
Hoy yo seré el narrador]
Empecemos
desde el principio, justo cuando Bruno ofreció todo su ser, casi mostrándose
como una simple herramienta, para salvar a Samanta. Acepté desde el primer
momento, aunque, en ese instante, lo que me empujaba a colaborar era el simple
hecho de la traición de Óscar.
Como ya
habréis imaginado la mayoría, si el inmunólogo apareció en una de mis cosechas,
en cuyo final claramente perdía su total integridad psicológica, es porque
había hallado su alma y la había traído a mi habitáculo en la Oscuridad. Sin
embargo, la ambición, pecado que no debería albergar un ente no corpóreo,
seguía encontrándose en su interior. Por ello, escapó y regresó al mundo
mortal.
El
proceso siempre es el mismo. Un alma es encontrada, o ella me encuentra a mí.
Yo la guio con la luz de mi guadaña hasta mis aposentos y allí ella exhala todo
lo que impide que pueda ver la entrada al Paraverso. A cambio de esta ayuda,
pues según lo que indican las Leyes, es el mismo alma quien, por cuenta propia,
debe deshacerse de aquello que la bloquea, ella permite que me quede con esos
recuerdos y los plasme en un portal pseudoonírico que conecta la Oscuridad con
la Tierra. Cuantas más cosechas recojo, más conexiones se crean. Cada vez hay
más energía y es difícil apartar la mirada de esas demenciales imágenes, otrora
recuerdos de almas atormentadas.
Han
sido muchos, a lo largo de este tiempo, los que me han preguntado si, al ser
enlaces con el mundo mortal, sería posible adentrarse en uno de ellos y volver
a la Tierra “resucitado”. La respuesta es que sí, es posible hacerlo. Sin
embargo, al contrario de lo que se piensa, las almas pierden todo sentimiento
humano. Lo único que retienen son esas últimas memorias que les atan a la
Oscuridad, una vez se deshacen de ellas desconocen otro motivo para volver a la
vida. No recuerdan a sus familiares ni a sus amigos. Simplemente ven la Tierra
como el lugar donde murieron, y por ello rehúyen de regresar a allí, a expensas
de volver a sufrir una muerte igual o peor. Así que, sin otra alternativa,
descienden hasta el Paraverso para disfrutar un merecido descanso hasta el fin
de los tiempos.
Pero
siempre hay excepciones. Y una de esas es Óscar. Su muerte no fue muy normal
que se diga. Su alma estuvo varias horas atrapada en su interior obligada a ver
a su carcasa siendo controlada por las células NK. Pese a que ya había muerto,
aún seguía sufriendo. Me imagino que sería desesperante ver cómo tu cuerpo se
va pudriendo poco a poco sin remedio alguno. Cada trozo de carne desprendida,
cada coagulo reventado, sintió todo hasta que sólo quedaron cenizas y polvo…
Puede
que por esta razón su alma no fuera como las demás y aún retuviera algo del
mundo mortal. Cuando lo encontré parecía del montón, pero cuando le traje aquí,
sintió una curiosidad por los portales que jamás otra alma había tenido.
Y llegó
el momento. Concluyó su historia, quedó liberado. Me despedí de él tendiéndole
la mano, aún consternado por sus últimas vivencias. Pero entonces, confiado, en
vez de ofrecerme su mano, me empujó y saltó al portal de los recuerdos de
Santiago, el Flebotomista. Si no me hubiera asestado tal golpe, hubiera podido
pararle con la hoja de mi guadaña, pero fue hábil y astuto. Ni siquiera me
esperaba esa reacción. ¿Acaso no sabía que volviendo a la Tierra su cuerpo quedaría
de nuevo infectado por esas células? Aunque eso sí, el efecto podría ser
distinto… Quizás sea precisamente eso lo que le haya hecho dejar de ser un
científico ansioso por salvar al mundo a ser un no-muerto imbuido por maldad.
No
obstante, esto no acaba aquí. Recientemente otras siete almas encontré. Era
extraño que estuvieran las siete reunidas en un mismo lugar de la amplia
Oscuridad. Fue en junio cuando poco a poco me fueron narrando sus últimos
minutos de vida. Tres de ellas enseguida viajaron hacia el Paraverso, pero
otras tres decidieron esperar a que la última, la cual estaba cubierta por un
extraño embozo con una oscuridad incluso demasiado densa para este entorno,
terminara su historia. Me pareció extraño, para qué mentir, pero lo permití.
Sin
embargo, una vez terminó y las puertas del Paraverso se volvieron a abrir, las
manos de los tres que se marcharon emergieron y me inmovilizaron. Entonces el
resto comenzó a buscar entre los portales aquel que la última alma denominaba
“la indebida”. No me hizo falta pensar mucho para concluir que hacía referencia
a las vivencias de Bruno, pues era el único que sin morir y quedar atrapado en
la Oscuridad tenía la oportunidad de mostrar a los demás su sufrimiento y poder
librarse un poco de las cargas del silencio.
Repentinamente,
tras hallar ese portal, el alma que lideraba a las demás disipó su embozo y
mostró su rostro. No sé cómo, pero Óscar había vuelto a morir. En su nueva
cosecha, Virofilia, no especificaba nada, y en un principio la había catalogado
como un Aullador. Pero parece ser que todo era un engaño. Lo que ahora me
preguntaba era la razón de que las otras seis almas hubieran aceptado ayudarle
en una causa irracional. ¿Inmortalidad, poder, qué les habría prometido? ¿Y por
qué perseguía a Bruno?
No
sería hoy cuando averiguaría todo aquello. Al partir, para no dejar atrás a
nadie, Óscar metió una mano en el portal y con la otra agarró a Lillith, esta
agarró a Carlos y él al Insurrecto, formando una cadena humana que alcanzaba a
los tres que ahora residían en el Paraverso: Hugo, el Insomne y el Atemporal.
Tiraron de ellos y los siete desaparecieron. Y yo, nuevamente, sin poder hacer
nada…
Ahora
la cosa se ponía peor. Nunca jamás se había dado el caso de la resurrección de
un alma que ya se albergara en el Paraverso. Las consecuencias de que esto
sucediera serían inestablemente… curiosas. Tendría que observar con
detenimiento, buscar por cualquier esquina. Pero no fue fácil, les perdí la
pista de inmediato. Se separaron nada más aterrizar en el mundo mortal. Lo
único que podía reducir el riesgo potencial del posible asesinato de Bruno era
estar más pendiente de él. Pero nada se ponía de mi parte y Santiago volvió a
la vida por medio de artes nigrománticas. Arrebatado en contra de su voluntad
del Mundo de los Muertos. Ahora todo se había convertido en una lucha a dos
bandas entre un equipo compuesto por muertos resucitados ilícitamente y otro de
vivos ahogados por un entorno mortecino.
Y hasta
aquí lo que ha pasado. Ahora lo que ocurrió al decir…
-Está bien. Te ayudaré, pero te recuerdo que
tengo mis limitaciones –le contesté a Bruno –.
Juraría
que por el entusiasmo no prestó mucha atención a la historia de Óscar, líder de
Los Siete. Me cercioré de que se había enterado, pero la euforia le podía, no
conseguiría mucho. Simplemente me materialicé por completo en el mundo mortal.
Hacía
demasiado tiempo que no pisaba mi mundo… En cuanto puse un pie en el suelo
todas las sensaciones características de los humanos me invadieron. Pero de
entre todas, lo primero que me vino fue la pena y el dolor. Y, aunque sé que es
imposible, diría que hasta escuché en mi interior un sonido parecido al de un
latido. Me llevé de inmediato la mano al pecho, asustado. Carente de sangre,
fuera del peligro de hemorragia, hundí la mano y busqué entre las vísceras
torácicas. Negativo, ahí no había ningún músculo. Tras esta pequeña paranoia
volví a lo que me concernía.
Me
dirigí a donde Santiago se encontraba. No hizo falta ninguna presentación,
enseguida me reconoció. Aunque esperaba algo de respeto, me saludó con mofa,
comenzó a reírse.
-¿Quién viene a ayudarte, el intento fallido
de Parca?
Extendí
mi guadaña y le levanté del suelo. Poco a poco se hundía en su tórax. Su rostro
palideció y se puso más serio. No había sufrido amnesia alguna al regresar al
mundo mortal, sabía perfectamente que por muy inmortal que fuera, el arma de un
nigromante te podía arrastrar a la Oscuridad por toda la eternidad.

-¡Está bien! ¿Buscáis a Siete, no es así?
-¿Por Siete te refieres a Óscar, el
inmunólogo, el que ha traído seis almas de la Oscuridad?
-No sé su nombre, pero sí, es el mismo que ha
hecho eso…
-Perfecto, de momento llevas un uno de dos,
vayamos a la prueba final… ¿Qué haces vivo si hace tiempo vagabas como alma en
pena?
-Él se apareció cuando estaba a punto de
morir desangrado. Me dijo que me salvaría de aquella situación si hacia ciertos
retoques en mi mente. Créeme, nunca me importó morir, pero no lo ves igual
cuando tu vida pende de un hilo, entonces te agarras a lo que sea. Sé que antes
era distinto, aunque mis recuerdos estén borrosos. Además, conozco a quien han
raptado, pero no sé sus intenciones. Me enviaron para asustar al chaval,
simplemente hacerle huir y que Siete hiciera el resto del trabajo.
-¿Algo más? –pregunté, apretando el arma con más fuerza
–.
-¡No sé nada más!
-Muy bien…
Perdiendo
toda su utilidad, di un último apretón y la hoja penetró en su pecho. Nada más
entró en contacto con su corazón. Su cuerpo se volvió grisáceo y estalló en
miles de virutas de ceniza. Un obstáculo menos, quedaban siete.
Bruno
se enfadó por unos instantes, creyendo que podría guardar algún secreto. Me
hizo gracia, era aún muy inocente, desconocía el potencial del miedo, más
efectivo que cualquier suero de la verdad. La Inquisición era experta en ello,
hasta te hacían convertir mentiras en verdades. No, ya había compartido toda la
información que sabía, dejarlo vivo sería un error, pese a que aún pudiera
conservar algo del verdadero Santiago, tal y como él dijo, Óscar le había
manipulado la mente, el riesgo era grande si le perdonaba la vida. No soy el
bueno de la película, puedo matar a quien me plazca…
Una vez
recogimos las cenizas y ayudé a descuartizar las últimas piezas del cadáver del
taxista, ahora tocaba rastrear a Siete. El primer sitio a visitar sería, por
supuesto, el lugar del accidente del tren.
Obviamente
no podía salir con estas vestimentas. Por desgracia, tendría que adoptar mi
apariencia posterior a la desdicha narrada en Metanoia. Y a juzgar por la
reacción de Bruno, creo que se esperaba cualquier técnica de camuflaje excepto
esta. Mis indumentarias, así como la guadaña, se transformaron lentamente en
pura sombra y descendieron hasta difuminarse con el suelo. Tras de sí dejaron a
la vista un chico con unas ojeras considerables, pelo, iris, labios y uñas
negras, una larga gabardina negra y unos vaqueros llenos de imperdibles de los
que colgaban pequeñas calaveras plateadas, además de unas Converse negras de
cuero.
-Pero… ¿cuántos años tienes? –me preguntó Bruno, incrédulo –.
-Los suficientes para arrancarte el alma de
un mordisco. Puede que sólo sea un año mayor que tú, pero he visto cosas que
han envejecido demasiado mi esencia…
-Perdón por la pregunta…
Sí,
realmente así no intimidaba tanto, aunque mi aspecto siguiera estando
demacrado, el rostro juvenil, casi semejante al de un quinceañero, quitaba
seriedad al asunto, y eso a veces me enervaba… hasta límites insospechados.
Después
de un silencio incómodo, partimos. Por fortuna Bruno había guardado las llaves
del taxista, así que hice uso de mis escasos conocimientos de conducción y,
como pude, nos llevé a la estación de tren. Habían transcurrido pocos días,
pero ya habían movido todos los vagones, cualquier prueba que hubiera dentro de
ellos quedaba ahora fuera de nuestro alcance.
A pesar
del infortunio, parece que íbamos por el buen camino. Escondiéndonos entre los
escombros restantes, conseguimos llegar a la región donde Bruno aseguraba que
se encontraba su vagón. Recordaba que justo al bajar había una persona cortada
por la mitad, sólo habría que buscar una gran mancha de sangre seca.
Entre
las piedras y el raíl la divisamos. Justo cuando Bruno se puso encima de la
mancha, cayó de rodillas llevándose las manos a la cabeza. Al descubierto,
entre los dedos, pude verle el ojo derecho. Era Yin. Nunca me había imaginado
que cuando decía que le cedía el cuerpo a su doppelgänger ocurría esto. Era una
situación realmente angustiosa, parecía que en cualquier momento la cabeza
estallaría en mil pedazos. Abría la boca para intentar gritar, pero no salía
voz alguna, una especie de protuberancias, similares a una mano, rodeaban su
cuello, como si lo estrangularan… Esta imagen era impactante.
Tras
unos segundos, todo cesó, Bruno se incorporó y me mostró su colmillo izquierdo.
Estaba claro que era Yin quien ahora tomaba las riendas.
-A partir de aquí te guiaré yo.
-¿De verdad sabes hacia dónde han ido?
-Óscar se lo susurró mientras
dormía. Le oculté la información porque sería capaz de ir directo a la boca del
lobo. Ahora, con tu ayuda, podemos ir más seguros.
Asentí
y fui detrás de Yin. El trayecto, en su mayoría, seguía las vías del tren.
Pero, cuando llegamos a una zona donde se encontraban un par de edificios
abandonados, Yin se desvió y fue directo a uno en el que ondeaba una bandera
rasgada y quemada con un símbolo difícil de distinguir… para alguien normal.
Era el símbolo del dólar de color rojo. Ese edificio, por tanto, era una antigua
empresa de Blood Services. Íbamos por buen camino entonces.

Los dos
entramos y una línea de sangre nos dio la bienvenida. Eso era una mala señal.
Pese a que fuera una trampa, era mejor ir a lo seguro. Volví a mi forma de
sombra, empuñé con firmeza la guadaña y le ordené a Bruno que se quedara en la
entrada.
Seguí
el rastro carmesí. Era demasiado larga la línea, supondrían ya unos cuatro
litros… Si todo aquel líquido correspondía a una única persona, muy
posiblemente ya estaría muerta o debilitada hasta el punto del último adiós.
Subí
las escaleras y el rastro terminó manchando el picaporte de una puerta. Me
preparé para lo peor y la abrí. Dentro me esperaba una sala totalmente oscura
excepto el centro, donde una pequeña bombilla iluminaba a alguien sentado en
una silla metálica, amordazado. Tenía la cabeza baja, no sé si por defunción o
por inconsciencia. Pronto lo averiguaría.
Antes
de poder aproximarme para identificar al desconocido. Una voz grave me
paralizó. Me era familiar, quería averiguar de quién era, pero no podía. Odiaba
esa sensación, rozar el recuerdo con la yema de los dedos y no poder rememorar
absolutamente nada. Era la voz de Óscar, aunque no era como la recordaba, se me
asemejaba a la de otra persona, pero, ¿a la de quién?
-¡Bienvenido, Borja! Ansiaba tu visita, pero
no te preocupes. No llegas con mucho retraso.
-Óscar, sea lo que sea lo que fluye por tu
mente, no concierne ni a Bruno ni a Samanta, déjalos en paz. Me entregaré si
hace falta.
-¡Por favor, no me hagas reír! Aún mi cuerpo
no se ha acostumbrado a un segundo resurgimiento y una carcajada podría
romperme la musculatura facial. Siento decirte que no puedo dejar en paz a
ninguno de los dos. Esto es personal, y va por los tres.
-¿A qué te refieres? La gente muere, la gente
nace, contigo no fue diferente a excepción de tu muerte atroz. ¿Qué te ha hecho
renegar de la acogida del Paraverso?
-Esto no funciona así, Borja. Aunque estos
sean tus últimos segundos de vida, no voy a desvelarte la razón, no me sería
extraño que regresaras de entre los muertos, después de todo, llevas mucho
tiempo con un pie en la tumba buscando algo en el sitio equivocado…
-¡Recapacita! ¡Deja vivir a los chicos!
-¿Vivir? Bruno aún puede saborear eso… Me
temo que su amiga ya no.
Justo
entonces la intensidad de la bombilla aumentó y destapó las sombras que
ocultaban al individuo de la silla. Era Samanta, y a juzgar por el tono de su
piel llevaba muerta un buen rato, así que no cabía duda: la sangre era suya.
No
tenía tiempo para quedarme inmóvil por el shock. Había fallado dos veces ante
las trampas de Óscar, pero esta vez no me dejaría atrapar. Transcurrió un segundo,
pero fue realmente valioso para mí y lo exprimí al máximo. En ese tiempo
calculé todo lo que pasaba a mi alrededor. Si todo iba según el plan de Óscar,
su intención era que dejara solo a Bruno… solo para que los otros seis fueran a
por él. Por eso él, Siete, era el único que se hallaba en esa sala.
Me
desmaterialicé e hice lo impensable. Atravesé las paredes, las puertas. Fui,
veloz como un rayo, en dirección a Bruno. Allí se encontraba él, acurrucado y
casi temblando. Uno, Dos, Tres, Cuatro, Cinco y Seis le rodeaban, y estaban a
punto de asestarle el golpe de gracia. Sin embargo…
Fui yo
el que se lo di. Así es. Mi guadaña danzó en el aire y le decapité.
Seguidamente agarré su cabeza y me la llevé lo más rápido que pude de aquel
edificio. Escuché los gritos de impotencia y rabia de todos… los de Óscar
inclusive. Algo me decía que descubrió en Santiago, al resucitarle, una
dotación sobrehumana increíble, y quería probarla en Bruno, único vivo que
habla conmigo, y Samanta, hija del íntimo amigo de Santiago. Aparte de ello, yo
también debo de ser un factor clave. Tal vez el proceso de resurgimiento, como
él dice, por medio de mis cosechas, es también lo que dota a los humanos de esa
peculiar inmortalidad. Sea como sea no tenía otra alternativa que matar a Bruno.
Si no me hubiera desmaterializado no habría llegado a tiempo y,
desafortunadamente, lo único que puede entrar en contacto con los vivos en ese
estado es mi guadaña, la cual ya existía cuando estaba íntegramente vivo. Una
vez muerto, ya podía recoger los restos, y es la cabeza lo que me interesa,
donde la mayor parte de las esencias de Yin y Yang se encuentran.
Minutos
después regresé a la Oscuridad. Bruno ya era tan sólo un alma, y me resultó curioso
que, incluso así, fuera una única persona, albergando dos personalidades.
Verdaderamente sí que estaban unidos él y su doppelgänger. De primeras él no
comprendía nada. Así que poco a poco le fui calmando y le expliqué todo.
Cuando
llegó el momento de revelarle la muerte de Samanta, yo esperaba que no sintiera
emoción alguna. Sin embargo, y ante mi asombro, se echó a llorar
desconsoladamente. Con ese sentimiento de dolor lo demás vino después. Nunca
antes había pasado eso, lo único que ahora le diferenciaba de un humano vivo
era la transparencia de su cuerpo, por lo demás era idéntico a uno, sentía,
gesticulaba, su voz no era un eco vacío. Estaba presenciando un alma
potencialmente abrumadora, posiblemente con la capacidad de oponerse a la
tiranía del plan de Los Siete.
Si hubiera
pasado algo… más normal, no hubiera dudado, me hubiera despedido de él y le
hubiera mandado al Paraverso. Ya me hubiera encargado yo de ellos y de una
Samanta trastornada. Pero ese no era el caso. Pese a que en un principio tuve
que tratarle como un alma desconocida, ahora volvía a ser el Bruno de siempre,
hasta con sus cambios repentinos de humor.
Y
entonces llegó la pregunta que siempre temía.
-Oye, Borja. ¿Por qué no empleo mi propia
cosecha para volver atrás en el tiempo y evitar que todo esto ocurra?
Tendría
que haberme negado, lo sé. Ahora, de lo mismo que me quejaba sobre Óscar, era
lo que estaba incumpliendo. Pero la mirada de este chico… había algo en él, en
sus vivencias, que me haría perdonarle cualquier calamidad que cometiera (y que
de hecho ya ha cometido).
Por
tanto, sí. Le di un par de consejos de los que todos conocemos, el efecto
mariposa y derivados. Eso sí, antes de marchar, solidifiqué una pequeña
cantidad de sombras y las convertí en una minúscula piedra. La cerré en su puño
y le dije que con esto, al morir, volvería a este tiempo, con la intención de
que pudiera repetir el proceso tantas veces como fuera necesario hasta dar con
la clave. Asimismo, esa piedra contenía mis propias memorias para que mi yo del
pasado se pusiera al día por si acaso Bruno precisaba de su ayuda, aunque le
dije que a priori se encontrarían tan solo él y Samanta. Constantemente con
cada norma asentía en completo silencio, como un alumno ante su profesor.
Le
pregunté en qué momento exacto quería aparecer y decidió el día en el que
Santiago se presentó en su casa fingiendo que quería hacerle unas preguntas. Le
di un fuerte apretón de manos y entró en el portal. Ahora tocaba esperar…
No se
me haría la espera muy larga mientras seguía reuniendo cosechas, pero sabía que
durante ese tiempo en mi mente circularía sin parar una incógnita que no había
pasado desapercibida durante mi conversación con Óscar.
¿Qué
quería decir con que buscaba en el sitio equivocado?
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