Noticias desde la Oscuridad

06-07-2015
Cardiofagia está concluido.

13-07-2015

22-07-2015

28-07-2015

09-08-2015

03-09-2015

22-09-2015
Suerte está concluido.

28-09-2015

Lamento del día

Mientras que yo soy un ciego que ha aceptado su propia invidencia, tú eres uno que aún cree que simplemente tiene una venda tapándole los ojos.

jueves, 27 de marzo de 2014

El Relicario [2/??]: Temple

Estuvimos caminando durante un buen rato. Zaxi no me quitaba la vista de encima, como si estuviera analizándome. O… a lo mejor sólo esperaba a que dijese algo… Sí, parecía ser que mi timidez me había acompañado hasta el Más Allá.

Con Caronte fue distinto, estábamos únicamente él y yo, rodeados de una gran masa de “agua”. Sin embargo ahora nos movíamos entre una variopinta muchedumbre. ¡Y yo que pensaba que al morir como mucho vería Demonios y Ángeles! Pero aquello… a bote pronto podían distinguirse unas nueve razas distintas… y ninguna era la humana.

Ese factor, ese dichoso factor era el que afinaba mi timidez. Así fue y así será por los tiempos de los tiempos. Cuando me hallo rodeado de gente mi cerebro queda idiotizado y ni siquiera me veo capaz de pronunciar una frase de más de cinco palabras sin tartamudear o decir alguna estupidez. En cambio, esto se disipa si dialogo con alguien de plena confianza. En ese instante me evado del entorno y me concentro específicamente en dicha persona, virtualizando un lugar en el que sólo estemos los dos. De tal forma puedo volver a ser el de siempre.

Desgraciadamente este no era el caso, y Mortuallis era un sitio bastante grande. Lo único que esperaba era que llegásemos ya al destino, fuera cual fuera, porque Zaxi no es que me hubiera dado precisamente información acerca del lugar al que íbamos. Sí, una Academia, ¿pero dónde, aquí en el mismo puerto? ¿O por el contrario íbamos a estar andando kilómetros? No estaba cansado, ni mucho menos, pero tenía sed de respuestas. Si estaba viendo a tanto extraños individuos en un simple mercadillo pesquero, ¿con qué clase de seres iba a toparme en mis andanzas escolares? Se me ponían los pelos de punta con sólo pensar que un Demonio de casi tres metros u otra criatura más espeluznante me cogiera manía durante esos próximos cuatro años.

Respecto al paisaje, tenía que admitir que era interesante. Tres grandes faros iluminaban el lugar. ¿Sería electricidad como la de Bios la que proporcionaba esas luces? Sus intensidades permanecían constantes. Llegaban incluso a alumbrar gran parte de la bóveda que se situaba sobre nuestras cabezas, aunque era tan grande su oscuridad que la parte más alta conservaba su ambiente vertiginoso y lóbrego, como una especie de vorágine que con sólo mirarla te inducía a un síncope desesperanzado.

Las calles estaban abarrotadas de compradores, vendedores y una considerable cantidad de calderilla por el suelo. Coloridos puestos a ambos lados y casi ningún navío atracado en los muelles. ¿De dónde obtenían entonces esos aparentemente inacabables peces y demás productos marinos?

El ambiente desprendía una fragancia peculiar. Esperaba encontrarme con los típicos olores de cualquier región costera, pero, francamente, mi nariz percibía agradables esencias. Pese a que nunca antes había olido aromas así, mi cerebro los archivaba con placer, deseoso de volver a captarlos. Y hubiera afirmado que Mortuallis era un lugar perfecto para residir si no fuera por otra sensación crucial: el tacto.

Seguramente se debería a la proximidad de uno de los “puntos de entrega” de Caronte, no lo sé con certeza, pero muy de vez en cuando notaba caricias y pellizcos en mi piel. A veces era veloz con la mirada y pillaba in fraganti a algo similar a un humanoide de vapor al lado de mí, aunque en la mayoría de las ocasiones hacían la broma y desaparecían en cuestión de milésimas de segundo. Eran fantasmas, por supuesto, no obstante, ¿por qué ellos presentaban esa forma etérea y yo tenía un cuerpo totalmente tangible? Otra duda que apuntar para cuando mi timidez me quitase la mordaza.

Asimismo, requería especial mención las incesantes corrientes gélidas que golpeaban mi cara. Con razón relacionan el frío con la muerte… Aunque por fortuna no era el clima glacial que conocía en vida; este podía soportarse y no te hacía tiritar ni nada por el estilo, e incluso tal vez uno llegara a acostumbrarse y se sintiera confortable con esos vientos escarchados, pero para mí seguía siendo una sensación desagradable que hasta llegaba a emular mis vagos recuerdos en la asfixiante negrura de mi féretro.

Después de un breve lapso de tiempo embaucado en mis pensamientos, por fin la densidad del gentío disminuyó notablemente y pude comunicarme un poco con Zaxi.

-¿Está muy lejos la Academia?

-No mucho, enseguida cogeremos un medio de transporte que nos deje allí en un periquete.

-¿Qué clase de transporte?

-Un tren. De esos hay en Bios, ¿verdad?

-Sí, ¿cómo lo sabes?

-Tengo que guardar dentro de mi cráneo la mayor cantidad de información posible de los Siete Mundos. Verás, además de un guía que de vez en cuando acompaña a estudiantes que aún no entienden muy bien lo que sucede a su alrededor, también soy el Instructor de la asignatura Modus Vivendi. En ella aprenderás todo lo que se permite conocer de los Mundos ajenos al propio.

-¿Y por qué debería conocerlo?

-Chico, me parece que el mensaje de bienvenida que tiene preparado la Directora va a desencajarte la mandíbula ante las tremebundas sorpresas que vas a recibir. No quisiera perderme ese acontecimiento, sin embargo te prometí que contestaría a tus preguntas, así que puedo hacerte una pequeña síntesis. Como ya te habrá dicho Caronte, la Academia es un minúsculo castigo, por decirlo de alguna forma, y graduarse no quiere decir que hayas sido redimido. Creo… que es mejor que te quites ya esas ilusiones de encima. Habrá un día en el que ya no tengas que pagar por el delito que hayas cometido, pero me temo que deberán pasar una gran cantidad de años hasta que dicho día llegue.

-¿¡Qué… acabas… de decir!? –viendo mi inminente, y extensa, condena, la timidez se me desprendió de cuajo, me era indiferente que las personas próximas creyesen que estaba loco, necesitaba saber más, sobre todo cuando estaba totalmente convencido de la inocencia de mis actos –. ¿Qué pasará cuando me gradúe? ¿Me llevarán al Infierno, seré carnaza para aterradores experimentos? ¿Qué? ¿¡Qué!? ¿¡QUÉ!?

-Relájate, eh… ¿cómo has dicho que te llamabas?

-No te he dicho mi nombre. ¿Acaso decírtelo va a solucionar algo?

-Bueno, bueno… Está bien. Comprendo tu situación. Pero confía en mí, por un momento no juzgues mi aspecto y examina mis palabras. Hasta podría parecerte grata la vida posterior a tu graduación.

-¡Espero que eso sea sarcasmo! Oh... si aun aprobando sigues condenado no quiero imaginarme lo que le deparó a ese alumno que suspendió.

-¡Vaya! Me sé de un barquero que habla demasiado.

-Está empezando a cansarme tanto secretismo… Lo mismo con él; cambió de tema cuando quise indagar en el destino de ese estudiante. En cambio tú has dicho que contestarías a cualquier cosa. Muy bien, ¿qué pasó con él?

-Está bien. Que conste que me juego el pellejo contándote algo, así que te pido por favor que seas comprensible y entiendas que no puedo revelarte toda la información que poseo. Eres un muerto, y además los ojos del Simposio están puestos en ti, como mucho puedo satisfacer tu curiosidad con un par de frases. ¿Te parece bien?

-Sí, tampoco quiero que alguien sufra algún tipo de castigo nefasto por mi culpa. Con que me digas algo será más que suficiente para mí.

-Es un verdadero alivio que digas eso. De acuerdo. No puedo decirte quién es, ni cómo viste ni ninguna información personal similar, pero supongo que no pasará nada si te cuento lo que le ocurrió –en ese instante Zaxi bajó el volumen de su voz y se acercó a mí, mirando constantemente a los lados, como si tratara de buscar a algún espía –. No destruyeron su alma ni nada por el estilo. El Simposio es bastante permisivo con los jóvenes y normalmente estudian alternativas que se encuentren exentas de cualquier ejecución. Con este chico no hubo excepción, aunque el delito por el que ingresó en la Academia fue de los más inadmisibles documentados hasta la fecha. Creo que cometió uno de los Cinco Prohibidos, que son un quinteto de normas que, al ser violadas, conllevan a la máxima condena: la desfragmentación de tu alma. Cualquier sujeto que sufra esto no volverá a existir y sólo quedaran sus recuerdos… De todos modos, como ya te he dicho, con los jóvenes suelen tener piedad, por lo que fue admitido en la Academia por unanimidad. Sin embargo, se llegó a un diabólico pacto: nunca se le permitiría graduarse.

-A mí me parece que eso es bastante injusto. Le dan una opción para redimirse pero hacen que le sea imposible lograrlo. Eso es peor que ser desfragmentado, al menos en mi opinión.

-No te puedo quitar la razón. Tuviste que ver el rostro del chaval cuando, por mucho que se esforzara, todo eran puntuaciones negativas y suspensos. Y el día que se dio la noticia de que iba a ser el primer alumno desde que se inauguró la Academia, siglos atrás, que no conseguía graduarse, perdió totalmente la compostura. Pude oler su miedo, su desesperación y el florecimiento de la discordia en su interior. Sin embargo, este era precisamente el castigo que buscaban para él, y no la estancia en la Academia per se. Los Instructores, mandados por el Simposio, en su completa falsedad, y aquí desgraciadamente también he de incluirme yo, le dimos la “buena noticia” de que por ser él podría comenzar desde el principio.

-¿Entonces este año estará él en mi promoción?

-Estará en la tuya, así como estuvo en las treinta promociones anteriores…

-¿Me estás diciendo que lleva 120 años tratando de graduarse?

-Así es… Suena terrible, ¿verdad? No importaba cuánto se esforzara, cada cuatro años se repetía lo mismo. No obstante, no tiene otra opción mejor que regresar al primer año, es eso o desfragmentar su alma.

-¿Y habiendo pasado tanto tiempo no tendrá un aspecto envejecido?

-En la Academia conserváis vuestra estructura de ánima, las concepciones del tiempo y el espacio se ven alteradas en vosotros. Sois esencias puras envueltas en una frágil carcasa sintética. Este chico sigue teniendo la apariencia de un adolescente.

-Es decir, que será joven eternamente siempre y cuando pague el precio de estar toda su vida en esa cárcel estudiantil. Y tú, sabiendo esto, ¿no puedes hacer algo? ¿No es suficiente castigo el haber estado así durante un siglo y dos décadas?

-No soy el único que grita de impotencia. Hay más Instructores como yo, por no decir todos. Pero no podemos hacer nada. Somos simples celadores que custodian a los cautivos, los jueces que ponen la condena son los únicos capaces de revertir el castigo. Sin embargo, después de tanto tiempo sin siquiera estudiar de nuevo su caso, ¿crees que su desdicha llegará en algún momento a su fin, exceptuando el día del Big Rip?

-¿Y… esto lo saben los nuevos alumnos?

-En un principio quisimos evitar que se supiera acerca de ello, pero no se puede parar la propagación de las leyendas urbanas. Así que hemos optado por dejarlo estar. Es poco habitual que el que desvele la veracidad del rumor sea un Instructor, tal y como ha pasado ahora; e incluso a veces es este mismo chico quien se presenta. Pero desde este momento ya te digo que, para cuando acabéis el último año, todos sabréis a la perfección quién es el eternamente condenado.

Me quedé sin palabras. Y yo me quejaba. Aunque… la situación de ese estudiante me daba un poco de miedo… ¿y si el Simposio había sentenciado en mí la misma condena? ¿Quién me aseguraba que dentro de cuatro años estaría graduado? Nadie podía afirmar con completa seguridad que iba a salir airoso de ese castigo… No obstante, si para ello debían cumplirse las mismas condiciones que en su caso, podía considerar que estaba a salvo, ya que, según lo que dijo Caronte, la votación para determinar mi castigo fue bastante polémica. Si, por el contrario, la elección también hubiera sido por unanimidad me parece que estaría temblando de pavor debido a la idea de pasar el resto de mis días estudiando una y otra vez las mismas materias.

-¡Ey, llegamos!

De nuevos mis pensamientos me habían extraído de la realidad. No me había percatado de que tenía justo delante de mí a ese famoso tren. Era realmente extravagante, como sacado de una pintura de arte abstracto. Lo primero que detecté es que no tenía ruedas, y sin embargo bajo él yacían dos raíles herrumbrosos. Predominaba el color negro, aunque tenía una serie de trazos horizontales de color verde. No se dividía por vagones, así que no tenía ni idea de cómo iba a tomar las curvas, porque no es que tuviera precisamente una corta longitud, ya que mi vista, estando yo justo al lado de la cabina del maquinista, no llegaba a alcanzar el otro extremo del tren. En lo referente a los detalles del extremo del tren que podía visualizar, no había ventanas para que el maquinista viera el trayecto. En vez de ello, como un morro metálico gigante, se encontraba una gran circunferencia metálica en relieve. Supuse que sería el faro.

Mientras continuaba ensimismado ante tamaña onírica construcción, Zaxi se puso a rebuscar en uno de los bolsillos de su toga hasta que dio con una bola de papel. La desdobló y la alisó un poco para inmediatamente entregarme aquel rectángulo arrugado.

-No te preocupes por la presentación. El billete sólo te será útil en los primeros minutos que montes, después lo podrás tirar.

“Reactor 4”. Eso fue lo que más me llamó la atención. A primera vista era un billete de tren, pero en el marco donde indicaba mi asiento aparecía la palabra reactor. Qué raro.

-¿A quién le tengo que entregar esto?

-Ah, no tiene pérdida. Cuando se abran las puertas entra y verás unos dos pasos adelante un cuenco que emite un inconfundible brillo azulado. Echa el billete allí y el recipiente lo engullirá. En ese momento probablemente emita algún que otro alarido, no te asustes. Unos segundos después se iluminará tu asiento, un mullido sillón. Ponte cómodo y deja al tren hacer el resto. ¿Tienes alguna duda?


-Sólo una, si tú eres un Instructor, ¿cómo es que no vienes?

-Quizás suene discriminatorio, pero el Anima Viator, este tren, sólo es para los muertos. Yo, que aunque Demonio en el Purgatorio, estoy vivo con todas las de la ley, tengo otro medio, bastante más lento, que me lleva hasta la Academia.

Chorros de vapor comenzaron a salir del tren. Estaba liberando presión, las puertas se abrían paulatinamente. Llegó el momento de despedirse de mi segundo acompañante.

-Otra despedida… Al menos a ti te veré pronto, ¿verdad?

-Estaré dando vueltas por allí durante el festejo de bienvenida y, en el caso de que no sea vuestro tutor, tanto en el segundo año como en el tercero seré uno de vuestros Instructores oficiales.

-Perfecto.

-Sí, a ver si hay suerte con lo del tutelaje. Bueno, ¡date prisa! No sería conveniente que te retrasaras al entrar. El Anima Viator es muy riguroso con los horarios.

Entré en el vagón. La única luz que había allí era la que se filtraba por la puerta. Tenía la esperanza de que hubiera ventanas en el otro lateral, pero parecía ser que me esperaba un viaje un poco claustrofóbico.

Realicé paso a paso las indicaciones que me dio Zaxi y acabé sentándome en un sillón asombrosamente cómodo. Y no pasó mucho tiempo cuando todos los pasajeros estaban dentro. Tenía razón en eso de los horarios, no habían pasado ni tres minutos desde la apertura y ya íbamos a emprender el viaje.

Sin embargo, mientras la puerta se cerraba, pude ver una mueca burlona en el Instructor. Estaba claro que algo me había ocultado. Le devolví una mirada de preocupación, suplicando una respuesta.

-Te mentí, el Anima Viator es un cañón –contestó repentinamente a la par que me guiñaba un ojo –.

¿Un cañón? No tuve tiempo para salir de allí. La puerta se selló por completo y la luz situada encima del sillón se apagó. ¿Qué iba a pasar? ¿Iba a morir? Todo comenzó a temblar y una fuerte presión impidió que me levantara del asiento. Este empezó a inclinarse. Un sonido mecánicamente visceral emergió de la nada, viajando de un extremo al otro del tren… del cañón. Segundos más tarde el sonido fue acompañado de luces eléctricas. La intensidad de ambos acrecentaba por momentos. Eso sólo podía significar que el disparo era inminente, y yo, junto con el resto de viajeros, éramos las balas.

Tres cañonazos en intervalos de centésimas de segundos. El siguiente era yo. Grité. Ni siquiera sé qué ocurrió. Para cuando volví a abrir los ojos mi cuerpo había sido escupido por el Anima Viator y ahora flotaba a gran velocidad, atado por los tobillos a dos cuerdas eléctricas que me unían a los raíles, supongo que para no salirme del trayecto.

Miré mis manos, el cañón había hecho algo más que dispararme, también había transformado mi cuerpo. Ahora se parecía a esos mismos vapores fantasmagóricos bromistas de Mortuallis. No obstante, quizá por la electricidad de las ataduras, la coloración de mi yo espectro no era de un grisáceo apagado, sino que se asemejaba más bien a un luminoso añil.

Cuando me calmé un poco y vi que simplemente estaba siendo llevado a la Academia y que seguramente Zaxi me mintió para que no me pusiera nervioso, decidí relajarme y disfrutar del viaje. Aunque ahora tuviera la misma corporeidad que el humo, era capaz de sentir la brisa acariciando mi cara y deleitarme con esa sensación de libertad. Estaba volando.

Eché un vistazo atrás. Por sólo contemplar tal bella imagen ya merecía la pena ser condenado por el Simposio. Cientos de almas detrás de mí dibujaban con sus estelas un recorrido luminoso de aspecto galáctico. Éramos como luciérnagas decorando un telar oscuro. Cada curva, subida o bajada trazaba maravillas de incomprensible hermosura en mitad de aquella noche artificial, confeccionada por ese negruzco cielo espiral.

Tras unos escasos minutos ya pude vislumbrar en el horizonte un gran portal luminiscente, el cual posiblemente marcaba el final de aquella agradable travesía… Si cada año tenía que pasar por esto, entonces ya tenía un buen aliciente para ir aprobando, exceptuando, por supuesto, el objetivo principal; de mí dependía el regresar a una vida normal.

Crucé el portal, el cual me abrasó un poco el cuerpo, y aterricé estrepitosamente en el suelo, de nuevo con mi carcasa opaca. Tuve que moverme rápido porque, casi de manera instantánea, el viajero del Reactor 5 fue lanzado hacia mí. No había tiempo para reaccionar, había que tener unos reflejos muy afinados.

Y, como si padeciese de un trastorno maníaco-depresivo, toda la felicidad que tenía durante el viaje se desvaneció al llegar a ese lugar. No fui consciente hasta ese mismo instante de que ahora tenía que afrontar la pesadilla de todos los años, me vería obligado a socializarme y rodearme de desconocidos. Lo peor de todo es que esta vez sí que había más de una razón para que me considerasen raro. Ya habría unos cincuenta alumnos en el punto de llegada y, aunque algunos poseyeran un aspecto muy similar al mío, ninguno era de mi misma especie.

Entonces sucedió. Muchos empezaron a observarme, se estaban dando cuenta de lo que era… Pronto se reiniciaría todo… Las risas, los insultos, las humillaciones… Pero, pese a mis fieles expectativas por las ingratas experiencias de otros años en colegios e institutos, los compañeros sintieron interés por mí en vez de mofa.

Me avasallaron a preguntas, casi todas pinceladas con incredulidad. De lo poco que pude escuchar con nitidez entre el alboroto concluí que los humanos en la Academia eran bastante raros de ver y los demás alumnos solían admirarlos porque daba la casualidad de que todos ellos habían vivido increíbles historias en sus días póstumos.

Por desgracia, algo se fastidió cuando, tras recuperarme del colapso provocado por la monstruosa timidez que tenía en ese instante, el resto se puso de acuerdo para preguntar con cierto orden. La primera pregunta, que no podía ser otra, fue para averiguar cómo me llamaba.

-Mi nombre es Leo. Leo Alighieri.

No hay comentarios:

Publicar un comentario