Noticias desde la Oscuridad

06-07-2015
Cardiofagia está concluido.

13-07-2015

22-07-2015

28-07-2015

09-08-2015

03-09-2015

22-09-2015
Suerte está concluido.

28-09-2015

Lamento del día

Mientras que yo soy un ciego que ha aceptado su propia invidencia, tú eres uno que aún cree que simplemente tiene una venda tapándole los ojos.

domingo, 27 de octubre de 2013

Clave de Hyde

Pocos motivos tenía para existir en este mundo. Podría decirse que esos escasos motivos eran como las máquinas que mantienen con vida a un comatoso. Pero, de entre todos, había una de gran calibre, una que, al apretarme la mano para no caer en el vacío, me otorgaba una confianza desmesurada. Dicha confianza, al principio, era mi aliada, no obstante, al cabo del tiempo, me percaté de que eran las puertas tras las que se ocultaba la auténtica esencia de la demencia.

Todo sucedió hace poco más de un trimestre. Como de costumbre, iba montado en el tren, dirección a la Facultad de Filosofía, con la música de mi móvil emanando a todo volumen por mis auriculares. Me encantaban esos cuarenta minutos de puro placer melómano.

Pero ese día no iba a poseer la misma monotonía que el resto. Siempre buscaba un lugar en el tren donde no tuviera que compartir asiento. Sé que mi música no es del agrado de muchos, por lo que prefería ir solo para que el sonido no incordiara a muchos. A pesar de llevar auriculares, el volumen estaba lo suficientemente alto como para que se lograran percibir las canciones a unos cuantos centímetros cerca de mí. Era consciente de que esto provocaría daños irreversibles en mis oídos, pero no me importaba. Correría el riesgo.

El tren llegó a una estación en la que subió un señor muy risueño. Lo observaba de reojo. Con cada pasajero que se montaba, hacía lo mismo, suplicaba que no se sentara a mi lado. Sin embargo, parece que esta vez mis plegarias no fueron atendidas y aquel hombre decidió “acompañarme” durante el viaje. Maldije para mis adentros. Tampoco podía obligarle a marcharse. Después de todo el problema era yo, no él.

Cuando se sentó empezó a mirarme fijamente. Eso sí que era superior a mí, me estaba empezando a poner nervioso. Me concentré en el paisaje que se veía a través de la ventana, pero cuando, por el rabillo del ojo, observaba su rostro, él seguía mirándome, ¿analizándome? Subí el volumen aún más para intentar espantarle, hasta saqué una hoja de mi archivador y fingí que escribía, pero nada, seguía empeñado en contemplar cada uno de mis movimientos. Parece ser que tendría que soportar esta situación durante los quince minutos que faltaban de trayecto.

Por fortuna, y por desgracia, no tuve que aguantar todo ese cuarto de hora. Llegamos a la penúltima estación. En ese momento estaba escuchando Shut it up, de Mindless Self Indulgence. Había sacado el móvil para ponerla. Y fue entonces cuando, al abrirse las puertas del tren, en un abrir y cerrar de ojos, dicho hombre salió disparado como una centella en dirección a las puertas de salida, no sin antes arrebatarme el móvil. Al instante mis pensamientos fueron los de darle un tirón y morderle la mano hasta destrozársela, pero los auriculares se desenchufaron del móvil. Me quedé sin música, y en consecuencia, la timidez se apoderó nuevamente de mí… Permanecí sentado observando cómo se llevaba mi querido cofre de melodías…

Sin embargo, la suerte se puso de mi lado. Justo antes de salir por la puerta se chocó con un pasajero y el móvil cayó al suelo. No sufrió ningún rasguño, pero, cuando fue a recogerlo, posó uno de sus dedos justo en el lugar de la pantalla donde se hallaba el botón de reproducir.

La música volvió a sonar, y yo abandoné mi comportamiento temeroso. El ritmo guió mis pasos y la letra modificó mi cerebro. Una conversión melódica que sería el preludio orquestal de una banda sonora de terror. Encarnado en pura saña, me levanté del asiento y salí del tren, persiguiendo al ladrón.

El incauto seguía huyendo con mi móvil emitiendo la canción de Mindless Self Indulgence. Si se hubiera parado un momento para darle al botón de pausa, todo habría acabado en ese momento, pero el móvil ya se había bloqueado y la única alternativa era bajar el volumen hasta silenciarlo. Opción la cual tampoco se le había pasado por la cabeza.

A medida que la canción sonaba, cada vez fantaseaba de forma más macabra con el momento en el que lograse atraparle. Sabía que cuanto todo acabara y pausara la música para volver a enchufar los auriculares, durante segundos sufriría profundos remordimientos, pero eso ahora era secundario. Todo estaba a mi favor, ese hombre había robado a la persona equivocada en la situación errónea.

Comencé a acelerar el paso, extendía los brazos, ya casi lo tenía. Segundos después mi mano consiguió atrapar la capucha de su sudadera. Le di un fuerte tirón y cayó al suelo. Con el impacto, un puñetazo directo a su cara le acompañó. Seguidamente me puse encima de él, presionando su estómago con mi rodilla, dificultándole la respiración.

-Devuélveme el móvil y yo te devolveré tu derecho a permanecer con vida –contesté susurrándole al oído con un tono siniestro –.

Temblando, me lo entregó. Si justo ahora hubiera apagado la música, hubiera vuelto a quedar indefenso, pero dejarla sonar tampoco era una buena alternativa, mi violencia podría acrecentar. ¿Qué hacer?

Habría que arriesgarse y seguir drogado por el ritmo. Me incorporé y un impulso se clavó en mi mente. Me giré hacia el ladrón que, confiado, suspiraba tranquilo, aún en el suelo. Primero fue sólo una patada en el costado. Observé a mi alrededor y, percatado de que no había nadie en ese callejón, continué aplastándole la tráquea para enmudecerlo. Cada vez que las baquetas golpeaban los toms y los platillos, cada vez que la púa rasgaba las cuerdas de la guitarra con fuerza, cada vez que el bajo emitía un sonoro acorde, cada vez que el vocalista gritaba, los golpes salían con velocidad en dirección a su cuerpo.

Y la piel empezó a abrirse. La sangre salió y comenzó a salpicarme. Su organismo se iba haciendo más y más blando. Dos minutos después la canción terminó. Durante esos pocos segundos de completo silencio que había entre canción y canción, volví en mí, la cordura me abrazó de nuevo. Pero esta vez era consciente de algo. No eran simples suposiciones, no eran meros sueños tétricos. Realmente la música me transformaba.

Sin embargo, no era momento para alegrarse, o preocuparse, según como se mire. Ahora tenía que comprobar si el ladrón seguía con vida. Acerqué mi oído a su boca. No respiraba. Abrí uno de sus párpados y jugué con las sombras para ver si sus pupilas reaccionaban. Tampoco. O su nivel de inconsciencia era grave o… estaba muerto. Tanto un problema como otro conducían a la misma solución: deshacerme del cuerpo. Pero no podía, no era capaz de tocar a alguien que posiblemente hubiera perecido. Si quería evitar que alguien lo encontrara tendría que volver a transformarme, sufrir una oscura catarsis melodiosa. No me quedaba otra…

Me puse en la oreja izquierda el auricular, la otra tenía que percibir cualquier sonido de mi entorno para mantenerme en alerta. Di al play y fue Disturbed quien me acompañó mientras arrastraba el cuerpo hasta un contenedor cercano. Con un poco de suerte, si no estaba muerto acabaría muriendo y no me supondría más problemas. No creo que descubrieran el cadáver cuando aquí cualquiera se salta todo protocolo habido y por haber. El camión llegaría, levantaría el contenedor y vertería su contenido haciendo que el ladrón ahora fuera problema del vertedero. Y allí se descompondría en completo silencio.

Era un buen plan, ¿pero qué pensaría cuando la música cesara? Remordimientos, dudas, desesperación. Iría en busca del cuerpo, hasta podría llamar a la policía. No querría meterme en problemas, aunque avisar a las autoridades supondría ser el primer sospechoso de su muerte, y no tardarían mucho en averiguar que efectivamente yo lo maté. Pero soy tan estúpido que no me importaría con tal de hacer lo correcto. No podía permitirlo, mientras mis oídos percibieran música podría estar tranquilo… aunque el móvil no tiene una batería infinita, la carga duraría poco más de doce horas. Tenía medio día para hallar una solución. Convencerme a mí mismo de que guardar el secreto era lo mejor era una pérdida de tiempo.

Opté por ir a clase, de momento, e ir pensando en un remedio. Una vez llegué al aula, puse el volumen lo más bajo posible y al sentarme apoyé mi mano izquierda en mi cabeza para ocultar el cable. No estuve atendiendo durante ningún momento a lo que decían los profesores. Durante esas seis horas de clase simplemente mi cerebro palpitaba, maquinando mil y un alternativas para evitar que mi lado sumiso se apoderase de nuevo de mi psique.

No se me ocurría nada, lo único que veía posible era hacerme entrar en razones, darme cuenta de que no beneficiaba a nadie si informaba del asesinato. Era un hombre bastante mayor, y viendo sus acciones delictivas, no creo que tuviera relaciones fuertes con nadie. De hecho… tal vez hubiera hecho bien en matarle… Sí, Lamb of God me daba la razón con su solo de guitarra.

Recurriendo a la lógica, al fin y al cabo, aunque transformado por las canciones, yo seguía siendo el mismo, por lo que a lo mejor permanecía con estos mismos pensamiento aunque parase de sonar For whom the bell tolls.

Hice un experimento, una de las canciones, tenía una pausa de tres segundos un minuto antes de acabar, se trataba de Millionaire de Queens of the Stone Age. Era el tiempo necesario para que dejara de estar controlado por la música y ver cómo reaccionaba sin el riesgo de quitarme el auricular y no poder regresar a este estadío tan perfecto. Así que, tras acabar las clases me senté en uno de los bancos del exterior y procedí. Me puse también el auricular derecho por si acaso y seleccioné la canción. Era el momento de ver qué hacía.

Llegó el momento exacto y el silencio dio la bienvenida a las represalias morales. Comencé a temblar de terror, todos irían a por mí, sería cuestión de tiempo. Me levanté y fui corriendo a la estación de tren para sacar a aquel hombre del contenedor. No obstante, como era de esperar, la música continuó y los miedos se desvanecieron. Ahora quedaba claro, seguir escuchando el arte armónico de estas bandas era mi única vía para la salvación.

Entonces, imaginándome el resto de mi vida con los auriculares incrustados en mis conductos auditivos, se me ocurrió la idea de hacer realidad esas nefastas expectativas. Claramente no podía estar constantemente escuchando la música de mi móvil, básicamente porque estaría sometido a sus niveles de carga, y sé que algún día sufriría la nefasta sorpresa de que se quedara al cero por ciento de batería mientras caminara por la calle… Tiemblo con sólo pensarlo, obligado a atender a los nimios sonidos de lo que me rodea, a las voces ajenas… Qué pesadilla. Pero podía solventarlo con algún tipo de dispositivo con una batería duradera y que fuera lo bastante pequeño y sofisticado para no llamar la atención ni cuando tuviera que exponer un trabajo de clase, así como que la música la recibiera tan sólo mi oído derecho y mi oído izquierdo, más perceptivo a las voces, permaneciera atento a lo que me aconteciera.

Tenía que recurrir a mi creatividad, precisaba de la ayuda de Muse. Tenía su gracia esto, que el nombre del grupo fuera lo que este evocaba a mi alrededor con sus canciones. Fui a la biblioteca general y saqué cuatro folios  sobre los que me dispondría a diseñar el prototipo de lo que buscaba.

Empecé dibujando varios garabatos similares a un pen drive, con ello podría solucionar el problema del espacio. Tendría que dirigir mis objetivos hacia la confección de un pequeño chip con una gran memoria, capaz de almacenar unas quinientas canciones, algo así como seis u ocho gigas. Esa sería la parte fácil, ahora quedaba lo complicado: cómo escuchar el contenido sin cables de por medio. Extraje de mi cartera unos pequeños apuntes que tenía de anatomía, menos mal que nos lo dieron para comprender mejor el tema de sociología, y busqué algunos dibujos craneales.

¡Obtuve la respuesta! Justo detrás de la oreja, en el hueso mastoides, una potente vibración podría llegar a los huesecillos del oído y así traducirse las ondas en información sonora. En pocas palabras, con el chip en esa zona de la cabeza podría escuchar música sin problemas.

Y, en lo referente al tema de la carga, no había problema alguno, conocía algunos métodos de recarga cinética, con el dispositivo correcto tan sólo tendría que sacudir la cabeza de vez en cuando para evitar peligros. Así que ya solamente me faltaba ir a una tienda de informática para que pasaran todas las canciones al microchip, le instalaran el dispositivo cargador, y después colocármelo en el mastoides.

Sin embargo, ya en casa con todo listo, pronto me di cuenta de que la última fase, la cual pensaba que era la más sencilla, se convirtió en el proceso más complejo. El pegamento y la cola no servían, y una tira de celo daría demasiado el cante. Pero lo peor era que, al comprobar si funcionaba, me fijé en que realmente un microchip tiene todo en proporciones minúsculas… El sonido era imperceptible, diría que se escuchaba más el zumbido de las pequeñas vibraciones que la canción en sí. Si quería algo efectivo tendría que adquirir una placa que lo amplificara, y como no podía aumentar el tamaño del circuito, la otra elección era… recurrir a la cirugía.

Así es, empleando a Korn como anestésico, me hice un pequeño corte en la zona mastoidea y metí, a presión, el microchip. Llegué a llorar del infernal dolor. Cuando estaba dentro y me cercioré de que escuchaba su música con nitidez, me puse un apósito para que la herida se cicatrizara. Ya podía estar tranquilo, el yo adicto a la música se quedaría para siempre, encargado de vigilar que mis temores no resurgieran.

Las semanas transcurrieron con normalidad. El corte ya se había cerrado y no había complicación ni rechazo alguno por parte de mi organismo. La fusión se había realizado exitosamente, ahora era uno con la música. Pero… esto no acaba aquí, si no, sería un final feliz, ¿verdad?

Un día, de camino a la facultad, estaba tan inundando en las melodías que mi cerebro no calculó bien la posición de un escalón y tropecé golpeándome la cabeza contra la barandilla justo en la zona donde se hallaba el microchip. Caí al suelo inconsciente.

A las horas desperté en la cama de un hospital, de inmediato me asusté al comprobar que había silencio absoluto, no escuchaba música alguna, el golpe debió dañar el dispositivo. Pero eso ahora no importaba, la cuestión era que había un señor descomponiéndose en un vertedero y sus conocidos estarían preocupados buscándole. Salté de la cama y salí al pasillo. Justo entonces, a un enfermero que pasaba por allí le sonó el móvil, era AC/DC. ¡Me venía de perlas! Aproveché esos segundos para palparme detrás de la oreja. Sí, el microchip seguía allí, era extraño que no me lo hubieran extraído. Me di varios puñetazos para ver si con la percusión se arreglaba, pero nada… El tiempo muerto pasó y el enfermero contestó a la llamada. Lo único que podía hacer era bajar al primer piso y marcar el 091.

Afortunadamente, el hilo musical del hospital, a pesar de ser música clásica, la cual no me entusiasmaba mucho, era lo suficientemente agradable para hacerme notar en mi mente. Tendría que probar una medida desesperada. Reproduje por medio de los impulsos nerviosos, mi canción favorita, Love will tear us apart de Joy Division. El efecto no sería el mismo que con un reproductor de música, aunque siendo la que más me transformaba en este ser despreocupado por las consecuencias, tal vez escucharla de esta manera podría hacerme volver.

Y, efectivamente, sucedió. No tendría mucho tiempo hasta que perdiera la concentración y el efecto se debilitara. Arreglar el microchip era imposible, así como convencerme de que no llamara a la policía. Tampoco podría pedirle a alguien su mp4 o móvil para escuchar música, además de que podría no ser de mi agrado y así el favor, si es que me lo hacían, habría sido en vano. Por lo tanto... solamente podía hacer una cosa.

Me fui hasta un extremo del pasillo. Cerré los ojos durante un momento y los volví a abrir. Joy División fue reemplazado de mi mente, en su lugar entraron en escena los Foo Fighters con Pretender. Rompió la canción y cogí velocidad. Un enfermero, el mismo de la canción de AC/DC, intentó detenerme, pero lo esquivé con facilidad gracias a los reflejos dotados por el guitarreo. Me cubrí la cabeza y salté atravesando la ventana del otro lado del pasillo.

Era un quinto piso, suficiente para satisfacer mis deseos. Mientras caía, con el viento dándome en la cara y mi cerebro, consciente de la muerte inminente, rememorando a la vez todas y cada una de las canciones que había escuchado a lo largo de mi vida, se creó una atmósfera perfecta. No tenía derecho alguno a quejarme de mi defunción, después de todo dudo que pudiera ser tan idónea como esta… Tal vez fueran segundos de caída libre, pero a mí me dio tiempo a que las miles de canciones acabaran. Sentía tanta paz, tanta tranquilidad, creo que, hasta el yo que emanaba cuando no escuchaba música, se había desprendido de sus preocupaciones. Me era imposible sonreír ante esta situación.

Antes de que llegara el silencio final, Jim Kerr se despidió de mí cantándome al oído Don’t you forget about me.

No hay comentarios:

Publicar un comentario