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Lamento del día

Mientras que yo soy un ciego que ha aceptado su propia invidencia, tú eres uno que aún cree que simplemente tiene una venda tapándole los ojos.

lunes, 31 de marzo de 2014

Pequeño diario de una pequeña alma #12

[La extensión de las vivencias que tanto Bruno como yo hemos tenido durante Febrero y Marzo requieren una división del trabajo para la elaboración de esta cosecha. Comenzaré, por supuesto, con lo que me ha contado él, pero aproximadamente a la mitad introduciré parte de lo que me ha sucedido a mí. Creedme, merece la pena hacerlo así. Aunque cada uno hemos ido por caminos distintos, los acontecimientos nos han proporcionado una nueva visión de nuestros mundos, tanto de la Tierra como de la Oscuridad. Hay cosas que Bruno debe afrontar, y cosas que yo no he sido capaz de ver…]

Es una historia larga de relatar. Esta vez sí que por poco me desvanezco para siempre. No hace falta que me lo repitas. Sí, fui un incauto al saltar a mi cosecha sin determinar nada de nada. No caí en la cuenta de que seguía marcado por el sueño de Dos hasta que fue demasiado tarde. Intenté, en vano, nadar contra corriente en ese océano de recuerdos temporales, pero me succionaba con tanta fuerza que no tuve más remedio que dejarme llevar y rezar para que la amnesia no durase mucho esta vez… ¿En qué fecha iría a caer esta vez?

Me desperté en el suelo. Un potente rayo solar impactó en mi párpado izquierdo y me hizo abandonar mi estado somnoliento. Me froté los ojos y me quedé sentado durante un buen rato, pensativo, tratando de reestructurar mi cabeza por tercera vez. Estos viajes empezaban a hacer mella en mi cerebro. Debería empezar a considerar que no podía estar eternamente muriendo y volviendo al pasado, así que tenía que ponerme las pilas y solucionar todo de una dichosa vez. Aunque lo primero de todo era situarme cronológicamente. No sería capaz de hacer nada si había caído en una fecha donde Samanta no me conociera aún o ya la hubieran asesinado. Habría de cruzar los dedos en aras de solventar mi completa imprudencia.

Me encontraba en la cocina. Mi vista se recuperó y regresé finalmente a un estado completo de vigilia. Con la percepción activada, me percaté de que bajo mí había un charco de sangre fresca. Me asusté y busqué aterrorizado alguna herida en mi cuerpo. Nada.

¿De quién era esa sangre? A juzgar por la cantidad no habría llegado muy lejos la víctima. ¿Estaría rondando por mi casa? Me guardé un cuchillo dentro del pantalón y registré cautelosamente cada una de las habitaciones. Comencé por el salón y el recibidor. No había más restos de sangre. Era extraño que no hubiera ningún reguero que me permitiera seguir el rastro del desangrado.

De repente escuché una horrible tos expectorante proveniente del cuarto de baño. Me resultaba bastante familiar, aunque eso no quitaba que siguiera en guardia con mi mano izquierda cercana al mango del arma.

La puerta estaba abierta y la luz encendida. La bombilla proyectaba la sombra del herido en mi campo de visión. Estaba arrodillado, desprevenido, por lo que en el caso de que fuera un enemigo podría degollarle con suma facilidad.

Me asomé y por un momento pensé que se había cambiado de lugar el espejo del baño. El que estaba de rodillas era… yo. O al menos eso creí hasta que se dio cuenta de mi presencia y me habló. Ese tono de voz tan característico era inconfundible… La cuestión era: ¿cómo había vuelto a separarse Yin de mí?

-Buenas días, imbécil. La próxima vez piensa detenidamente antes de lanzarte de cabeza al suicidio.

-¿Qué quieres decir?

-Idiota –respondió tras un fuerte suspiro de decepción –. ¿Por qué no te echas las manos al cuello un segundo?

Así lo hice, descubriendo que había perdido algo incluso más importante que mi propia vida: el collar que evitaba mi muerte absoluta. Empecé a hiperventilar, la amnesia se esfumó en su totalidad, acababa de acordarme de que el Insomne había soñado conmigo y aún yo no había fallecido, por lo que la probabilidad de que siguiera marcado para morir era bastante alta. No podía estar seguro de que viajar al pasado me libraría de ello, después de todo ellos también se mueven por el espacio y el tiempo como yo, así que sus habilidades también podrían quebrar las leyes temporales.

Unos segundos más tarde, cuando me aplaqué un poco, tratando de no perder los estribos, me fijé en que Yin, con su mirada acusadora y decaída, esperando a que volviera en mí, permanecía con sus dos manos sobre su tórax. Definitivamente la sangre era suya, aunque no veía que su ropa estuviera manchada. Algo importante me había perdido durante mi inconsciencia.

Por suerte había tiempo para aclarar todas las dudas, Yin pudo explicármelo con pelos y señales. Al parecer, debido a mi gran estancia en la Oscuridad, él había recuperado una gran cantidad de fuerza y estuvo plenamente despierto durante la travesía a través de mi cosecha. Retrocedimos bastante, más o menos sobre principios del año pasado. Sin embargo algo raro ocurrió. El viaje no fue como otras veces en las que aparecía la noche anterior al día seleccionado, acostado en mi cama, sino que fui vomitado a plena luz del día sobre el suelo de la cocina.

El incidente hubiera sido inocuo si no hubiera sido porque caí justo encima de una persona. Habiendo alguien en casa, en un principio Yin creyó que habíamos regresado a una fecha en la que, por una vez más, mi hermana y mi madre aún no habían muerto. No obstante, esta sospecha fugaz quedó excluida cuando la intrusa gritó.

Desgraciadamente, yo, Yang, ya me había desmayado, por lo que Yin únicamente podía actuar como espectador, sin ni siquiera hacer uso de la visión, ya que tenía los ojos cerrados. Y tuvo que contemplar con impotencia la risa de aquella extraña.

-¡Vaya, qué sorpresa! Así da gusto cazar a la presa, apareciendo justo delante de ti.

La femenina voz la conocía vagamente, pero no llegaba a relacionarla con nadie, aunque eso ahora era lo de menos. Fuera quien fuera iba a matarme. Yin se quedó impasible, aliviado por el resguardo del collar.

Pero la calma se esfumó cuando escuchó el sonido de una piedra rebotar por el suelo. No había duda, la depredadora me había arrancado el amuleto del cuello. Ahora sí que podía cundir el pánico. Yin trató de reanimar mi cuerpo golpeándolo desde dentro, pero no logró nada. Continuó, inútilmente, agitando mi organismo para despertarme, mientras escuchaba el cajón de los cuchillos abrirse. Entonces se le ocurrió una arriesgada idea. Sería un todo o nada, pero no había otra alternativa, además de rendirse y morir.

Aguardó al momento exacto. La chica se acercó a mi obnubilado cuerpo y sin meditar ni un segundo clavó el cuchillo justo debajo de mi esternón. Esa fue la señal, el instante preciso. Yin concentró toda su energía en salir por la herida. Era un plan descabellado, cabía la posibilidad de que mi caja torácica estallase en mil pedazos al materializarse él de dicha forma, eran demasiados riesgos los que corrió.

Aunque por fortuna salió adecuadamente bien. Un gran chorro de sangre fluyó como si se tratara de una fuente carmesí. No sólo era la mía, sino la de Yin. Él también había recibido la puñalada, para así mezclar nuestras sangres y aprovechar mi propia energía, la de Yang.

La sorpresa de la inhumana hemorragia permitió que mi doppelgänger poseyera el tiempo necesario para separarse por completo de mí. Y, después de eso, no tuvo ni que defenderme. La asesina, a la que ahora pudo visualizar mientras escapaba, llevaba un uniforme de enfermera. Todo cuadraba, habían enviado a Uno para matarme, así que seguramente Tres ya habría informado de la fecha en la que aparecería. Yin miró el calendario. Era 21 de Febrero. Tras ello se dirigió al cuarto de baño para tratarse la herida. No sangraba debido a la materialización, pero por dentro notaba que había daños estructurales. No sabía muy bien qué podía hacer, pero si se mantenía pasivo seguramente perecería. A los pocos minutos recuperé la consciencia y fue cuando nos encontramos.

Su historia me había dejado un poco desconcertado. Sí que actuaban rápido Los Siete, nada más escapar de los trucos mentales de Seis, ya habían puesto en marcha el siguiente acto homicida. No se andaban con rodeos, pretendían a toda costa aniquilarme. Y ni tú, Borja, sabes el porqué… Cinco, el falso traidor, insinuó que debía sentirme afortunado acerca de esto. Bueno, a mí me da más bien miedo, ¿qué tendré para que un demente del calibre de Óscar esté haciendo esto?

Un quejido me alarmó. Aún seguía sin tratarse la herida de Yin. Lo único que se me ocurría era que volviera a introducirse en mi cuerpo, pero cómo hacerlo. Me aproximé a él y entonces percibí ese nauseabundo olor. Ya no lo recordaba… Por esas fechas estaba descuartizando a cuatro personas que maté en San Valentín, las cuales había depositado en la bañera del baño principal una vez se ensució demasiado el de mi madre. Sin embargo no recordaba que me afectara tanto ese cadavérico hedor. ¿Sería por la ausencia de maldad en mi interior, tan débil era sin mi hermano?

Juntamos nuestras manos y nos centramos en el objetivo de la fusión. Nos esforzamos hasta el punto de causarnos una severa cefalea… No íbamos a lograr mucho con ese método. Algo estábamos pasando por alto. Algo sucedió la otra vez que permitió que Yin volviese a entrar en mi organismo. ¿Qué fue…?

¡Lo recordé de inmediato! Aunque en dicha ocasión no nos separamos del todo, la escisión espiritual, la importante, se había realizado. Y el factor que tanto la provocó como la revirtió fue, ni más ni menos, el instinto de protección, que en este caso surgió por el peligro al que se vio expuesta Samanta. Yin se separó de mí con la intención de no causarla más problemas, pero luego se vio forzado a unirse nuevamente por el repentino ataque de Santiago.  Por tanto… hasta que no nos halláramos en una situación similar, lo más probable es que continuásemos “amputados”.

Entonces un atisbo de esperanza rezumó de entre nuestro pesimismo. El timbre sonó, me aproximé a la terraza y me asomé para ver quién era. Ni más ni menos que Samanta. Me indicaba con señas que bajase, tenía algo importante que decirme. Regresé al baño y le expliqué lo acontecido a Yin. Me lanzó una mirada de desconfianza y permaneció meditando un par de minutos hasta que echó un esputo sanguinolento al suelo y me dio permiso para bajar, no sin antes hacerme una rara petición.

-Antes de irte, tráeme tu collar. Sigue tirado en la cocina.

Se lo traje y bajé las escaleras repleto de nerviosismo. Para ella sólo habría pasado una semana desde que nos encontramos, pero para mí ya habían sido demasiados meses. Abrí el portal y un destello en mi cerebro desencajó mi realidad. No… no recordaba que nos hubiéramos vuelto a ver en Febrero… la segunda vez fue a principios de Mayo… ¿Qué hacía aquí entonces?

El filo de su katana apuntó, veloz como una centella, a mi cuello. No podía creer lo que veía. ¿Ahora también quería matarme ella? ¿Qué había ocurrido para ello, la estarían controlando o lo había decidido volitivamente?

-¿Por… qué…? –pregunté tras recuperarme de la desagradable sorpresa –.

-Por favor, no hables. No lo hagas más difícil… He de hacerlo –contestó mientras lloraba, como si estuviera coaccionada –.

Estaba acabado. No tenía al doppelgänger para que me defendiera, y mi bondad no era capaz de hacer nada frente a ella… Era la razón de mi fuerza, de que siguiera adelante y no hubiera entrado de cabeza al Paraverso, aceptando mi derrota. Pero, pese a todo el esfuerzo tan patético que había hecho hasta ahora, esto llegaba a su fin. Sin collar, sin agresividad, desarmado…

 ¿Desarmado? No… aún seguía el cuchillo oculto en mi pantalón. La cuestión era: ¿sería capaz de usarlo contra Samanta? Imposible. Aunque pudiese empuñarlo y tuviera la suerte de reducirla con algún contraataque, estaba seguro de que no acabaría matándola y regresaríamos a la misma situación, atravesándome ella la garganta, llena de dolor.

-Muy bien –concluí cabizbajo –. Haz lo que tengas que hacer… Supongo que… tendrás un motivo razonable.

Sin embargo, la ejecución se vio interrumpida por un objeto que cayó justo encima de Samanta. Era algo bastante pesado. Un cuerpo… ¿Quién? No… Yin… Se había tirado desde la terraza para salvarme viendo que no llegaría a tiempo yendo por las escaleras… Ese sonido de tantos huesos quebrados nunca se me olvidará.

Ella no respondía, posé mis dedos en su arteria radial. Había pulso. Suspiré con alivio y me dirigí a mi hermano. A pesar de estar consciente parecía que había salido peor parado que Samanta. Observé su tórax, la herida se había abierto y el sangrado era imposible de cortar, el corazón habría sufrido magulladuras considerables… Justo tenía que dañarse el órgano más débil en él, aquel que tuvo que copiar debido a la ausencia de este antes de que nos fusionásemos por primera vez.

Desde luego estaba en lo cierto. Este era el fin… al menos para uno de mis yos. Y Yin, también percatado de ello, me llamó con el dedo para así no tener que forzar la voz. Esperaba una despedida melancólica, aunque la realidad fue otra…

-¿Y ahora quién te va a salvar de tus meteduras de pata?

-Vas a seguir siendo tú, no digas tonterías. Mira, fuiste previsor, llevas el collar, no morirás. Sólo deberás pedirle a la Sombra que te traiga a esta fecha y nos volveremos a encontrar.

-Idiota… ¿Tú crees que funcionará igual al estar separados? Al fin y al cabo este cuerpo mío no es igual de orgánico que el tuyo. Además… aunque vuelva a la Oscuridad… ¿quién asegura que al entrar en tu cosecha no vaya a parar a otro pasado paralelo?

-¿Qué quieres decir?

-¿¡Pero es que no lo ves!? Nunca antes Samanta hizo esto en este día en concreto… ¡ni en ningún otro! Y no puede venir del mismo futuro que nosotros… Ella murió… sin que su alma llegase al Paraverso… Por lo que, quizá por regresar tantas veces o por culpa de Los Siete, el pasado se ha distorsionado en su totalidad

-Joder… Bueno, seamos positivos. No importa, el peligro ya ha pasado, ataré a Samanta y me quedaré por aquí esperándote. Si permanezco en casa estaré a salvo y cuando llegues podremos poner en marcha la investigación de tu teoría.


-Desde luego… eres más inocente de lo que pensaba…

-¿Ahora qué he hecho mal? No puedo fastidiarlo más de lo que ya está –reproché llorando –.

-¿Eso piensas…? Te recuerdo… que… sigues… marcado por… el Insomne…

Y Yin murió.




[A partir de aquí comienza mi (des/a)ventura por la Oscuridad.]

Acababa de ver desaparecer a Bruno. Como de costumbre, mil dudas invadían mi mente, ¿lo conseguiría esta vez? A veces me culpaba a mí mismo por sólo ser capaz de ayudarle de esta forma, pero no podía hacer más, a fin de cuentas era un simple guía que tomaba pequeños recuerdos de aquellos que se perdían por mi territorio. Ya arriesgaba demasiado haciéndome notar como un ser potencialmente peligroso para el Paraverso. ¿Queréis saber la razón de esto? Lo averigüé mientras Bruno vivía lo narrado anteriormente.

Aún no había sucedido la caótica oleada de almas sintéticas enviadas por Alpha, pero el Rey Osario, pese a su altruista colaboración, no confiaba del todo en mí. Podía verlo en su mirada… y en sus actos. ¿Qué razón había, si no, para enviar a un alma aquí? Era poco creíble que fuera una simple ayuda para dar caza a tres de Los Siete, algo que no me podía ser revelado era también un aliciente para enviar a este vigía.

Transcurrieron dos días y medio tras la huida de Bruno. Una fisura apareció en un abrir y cerrar de ojos. Surgió delante de mí una grotesca figura que emanaba ceniza y vapores fúnebres por doquier. Eclipsaba la escasa luz que brotaba de la grieta. ¿Qué clase de ser me había enviado el Rey Osario? Sin embargo, toda esa majestuosidad tenebrosa remitió cuando la falla estuvo a punto de cerrarse. El humo fantasmagórico, los ojos verde tóxico y los colmillos macabros fueron aspirados, dejando tras de sí la inocente figura de una chica vestida con una túnica negra, del mismo color que sus cabellos.

-Magnífica presentación –afirmé aplaudiendo con tono sarcástico –.

-Tengo que modificar mi imagen en este mundo –explicó ella –. Sé que hay almas perdidas rondando y no sería recomendable que vieran la verdadera apariencia de una residente de élite del Paraverso.
-Comprendo. Así que, ¿debería tener miedo de ti?

-Soy totalmente inofensiva –aseguró entre risas –. Yo sí que debería temerte. El conocedor de mil y una historias, aclimatado a las vastas corrientes corrosivas de la Oscuridad… Eres una leyenda de ética ambigua entre los de mis dominios.

-Vaya, empiezo a entender por qué tu Rey quiere que alguien no me quite el ojo de encima…

Di justo en el clavo. Sus ojos se abrieron y se elevó su ceño, no esperaba que me diera cuenta tan pronto de una de las razones principales por las que estaba aquí. El silencio se volvió incómodo y nuestra informal charla finalizó. Soltó una falsa y pequeña carcajada y se aclaró la garganta para dar inicio al asunto que nos concernía.

Lo primero de todo fue el interrogatorio. Me llevó un buen rato contar todo lo que había sucedido. Tuve que remontarme a la primera vez que visité a Bruno, y aunque hice uso de su cosecha para ayudarla a la visualización del problema, tardé casi cuatro horas en dejar todo bien definido para emprender la misión.

Finalmente marchamos al lugar donde se vio por última vez a integrantes de Los Siete, en aquella densa nube de oscuridad. Para mejorar nuestra orientación, creé una piedra similar a la de Bruno e hice exactamente lo mismo que él. El rastreo se vio apoyado por mis instintos de búsqueda, potenciados por la gran cantidad de meses que llevaba encontrando almas por estos lares.

No estaba muy lejos de nosotros. Y por fortuna detectaba en el interior de aquellos sombríos vapores un alma. Muy probablemente sería Dos o Seis. Sin embargo, un segundo antes de que me adentrara, mi compañera me paró en seco. Había algo que yo no había percibido, unas presencias que no eran ánimas. Estaban al acecho, deseando que pusiéramos un pie dentro de allí para destriparnos de un zarpazo. Eran, a su juicio, monstruos creados por una mente trastornada.

Caí en la cuenta. El chico no llegó a vencer a todas las criaturas que Seis liberó de su cabeza. Sin poder morir, aún estaban residiendo en ese lugar, a la espera de que cualquier incauto con algo de curiosidad se adentrase… ¿y ahora cómo íbamos a entrar?

Mientras estaba abstraído, pensando algún tipo de táctica efectiva para derrotarles o, en el peor de los casos, darles esquinazo, la chica se me adelantó y se metió de lleno en la boca del lobo.

Gritos y cortes se escuchaba casi de forma ininterrumpida, uno detrás de otro. Asomé la cabeza en la nube y contemplé a una habilidosa espadachín partiendo en trozos a los monstruos que se abalanzaban hacia su yugular. Fíjate, nunca se me habría ocurrido ese plan tan directo. Así que blandí mi guadaña y me uní a su ofensiva.

Nos fuimos abriendo paso hasta el claro que Bruno mencionó, más o menos por el centro de la densidad. Entonces comprendimos el motivo de que pareciese que había un número infinito de esos seres de pesadilla. Dos seguía tumbado allí, dormitando. Posiblemente, antes de que Seis le abandonara, este trastocó su mente e hizo que de su gran letargo surgieran incesantemente esos monstruos, de tal manera que pudiera emplear su total atención en exterminar al chaval sin que nadie le molestara. Una lástima que no contasen con la eficiencia de nosotros dos.

Aunque numerosos, eran débiles y con pocas estocadas caían inertes al suelo. Enseguida alcanzamos al Insomne y ella le atravesó el corazón para decapitarle yo posteriormente. Sin embargo, a pesar de la facilidad de su ejecución, estábamos un poco exhaustos debido a la gran agilidad que tuvimos que mostrar para esquivar los feroces ataques de sus guardianes. No sabíamos con certeza qué podría ocasionar el recibimiento directo de una dentellada o un arañazo de estos seres.

-Bueno. Ha sido sencillo –dije, bastante contento con el resultado –. Ya sólo quedan cinco más y dejaremos a Óscar sin aliados.

-Tampoco cantes victoria. Hemos matado al más débil de Los Siete, y para colmo le hemos sorprendido mientras dormía, en un mundo hostil para su fortaleza. No obstante, pudo oponer una considerable resistencia. ¿Te haces a la idea de lo complicado que puede ser ejecutar a Cuatro o a Uno? Y ya no mencionemos a Tres, que será capaz de anticiparse a todos nuestros actos.

-Pues sí que eres negativa. Vislumbras una derrota cuando ni siquiera se ha iniciado el combate. Anima esa cara, al menos ya no nos tendremos que preocupar por el que podía matarnos con solo dormir… Fíjate, quién me diría a mí que el Insomne acabaría de esta forma… con lo preocupado que era en vida por el bienestar ajeno… y ahora su alma estaba controlada por los caprichos de un maníaco sádico.

-¿Crees que el control que ejerce sobre ellos es tan fuerte?

-No hay otra explicación. Ninguno de los seis, cuando aún no habían muerto, poseía intenciones maliciosas. Eran luchadores que se vieron envueltos por la propia tenebrosidad del mundo. Dos, en concreto, llegó a sacrificarse para no tener que matar a más gente. No se me pasó por la cabeza en ningún momento, mientras recolectaba su cosecha, que fuera a sufrir una catarsis tan brutal… Óscar, por el contrario, sí llegó a presentar algo de oscuridad justo antes de perecer, tal vez por ello sea la raíz de la atrocidad contenida en Los Siete.

-Los conoces bastante bien.

-La verdad es que sí… Y eso me lleva a pensar que aún no sé mucho de ti. No te lo tomes como un acto de desconfianza. Simplemente ya se ha convertido en un hábito para mí el recopilar la información de aquellos con los que me encuentro… ¿Podría saber, al menos, y si no es molestia, cómo te llamas?

-Son varios los nombres por los que soy conocida… La Guardiana, el Espectro, la Cazadora… pero tú puedes llamarme simplemente Jade.

[Pronto continuará…]

jueves, 27 de marzo de 2014

El Relicario [2/??]: Temple

Estuvimos caminando durante un buen rato. Zaxi no me quitaba la vista de encima, como si estuviera analizándome. O… a lo mejor sólo esperaba a que dijese algo… Sí, parecía ser que mi timidez me había acompañado hasta el Más Allá.

Con Caronte fue distinto, estábamos únicamente él y yo, rodeados de una gran masa de “agua”. Sin embargo ahora nos movíamos entre una variopinta muchedumbre. ¡Y yo que pensaba que al morir como mucho vería Demonios y Ángeles! Pero aquello… a bote pronto podían distinguirse unas nueve razas distintas… y ninguna era la humana.

Ese factor, ese dichoso factor era el que afinaba mi timidez. Así fue y así será por los tiempos de los tiempos. Cuando me hallo rodeado de gente mi cerebro queda idiotizado y ni siquiera me veo capaz de pronunciar una frase de más de cinco palabras sin tartamudear o decir alguna estupidez. En cambio, esto se disipa si dialogo con alguien de plena confianza. En ese instante me evado del entorno y me concentro específicamente en dicha persona, virtualizando un lugar en el que sólo estemos los dos. De tal forma puedo volver a ser el de siempre.

Desgraciadamente este no era el caso, y Mortuallis era un sitio bastante grande. Lo único que esperaba era que llegásemos ya al destino, fuera cual fuera, porque Zaxi no es que me hubiera dado precisamente información acerca del lugar al que íbamos. Sí, una Academia, ¿pero dónde, aquí en el mismo puerto? ¿O por el contrario íbamos a estar andando kilómetros? No estaba cansado, ni mucho menos, pero tenía sed de respuestas. Si estaba viendo a tanto extraños individuos en un simple mercadillo pesquero, ¿con qué clase de seres iba a toparme en mis andanzas escolares? Se me ponían los pelos de punta con sólo pensar que un Demonio de casi tres metros u otra criatura más espeluznante me cogiera manía durante esos próximos cuatro años.

Respecto al paisaje, tenía que admitir que era interesante. Tres grandes faros iluminaban el lugar. ¿Sería electricidad como la de Bios la que proporcionaba esas luces? Sus intensidades permanecían constantes. Llegaban incluso a alumbrar gran parte de la bóveda que se situaba sobre nuestras cabezas, aunque era tan grande su oscuridad que la parte más alta conservaba su ambiente vertiginoso y lóbrego, como una especie de vorágine que con sólo mirarla te inducía a un síncope desesperanzado.

Las calles estaban abarrotadas de compradores, vendedores y una considerable cantidad de calderilla por el suelo. Coloridos puestos a ambos lados y casi ningún navío atracado en los muelles. ¿De dónde obtenían entonces esos aparentemente inacabables peces y demás productos marinos?

El ambiente desprendía una fragancia peculiar. Esperaba encontrarme con los típicos olores de cualquier región costera, pero, francamente, mi nariz percibía agradables esencias. Pese a que nunca antes había olido aromas así, mi cerebro los archivaba con placer, deseoso de volver a captarlos. Y hubiera afirmado que Mortuallis era un lugar perfecto para residir si no fuera por otra sensación crucial: el tacto.

Seguramente se debería a la proximidad de uno de los “puntos de entrega” de Caronte, no lo sé con certeza, pero muy de vez en cuando notaba caricias y pellizcos en mi piel. A veces era veloz con la mirada y pillaba in fraganti a algo similar a un humanoide de vapor al lado de mí, aunque en la mayoría de las ocasiones hacían la broma y desaparecían en cuestión de milésimas de segundo. Eran fantasmas, por supuesto, no obstante, ¿por qué ellos presentaban esa forma etérea y yo tenía un cuerpo totalmente tangible? Otra duda que apuntar para cuando mi timidez me quitase la mordaza.

Asimismo, requería especial mención las incesantes corrientes gélidas que golpeaban mi cara. Con razón relacionan el frío con la muerte… Aunque por fortuna no era el clima glacial que conocía en vida; este podía soportarse y no te hacía tiritar ni nada por el estilo, e incluso tal vez uno llegara a acostumbrarse y se sintiera confortable con esos vientos escarchados, pero para mí seguía siendo una sensación desagradable que hasta llegaba a emular mis vagos recuerdos en la asfixiante negrura de mi féretro.

Después de un breve lapso de tiempo embaucado en mis pensamientos, por fin la densidad del gentío disminuyó notablemente y pude comunicarme un poco con Zaxi.

-¿Está muy lejos la Academia?

-No mucho, enseguida cogeremos un medio de transporte que nos deje allí en un periquete.

-¿Qué clase de transporte?

-Un tren. De esos hay en Bios, ¿verdad?

-Sí, ¿cómo lo sabes?

-Tengo que guardar dentro de mi cráneo la mayor cantidad de información posible de los Siete Mundos. Verás, además de un guía que de vez en cuando acompaña a estudiantes que aún no entienden muy bien lo que sucede a su alrededor, también soy el Instructor de la asignatura Modus Vivendi. En ella aprenderás todo lo que se permite conocer de los Mundos ajenos al propio.

-¿Y por qué debería conocerlo?

-Chico, me parece que el mensaje de bienvenida que tiene preparado la Directora va a desencajarte la mandíbula ante las tremebundas sorpresas que vas a recibir. No quisiera perderme ese acontecimiento, sin embargo te prometí que contestaría a tus preguntas, así que puedo hacerte una pequeña síntesis. Como ya te habrá dicho Caronte, la Academia es un minúsculo castigo, por decirlo de alguna forma, y graduarse no quiere decir que hayas sido redimido. Creo… que es mejor que te quites ya esas ilusiones de encima. Habrá un día en el que ya no tengas que pagar por el delito que hayas cometido, pero me temo que deberán pasar una gran cantidad de años hasta que dicho día llegue.

-¿¡Qué… acabas… de decir!? –viendo mi inminente, y extensa, condena, la timidez se me desprendió de cuajo, me era indiferente que las personas próximas creyesen que estaba loco, necesitaba saber más, sobre todo cuando estaba totalmente convencido de la inocencia de mis actos –. ¿Qué pasará cuando me gradúe? ¿Me llevarán al Infierno, seré carnaza para aterradores experimentos? ¿Qué? ¿¡Qué!? ¿¡QUÉ!?

-Relájate, eh… ¿cómo has dicho que te llamabas?

-No te he dicho mi nombre. ¿Acaso decírtelo va a solucionar algo?

-Bueno, bueno… Está bien. Comprendo tu situación. Pero confía en mí, por un momento no juzgues mi aspecto y examina mis palabras. Hasta podría parecerte grata la vida posterior a tu graduación.

-¡Espero que eso sea sarcasmo! Oh... si aun aprobando sigues condenado no quiero imaginarme lo que le deparó a ese alumno que suspendió.

-¡Vaya! Me sé de un barquero que habla demasiado.

-Está empezando a cansarme tanto secretismo… Lo mismo con él; cambió de tema cuando quise indagar en el destino de ese estudiante. En cambio tú has dicho que contestarías a cualquier cosa. Muy bien, ¿qué pasó con él?

-Está bien. Que conste que me juego el pellejo contándote algo, así que te pido por favor que seas comprensible y entiendas que no puedo revelarte toda la información que poseo. Eres un muerto, y además los ojos del Simposio están puestos en ti, como mucho puedo satisfacer tu curiosidad con un par de frases. ¿Te parece bien?

-Sí, tampoco quiero que alguien sufra algún tipo de castigo nefasto por mi culpa. Con que me digas algo será más que suficiente para mí.

-Es un verdadero alivio que digas eso. De acuerdo. No puedo decirte quién es, ni cómo viste ni ninguna información personal similar, pero supongo que no pasará nada si te cuento lo que le ocurrió –en ese instante Zaxi bajó el volumen de su voz y se acercó a mí, mirando constantemente a los lados, como si tratara de buscar a algún espía –. No destruyeron su alma ni nada por el estilo. El Simposio es bastante permisivo con los jóvenes y normalmente estudian alternativas que se encuentren exentas de cualquier ejecución. Con este chico no hubo excepción, aunque el delito por el que ingresó en la Academia fue de los más inadmisibles documentados hasta la fecha. Creo que cometió uno de los Cinco Prohibidos, que son un quinteto de normas que, al ser violadas, conllevan a la máxima condena: la desfragmentación de tu alma. Cualquier sujeto que sufra esto no volverá a existir y sólo quedaran sus recuerdos… De todos modos, como ya te he dicho, con los jóvenes suelen tener piedad, por lo que fue admitido en la Academia por unanimidad. Sin embargo, se llegó a un diabólico pacto: nunca se le permitiría graduarse.

-A mí me parece que eso es bastante injusto. Le dan una opción para redimirse pero hacen que le sea imposible lograrlo. Eso es peor que ser desfragmentado, al menos en mi opinión.

-No te puedo quitar la razón. Tuviste que ver el rostro del chaval cuando, por mucho que se esforzara, todo eran puntuaciones negativas y suspensos. Y el día que se dio la noticia de que iba a ser el primer alumno desde que se inauguró la Academia, siglos atrás, que no conseguía graduarse, perdió totalmente la compostura. Pude oler su miedo, su desesperación y el florecimiento de la discordia en su interior. Sin embargo, este era precisamente el castigo que buscaban para él, y no la estancia en la Academia per se. Los Instructores, mandados por el Simposio, en su completa falsedad, y aquí desgraciadamente también he de incluirme yo, le dimos la “buena noticia” de que por ser él podría comenzar desde el principio.

-¿Entonces este año estará él en mi promoción?

-Estará en la tuya, así como estuvo en las treinta promociones anteriores…

-¿Me estás diciendo que lleva 120 años tratando de graduarse?

-Así es… Suena terrible, ¿verdad? No importaba cuánto se esforzara, cada cuatro años se repetía lo mismo. No obstante, no tiene otra opción mejor que regresar al primer año, es eso o desfragmentar su alma.

-¿Y habiendo pasado tanto tiempo no tendrá un aspecto envejecido?

-En la Academia conserváis vuestra estructura de ánima, las concepciones del tiempo y el espacio se ven alteradas en vosotros. Sois esencias puras envueltas en una frágil carcasa sintética. Este chico sigue teniendo la apariencia de un adolescente.

-Es decir, que será joven eternamente siempre y cuando pague el precio de estar toda su vida en esa cárcel estudiantil. Y tú, sabiendo esto, ¿no puedes hacer algo? ¿No es suficiente castigo el haber estado así durante un siglo y dos décadas?

-No soy el único que grita de impotencia. Hay más Instructores como yo, por no decir todos. Pero no podemos hacer nada. Somos simples celadores que custodian a los cautivos, los jueces que ponen la condena son los únicos capaces de revertir el castigo. Sin embargo, después de tanto tiempo sin siquiera estudiar de nuevo su caso, ¿crees que su desdicha llegará en algún momento a su fin, exceptuando el día del Big Rip?

-¿Y… esto lo saben los nuevos alumnos?

-En un principio quisimos evitar que se supiera acerca de ello, pero no se puede parar la propagación de las leyendas urbanas. Así que hemos optado por dejarlo estar. Es poco habitual que el que desvele la veracidad del rumor sea un Instructor, tal y como ha pasado ahora; e incluso a veces es este mismo chico quien se presenta. Pero desde este momento ya te digo que, para cuando acabéis el último año, todos sabréis a la perfección quién es el eternamente condenado.

Me quedé sin palabras. Y yo me quejaba. Aunque… la situación de ese estudiante me daba un poco de miedo… ¿y si el Simposio había sentenciado en mí la misma condena? ¿Quién me aseguraba que dentro de cuatro años estaría graduado? Nadie podía afirmar con completa seguridad que iba a salir airoso de ese castigo… No obstante, si para ello debían cumplirse las mismas condiciones que en su caso, podía considerar que estaba a salvo, ya que, según lo que dijo Caronte, la votación para determinar mi castigo fue bastante polémica. Si, por el contrario, la elección también hubiera sido por unanimidad me parece que estaría temblando de pavor debido a la idea de pasar el resto de mis días estudiando una y otra vez las mismas materias.

-¡Ey, llegamos!

De nuevos mis pensamientos me habían extraído de la realidad. No me había percatado de que tenía justo delante de mí a ese famoso tren. Era realmente extravagante, como sacado de una pintura de arte abstracto. Lo primero que detecté es que no tenía ruedas, y sin embargo bajo él yacían dos raíles herrumbrosos. Predominaba el color negro, aunque tenía una serie de trazos horizontales de color verde. No se dividía por vagones, así que no tenía ni idea de cómo iba a tomar las curvas, porque no es que tuviera precisamente una corta longitud, ya que mi vista, estando yo justo al lado de la cabina del maquinista, no llegaba a alcanzar el otro extremo del tren. En lo referente a los detalles del extremo del tren que podía visualizar, no había ventanas para que el maquinista viera el trayecto. En vez de ello, como un morro metálico gigante, se encontraba una gran circunferencia metálica en relieve. Supuse que sería el faro.

Mientras continuaba ensimismado ante tamaña onírica construcción, Zaxi se puso a rebuscar en uno de los bolsillos de su toga hasta que dio con una bola de papel. La desdobló y la alisó un poco para inmediatamente entregarme aquel rectángulo arrugado.

-No te preocupes por la presentación. El billete sólo te será útil en los primeros minutos que montes, después lo podrás tirar.

“Reactor 4”. Eso fue lo que más me llamó la atención. A primera vista era un billete de tren, pero en el marco donde indicaba mi asiento aparecía la palabra reactor. Qué raro.

-¿A quién le tengo que entregar esto?

-Ah, no tiene pérdida. Cuando se abran las puertas entra y verás unos dos pasos adelante un cuenco que emite un inconfundible brillo azulado. Echa el billete allí y el recipiente lo engullirá. En ese momento probablemente emita algún que otro alarido, no te asustes. Unos segundos después se iluminará tu asiento, un mullido sillón. Ponte cómodo y deja al tren hacer el resto. ¿Tienes alguna duda?


-Sólo una, si tú eres un Instructor, ¿cómo es que no vienes?

-Quizás suene discriminatorio, pero el Anima Viator, este tren, sólo es para los muertos. Yo, que aunque Demonio en el Purgatorio, estoy vivo con todas las de la ley, tengo otro medio, bastante más lento, que me lleva hasta la Academia.

Chorros de vapor comenzaron a salir del tren. Estaba liberando presión, las puertas se abrían paulatinamente. Llegó el momento de despedirse de mi segundo acompañante.

-Otra despedida… Al menos a ti te veré pronto, ¿verdad?

-Estaré dando vueltas por allí durante el festejo de bienvenida y, en el caso de que no sea vuestro tutor, tanto en el segundo año como en el tercero seré uno de vuestros Instructores oficiales.

-Perfecto.

-Sí, a ver si hay suerte con lo del tutelaje. Bueno, ¡date prisa! No sería conveniente que te retrasaras al entrar. El Anima Viator es muy riguroso con los horarios.

Entré en el vagón. La única luz que había allí era la que se filtraba por la puerta. Tenía la esperanza de que hubiera ventanas en el otro lateral, pero parecía ser que me esperaba un viaje un poco claustrofóbico.

Realicé paso a paso las indicaciones que me dio Zaxi y acabé sentándome en un sillón asombrosamente cómodo. Y no pasó mucho tiempo cuando todos los pasajeros estaban dentro. Tenía razón en eso de los horarios, no habían pasado ni tres minutos desde la apertura y ya íbamos a emprender el viaje.

Sin embargo, mientras la puerta se cerraba, pude ver una mueca burlona en el Instructor. Estaba claro que algo me había ocultado. Le devolví una mirada de preocupación, suplicando una respuesta.

-Te mentí, el Anima Viator es un cañón –contestó repentinamente a la par que me guiñaba un ojo –.

¿Un cañón? No tuve tiempo para salir de allí. La puerta se selló por completo y la luz situada encima del sillón se apagó. ¿Qué iba a pasar? ¿Iba a morir? Todo comenzó a temblar y una fuerte presión impidió que me levantara del asiento. Este empezó a inclinarse. Un sonido mecánicamente visceral emergió de la nada, viajando de un extremo al otro del tren… del cañón. Segundos más tarde el sonido fue acompañado de luces eléctricas. La intensidad de ambos acrecentaba por momentos. Eso sólo podía significar que el disparo era inminente, y yo, junto con el resto de viajeros, éramos las balas.

Tres cañonazos en intervalos de centésimas de segundos. El siguiente era yo. Grité. Ni siquiera sé qué ocurrió. Para cuando volví a abrir los ojos mi cuerpo había sido escupido por el Anima Viator y ahora flotaba a gran velocidad, atado por los tobillos a dos cuerdas eléctricas que me unían a los raíles, supongo que para no salirme del trayecto.

Miré mis manos, el cañón había hecho algo más que dispararme, también había transformado mi cuerpo. Ahora se parecía a esos mismos vapores fantasmagóricos bromistas de Mortuallis. No obstante, quizá por la electricidad de las ataduras, la coloración de mi yo espectro no era de un grisáceo apagado, sino que se asemejaba más bien a un luminoso añil.

Cuando me calmé un poco y vi que simplemente estaba siendo llevado a la Academia y que seguramente Zaxi me mintió para que no me pusiera nervioso, decidí relajarme y disfrutar del viaje. Aunque ahora tuviera la misma corporeidad que el humo, era capaz de sentir la brisa acariciando mi cara y deleitarme con esa sensación de libertad. Estaba volando.

Eché un vistazo atrás. Por sólo contemplar tal bella imagen ya merecía la pena ser condenado por el Simposio. Cientos de almas detrás de mí dibujaban con sus estelas un recorrido luminoso de aspecto galáctico. Éramos como luciérnagas decorando un telar oscuro. Cada curva, subida o bajada trazaba maravillas de incomprensible hermosura en mitad de aquella noche artificial, confeccionada por ese negruzco cielo espiral.

Tras unos escasos minutos ya pude vislumbrar en el horizonte un gran portal luminiscente, el cual posiblemente marcaba el final de aquella agradable travesía… Si cada año tenía que pasar por esto, entonces ya tenía un buen aliciente para ir aprobando, exceptuando, por supuesto, el objetivo principal; de mí dependía el regresar a una vida normal.

Crucé el portal, el cual me abrasó un poco el cuerpo, y aterricé estrepitosamente en el suelo, de nuevo con mi carcasa opaca. Tuve que moverme rápido porque, casi de manera instantánea, el viajero del Reactor 5 fue lanzado hacia mí. No había tiempo para reaccionar, había que tener unos reflejos muy afinados.

Y, como si padeciese de un trastorno maníaco-depresivo, toda la felicidad que tenía durante el viaje se desvaneció al llegar a ese lugar. No fui consciente hasta ese mismo instante de que ahora tenía que afrontar la pesadilla de todos los años, me vería obligado a socializarme y rodearme de desconocidos. Lo peor de todo es que esta vez sí que había más de una razón para que me considerasen raro. Ya habría unos cincuenta alumnos en el punto de llegada y, aunque algunos poseyeran un aspecto muy similar al mío, ninguno era de mi misma especie.

Entonces sucedió. Muchos empezaron a observarme, se estaban dando cuenta de lo que era… Pronto se reiniciaría todo… Las risas, los insultos, las humillaciones… Pero, pese a mis fieles expectativas por las ingratas experiencias de otros años en colegios e institutos, los compañeros sintieron interés por mí en vez de mofa.

Me avasallaron a preguntas, casi todas pinceladas con incredulidad. De lo poco que pude escuchar con nitidez entre el alboroto concluí que los humanos en la Academia eran bastante raros de ver y los demás alumnos solían admirarlos porque daba la casualidad de que todos ellos habían vivido increíbles historias en sus días póstumos.

Por desgracia, algo se fastidió cuando, tras recuperarme del colapso provocado por la monstruosa timidez que tenía en ese instante, el resto se puso de acuerdo para preguntar con cierto orden. La primera pregunta, que no podía ser otra, fue para averiguar cómo me llamaba.

-Mi nombre es Leo. Leo Alighieri.

miércoles, 19 de marzo de 2014

Especial Día del Padre: Genotipo [1/2]

-¡Felicidades, papá!

Mi hijo acababa de despertarme. Daba, con alegría, brincos en la cama sin parar. Era puro nervio, no podía esperar más, necesitaba verme despierto ya, después de todo hoy era mi día, estaría impaciente por enseñarme mi regalo.

Me dijo que su sorpresa aguardaba en el salón. Me eché un poco de agua en la cara para despejarme mientras él seguía dándole tirones a la camisa del pijama. Bajé las escaleras y caminé por el pasillo. Me asomé al salón y pude ver su regalo sobre la mesa donde siempre comíamos.

Desde luego que era una sorpresa. Allí yacía Elfo, nuestro pastor alemán, con el vientre abierto de par en par, bañado en su propia sangre. La imagen me dejó sin palabras, estaba boquiabierto, únicamente tuve la fuerza para girarme hacia mi hijo, intentando, con mi expresión, pedirle alguna explicación de aquello.

-Lo sé, papá –contestó él –. No hace falta que me lo agradezcas. Conozco muy bien tu afición por la veterinaria, así que tomé prestado el cuerpo de Elfo para que pudieras aprender de manera más práctica la anatomía de los cánidos, ¿a que es sensacional el regalo? Me ha costado mucho trabajo elaborarlo, pero ha merecido la pena.

A partir de ese día todo fue a peor. Mi mujer y yo ya lo sospechábamos, pero siempre quisimos creer que eran “cosas de críos”. Sin embargo, esos actos extravagantes trascendían a algo más que puras niñerías.

Desde muy pequeño le veíamos arrancar hojas de las plantas con saña, así como torturar pequeños insectos. Le gustaba regocijarse ante su superioridad, disfrutaba saboreando el dolor que propiciaba a seres indefensos. No obstante, era como si él no fuera consciente de lo malo que era aquello, como si para él fuera completamente normal convivir con la muerte y la violencia.

Sí… lo dejamos pasar, después de todo lo único que hacía era mutilar árboles y aplastar hormigas. Pero ese día… ese maldito día… llegó demasiado lejos. Era hora de buscar ayuda o de lo contrario podría ir a peor. ¿Qué sería lo siguiente? Quemar a otro niño, arrancarle el pelo a un amigo, apuñalar a un bebé… Me entraba un profundo escalofrío solo con pensarlo.

En aquel entonces, cuando recibí el “regalo”, mi mujer estaba de viaje de negocios, por lo que tuve que llevarle al médico personalmente. Y lo admito, no era yo precisamente quien se encargaba de los temas sanitarios de nuestro hijo. No sabía si tenía que llevarle a un psicólogo, a un psiquíatra o directamente al manicomio. Aunque lo mejor que podía hacer era pedir consejo a su médico de cabecera, a partir de ahí estaría mejor guiado con los procedimientos a llevar a cabo.

Alex, mi hijo, no comprendía muy bien lo que estaba ocurriendo. Lloró desconsoladamente creyendo que no me había agradado su regalo. Perdió el control y se dirigió a la cocina para empuñar un cuchillo. Acercó el filo a su estómago y afirmó que no merecía vivir si no era capaz de contentarme. ¿Y ahora qué debía hacer?

Le aseguré que me había gustado mucho, pero que no había tiempo para disfrutarlo porque teníamos que hacer cierto recado. Por desgracia no se tragó la mentira y apretó la hoja contra su pecho, si volvía a cometer un paso en falso mataría a mi hijo.

No tuve más remedio que fingir. Hice un trato, si probaba su regalo durante un rato iríamos luego los dos a la calle. Como era de esperar, soltó el cuchillo y dio saltos de alegría. Se marchó corriendo al cuarto de baño y me trajo dos guantes de látex. Genial… ya me imaginaba lo que pretendía que hiciera.

Aguanté el llanto, me puse los guantes y hundí las manos en las vísceras de Elfo. Aún estaban cálidas, probablemente lo habría eviscerado durante la noche. Palpé sus intestinos, acaricié su estómago. No sabía muy bien qué tramaba ni cuándo sería suficiente para él.

-¿Qué se siente, papá? ¿Es divertido?

Esa sonrisa que me puso… no era la misma que antes. Se reflejaba malicia en su rostro. Lo supe de inmediato, nunca había sido un trastornado mental que no sabía diferenciar el daño ajeno de la experimentación indolora. Se estaba regodeando. No quería agradarme, quería verme sufrir. Cada minúscula lágrima que me era imposible contener era una dosis de dopamina para él.

Insistió en la pregunta, necesitaba verme en shock, ansiaba escuchar de mi boca unas temblorosas palabras en un preludio al más auténtico espanto. Pero no le iba a conceder ese placer. Respiré por unos segundos y me calmé, no iba a conseguir nada entrando en pánico, había que mantenerse frío, como todas esas veces a lo largo de mi vida que tuve que recurrir a la calma en momentos de angustia y dolor.

-No hay comparación a los libros. Esto es mil veces mejor –contesté con una mirada desafiante–.

Reí para mis adentros. Me jugué todo a una carta, podría haber ocurrido algo más catastrófico, como haberle dado vía libre para continuar con asesinatos de mayor calibre. Por el contrario, únicamente se extrañó e incluso se enfadó un poco al creer que no me había afectado para nada la muerte de Elfo.

Me lanzó muchas más preguntas, cada una con un tono en el que se apreciaba un aumento de su desesperación. Que si no me parecía que había mucha sangre en su cuerpo, que por qué sus ojos seguía brillando, que si podía arrancarle un colmillo para ver cómo era la parte oculta por la encía… En definitiva, cada pregunta era un puñal dirigido hacia mis emociones, pero los esquivaba con soltura con mis nervios de acero y se los devolvía a su calma, la cual se iba desmoronando con mis inesperadas respuestas.

Su impotencia, por no sajarme la garganta en esa misma habitación en ese preciso instante, llegó a su clímax. No aguantaba más sosteniendo ese sayo de inocencia infantil. Así que dio un carpetazo y dijo que yo ya había cumplido mi parte del trato y ya podíamos ir los dos a la calle.

Era perfecto, porque, aunque él no se hubiera percatado, mis dedos temblaban después de haber estado quince minutos trastocando el interior de nuestro fallecido perro. Seguramente habría perdido los estribos si continuaba así durante más tiempo. Afortunadamente resistí y ahora podía tomarme un descanso. Por tanto, puse una toalla para tapar el cadáver, me quité los guantes, me lavé las manos, nos vestimos y salimos de casa. En breves me enfrentaría a otro desafío, quizá más sencillo pero igual de arriesgado: conseguir que el médico supiera todo aquello sin que Alex se diera cuenta.

Llegamos al hospital. Mi hijo estaba un poco desconcertado, me preguntó si estaba enfermo o algo por el estilo. Le prometí que sólo era una visita rutinaria para hacerle un chequeo. De momento el engaño iba a la perfección.

Tras una breve espera entramos en la consulta. Mientras el médico auscultaba a Alex, estando este tumbado en la camilla, aproveché la distracción y escribí en un trozo de papel una nota para el facultativo, de modo que buscase una forma de convencer a Alex para que pudiésemos hablar sobre el asunto en privado.

Cuando el médico regreso a su escritorio y leyó la nota me miró extrañado, pero mi rostro serio le hizo aceptar la petición, así que se inventó en un abrir y cerrar de ojos una magnífica excusa. Le dijo que entre él y yo íbamos a elaborar una serie de preguntas para analizar su estado cognitivo, y que debería mantenerse afuera de la consulta durante unos minutos porque no tendría la misma gracia si escuchaba las cuestiones que iban a ser propuestas, ya que habría de responder lo más rápido posible y quedarse allí escuchando le daría ventaja.

Alex se quedó un rato dubitativo, pero finalmente aceptó y salió por su cuenta de allí. Esperamos un rato para cerciorarnos de que no estaba oyendo a través de la puerta y el médico procedió con la pregunta que más me esperaba.

-¿A qué se debe esto, le preocupa algo de su hijo que no quiera que él sepa?

-Mire… sé que suena descabellado, pero necesito que me crea… Hace muchos años que dudaba de ello y hoy mis peores sospechas se han confirmado. Quizás sea solo una etapa que se desvanecerá en la madurez, no lo sé, aunque de momento sólo puedo mostrar preocupación. Es mi hijo, sí, pero empiezo a tener algo de miedo.

-Si me permite el atrevimiento, ¿usted cree que su hijo está endemoniado debido a su cruel comportamiento, cierto?

-¿Có…cómo lo ha adivinado?

-Ya puse hace tiempo en el historial clínico de su hijo que tenía indicios de un síndrome XYY. Había ciertas señales. Prestaba máxima atención a la jeringa a la hora de extraerle sangre cuando otros críos de su edad rompen a llorar con ver tan solo el envoltorio de la aguja. Siempre ponía énfasis en saber qué fármacos tenían efectos adversos letales o irreparables. Fantaseaba con que un día se cruzase en el hospital con un paciente mutilado o desangrándose… Verá, escasas veces he podido charlar con él a solas, previo secreto de confesión, pero me veo obligado a romper ese juramento con pacientes de esta índole.

-Entonces, ¿lo que tiene mi hijo es una simple enfermedad? ¿Qué es eso del síndrome XYY?

-Es una enfermedad, sí, pero me temo que genética, y cura como tal no hay, aunque hay ciertos tratamientos aún en fase de pruebas que podrían resultar beneficiosos para la integridad mental de Alex. Con respecto al síndrome XYY, me refiero a un cromosoma específico que adquieren algunas personas. Seguramente ya habrá oído antes hablar de él, lo que pasa que los medios de comunicación lo denominan el gen del mal o el síndrome del superhombre. Grosso modo, una de las implicaciones neuronales que tiene este cromosoma es la imposibilidad de una liberación normal de serotonina, hormona la cual se encarga muy a menudo de tranquilizar nuestros primitivos impulsos violentos. Con el tiempo, expuesto a la total naturaleza destructiva que tiene el hombre, el cerebro termina por aliarse con el enemigo y el problema se vuelve más psíquico que genético.

-Y, siendo así, ¿qué es lo que podemos hacer?

-De momento le recetaré sertralina, que propiciará una mayor abundancia de serotonina en su organismo. Asimismo, le daré cita con el genetista para que determinemos su genotipo. De esta forma podremos guiar el tratamiento por el camino correcto. No obstante, mentalícese, seguramente su hijo posea dicho síndrome. Aunque esto no es motivo de preocupación. Al fin y al cabo no es que sea un gen maléfico, simplemente otorga una predisposición a la violencia. Con este antidepresivo y los posteriores fármacos regresaremos a la etapa de riesgo, que no manifestación patológica, y únicamente tendremos que prestar más atención para que no vuelva a pasar nada de esto.

-Entendido. Iré a la farmacia de inmediato. A ver si mientras tanto esto puede paliarle un poco.

-Muy bien. Dentro de dos días se verá con el genetista. No se preocupe en traer ningún tipo de documentación ni en el precio. Tan solo firme esto para que dé su consentimiento y podamos administrar uno de los tratamientos en prueba para el síndrome. Los resultados del examen estarán listos en dos meses.

-De acuerdo –contesté mientras firmaba sin pensármelo dos veces –. Pues perfecto. Nos vemos dentro de dos días. Hasta luego.

Salí de la consulta y vi a Alex sentado en una silla, balanceando sus piernas. Me era imposible concebir que ese aspecto tan tierno podía ocultar una maraña de brutalidad psicótica. Me miró y sonrió, se levantó de la silla de un salto y se acercó corriendo a mí. Me preguntó si nos íbamos ya y asentí con la cabeza. Dentro de dos meses saldríamos de dudas.

Los dos siguientes días pasaron fugazmente. Mantuve el contacto con mi esposa, aún quedaba una semana para que volviera y preferí no decir nada de esto. Respecto a Elfo, me costó mucho convencer a Alex de que me había servido de utilidad pero era imposible “disfrutarlo” por más días, ya que pronto comenzaría a descomponerse y la casa olería de manera nauseabunda.

Nuevamente, tuve que someterme a los caprichos de mi hijo y desear que diera su aprobación. Aunque con pocas palabras se le convenciese, no me hacía gracia que tuviera que hacer eso cuando otro padre con decir un rotundo no ya le era innecesario siquiera comunicárselo a su hijo. Y sin embargo yo, aquí, tuve que cruzar los dedos para que me dejase dar un entierro digno a Elfo.

Pero pronto eso se acabaría. Mientras tanto, parecía que el medicamento hacía un poco de efecto. Se lo diluía en su refresco y hasta el momento no había vuelto a cometer ninguna atrocidad de ese calibre, pero seguía percibiendo esa maldad que emanaba de sus poros. No sabría explicarlo bien, era como mi intuición alertándome, el antidepresivo podría servir como contención, pero ni por asomo se aproximaba a un inhibidor total de su sadismo.

Regresamos al hospital y Alex estaba asombrosamente colaborador. Desde que le desperté sobre las nueve de la mañana hasta que entró al laboratorio para la prueba genética no dijo absolutamente nada. Su silencio llegaba a ser perturbador. A veces, durante el trayecto, le miraba de reojo y le pillaba observándome muy atentamente, como analizándome. Se me ponían los pelos de punta, no hacía falta un análisis genotípico para diagnosticar una anomalía en su cerebro, sólo había que verle.

El genetista dio inicio al procedimiento clínico mientras que yo esperaba afuera. Estaban demorándose demasiado. No sabía mucho de analíticas, pero era de sentido común que no tardaran más de una hora. Aguardé treinta minutos más y mi impaciencia derivó en preocupación. Al fin y al cabo, allí dentro con total seguridad habría una bestia maniática. El asunto me daba mala espina.

Me incorporé y me aproximé con velocidad a la puerta del laboratorio. Posé mis manos sobre su superficie, con intención de pasar, cuando, repentinamente, se abrió hacia mi lado. Era Alex, sonriendo.

-¡Hola, papá! Ya hemos acabado y me han dicho que podía marcharme. ¿Nos vamos?

Me agarró de la mano y me dio un suave apretón. La ligera sospecha de que algo iba mal seguía en mi interior pero, ¿qué podría haber pasado? Si de verdad hubiera hecho algo horrible hubiera sido reportado, no habría salido de allí como si nada. Al fin y al cabo es un niño de siete años. ¿Cuántos sanitarios habría dentro; tres, cuatro, cinco? Serían paranoias mías, así que desistí y le hice caso. Preocuparse ahora no solventaría nada, por mucho que lo deseara, la espera de dos meses no me la quitaba nadie.

En el viaje de vuelta el silencio nuevamente perpetuaba en el ambiente. Quise romper el hielo preguntándole qué le habían hecho allí dentro, pero respondió secamente “cosas”. Claramente había cambiado desde que le administraba la sertralina, aunque lo había hecho para mal. Supuestamente ese fármaco actúa como antidepresivo, crea un superávit de la hormona de la felicidad en tu cuerpo. ¿Pero él? Era todo lo contrario a felicidad. Frívolo, callado, apático… Eso no ayudaría a su supuesto síndrome. Me costaría, sí, sin embargo tendría que poner todo mi empeño en evitar que ese humor de perros acabase por desencadenar otra explosión asesina en él.

-Oye –dije mientras esperábamos a que el semáforo se pusiera en verde –. ¿Y no tienes ganas ya de ver a mamá? Mañana regresa.

-Ah…

-Cuando venga tendrá un par de semanas libres, ¿quieres que hable con ella para que vayamos a algún sitio en especial?

-Como quieras.

No iba a ningún lado esa conversación, así que dejé de hacer esfuerzos innecesarios. Tal vez mañana mi mujer conseguiría algo, al menos tendría más posibilidades, ya que desde pequeño él ha sido muy madrero.

Entramos en casa y me dispuse a preparar la comida. Estaba echando las patatas en la freidora cuando repentinamente Alex apareció detrás de mí. Me dio un considerable susto al propiciarme tal brusco tirón en el delantal. Me giré y contemplé una expresión poco habitual.

Le pregunté qué quería, y con señas me sugirió que fuera un momento al salón… La última vez que me indicó eso me llevé una fatídica sorpresa. A ver qué me había preparado hoy. Me quité el delantal y me dirigí hacia allí. Pero cometí un error fatal: bajar la guardia.

Alex se quedó quieto, permitiendo que yo me adelantara. No obstante, lo que él pretendía con ello era pillarme desprevenido. Agarró el mango de la freidora y me lanzó el aceite hirviendo al cuerpo. Mi camiseta, de tejido tan fino, no pudo paliar las quemaduras. Fue un dolor tan terriblemente intenso que en cuestión de segundos aumentó en algo tan insoportable que ni mis nervios eran capaces de procesar. Caí de rodillas, atónito, y le miré, suplicante.

-¿Por… qué?

-¿Crees que soy tonto, papá? Me hiciste daño con tus mentiras… Dijiste que el médico y tú estabais haciendo unas preguntas, pero nunca llegasteis a preguntarme nada de nada… Dijiste que te gustó el regalo, pero te deshiciste de Elfo porque lo despreciabas… Dijiste que iban a hacerme un chequeo médico rutinario, pero en realidad querías ver unas sustancias de mi sangre. Has sido malo, y la gente mala tiene que recibir castigos, ¿verdad?

Aprovechándose de mi debilidad, surgida de mi incapacidad para levantarme y defenderme a causa de los daños en mi piel, me levantó la camiseta y colocó con fuerza sobre mi estómago la base de la freidora. Me revolví de dolor. ¿Qué sería lo siguiente?

Se aupó al cajón de los cubiertos y extrajo el mismo cuchillo con el que días antes amenazó con suicidarse. Primero me cortó los talones y continuó con la perforación de mis muñecas. Con eso había conseguido inutilizarme para defenderme. Tenía que buscar otra opción.

El siguiente objetivo era mi cuello. Me concentré y esperé al momento exacto. Cuando estuvo mi hijo lo suficientemente cerca de mí, me impulsé con las pocas fuerzas que tenía y le di un cabezazo que lo repelió varios metros. Era mi oportunidad. Me arrastré hasta el recibidor y alcé los brazos para tirar del teléfono. Lo logré. Traté de marcar el número de emergencias, sin embargo, pese a que solo fueran cuatro botones, incluyendo el de llamada, me costó mucho por la afección de los tendones.

Aunque al final pude realizar la llamada. Los escasos segundos antes de que contestasen se hicieron infinitos. Y como ya sabemos todos, el infinito no llega nunca a un punto concluyente. Nunca escuché respuesta…

De nuevo, en mi desesperado descuido, Alex me atravesó el cuello con el cuchillo. El paso del aire se cortó de inmediato, la sangre se filtraba en mi tráquea, el oxígeno provocaba burbujeos que mermaban mis inútiles intentos por hablar, mis músculos se contrajeron y mis nervios me avisaban innecesariamente de la herida que sentenciaría mi muerte.

Mientras todo se apagaba y mis ojos desprendían unas escasas lágrimas, decepcionado por ver lo que realmente era mi hijo, aquella personita a la que tanto quería, mis oídos captaron unas últimas palabras.

-Mamá estará muy contenta de ver que pronto ya no sentirás más dolor. Te quiero, papá.

lunes, 17 de marzo de 2014

Especial San Patricio: Beoir

El nuevo pub irlandés de la ciudad, Beoir, acababa de ser inaugurado. Su propietario era bastante conocido en el país por una especial receta que había creado para producir la bautizada Cerveza Perfecta, más conocida como Fola.

Además, el día para su apertura era perfecto, justamente el 17 de Marzo. Los primeros visitantes se apelotonaban en la entrada sin permitir que nadie se antepusiera en sus afanes de ser los catadores que estrenasen el grifo de donde salía dicha sabrosa, espumosa y amarga cerveza.

De entre todo este ansioso y sediento público, había una persona que ocultaba su auténtica identidad en aras de su rutinaria metodología. Un inspector en completo incógnito se apostaba en las puertas de Beoir, ojo avizor, con una encomienda especial proveniente de un íntimo compañero de la empresa para la que trabajaba.

Toda esta historia podía resumirse con la primera pieza que activó este agresivo efecto mariposa: la envidia. Fácil de entender si se conoce el pasado del susodicho compañero, ya que este, en sus inicios por el mundo laboral, trató de sacar adelante un modesto bar, construido, o más bien oculto, en una de esas retorcidas y laberínticas callejuelas del centro de la ciudad.

Un día un cliente llegó, ni más ni menos que el futuro barman de Beoir. Este exigió que le pusiera su mejor cerveza, pero que no quería beberla, sino analizarla para un estudio que estaba realizando. Extrañado, pero con la poca clientela que pasaba por el establecimiento, aceptó su petición, después de todo iba a pagar.

Transcurrieron varias horas. Él, estando vacío el bar, se mantuvo en todo momento atento a lo que hacía su cliente con su bebida, lo cual incluía un sinfín de análisis y pruebas a excepción de su cata.

Finalmente concluyó con resultados aparentemente satisfactorios, o al menos eso indicaba su gran sonrisa. Se acercó a la barra y le felicitó por la técnica conservatoria que había realizado en esta cerveza, pues, según explicó después, hubiera hecho lo que hubiera hecho, la constitución molecular de este líquido había aportado ciertas propiedades ajenas a la cerveza estándar. No era una pócima rejuvenecedora ni un analgésico universal. Simplemente añadió que sus características físicas permitían que se mantuviera en harmonía con “cierto” ingrediente sin que ninguno de los dos quedase estropeado. Por desgracia allí acabó todo, y nunca le dijo a qué ingrediente se refería.

Sin embargo sabía que su auge económico y mediático gracias a Fola no se debía a otra cosa que no fuera ese factor secreto que encontró en su, ya cerrado por quiebra, antiguo bar. Por ello, ahora trabajando como inspector de seguridad y sanidad, tenía los contactos perfectos para realizar una búsqueda exhaustiva justo al lado de donde vivía.

Por el momento no podría ir él mismo, puesto que seguramente le reconocería y ya habían corrido rumores de su pequeña enemistad con él, así que habría que mantenerse en el sombrío anonimato. No obstante, nadie sospecharía si otro inspector, y más estando este de incógnito, le hacía un par de visitas semanales para hacer lo mismo que el propietario de Beoir hizo tiempo atrás en el bar de este tipo: examinar su mejor cerveza.

¿El porqué? Quería su parte del botín, que reconociera que si él no le hubiera permitido analizar su cerveza seguramente no hubiera creado nunca la Cerveza Perfecta. Quería una porción de su fama, que su nombre apareciera en los agradecimientos o como uno de los padres de Fola. Detestaba haber sido una pieza clave para su creación y haber quedado en el despreciable olvido. Lo dijo bien claro, su cerveza tenía las propiedades que buscaba, y eso era mérito suyo, por lo que no había excusa alguna para negarse a admitir que no toda la labor había sido propia, sino que había recibido ayuda crucial para la obtención de ese producto de oro.

Aunque todo aquello, si salía el plan a la perfección, quedaría en el cadavérico pasado. Sabía que nadie le creería si seguía reprochando que él había influido en la creación de la susodicha cerveza, pero podía hacer otra cosa más eficiente y acorde con su sed de venganza… Sí, una competencia, más insana que sana, se iniciaría una vez obtuviera el nombre de aquel ingrediente secreto, podría representar una seria amenaza para Beoir y el resto de pubs que había abierto.

Era el momento de poner fin a tamaña injusticia. Su amigo, su mano derecha, ejecutaría los primeros pasos de esa rigurosa trampa que propiciaría un golpe kármico a ese embustero barman. Las puertas se abrieron al sonido del reloj, el cual marcaba las doce del mediodía, y el inspector fue el primero en sentarse en la barra y pedir una Fola.

Todo marchaba bien, el griterío de la muchedumbre impidió que el barman se fijase en la jeringuilla que este sacaba para llevarse un poco del líquido amén de su posterior análisis. No obstante, incluso hubiera podido poner en marcha el examen allí mismo, con toda esa barrera humana que le ocultaba, pero siempre venía bien prevenir. Hubiera sido un error fatal si viera a un desconocido hacer lo mismo que él realizó tiempo atrás. Se hubiera percatado enseguida de sus intenciones y probablemente el plan hubiera muerto en ese preciso instante.

Por lo cual, se bebió el resto de la cerveza y se marchó. Ese inconfundible sabor etílico se quedó en su garganta. La cebada se introdujo hasta lo más profundo de sus papilas gustativas dejándole en una sensación de placentera e hipnótica despreocupación de lo que le rodeaba.

Era como mezclar ansiolíticos, antidepresivos y analgésicos en una jarra maltosa de un hidromiel que no merecía ni ser mancillada por los labios de los dioses. Realmente se había ganado el título de la Cerveza Perfecta. Difícilmente podía otra cerveza alcanzar su nivel, y esto hacía que se preguntase si de verdad iba a conseguir algo su compañero averiguando la receta. No, era imposible que fueran solo una mezcolanza de ingredientes, algo más debía añadirse o hacerse para conseguir tal exquisitez azabache.

Su intuición le decía que iba a ser en vano. Un impulso le hizo sacar la jeringuilla y observar detenidamente su contenido. Llevar esa pequeña muestra a aquel hombre conllevaría una posible catástrofe, si la fortuna le acompañaba, para ese amable barman que únicamente quería compartir con el resto del mundo su magnífico descubrimiento. ¿Quién era él, entonces, para ahora echar todo a perder por un episodio agudo de envidia y frustración? Ahora mismo su decisión como mensajero podría suponer un final bueno o malo para este arrebato vengativo. ¿Ayudar a su amigo o perpetuar el secreto de Fola?

Aun así, si de deshacía de la jeringa no solventaría nada. Este le pediría que regresara al pub y trajera nuevamente una extracción para su estudio. Podría negarse, sí, pero su relación amistosa se lo impedía. Por ello, lo único que pudo hacer, dentro de las posibilidades no nocivas, era llevar la muestra, tal y como le había pedido, y, una vez allí, convencerle de alguna forma de que abandonase su afán por ajusticiar.

Normalmente la palabra siempre había funcionado con él y le tenía considerado un buen consejero. Tal vez obviara su advertencia a la primera, pero estaba convencido de que la reiteración afable lograría al fin que cesara esa maliciosa persecución en busca del ingrediente estrella.

Al cabo de aproximadamente cuarenta minutos de caminata, el inspector llegó al laboratorio de la empresa, donde le esperaba, con sumo nerviosismo, su compañero. Ni siquiera le saludo ni le agradeció nada, lo primero que preguntó al llegar fue que si traía algo de la cerveza. Él asintió, un poco molesto, con la cabeza y le lanzó la muestra con desganas.

-¿Estás molesto o es mi imaginación? –preguntó Fernando –.

El inspector se encogió de hombros, sin decirle la verdad y permaneció en una esquina del laboratorio en completo silencio, esperando encontrar el momento oportuno para pedirle que pusiera fin a todo aquello.

Aun atónito por su reacción, muy distante de la que tenía esa misma mañana, lo dejó estar y comenzó a preparar todo el instrumental para el examen. No llevaría mucho tiempo, hasta podría esa misma tarde ya preparar su propia Cerveza Perfecta, y esto era algo que le estaba provocando mucha ansiedad y entusiasmo, no veía el momento en el que una mísera jarra fría de cerveza le haría asquerosamente rico. ¿Cuál sería el secreto del propietario de Beoir? ¿Canela, gotas de limón, sirope de regaliz, una pizca de…?

No se creía lo que veía en el microscopio cuando el resto de pruebas no destacaron nada relevante. Los análisis moleculares mostraron cierta anomalía que hizo que, ante la incertidumbre, colocara en un portaobjetos una pequeña gota de Fola para visualizarla a través de dicho instrumento. Lo que vislumbró fue horrible…

Se movían sin parar, como insectos acuáticos se deslizaban velozmente por la gota. Similares a los glóbulos rojos de una minúscula muestra de sangre, esos seres de color verde oscuro ocupaban casi el completo de la gota, lo que quería decir que gran parte de la cerveza estaba compuesta no por los ingredientes típicos y naturales de la misma, sino por esas repulsivas criaturas que no parecían pertenecer a la taxonomía zoológica actualmente conocida.

Fernando le dijo a su compañero que se acercara a echar un vistazo. No muy seguro, obedeció y posó su ojo en el ocular del microscopio. Sin embargo este, casi sin tener tiempo para distinguir bien lo que veía a través, dio un brusco golpe al aparato haciendo que cayera al suelo, rompiéndose. Después de ello le confiscó el resto de la cerveza y se la bebió para que no pudiera examinarla más. Ante el asombro de Fernando, que estaba sin palabras, el inspector se anticipó a su pregunta y le contestó que lo había hecho porque no quería ser el partícipe de la clausura de Beoir y los demás pubs. Él refutó esta respuesta contándole lo que había visto en el portaobjetos, que ya no era por la envidia, sino por el miedo de que algo terriblemente malo yaciera oculto en la, ahora dudosa, Cerveza Perfecta.

Por desgracia le hizo caso omiso y la cosa empeoró. Aquello no derivó en una simple disputa entre dos personas con ideas contrarias, más bien terminó en una pelea sanguinaria, ya que el inspector, sujetando dos jeringuillas en cada mano, con sus respectivas agujas, finas y afiladas, le amenazó, asegurando que si salía por esa puerta para desvelar el secreto él no dudaría en apuñalarle repetidas veces hasta perforarle todos y cada uno de sus vasos sanguíneos.

Ante tal amenaza, Fernando se vio obligado, desesperadamente, a defenderse. Algo raro pasaba con su amigo, la palabra no era capaz de hacerle entrar a razones. Era como si su mente permaneciera obnubilada y le hubiera poseído el espíritu de un cervecero fanático. ¿De verdad iba a jugarse la vida por una cerveza?

Así fue. El inspector le clavó repentinamente las agujas en el pecho con la vil intención de lograr introducirle aire en alguna vena. Pero por suerte el apuñalado fue rápido y tiró de ellas. Estaba claro, o lo mataba o moría. Le dio una patada en el bajo vientre y el dolor provocó que soltara las jeringuillas. Fernando las recogió ipso facto y, como advertencia, primero se las clavó en los brazos para ver si ese daño hacía que dejara su agresiva actitud.

En cambio, lo que obtuvo fue algo mejor que la rendición: otra prueba de la malicia de Fola. Pues, cuando las agujas penetraron brotó algo de sangre, la cual tenía en él una extraña pigmentación verde. Tenía que estudiar a qué se debía.

Le propició un par de contundentes golpes en la cabeza para dejarle inconsciente. Seguidamente le extrajo una pequeña porción de sangre y la llevó a otro microscopio. En cuanto se acercó al ocular pudo observar una similitud cinética con Fola. Se encontraban los mismos seres, a una proporción que casi superaba la de los eritrocitos.

No perdió más tiempo. Dirigió las muestras al microscopio electrónico para imprimir las imágenes y las metió en su cartera. Salió presto hasta Beoir, cuya clientela rezumaba, pudiéndose ver a varias calles de distancia. Se abrió paso entre ellos y entró al pub, exigiendo a base de gritos hablar con el propietario.

Este, llamado Gael, no rehuyó de la conversación. Le permitió pasar a su despacho, en la parte trasera del bar, y le pidió que le explicara la razón de que estuviera tan enervado.

-¿Qué es lo que ocurre? ¿Puedo hacer algo para eliminar ese malhumor de su rostro? ¿Una cerveza, quizá?

-¡Ni se le ocurra! Mire, déjese de falsedades –advirtió Fernando –. Ya sé perfectamente la naturaleza de su Cerveza Perfecta. Usted buscaba una cerveza que fuera un buen hábitat para esos bichos y en cuanto la encontró no tardó ni un segundo en poner en marcha su destructivo plan.

-¡Anda! Entonces usted debe ser el propietario de aquel denigrante bar del que obtuve la bebida prototípica.

-Así que se acuerda de mí…

-¡Por supuesto que sí! ¡Celebremos este reencuentro con una Fola! ¿Qué le parece?

-Pero bueno, ¿acaba de escucharme? Que sé todo lo que está haciendo. Ya he alertado a la policía, simplemente vine personalmente porque quería saber de primera mano el motivo que le hizo crear esta aberración. ¡No quiero ni un rodeo más, no hay escapatoria! ¿Por qué lo ha hecho? ¡Responda!

Gael agachó la cabeza y al rato comenzó a reír desquiciadamente.

-¿Y por qué no hacerlo? ¿Ha oído hablar de la nanotecnología?

-Sí…

-Si usted tuviera los conocimientos tecnológicos que yo poseo, tan valiosos, ¿no los pondría en práctica?

-Pero…

-Eso hice, tan solo sacar a la luz un diseño de nanobots capaces de acoplarse en el organismo humano y perforar sus tejidos hasta alcanzar el sistema nervioso central para así quedar controlados. ¿Por qué la cerveza? Supongo que no hace falta que responda, usted y yo sabemos bastante bien la demanda que tiene este producto. Lo único que me quedaba era encontrar un tipo de composición que fuera inocua con mis “niños”.

Fernando ya no necesitaba quedarse más allí. Sabía que a partir de ese momento alargar la conversación acrecentaba la peligrosidad. No se lo había dicho a Gael, pero todo había quedado grabado, por lo que huyó para poner la grabadora a buen recaudo, en la misma comisaría de la que pronto saldrían unos cuantos coches para detener al vil barman.

Desafortunadamente el futuro fue otro distinto. En cuanto entró al edificio la policía ignoró su socorro, así como lo hicieron la primera vez antes de acudir a Beoir. A la única persona a la que iban a encarcelar era a él mismo, con el fin de hacerle callar. No cabía duda, ellos también habían probado la Fola.

Escapó de la comisaría, esquivando por pocos milímetros las balas que lanzaban los policías más afectados por los nanobots. Desde luego aquello era una verdadera epidemia, una emulación de un apocalipsis zombi. Fernando simplemente esperaba que el número de infectados disminuyera, y si las fuerzas de la ley no estaban de su parte, entonces tendría que actuar por cuenta propia, y sabía muy bien qué hacer.

Aún poseía los conocimientos necesarios para la elaboración de su cerveza, la misma que otrora analizó Gael. El proceso era sencillo y podía partir de una mera lata de cerveza. Pasó por el supermercado más próximo y, como era de esperar, los afectados ya habían emprendido la orden de busca y captura. No pudo ir tranquilo a comprar la lata, tuvo que robarla y eludir tanto a cajeros como a compradores que intentaban reducirle a base de imprecisos placajes y saltos.

Definitivamente el asunto era muchísimo más grave de lo que en un principio pensaba. Todo dependía de la maña que tuviera a la hora de confeccionar el antídoto, y aunque lo lograra eso no conllevaba automáticamente la victoria, sólo podía rezar para que, para entonces, consiguiera la ayuda de alguien, porque hacer esto en solitario podría significar, lo más seguro, la muerte.

Regresó al laboratorio, donde le esperaba el cadáver de su compañero. Algo lo había matado, tenía sus manos cercanas al cuello, tal vez murió asfixiado. Abrió su boca e introdujo unas pinzas. Efectivamente se topó con un objeto que le estaba obstruyendo la garganta. En cuanto lo sacó comprendió todo: al despertarse habría percibido el aroma cercano de Fola, aquella minúscula gota del portaobjetos, y para no perder nada se introdujo directamente el plástico en su cavidad bucal, intentando tragarlo con un pésimo y fatal resultado. Aquella adición etílica estaba empezando a volverse demencial, eso si ya no lo era.

Cerró los párpados de su camarada y se puso manos a la obra. Vertió parte de la lata en una probeta para después meterla en la centrifugadora y así, mediante la precipitación de la fuerza centrípeta, eliminar las impurezas. Una vez acabó el proceso, echó el contenido en un vaso y con una pipeta extrajo una pizca de sangre verde. Mezcló la cerveza y los nanobots y sometió a estos a pequeñas descargas eléctricas, ojos en el microscopio binocular, esperando a que el voltaje alterase sus chips y así creyesen que había amenaza hostil entre ellos.

Repentinamente, en un completo infortunio, su trabajo se vio interrumpido. Alguien había tirado la puerta del laboratorio abajo. Era Gael, con dos infectados como guardaespaldas.

-Amigo, déjelo. No puede hacer nada, ¿no considera inapropiado prohibir que la gente siga disfrutando de este manjar?

-¡Lo que está haciendo es aberrante!

-¿Y pretende detenerme creando una cura? ¿Acaso cree que existe algo que ponga remedio a esto?
Ahora fue Fernando quien rió descontroladamente.

-¿Por qué piensa que vine aquí? No… ya me di cuenta en nuestra conversación anterior, en la seguridad que tenía mientras hablaba, de que no había forma de revertir esto.

Tras decir esto, excitado debido al cambio radical que había sufrido la expresión facial de Gael, tornándose en sorpresa, incertidumbre y algo de furia, procedió a beber el cultivo de la cerveza con nanobots alterados.

-Esto no es un remedio –añadió después de dar un primer sorbo –. Esta es mi salvación.

Siguió bebiendo hasta dejar la placa de Petri vacía. Sólo podía emitir carcajadas al observar a ese mismo barman que antes le hablaba con cinismo y ahora no soltaba palabra alguna. El silencio alegre únicamente cesó cuando la hemoptisis hizo su aparición en los labios entumecidos del suicida.

La destrucción de sus nervios comenzó de inmediato. Sus oídos quedaron inútiles y su vista se emborronó. Apenas pudo apreciar a Gael, mandando a sus dos esclavos que le asistieran para mantenerle con vida, completamente preocupado. Era como si realmente le hubiera afectado el suicidio de Fernando. ¿Tanto empeño ponía para evitar que una persona escapara de su control? No, debía haber otra razón, la vida de Fernando le era importante específicamente por algo, y parecía que no le convenía su muerte…

Quizá, matándose, logró dar con el auténtico antídoto, pero fuera como fuera, fue simple y llanamente arte morir a causa de una cerveza tal día como hoy.

¡Salud!