos los Lengua Vil que cayeron víctimas de sus metamorfosis y acabaron muertos. Él había estado confeccionando un hechizo que quebraría su alma, sin matarle, y traspasaría los fragmentos, mediante una metempsicosis, a los cadáveres de sus hermanos, ya libres de residuos demoniacos, para devolverles a la vida. Era un plan ambicioso y pincelado de demencia, pero ante la desesperación no encontraba otra salida y si, por algún motivo, las Alhajas no funcionaban, solamente le quedaría vagar hasta morir, ya que su otro único hermano vivo, Luzbel, se encontraba en situación desconocida.

Con aquella información Nexus no podía hacer nada por él. No obstante, le sugirió que le acompañara a Las Tierras Exánimes para hablar con Kami, pues tal vez supiera algo más acerca de la Tercera Joya.

Pherxilus aceptó y le agradeció la ayuda con su protección. Ahora sería una especie de guardaespaldas para Nexus. El resto de la tripulación quedó completamente sorprendida cuando, en los días siguientes, veían como aquel que antes se mantenía aislado, ahora no paraba de hablar con un extraño. Rek supuso que esa amistad entre ambos estaba relacionada con las dos esferas mágicas de Pherxilus. Podría haber saqueado mil y un botines, pero lo que el Corsario veía inexcusable era el empleo indiscriminado de magia, y algo le decía que los planes de alguien  proveniente del Plano Demoniaco eran de todo menos bondadosos.

Así que, sin que ninguno de los dos le viera, usó su Emblema Arcano, un medallón que se les otorgaba a los viajeros más renombrados para que contactaran con Hechiceros Guardianes si lo requerían. Garfio de Oro entabló conversación con algún Guardián capaz de hacer frente a posibles magias oscuras.

Su llamada recibió respuesta de inmediato. En pocos días llegaría a las costas de Las Tierras Exánimes el apoyo que había solicitado. Mientras tanto, el Asaltante Marino, barco en el que iban, se situaba ya a escasos kilómetros del archipiélago. En cuestión de tres días habrían atracado.

Esas setenta y dos horas estuvieron llenas de sospechas y alguna que otra paranoia. No pasó mucho tiempo hasta que Nexus supo que algo iba mal, pues las formas de los Corsarios habían cambiado bruscamente, notaba falsedad en sus sonrisas, conversaciones más insustanciales y demasiadas preguntas acerca de Pherxilus, cuando ellos habían estado más meses con él que Nexus.

Fue de noche cuando alcanzaron las costas. Tanto él como el Lengua Vil dormían en ese momento, algo crucial para Rek y su contacto. Con cuidado, los grumetes descolgaron las camas colgantes donde yacían y los transportaron a los pies del Guardián, que no era otro que Tathis Portaluz, el Asceta.

Los movimientos sacaron a Nexus del estado rem. Vagamente escuchaba una conversación. Poco a poco volvía a la realidad y entonces abrió los ojos. Se encontraba maniatado en un poste de madera, y a su lado estaba Pherxilus, también atado, despierto, pero completamente mudo. Cuando se percató de que Nexus se había despertado, aún con la cabeza agachada y la mirada perdida le respondió.

-Me has traicionado…

A lo que se refería Pherxilus era a que Tathis le había confiscado la Primera Perla y el Segundo Orbe afirmando que si de verdad concedían un poder inimaginable, un hereje infectado por magia negra no tenía derecho alguno de disfrutarlo. Nexus trató de explicar que él no tenía nada que ver y que el verdadero traidor era Rek y su tripulación, pero él hacía caso omiso a sus palabras.

Sabiendo que no había manera alguna de hacerle entrar en razón, optó por dirigirse a Tathis y a Rek y exigir explicaciones. Tathis rio, mientras que Rek puso una mueca de remordimiento en su rostro.

-¡Tú, el Asceta! Tienes la obligación de no ocultar nada. ¿Qué piensas hacer con las Alhajas?

-Oh, realmente nada en especial. Al igual que tú, sé perfectamente que pronto vendrá el único residente de esta pequeña isla a ver por qué hay tanto alboroto en la costa. Sí, me refiero a Kami. Pero lo que desconoces es que posee un aura llamada Rompecabezas. Involuntariamente su maná se vincula a todo objeto mágico que no esté completo e, instantáneamente, a su mente llega la ubicación del trozo que falta. Así que, en cuanto se teletransporte hasta aquí, sólo tendremos que “pedirle por favor” que nos indique la localización de la Tercera Joya. Con el poder de las Tres Alhajas, podré ser ascendido a algo más que un simple Guardían, algo más acorde con mis… cualidades.


-¿Y tú luchas en nombre de la Luz? Tus actos son peores que los de un Nigromante. Mi compañero tan sólo quiere emplear la bendición para revivir a sus hermanos, tú únicamente lo quieres por pura sed de poder. Rek, ¿es que no lo ves? Él sí que lo quiere para una finalidad deleznable. ¡Ayúdame!


Rek se mantuvo en silencio, meditando. Cada vez se avivaba más y más en su interior un sentimiento de engaño. Había sido manipulado por alguien corrompido por la codicia. No podía consentirlo. Alzó el brazo y dio orden de ataque a sus camaradas. Pero desgraciadamente, antes de que pudiera acabar de decir la orden, un látigo de luz había girado alrededor del cuerpo de Tathis y había rebanado a todos por la mitad. Nexus no daba crédito a aquello. Era imposible emplear la magia sacra para tales actos.

-Sí, sí… entiendo tu sorpresa. Se pueden contar con los dedos de una mano las personas que de verdad conocen el funcionamiento de este tipo de magia. Achacáis la Luz con la bondad y la erradicación de todo lo malo. Sin embargo, la herramienta que mueve mi maná, como sabrás, es la Fe. Y creo que estarás de acuerdo conmigo en que la Fe no se basa ni en la ética ni en la moral, simplemente en pura convicción ciega. Controlo mi mente a mi antojo, y he llegado a autoconvencerme de que mis acciones alcanzan un fin exento del Mal. Por ello, cualquier cosa que haga, ya sea un asesinato o un robo, la Luz atenderá a mi llamada y luchará a mi lado… Un poder tan divino, capaz de moldearse y alienarse. ¿No es maravilloso?

Nexus se había quedado sin palabras. Nunca jamás se habría imaginado que un Asceta pudiera actuar así por voluntad propia. Sólo le quedaba la esperanza de que Kami llegara pronto e impartiera justicia.

Sin embargo, la justicia se volvió en su contra. Al rato llegó Kami, pero ni siquiera tuvo tiempo para hacer nada. En cuanto apareció entre el Asceta y los cautivos, Tathis estranguló el cuello de Kami con un aro sagrado. Una estrategia inteligente, puesto que, aunque los Trece fueran poderosos, al ser de los hechiceros más antiguos, sus conjuros requerían de sus potentes voces para ser conjurados, y con la garganta obstruida, ahora Vista Oscura era tan vulnerable como cualquier otro mortal del montón.

-Kami, ni se te ocurra mentirme. Puede que no sepas por qué, pero a tu mente ha venido la imagen de un lugar. Dime ahora mismo qué has visto y prometo dejarte vivir. Ahora, cesaré de apretarte el cuello y me prometerás que no harás nada que yo considere amenazador. Al más mínimo indicio, créeme que acabarás rebanado y ni te darás cuenta. ¿De acuerdo?

Kami echó un breve vistazo a Nexus y a Pherxilus, volvió a mirar a Tathis y asintió. Lentamente el Asceta fue aflojando el aro. En cuanto no hubo presión alguna, lo primero que hizo Kami fue toser descontroladamente. Tras unos segundos, ya recuperado. Explicó que había visto una de las islas próximas a esta, vio una esfera brillante enterrada a los pies de un gran árbol carente de hojas, muerto. Tathis agradeció su colaboración atravesando al Mago con un potente Rayo Sacro propulsándole varios metros hacia atrás haciéndole impactar contra un tronco cercano a los postes de Pherxilus y Nexus. Después de eso, el Portaluz hizo levitar su cuerpo, irradiante de luz, y se marchó a buscar la última Alhaja.

Cuando todo se calmó un poco, Kami reaccionó a los lamentos de Nexus. Este le tranquilizó asegurando que conocía perfectamente la situación y que le había mentido acerca de la localización de la Tercera Joya, ya que tiempo atrás ya la había descubierto él y desde entonces la llevaba consigo. En sus últimos momentos de vida se concentró e invocó en su mano las dos Alhajas que había robado Tathis. Pronto se daría cuenta del hurto, así que el tiempo era valioso en dicha situación.

Se incorporó débilmente y desató a los dos. Metió la Tercera Joya en el pequeño saco donde se hallaban sus hermanas y les dijo que tocaran el contenedor a la vez. Tanto Pherxilus como Nexus lo hicieron sin rechistar. En cuanto la fusión de las Alhajas surtió efecto, ambos comenzaron a sentir una potente energía subiendo por sus brazos. Al parecer, la bendición no se le otorgaba tan sólo a una persona, sino a todos los presentes durante la unión de las tres Alhajas.

Al final Nexus cumplió su cometido. Había ido a Las Tierras Exánimes en busca de potenciar sus hechizos para defender a su ejército con la ayuda de Kami e, indirectamente, fue el Mago quien le concedió el poder necesario. Lo consiguió, así como también logró ayudar a su compañero.

Vista Oscura, durante el proceso de la bendición, se quedó sin fuerzas y acabó muriendo por culpa del Rayo Sacro. Pherxilus y Nexus lo enterraron y se despidieron de él, agradeciendo lo que había hecho por ellos, pues al final la verdadera bendición había sido su llegada. Sin él nunca habrían dado con la Tercera Joya.

Desafortunadamente, estando a punto de partir mediante un portal que estaba invocando Nexus, el cual sólo puede conducir a lugares que el taumaturgo ha visitado previamente, Tathis apareció repentinamente ocasionando una fuerte Nova de Luz que interrumpió el conjuro y lanzó por los aires al Lengua Vil y al Mago de Retaguardia.

-¿Qué es eso que percibo? Esa energía remanente… ¡Así que habéis usado las Alhajas! Muy astutos, pero aún puedo mataros con un único golpe. Así que, si no queréis acabar como Kami, dejadme a mí recibir la bendición.

-Llegas tarde, Asceta. ¿No sabes que una vez ungidas, las Alhajas se destruyen y su magia vuela libre hasta dar lugar con tres elementos similares esparcidos por la Tierra? Si de verdad ansías poder, déjanos en paz y vete a buscar las esferas.

Sin apenas mostrar aparente enfurecimiento, Tathis encadenó con aros de luz los pies de ambos. Seguidamente se dispuso a canalizar un potente hechizo llamado Pacificador. Nexus lo había visto varias veces en algunas escaramuzas. Tras la batalla se acercaba un Asceta o un Cruzado neutral y se ponía en el centro del terreno para pacificar la zona. Una enorme explosión sacra barría el lugar y consumía todo, incluso los cadáveres, dejando únicamente un terreno llano y al conjurador. La única desventaja de un Pacificador era que tardaba un par de minutos en ser evocado. Nexus tendría tiempo de crear un portal suficientemente amplio para que él y Pherxilus pudiera acceder, pero las cadenas de sus pies, más fuertes que la absorción del portal, amputarían sus extremidades inferiores. La única alternativa de escape era el Teletransporte, pero no quería dejar a su compañero frente a una muerte segura. Justo en ese momento, desesperado, Prexilus habló.

-Nexus, si eso es un Pacificador no me queda otra que poner en práctica la Transferencia de Alma. Te mentí, no sólo puedo resucitar a los de mi sangre, sino que, aquel que no tenga parentesco alguno conmigo, será poseído. Sé que es un hechizo prohibido, la manipulación mágica es tabú, pero prefiero morir intentando poner algún remedio. Si algo sale mal, tienes mi permiso para que te teletransportes, sin rencores.

Nexus no tuvo tiempo ni para replicar. De inmediato, del pechó de Pherxilus emergió un fragmento cristalizado morado de su alma. Aprovechando la concentración de Tathis, lo lanzó con fuerza contra su tórax y la canalización del Pacificador paró en seco. Lo había conseguido, ahora el Lengua Vil tenía total control sobre el cuerpo del Asceta y Pherxilus sabía perfectamente qué hacer. La espada que tenía envainada en su cintura sería suficiente para atravesarle el corazón.

Pero, ¿de verdad lo había conseguido? En absoluto, ya lo había dicho Tathis, todo radica en una convicción ciega. Se dejó morir y esperó a que el fragmento de alma, ahora bañado en luz y, por tanto, impregnado de la esencia de Tathis, regresara al cuerpo de Pherxilus. Fue entonces cuando la magia sacra estalló en su interior y el Asceta “resucitó”. El fragmento contenía por completo el alma de Tathis. El intento de manipulación del Lengua Vil era perfecto para él, pues así podría tomar un cuerpo bendecido por las Tres Alhajas sin tener que emprender la tediosa tarea de buscarlas de nuevo.

El cuerpo seguía siendo el de Pherxilus, pero Nexus se percató de la luz que emanaba de sus ojos. Algo iba mal. Ni siquiera las ataduras se habían roto, y ningún hechizo puede prevalecer estando su conjurador muerto. El Portaluz intentó fingir que no había ocurrido nada, pero Nexus fue rápido y comenzó, con suma velocidad, a preparar su Teletransporte.

Tathis no pudo evitarlo de ningún modo. La forma corpórea de Nexus se desvaneció, aunque antes de desaparecer en su totalidad de Las Tierras Exánimes, pudo escuchar una amenaza.

-Con este cuerpo se me ha abierto un abanico de posibilidades, pero estando tú vivo, sabiendo la verdad, me obstaculizas todo. Puedes huir, Nexus, pero pronto te encontraré…

Nexus concluía con la historia.

­-Aquellas palabras me provocaron escalofríos. Un semidemonio capaz de manipular la Luz. Juré dar descanso a tu hermano, Luzbel, aunque solo no podría conseguir nada. Pasó el tiempo y el Pacto de la prohibición de la magia me pilló de improvisto. Me quedaba sin ayuda, así que busqué a los pocos proscritos que aún tenían maná en sus venas y los convoqué. Me refiero a vosotros. Y cuando Luzbel se presentó ante nosotros un camino de esperanza apareció.

-Así que el hermano que creía vivo, realmente no lo está…

-Siento decirte que así es. Por eso os pido disculpas por este ocultismo. Pero os aseguro que la conversión en Brujos no fue exclusivamente por este motivo, sino porque de otra manera nos habrían dado caza sin poder poner oposición alguna. Aparte de eso, creía que Tathis se llevaría una sorpresa al ver que no sólo me hallaría a mí, también se toparía con un ejército de Brujos… Sin embargo, parece que él también ha reunido un ejército propio… ¿Cómo habrá persuadido a Androk y a sus hombres? Dudo que su simple odio hacia la magia le haya hecho aceptar nuestra búsqueda y captura.

-Tal vez… yo pueda responder a eso.