
Además, el día para su apertura era perfecto, justamente el
17 de Marzo. Los primeros visitantes se apelotonaban en la entrada sin permitir
que nadie se antepusiera en sus afanes de ser los catadores que estrenasen el
grifo de donde salía dicha sabrosa, espumosa y amarga cerveza.
De entre todo este ansioso y sediento público, había una
persona que ocultaba su auténtica identidad en aras de su rutinaria
metodología. Un inspector en completo incógnito se apostaba en las puertas de
Beoir, ojo avizor, con una encomienda especial proveniente de un íntimo
compañero de la empresa para la que trabajaba.
Toda esta historia podía resumirse con la primera pieza que
activó este agresivo efecto mariposa: la envidia. Fácil de entender si se
conoce el pasado del susodicho compañero, ya que este, en sus inicios por el
mundo laboral, trató de sacar adelante un modesto bar, construido, o más bien
oculto, en una de esas retorcidas y laberínticas callejuelas del centro de la
ciudad.
Un día un cliente llegó, ni más ni menos que el futuro
barman de Beoir. Este exigió que le pusiera su mejor cerveza, pero que no
quería beberla, sino analizarla para un estudio que estaba realizando.
Extrañado, pero con la poca clientela que pasaba por el establecimiento, aceptó
su petición, después de todo iba a pagar.
Transcurrieron varias horas. Él, estando vacío el bar, se
mantuvo en todo momento atento a lo que hacía su cliente con su bebida, lo cual
incluía un sinfín de análisis y pruebas a excepción de su cata.
Finalmente concluyó con resultados aparentemente
satisfactorios, o al menos eso indicaba su gran sonrisa. Se acercó a la barra y
le felicitó por la técnica conservatoria que había realizado en esta cerveza,
pues, según explicó después, hubiera hecho lo que hubiera hecho, la
constitución molecular de este líquido había aportado ciertas propiedades
ajenas a la cerveza estándar. No era una pócima rejuvenecedora ni un analgésico
universal. Simplemente añadió que sus características físicas permitían que se
mantuviera en harmonía con “cierto” ingrediente sin que ninguno de los dos
quedase estropeado. Por desgracia allí acabó todo, y nunca le dijo a qué
ingrediente se refería.
Sin embargo sabía que su auge económico y mediático gracias
a Fola no se debía a otra cosa que no fuera ese factor secreto que encontró en
su, ya cerrado por quiebra, antiguo bar. Por ello, ahora trabajando como
inspector de seguridad y sanidad, tenía los contactos perfectos para realizar
una búsqueda exhaustiva justo al lado de donde vivía.
Por el momento no podría ir él mismo, puesto que seguramente
le reconocería y ya habían corrido rumores de su pequeña enemistad con él, así
que habría que mantenerse en el sombrío anonimato. No obstante, nadie
sospecharía si otro inspector, y más estando este de incógnito, le hacía un par
de visitas semanales para hacer lo mismo que el propietario de Beoir hizo
tiempo atrás en el bar de este tipo: examinar su mejor cerveza.
¿El porqué? Quería su parte del botín, que reconociera que
si él no le hubiera permitido analizar su cerveza seguramente no hubiera creado
nunca la Cerveza Perfecta. Quería una porción de su fama, que su nombre
apareciera en los agradecimientos o como uno de los padres de Fola. Detestaba
haber sido una pieza clave para su creación y haber quedado en el despreciable
olvido. Lo dijo bien claro, su cerveza tenía las propiedades que buscaba, y eso
era mérito suyo, por lo que no había excusa alguna para negarse a admitir que
no toda la labor había sido propia, sino que había recibido ayuda crucial para
la obtención de ese producto de oro.
Aunque todo aquello, si salía el plan a la perfección,
quedaría en el cadavérico pasado. Sabía que nadie le creería si seguía
reprochando que él había influido en la creación de la susodicha cerveza, pero
podía hacer otra cosa más eficiente y acorde con su sed de venganza… Sí, una
competencia, más insana que sana, se iniciaría una vez obtuviera el nombre de
aquel ingrediente secreto, podría representar una seria amenaza para Beoir y el
resto de pubs que había abierto.
Era el momento de poner fin a tamaña injusticia. Su amigo,
su mano derecha, ejecutaría los primeros pasos de esa rigurosa trampa que propiciaría
un golpe kármico a ese embustero barman. Las puertas se abrieron al sonido del
reloj, el cual marcaba las doce del mediodía, y el inspector fue el primero en
sentarse en la barra y pedir una Fola.
Todo marchaba bien, el griterío de la muchedumbre impidió
que el barman se fijase en la jeringuilla que este sacaba para llevarse un poco
del líquido amén de su posterior análisis. No obstante, incluso hubiera podido poner
en marcha el examen allí mismo, con toda esa barrera humana que le ocultaba,
pero siempre venía bien prevenir. Hubiera sido un error fatal si viera a un
desconocido hacer lo mismo que él realizó tiempo atrás. Se hubiera percatado
enseguida de sus intenciones y probablemente el plan hubiera muerto en ese
preciso instante.
Por lo cual, se bebió el resto de la cerveza y se marchó.
Ese inconfundible sabor etílico se quedó en su garganta. La cebada se introdujo
hasta lo más profundo de sus papilas gustativas dejándole en una sensación de
placentera e hipnótica despreocupación de lo que le rodeaba.
Era como mezclar ansiolíticos, antidepresivos y analgésicos
en una jarra maltosa de un hidromiel que no merecía ni ser mancillada por los
labios de los dioses. Realmente se había ganado el título de la Cerveza
Perfecta. Difícilmente podía otra cerveza alcanzar su nivel, y esto hacía que
se preguntase si de verdad iba a conseguir algo su compañero averiguando la
receta. No, era imposible que fueran solo una mezcolanza de ingredientes, algo
más debía añadirse o hacerse para conseguir tal exquisitez azabache.
Su intuición le decía que iba a ser en vano. Un impulso le
hizo sacar la jeringuilla y observar detenidamente su contenido. Llevar esa
pequeña muestra a aquel hombre conllevaría una posible catástrofe, si la
fortuna le acompañaba, para ese amable barman que únicamente quería compartir
con el resto del mundo su magnífico descubrimiento. ¿Quién era él, entonces,
para ahora echar todo a perder por un episodio agudo de envidia y frustración?
Ahora mismo su decisión como mensajero podría suponer un final bueno o malo
para este arrebato vengativo. ¿Ayudar a su amigo o perpetuar el secreto de
Fola?

Normalmente la palabra siempre había funcionado con él y le
tenía considerado un buen consejero. Tal vez obviara su advertencia a la
primera, pero estaba convencido de que la reiteración afable lograría al fin
que cesara esa maliciosa persecución en busca del ingrediente estrella.
Al cabo de aproximadamente cuarenta minutos de caminata, el
inspector llegó al laboratorio de la empresa, donde le esperaba, con sumo
nerviosismo, su compañero. Ni siquiera le saludo ni le agradeció nada, lo
primero que preguntó al llegar fue que si traía algo de la cerveza. Él asintió,
un poco molesto, con la cabeza y le lanzó la muestra con desganas.
-¿Estás molesto o es
mi imaginación? –preguntó Fernando –.
El inspector se encogió de hombros, sin decirle la verdad y
permaneció en una esquina del laboratorio en completo silencio, esperando
encontrar el momento oportuno para pedirle que pusiera fin a todo aquello.
Aun atónito por su reacción, muy distante de la que tenía esa
misma mañana, lo dejó estar y comenzó a preparar todo el instrumental para el
examen. No llevaría mucho tiempo, hasta podría esa misma tarde ya preparar su
propia Cerveza Perfecta, y esto era algo que le estaba provocando mucha
ansiedad y entusiasmo, no veía el momento en el que una mísera jarra fría de
cerveza le haría asquerosamente rico. ¿Cuál sería el secreto del propietario de
Beoir? ¿Canela, gotas de limón, sirope de regaliz, una pizca de…?
No se creía lo que veía en el microscopio cuando el resto de
pruebas no destacaron nada relevante. Los análisis moleculares mostraron cierta
anomalía que hizo que, ante la incertidumbre, colocara en un portaobjetos una
pequeña gota de Fola para visualizarla a través de dicho instrumento. Lo que
vislumbró fue horrible…
Se movían sin parar, como insectos acuáticos se deslizaban
velozmente por la gota. Similares a los glóbulos rojos de una minúscula muestra
de sangre, esos seres de color verde oscuro ocupaban casi el completo de la
gota, lo que quería decir que gran parte de la cerveza estaba compuesta no por
los ingredientes típicos y naturales de la misma, sino por esas repulsivas
criaturas que no parecían pertenecer a la taxonomía zoológica actualmente
conocida.
Fernando le dijo a su compañero que se acercara a echar un
vistazo. No muy seguro, obedeció y posó su ojo en el ocular del microscopio.
Sin embargo este, casi sin tener tiempo para distinguir bien lo que veía a
través, dio un brusco golpe al aparato haciendo que cayera al suelo,
rompiéndose. Después de ello le confiscó el resto de la cerveza y se la bebió
para que no pudiera examinarla más. Ante el asombro de Fernando, que estaba sin
palabras, el inspector se anticipó a su pregunta y le contestó que lo había
hecho porque no quería ser el partícipe de la clausura de Beoir y los demás
pubs. Él refutó esta respuesta contándole lo que había visto en el
portaobjetos, que ya no era por la envidia, sino por el miedo de que algo
terriblemente malo yaciera oculto en la, ahora dudosa, Cerveza Perfecta.
Por desgracia le hizo caso omiso y la cosa empeoró. Aquello
no derivó en una simple disputa entre dos personas con ideas contrarias, más
bien terminó en una pelea sanguinaria, ya que el inspector, sujetando dos
jeringuillas en cada mano, con sus respectivas agujas, finas y afiladas, le
amenazó, asegurando que si salía por esa puerta para desvelar el secreto él no
dudaría en apuñalarle repetidas veces hasta perforarle todos y cada uno de sus
vasos sanguíneos.
Ante tal amenaza, Fernando se vio obligado,
desesperadamente, a defenderse. Algo raro pasaba con su amigo, la palabra no
era capaz de hacerle entrar a razones. Era como si su mente permaneciera
obnubilada y le hubiera poseído el espíritu de un cervecero fanático. ¿De
verdad iba a jugarse la vida por una cerveza?
Así fue. El inspector le clavó repentinamente las agujas en
el pecho con la vil intención de lograr introducirle aire en alguna vena. Pero
por suerte el apuñalado fue rápido y tiró de ellas. Estaba claro, o lo mataba o
moría. Le dio una patada en el bajo vientre y el dolor provocó que soltara las
jeringuillas. Fernando las recogió ipso facto y, como advertencia, primero se
las clavó en los brazos para ver si ese daño hacía que dejara su agresiva
actitud.
En cambio, lo que obtuvo fue algo mejor que la rendición:
otra prueba de la malicia de Fola. Pues, cuando las agujas penetraron brotó
algo de sangre, la cual tenía en él una extraña pigmentación verde. Tenía que
estudiar a qué se debía.
Le propició un par de contundentes golpes en la cabeza para
dejarle inconsciente. Seguidamente le extrajo una pequeña porción de sangre y
la llevó a otro microscopio. En cuanto se acercó al ocular pudo observar una
similitud cinética con Fola. Se encontraban los mismos seres, a una proporción
que casi superaba la de los eritrocitos.
No perdió más tiempo. Dirigió las muestras al microscopio
electrónico para imprimir las imágenes y las metió en su cartera. Salió presto
hasta Beoir, cuya clientela rezumaba, pudiéndose ver a varias calles de
distancia. Se abrió paso entre ellos y entró al pub, exigiendo a base de gritos
hablar con el propietario.
Este, llamado Gael, no rehuyó de la conversación. Le
permitió pasar a su despacho, en la parte trasera del bar, y le pidió que le
explicara la razón de que estuviera tan enervado.
-¿Qué es lo que
ocurre? ¿Puedo hacer algo para eliminar ese malhumor de su rostro? ¿Una
cerveza, quizá?

-¡Anda! Entonces usted
debe ser el propietario de aquel denigrante bar del que obtuve la bebida
prototípica.
-Así que se acuerda de
mí…
-¡Por supuesto que sí!
¡Celebremos este reencuentro con una Fola! ¿Qué le parece?
-Pero bueno, ¿acaba de
escucharme? Que sé todo lo que está haciendo. Ya he alertado a la policía,
simplemente vine personalmente porque quería saber de primera mano el motivo
que le hizo crear esta aberración. ¡No quiero ni un rodeo más, no hay escapatoria!
¿Por qué lo ha hecho? ¡Responda!
Gael agachó la cabeza y al rato comenzó a reír
desquiciadamente.
-¿Y por qué no
hacerlo? ¿Ha oído hablar de la nanotecnología?
-Sí…
-Si usted tuviera los
conocimientos tecnológicos que yo poseo, tan valiosos, ¿no los pondría en
práctica?
-Pero…
-Eso hice, tan solo
sacar a la luz un diseño de nanobots capaces de acoplarse en el organismo
humano y perforar sus tejidos hasta alcanzar el sistema nervioso central para
así quedar controlados. ¿Por qué la cerveza? Supongo que no hace falta que
responda, usted y yo sabemos bastante bien la demanda que tiene este producto.
Lo único que me quedaba era encontrar un tipo de composición que fuera inocua
con mis “niños”.
Fernando ya no necesitaba quedarse más allí. Sabía que a
partir de ese momento alargar la conversación acrecentaba la peligrosidad. No
se lo había dicho a Gael, pero todo había quedado grabado, por lo que huyó para
poner la grabadora a buen recaudo, en la misma comisaría de la que pronto
saldrían unos cuantos coches para detener al vil barman.
Desafortunadamente el futuro fue otro distinto. En cuanto
entró al edificio la policía ignoró su socorro, así como lo hicieron la primera
vez antes de acudir a Beoir. A la única persona a la que iban a encarcelar era a
él mismo, con el fin de hacerle callar. No cabía duda, ellos también habían
probado la Fola.
Escapó de la comisaría, esquivando por pocos milímetros las
balas que lanzaban los policías más afectados por los nanobots. Desde luego
aquello era una verdadera epidemia, una emulación de un apocalipsis zombi.
Fernando simplemente esperaba que el número de infectados disminuyera, y si las
fuerzas de la ley no estaban de su parte, entonces tendría que actuar por
cuenta propia, y sabía muy bien qué hacer.
Aún poseía los conocimientos necesarios para la elaboración
de su cerveza, la misma que otrora analizó Gael. El proceso era sencillo y
podía partir de una mera lata de cerveza. Pasó por el supermercado más próximo
y, como era de esperar, los afectados ya habían emprendido la orden de busca y
captura. No pudo ir tranquilo a comprar la lata, tuvo que robarla y eludir
tanto a cajeros como a compradores que intentaban reducirle a base de
imprecisos placajes y saltos.
Definitivamente el asunto era muchísimo más grave de lo que
en un principio pensaba. Todo dependía de la maña que tuviera a la hora de
confeccionar el antídoto, y aunque lo lograra eso no conllevaba automáticamente
la victoria, sólo podía rezar para que, para entonces, consiguiera la ayuda de
alguien, porque hacer esto en solitario podría significar, lo más seguro, la
muerte.
Regresó al laboratorio, donde le esperaba el cadáver de su
compañero. Algo lo había matado, tenía sus manos cercanas al cuello, tal vez
murió asfixiado. Abrió su boca e introdujo unas pinzas. Efectivamente se topó
con un objeto que le estaba obstruyendo la garganta. En cuanto lo sacó
comprendió todo: al despertarse habría percibido el aroma cercano de Fola,
aquella minúscula gota del portaobjetos, y para no perder nada se introdujo
directamente el plástico en su cavidad bucal, intentando tragarlo con un pésimo
y fatal resultado. Aquella adición etílica estaba empezando a volverse
demencial, eso si ya no lo era.
Cerró los párpados de su camarada y se puso manos a la obra.
Vertió parte de la lata en una probeta para después meterla en la centrifugadora
y así, mediante la precipitación de la fuerza centrípeta, eliminar las
impurezas. Una vez acabó el proceso, echó el contenido en un vaso y con una
pipeta extrajo una pizca de sangre verde. Mezcló la cerveza y los nanobots y
sometió a estos a pequeñas descargas eléctricas, ojos en el microscopio
binocular, esperando a que el voltaje alterase sus chips y así creyesen que
había amenaza hostil entre ellos.
Repentinamente, en un completo infortunio, su trabajo se vio
interrumpido. Alguien había tirado la puerta del laboratorio abajo. Era Gael,
con dos infectados como guardaespaldas.
-Amigo, déjelo. No
puede hacer nada, ¿no considera inapropiado prohibir que la gente siga
disfrutando de este manjar?
-¡Lo que está haciendo
es aberrante!
-¿Y pretende detenerme
creando una cura? ¿Acaso cree que existe algo que ponga remedio a esto?
Ahora fue Fernando quien rió descontroladamente.
-¿Por qué piensa que
vine aquí? No… ya me di cuenta en nuestra conversación anterior, en la
seguridad que tenía mientras hablaba, de que no había forma de revertir esto.
Tras decir esto, excitado debido al cambio radical que había
sufrido la expresión facial de Gael, tornándose en sorpresa, incertidumbre y
algo de furia, procedió a beber el cultivo de la cerveza con nanobots
alterados.
-Esto no es un remedio
–añadió después de dar un primer sorbo –. Esta es mi salvación.
Siguió bebiendo hasta dejar la placa de Petri vacía. Sólo
podía emitir carcajadas al observar a ese mismo barman que antes le hablaba con
cinismo y ahora no soltaba palabra alguna. El silencio alegre únicamente cesó
cuando la hemoptisis hizo su aparición en los labios entumecidos del suicida.
Quizá, matándose, logró dar con el auténtico antídoto, pero fuera
como fuera, fue simple y llanamente arte morir a causa de una cerveza tal día
como hoy.
¡Salud!
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