
Con Caronte fue distinto, estábamos únicamente él y yo,
rodeados de una gran masa de “agua”. Sin embargo ahora nos movíamos entre una
variopinta muchedumbre. ¡Y yo que pensaba que al morir como mucho vería
Demonios y Ángeles! Pero aquello… a bote pronto podían distinguirse unas nueve
razas distintas… y ninguna era la humana.
Ese factor, ese dichoso factor era el que afinaba mi
timidez. Así fue y así será por los tiempos de los tiempos. Cuando me hallo
rodeado de gente mi cerebro queda idiotizado y ni siquiera me veo capaz de
pronunciar una frase de más de cinco palabras sin tartamudear o decir alguna
estupidez. En cambio, esto se disipa si dialogo con alguien de plena confianza.
En ese instante me evado del entorno y me concentro específicamente en dicha
persona, virtualizando un lugar en el que sólo estemos los dos. De tal forma
puedo volver a ser el de siempre.
Desgraciadamente este no era el caso, y Mortuallis era un
sitio bastante grande. Lo único que esperaba era que llegásemos ya al destino, fuera
cual fuera, porque Zaxi no es que me hubiera dado precisamente información
acerca del lugar al que íbamos. Sí, una Academia, ¿pero dónde, aquí en el mismo
puerto? ¿O por el contrario íbamos a estar andando kilómetros? No estaba
cansado, ni mucho menos, pero tenía sed de respuestas. Si estaba viendo a tanto
extraños individuos en un simple mercadillo pesquero, ¿con qué clase de seres
iba a toparme en mis andanzas escolares? Se me ponían los pelos de punta con
sólo pensar que un Demonio de casi tres metros u otra criatura más espeluznante
me cogiera manía durante esos próximos cuatro años.
Respecto al paisaje, tenía que admitir que era interesante.
Tres grandes faros iluminaban el lugar. ¿Sería electricidad como la de Bios la
que proporcionaba esas luces? Sus intensidades permanecían constantes. Llegaban
incluso a alumbrar gran parte de la bóveda que se situaba sobre nuestras
cabezas, aunque era tan grande su oscuridad que la parte más alta conservaba su
ambiente vertiginoso y lóbrego, como una especie de vorágine que con sólo
mirarla te inducía a un síncope desesperanzado.
Las calles estaban abarrotadas de compradores, vendedores y
una considerable cantidad de calderilla por el suelo. Coloridos puestos a ambos
lados y casi ningún navío atracado en los muelles. ¿De dónde obtenían entonces
esos aparentemente inacabables peces y demás productos marinos?
El ambiente desprendía una fragancia peculiar. Esperaba
encontrarme con los típicos olores de cualquier región costera, pero,
francamente, mi nariz percibía agradables esencias. Pese a que nunca antes había
olido aromas así, mi cerebro los archivaba con placer, deseoso de volver a
captarlos. Y hubiera afirmado que Mortuallis era un lugar perfecto para residir
si no fuera por otra sensación crucial: el tacto.
Seguramente se debería a la proximidad de uno de los “puntos
de entrega” de Caronte, no lo sé con certeza, pero muy de vez en cuando notaba
caricias y pellizcos en mi piel. A veces era veloz con la mirada y pillaba in
fraganti a algo similar a un humanoide de vapor al lado de mí, aunque en la
mayoría de las ocasiones hacían la broma y desaparecían en cuestión de
milésimas de segundo. Eran fantasmas, por supuesto, no obstante, ¿por qué ellos
presentaban esa forma etérea y yo tenía un cuerpo totalmente tangible? Otra
duda que apuntar para cuando mi timidez me quitase la mordaza.
Asimismo, requería especial mención las incesantes
corrientes gélidas que golpeaban mi cara. Con razón relacionan el frío con la
muerte… Aunque por fortuna no era el clima glacial que conocía en vida; este
podía soportarse y no te hacía tiritar ni nada por el estilo, e incluso tal vez
uno llegara a acostumbrarse y se sintiera confortable con esos vientos
escarchados, pero para mí seguía siendo una sensación desagradable que hasta
llegaba a emular mis vagos recuerdos en la asfixiante negrura de mi féretro.
Después de un breve lapso de tiempo embaucado en mis
pensamientos, por fin la densidad del gentío disminuyó notablemente y pude
comunicarme un poco con Zaxi.
-¿Está muy lejos la
Academia?
-No mucho, enseguida
cogeremos un medio de transporte que nos deje allí en un periquete.
-¿Qué clase de
transporte?
-Un tren. De esos hay
en Bios, ¿verdad?
-Sí, ¿cómo lo sabes?
-Tengo que guardar
dentro de mi cráneo la mayor cantidad de información posible de los Siete
Mundos. Verás, además de un guía que de vez en cuando acompaña a estudiantes
que aún no entienden muy bien lo que sucede a su alrededor, también soy el
Instructor de la asignatura Modus Vivendi. En ella aprenderás todo lo que se
permite conocer de los Mundos ajenos al propio.
-¿Y por qué debería
conocerlo?
-Chico, me parece que
el mensaje de bienvenida que tiene preparado la Directora va a desencajarte la
mandíbula ante las tremebundas sorpresas que vas a recibir. No quisiera
perderme ese acontecimiento, sin embargo te prometí que contestaría a tus
preguntas, así que puedo hacerte una pequeña síntesis. Como ya te habrá dicho
Caronte, la Academia es un minúsculo castigo, por decirlo de alguna forma, y graduarse
no quiere decir que hayas sido redimido. Creo… que es mejor que te quites ya
esas ilusiones de encima. Habrá un día en el que ya no tengas que pagar por el
delito que hayas cometido, pero me temo que deberán pasar una gran cantidad de
años hasta que dicho día llegue.
-¿¡Qué… acabas… de
decir!? –viendo mi inminente, y extensa, condena, la timidez se me
desprendió de cuajo, me era indiferente que las personas próximas creyesen que
estaba loco, necesitaba saber más, sobre todo cuando estaba totalmente
convencido de la inocencia de mis actos –. ¿Qué
pasará cuando me gradúe? ¿Me llevarán al Infierno, seré carnaza para
aterradores experimentos? ¿Qué? ¿¡Qué!? ¿¡QUÉ!?
-Relájate, eh… ¿cómo
has dicho que te llamabas?
-No te he dicho mi
nombre. ¿Acaso decírtelo va a solucionar algo?
-Bueno, bueno… Está
bien. Comprendo tu situación. Pero confía en mí, por un momento no juzgues mi
aspecto y examina mis palabras. Hasta podría parecerte grata la vida posterior
a tu graduación.
-¡Espero que eso sea
sarcasmo! Oh... si aun aprobando sigues condenado no quiero imaginarme lo que
le deparó a ese alumno que suspendió.
-¡Vaya! Me sé de un
barquero que habla demasiado.
-Está empezando a
cansarme tanto secretismo… Lo mismo con él; cambió de tema cuando quise indagar
en el destino de ese estudiante. En cambio tú has dicho que contestarías a
cualquier cosa. Muy bien, ¿qué pasó con él?

-Sí, tampoco quiero
que alguien sufra algún tipo de castigo nefasto por mi culpa. Con que me digas
algo será más que suficiente para mí.
-Es un verdadero
alivio que digas eso. De acuerdo. No puedo decirte quién es, ni cómo viste ni
ninguna información personal similar, pero supongo que no pasará nada si te
cuento lo que le ocurrió –en ese instante Zaxi bajó el volumen de su voz y
se acercó a mí, mirando constantemente a los lados, como si tratara de buscar a
algún espía –. No destruyeron su alma ni
nada por el estilo. El Simposio es bastante permisivo con los jóvenes y
normalmente estudian alternativas que se encuentren exentas de cualquier
ejecución. Con este chico no hubo excepción, aunque el delito por el que
ingresó en la Academia fue de los más inadmisibles documentados hasta la fecha.
Creo que cometió uno de los Cinco Prohibidos, que son un quinteto de normas
que, al ser violadas, conllevan a la máxima condena: la desfragmentación de tu
alma. Cualquier sujeto que sufra esto no volverá a existir y sólo quedaran sus
recuerdos… De todos modos, como ya te he dicho, con los jóvenes suelen tener
piedad, por lo que fue admitido en la Academia por unanimidad. Sin embargo, se
llegó a un diabólico pacto: nunca se le permitiría graduarse.
-A mí me parece que
eso es bastante injusto. Le dan una opción para redimirse pero hacen que le sea
imposible lograrlo. Eso es peor que ser desfragmentado, al menos en mi opinión.
-No te puedo quitar la
razón. Tuviste que ver el rostro del chaval cuando, por mucho que se esforzara,
todo eran puntuaciones negativas y suspensos. Y el día que se dio la noticia de
que iba a ser el primer alumno desde que se inauguró la Academia, siglos atrás,
que no conseguía graduarse, perdió totalmente la compostura. Pude oler su
miedo, su desesperación y el florecimiento de la discordia en su interior. Sin
embargo, este era precisamente el castigo que buscaban para él, y no la
estancia en la Academia per se. Los Instructores, mandados por el Simposio, en
su completa falsedad, y aquí desgraciadamente también he de incluirme yo, le
dimos la “buena noticia” de que por ser él podría comenzar desde el principio.
-¿Entonces este año
estará él en mi promoción?
-Estará en la tuya,
así como estuvo en las treinta promociones anteriores…
-¿Me estás diciendo
que lleva 120 años tratando de graduarse?
-Así es… Suena
terrible, ¿verdad? No importaba cuánto se esforzara, cada cuatro años se
repetía lo mismo. No obstante, no tiene otra opción mejor que regresar al
primer año, es eso o desfragmentar su alma.
-¿Y habiendo pasado
tanto tiempo no tendrá un aspecto envejecido?
-En la Academia
conserváis vuestra estructura de ánima, las concepciones del tiempo y el
espacio se ven alteradas en vosotros. Sois esencias puras envueltas en una
frágil carcasa sintética. Este chico sigue teniendo la apariencia de un
adolescente.
-Es decir, que será
joven eternamente siempre y cuando pague el precio de estar toda su vida en esa
cárcel estudiantil. Y tú, sabiendo esto, ¿no puedes hacer algo? ¿No es
suficiente castigo el haber estado así durante un siglo y dos décadas?
-No soy el único que
grita de impotencia. Hay más Instructores como yo, por no decir todos. Pero no
podemos hacer nada. Somos simples celadores que custodian a los cautivos, los
jueces que ponen la condena son los únicos capaces de revertir el castigo. Sin
embargo, después de tanto tiempo sin siquiera estudiar de nuevo su caso, ¿crees
que su desdicha llegará en algún momento a su fin, exceptuando el día del Big
Rip?
-¿Y… esto lo saben los
nuevos alumnos?
-En un principio
quisimos evitar que se supiera acerca de ello, pero no se puede parar la
propagación de las leyendas urbanas. Así que hemos optado por dejarlo estar. Es
poco habitual que el que desvele la veracidad del rumor sea un Instructor, tal
y como ha pasado ahora; e incluso a veces es este mismo chico quien se
presenta. Pero desde este momento ya te digo que, para cuando acabéis el último
año, todos sabréis a la perfección quién es el eternamente condenado.
Me quedé sin palabras. Y yo me quejaba. Aunque… la situación
de ese estudiante me daba un poco de miedo… ¿y si el Simposio había sentenciado
en mí la misma condena? ¿Quién me aseguraba que dentro de cuatro años estaría
graduado? Nadie podía afirmar con completa seguridad que iba a salir airoso de
ese castigo… No obstante, si para ello debían cumplirse las mismas condiciones
que en su caso, podía considerar que estaba a salvo, ya que, según lo que dijo
Caronte, la votación para determinar mi castigo fue bastante polémica. Si, por
el contrario, la elección también hubiera sido por unanimidad me parece que
estaría temblando de pavor debido a la idea de pasar el resto de mis días
estudiando una y otra vez las mismas materias.
-¡Ey, llegamos!
De nuevos mis pensamientos me habían extraído de la
realidad. No me había percatado de que tenía justo delante de mí a ese famoso
tren. Era realmente extravagante, como sacado de una pintura de arte abstracto.
Lo primero que detecté es que no tenía ruedas, y sin embargo bajo él yacían dos
raíles herrumbrosos. Predominaba el color negro, aunque tenía una serie de
trazos horizontales de color verde. No se dividía por vagones, así que no tenía
ni idea de cómo iba a tomar las curvas, porque no es que tuviera precisamente
una corta longitud, ya que mi vista, estando yo justo al lado de la cabina del
maquinista, no llegaba a alcanzar el otro extremo del tren. En lo referente a
los detalles del extremo del tren que podía visualizar, no había ventanas para
que el maquinista viera el trayecto. En vez de ello, como un morro metálico
gigante, se encontraba una gran circunferencia metálica en relieve. Supuse que
sería el faro.
Mientras continuaba ensimismado ante tamaña onírica
construcción, Zaxi se puso a rebuscar en uno de los bolsillos de su toga hasta
que dio con una bola de papel. La desdobló y la alisó un poco para
inmediatamente entregarme aquel rectángulo arrugado.
-No te preocupes por
la presentación. El billete sólo te será útil en los primeros minutos que
montes, después lo podrás tirar.
“Reactor 4”. Eso fue lo que más me llamó la atención. A
primera vista era un billete de tren, pero en el marco donde indicaba mi
asiento aparecía la palabra reactor. Qué raro.
-¿A quién le tengo que
entregar esto?

-Sólo una, si tú eres
un Instructor, ¿cómo es que no vienes?
-Quizás suene
discriminatorio, pero el Anima Viator, este tren, sólo es para los muertos. Yo,
que aunque Demonio en el Purgatorio, estoy vivo con todas las de la ley, tengo
otro medio, bastante más lento, que me lleva hasta la Academia.
Chorros de vapor comenzaron a salir del tren. Estaba
liberando presión, las puertas se abrían paulatinamente. Llegó el momento de
despedirse de mi segundo acompañante.
-Otra despedida… Al
menos a ti te veré pronto, ¿verdad?
-Estaré dando vueltas
por allí durante el festejo de bienvenida y, en el caso de que no sea vuestro
tutor, tanto en el segundo año como en el tercero seré uno de vuestros
Instructores oficiales.
-Perfecto.
-Sí, a ver si hay
suerte con lo del tutelaje. Bueno, ¡date prisa! No sería conveniente que te
retrasaras al entrar. El Anima Viator es muy riguroso con los horarios.
Entré en el vagón. La única luz que había allí era la que se
filtraba por la puerta. Tenía la esperanza de que hubiera ventanas en el otro
lateral, pero parecía ser que me esperaba un viaje un poco claustrofóbico.
Realicé paso a paso las indicaciones que me dio Zaxi y acabé
sentándome en un sillón asombrosamente cómodo. Y no pasó mucho tiempo cuando
todos los pasajeros estaban dentro. Tenía razón en eso de los horarios, no
habían pasado ni tres minutos desde la apertura y ya íbamos a emprender el
viaje.
Sin embargo, mientras la puerta se cerraba, pude ver una
mueca burlona en el Instructor. Estaba claro que algo me había ocultado. Le
devolví una mirada de preocupación, suplicando una respuesta.
-Te mentí, el Anima
Viator es un cañón –contestó repentinamente a la par que me guiñaba un ojo –.
¿Un cañón? No tuve tiempo para salir de allí. La puerta se
selló por completo y la luz situada encima del sillón se apagó. ¿Qué iba a
pasar? ¿Iba a morir? Todo comenzó a temblar y una fuerte presión impidió que me
levantara del asiento. Este empezó a inclinarse. Un sonido mecánicamente
visceral emergió de la nada, viajando de un extremo al otro del tren… del
cañón. Segundos más tarde el sonido fue acompañado de luces eléctricas. La
intensidad de ambos acrecentaba por momentos. Eso sólo podía significar que el
disparo era inminente, y yo, junto con el resto de viajeros, éramos las balas.
Tres cañonazos en intervalos de centésimas de segundos. El
siguiente era yo. Grité. Ni siquiera sé qué ocurrió. Para cuando volví a abrir
los ojos mi cuerpo había sido escupido por el Anima Viator y ahora flotaba a
gran velocidad, atado por los tobillos a dos cuerdas eléctricas que me unían a
los raíles, supongo que para no salirme del trayecto.
Miré mis manos, el cañón había hecho algo más que dispararme,
también había transformado mi cuerpo. Ahora se parecía a esos mismos vapores
fantasmagóricos bromistas de Mortuallis. No obstante, quizá por la electricidad
de las ataduras, la coloración de mi yo espectro no era de un grisáceo apagado,
sino que se asemejaba más bien a un luminoso añil.
Cuando me calmé un poco y vi que simplemente estaba siendo
llevado a la Academia y que seguramente Zaxi me mintió para que no me pusiera
nervioso, decidí relajarme y disfrutar del viaje. Aunque ahora tuviera la misma
corporeidad que el humo, era capaz de sentir la brisa acariciando mi cara y
deleitarme con esa sensación de libertad. Estaba volando.
Eché un vistazo atrás. Por sólo contemplar tal bella imagen
ya merecía la pena ser condenado por el Simposio. Cientos de almas detrás de mí
dibujaban con sus estelas un recorrido luminoso de aspecto galáctico. Éramos
como luciérnagas decorando un telar oscuro. Cada curva, subida o bajada trazaba
maravillas de incomprensible hermosura en mitad de aquella noche artificial,
confeccionada por ese negruzco cielo espiral.
Tras unos escasos minutos ya pude vislumbrar en el horizonte
un gran portal luminiscente, el cual posiblemente marcaba el final de aquella
agradable travesía… Si cada año tenía que pasar por esto, entonces ya tenía un
buen aliciente para ir aprobando, exceptuando, por supuesto, el objetivo
principal; de mí dependía el regresar a una vida normal.
Crucé el portal, el cual me abrasó un poco el cuerpo, y
aterricé estrepitosamente en el suelo, de nuevo con mi carcasa opaca. Tuve que
moverme rápido porque, casi de manera instantánea, el viajero del Reactor 5 fue
lanzado hacia mí. No había tiempo para reaccionar, había que tener unos
reflejos muy afinados.
Y, como si padeciese de un trastorno maníaco-depresivo, toda
la felicidad que tenía durante el viaje se desvaneció al llegar a ese lugar. No
fui consciente hasta ese mismo instante de que ahora tenía que afrontar la
pesadilla de todos los años, me vería obligado a socializarme y rodearme de
desconocidos. Lo peor de todo es que esta vez sí que había más de una razón
para que me considerasen raro. Ya habría unos cincuenta alumnos en el punto de
llegada y, aunque algunos poseyeran un aspecto muy similar al mío, ninguno era
de mi misma especie.
Entonces sucedió. Muchos empezaron a observarme, se estaban
dando cuenta de lo que era… Pronto se reiniciaría todo… Las risas, los
insultos, las humillaciones… Pero, pese a mis fieles expectativas por las
ingratas experiencias de otros años en colegios e institutos, los compañeros
sintieron interés por mí en vez de mofa.

Por desgracia, algo se fastidió cuando, tras recuperarme del
colapso provocado por la monstruosa timidez que tenía en ese instante, el resto
se puso de acuerdo para preguntar con cierto orden. La primera pregunta, que no
podía ser otra, fue para averiguar cómo me llamaba.
-Mi nombre es Leo. Leo
Alighieri.
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