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Mientras que yo soy un ciego que ha aceptado su propia invidencia, tú eres uno que aún cree que simplemente tiene una venda tapándole los ojos.

lunes, 17 de marzo de 2014

Especial San Patricio: Beoir

El nuevo pub irlandés de la ciudad, Beoir, acababa de ser inaugurado. Su propietario era bastante conocido en el país por una especial receta que había creado para producir la bautizada Cerveza Perfecta, más conocida como Fola.

Además, el día para su apertura era perfecto, justamente el 17 de Marzo. Los primeros visitantes se apelotonaban en la entrada sin permitir que nadie se antepusiera en sus afanes de ser los catadores que estrenasen el grifo de donde salía dicha sabrosa, espumosa y amarga cerveza.

De entre todo este ansioso y sediento público, había una persona que ocultaba su auténtica identidad en aras de su rutinaria metodología. Un inspector en completo incógnito se apostaba en las puertas de Beoir, ojo avizor, con una encomienda especial proveniente de un íntimo compañero de la empresa para la que trabajaba.

Toda esta historia podía resumirse con la primera pieza que activó este agresivo efecto mariposa: la envidia. Fácil de entender si se conoce el pasado del susodicho compañero, ya que este, en sus inicios por el mundo laboral, trató de sacar adelante un modesto bar, construido, o más bien oculto, en una de esas retorcidas y laberínticas callejuelas del centro de la ciudad.

Un día un cliente llegó, ni más ni menos que el futuro barman de Beoir. Este exigió que le pusiera su mejor cerveza, pero que no quería beberla, sino analizarla para un estudio que estaba realizando. Extrañado, pero con la poca clientela que pasaba por el establecimiento, aceptó su petición, después de todo iba a pagar.

Transcurrieron varias horas. Él, estando vacío el bar, se mantuvo en todo momento atento a lo que hacía su cliente con su bebida, lo cual incluía un sinfín de análisis y pruebas a excepción de su cata.

Finalmente concluyó con resultados aparentemente satisfactorios, o al menos eso indicaba su gran sonrisa. Se acercó a la barra y le felicitó por la técnica conservatoria que había realizado en esta cerveza, pues, según explicó después, hubiera hecho lo que hubiera hecho, la constitución molecular de este líquido había aportado ciertas propiedades ajenas a la cerveza estándar. No era una pócima rejuvenecedora ni un analgésico universal. Simplemente añadió que sus características físicas permitían que se mantuviera en harmonía con “cierto” ingrediente sin que ninguno de los dos quedase estropeado. Por desgracia allí acabó todo, y nunca le dijo a qué ingrediente se refería.

Sin embargo sabía que su auge económico y mediático gracias a Fola no se debía a otra cosa que no fuera ese factor secreto que encontró en su, ya cerrado por quiebra, antiguo bar. Por ello, ahora trabajando como inspector de seguridad y sanidad, tenía los contactos perfectos para realizar una búsqueda exhaustiva justo al lado de donde vivía.

Por el momento no podría ir él mismo, puesto que seguramente le reconocería y ya habían corrido rumores de su pequeña enemistad con él, así que habría que mantenerse en el sombrío anonimato. No obstante, nadie sospecharía si otro inspector, y más estando este de incógnito, le hacía un par de visitas semanales para hacer lo mismo que el propietario de Beoir hizo tiempo atrás en el bar de este tipo: examinar su mejor cerveza.

¿El porqué? Quería su parte del botín, que reconociera que si él no le hubiera permitido analizar su cerveza seguramente no hubiera creado nunca la Cerveza Perfecta. Quería una porción de su fama, que su nombre apareciera en los agradecimientos o como uno de los padres de Fola. Detestaba haber sido una pieza clave para su creación y haber quedado en el despreciable olvido. Lo dijo bien claro, su cerveza tenía las propiedades que buscaba, y eso era mérito suyo, por lo que no había excusa alguna para negarse a admitir que no toda la labor había sido propia, sino que había recibido ayuda crucial para la obtención de ese producto de oro.

Aunque todo aquello, si salía el plan a la perfección, quedaría en el cadavérico pasado. Sabía que nadie le creería si seguía reprochando que él había influido en la creación de la susodicha cerveza, pero podía hacer otra cosa más eficiente y acorde con su sed de venganza… Sí, una competencia, más insana que sana, se iniciaría una vez obtuviera el nombre de aquel ingrediente secreto, podría representar una seria amenaza para Beoir y el resto de pubs que había abierto.

Era el momento de poner fin a tamaña injusticia. Su amigo, su mano derecha, ejecutaría los primeros pasos de esa rigurosa trampa que propiciaría un golpe kármico a ese embustero barman. Las puertas se abrieron al sonido del reloj, el cual marcaba las doce del mediodía, y el inspector fue el primero en sentarse en la barra y pedir una Fola.

Todo marchaba bien, el griterío de la muchedumbre impidió que el barman se fijase en la jeringuilla que este sacaba para llevarse un poco del líquido amén de su posterior análisis. No obstante, incluso hubiera podido poner en marcha el examen allí mismo, con toda esa barrera humana que le ocultaba, pero siempre venía bien prevenir. Hubiera sido un error fatal si viera a un desconocido hacer lo mismo que él realizó tiempo atrás. Se hubiera percatado enseguida de sus intenciones y probablemente el plan hubiera muerto en ese preciso instante.

Por lo cual, se bebió el resto de la cerveza y se marchó. Ese inconfundible sabor etílico se quedó en su garganta. La cebada se introdujo hasta lo más profundo de sus papilas gustativas dejándole en una sensación de placentera e hipnótica despreocupación de lo que le rodeaba.

Era como mezclar ansiolíticos, antidepresivos y analgésicos en una jarra maltosa de un hidromiel que no merecía ni ser mancillada por los labios de los dioses. Realmente se había ganado el título de la Cerveza Perfecta. Difícilmente podía otra cerveza alcanzar su nivel, y esto hacía que se preguntase si de verdad iba a conseguir algo su compañero averiguando la receta. No, era imposible que fueran solo una mezcolanza de ingredientes, algo más debía añadirse o hacerse para conseguir tal exquisitez azabache.

Su intuición le decía que iba a ser en vano. Un impulso le hizo sacar la jeringuilla y observar detenidamente su contenido. Llevar esa pequeña muestra a aquel hombre conllevaría una posible catástrofe, si la fortuna le acompañaba, para ese amable barman que únicamente quería compartir con el resto del mundo su magnífico descubrimiento. ¿Quién era él, entonces, para ahora echar todo a perder por un episodio agudo de envidia y frustración? Ahora mismo su decisión como mensajero podría suponer un final bueno o malo para este arrebato vengativo. ¿Ayudar a su amigo o perpetuar el secreto de Fola?

Aun así, si de deshacía de la jeringa no solventaría nada. Este le pediría que regresara al pub y trajera nuevamente una extracción para su estudio. Podría negarse, sí, pero su relación amistosa se lo impedía. Por ello, lo único que pudo hacer, dentro de las posibilidades no nocivas, era llevar la muestra, tal y como le había pedido, y, una vez allí, convencerle de alguna forma de que abandonase su afán por ajusticiar.

Normalmente la palabra siempre había funcionado con él y le tenía considerado un buen consejero. Tal vez obviara su advertencia a la primera, pero estaba convencido de que la reiteración afable lograría al fin que cesara esa maliciosa persecución en busca del ingrediente estrella.

Al cabo de aproximadamente cuarenta minutos de caminata, el inspector llegó al laboratorio de la empresa, donde le esperaba, con sumo nerviosismo, su compañero. Ni siquiera le saludo ni le agradeció nada, lo primero que preguntó al llegar fue que si traía algo de la cerveza. Él asintió, un poco molesto, con la cabeza y le lanzó la muestra con desganas.

-¿Estás molesto o es mi imaginación? –preguntó Fernando –.

El inspector se encogió de hombros, sin decirle la verdad y permaneció en una esquina del laboratorio en completo silencio, esperando encontrar el momento oportuno para pedirle que pusiera fin a todo aquello.

Aun atónito por su reacción, muy distante de la que tenía esa misma mañana, lo dejó estar y comenzó a preparar todo el instrumental para el examen. No llevaría mucho tiempo, hasta podría esa misma tarde ya preparar su propia Cerveza Perfecta, y esto era algo que le estaba provocando mucha ansiedad y entusiasmo, no veía el momento en el que una mísera jarra fría de cerveza le haría asquerosamente rico. ¿Cuál sería el secreto del propietario de Beoir? ¿Canela, gotas de limón, sirope de regaliz, una pizca de…?

No se creía lo que veía en el microscopio cuando el resto de pruebas no destacaron nada relevante. Los análisis moleculares mostraron cierta anomalía que hizo que, ante la incertidumbre, colocara en un portaobjetos una pequeña gota de Fola para visualizarla a través de dicho instrumento. Lo que vislumbró fue horrible…

Se movían sin parar, como insectos acuáticos se deslizaban velozmente por la gota. Similares a los glóbulos rojos de una minúscula muestra de sangre, esos seres de color verde oscuro ocupaban casi el completo de la gota, lo que quería decir que gran parte de la cerveza estaba compuesta no por los ingredientes típicos y naturales de la misma, sino por esas repulsivas criaturas que no parecían pertenecer a la taxonomía zoológica actualmente conocida.

Fernando le dijo a su compañero que se acercara a echar un vistazo. No muy seguro, obedeció y posó su ojo en el ocular del microscopio. Sin embargo este, casi sin tener tiempo para distinguir bien lo que veía a través, dio un brusco golpe al aparato haciendo que cayera al suelo, rompiéndose. Después de ello le confiscó el resto de la cerveza y se la bebió para que no pudiera examinarla más. Ante el asombro de Fernando, que estaba sin palabras, el inspector se anticipó a su pregunta y le contestó que lo había hecho porque no quería ser el partícipe de la clausura de Beoir y los demás pubs. Él refutó esta respuesta contándole lo que había visto en el portaobjetos, que ya no era por la envidia, sino por el miedo de que algo terriblemente malo yaciera oculto en la, ahora dudosa, Cerveza Perfecta.

Por desgracia le hizo caso omiso y la cosa empeoró. Aquello no derivó en una simple disputa entre dos personas con ideas contrarias, más bien terminó en una pelea sanguinaria, ya que el inspector, sujetando dos jeringuillas en cada mano, con sus respectivas agujas, finas y afiladas, le amenazó, asegurando que si salía por esa puerta para desvelar el secreto él no dudaría en apuñalarle repetidas veces hasta perforarle todos y cada uno de sus vasos sanguíneos.

Ante tal amenaza, Fernando se vio obligado, desesperadamente, a defenderse. Algo raro pasaba con su amigo, la palabra no era capaz de hacerle entrar a razones. Era como si su mente permaneciera obnubilada y le hubiera poseído el espíritu de un cervecero fanático. ¿De verdad iba a jugarse la vida por una cerveza?

Así fue. El inspector le clavó repentinamente las agujas en el pecho con la vil intención de lograr introducirle aire en alguna vena. Pero por suerte el apuñalado fue rápido y tiró de ellas. Estaba claro, o lo mataba o moría. Le dio una patada en el bajo vientre y el dolor provocó que soltara las jeringuillas. Fernando las recogió ipso facto y, como advertencia, primero se las clavó en los brazos para ver si ese daño hacía que dejara su agresiva actitud.

En cambio, lo que obtuvo fue algo mejor que la rendición: otra prueba de la malicia de Fola. Pues, cuando las agujas penetraron brotó algo de sangre, la cual tenía en él una extraña pigmentación verde. Tenía que estudiar a qué se debía.

Le propició un par de contundentes golpes en la cabeza para dejarle inconsciente. Seguidamente le extrajo una pequeña porción de sangre y la llevó a otro microscopio. En cuanto se acercó al ocular pudo observar una similitud cinética con Fola. Se encontraban los mismos seres, a una proporción que casi superaba la de los eritrocitos.

No perdió más tiempo. Dirigió las muestras al microscopio electrónico para imprimir las imágenes y las metió en su cartera. Salió presto hasta Beoir, cuya clientela rezumaba, pudiéndose ver a varias calles de distancia. Se abrió paso entre ellos y entró al pub, exigiendo a base de gritos hablar con el propietario.

Este, llamado Gael, no rehuyó de la conversación. Le permitió pasar a su despacho, en la parte trasera del bar, y le pidió que le explicara la razón de que estuviera tan enervado.

-¿Qué es lo que ocurre? ¿Puedo hacer algo para eliminar ese malhumor de su rostro? ¿Una cerveza, quizá?

-¡Ni se le ocurra! Mire, déjese de falsedades –advirtió Fernando –. Ya sé perfectamente la naturaleza de su Cerveza Perfecta. Usted buscaba una cerveza que fuera un buen hábitat para esos bichos y en cuanto la encontró no tardó ni un segundo en poner en marcha su destructivo plan.

-¡Anda! Entonces usted debe ser el propietario de aquel denigrante bar del que obtuve la bebida prototípica.

-Así que se acuerda de mí…

-¡Por supuesto que sí! ¡Celebremos este reencuentro con una Fola! ¿Qué le parece?

-Pero bueno, ¿acaba de escucharme? Que sé todo lo que está haciendo. Ya he alertado a la policía, simplemente vine personalmente porque quería saber de primera mano el motivo que le hizo crear esta aberración. ¡No quiero ni un rodeo más, no hay escapatoria! ¿Por qué lo ha hecho? ¡Responda!

Gael agachó la cabeza y al rato comenzó a reír desquiciadamente.

-¿Y por qué no hacerlo? ¿Ha oído hablar de la nanotecnología?

-Sí…

-Si usted tuviera los conocimientos tecnológicos que yo poseo, tan valiosos, ¿no los pondría en práctica?

-Pero…

-Eso hice, tan solo sacar a la luz un diseño de nanobots capaces de acoplarse en el organismo humano y perforar sus tejidos hasta alcanzar el sistema nervioso central para así quedar controlados. ¿Por qué la cerveza? Supongo que no hace falta que responda, usted y yo sabemos bastante bien la demanda que tiene este producto. Lo único que me quedaba era encontrar un tipo de composición que fuera inocua con mis “niños”.

Fernando ya no necesitaba quedarse más allí. Sabía que a partir de ese momento alargar la conversación acrecentaba la peligrosidad. No se lo había dicho a Gael, pero todo había quedado grabado, por lo que huyó para poner la grabadora a buen recaudo, en la misma comisaría de la que pronto saldrían unos cuantos coches para detener al vil barman.

Desafortunadamente el futuro fue otro distinto. En cuanto entró al edificio la policía ignoró su socorro, así como lo hicieron la primera vez antes de acudir a Beoir. A la única persona a la que iban a encarcelar era a él mismo, con el fin de hacerle callar. No cabía duda, ellos también habían probado la Fola.

Escapó de la comisaría, esquivando por pocos milímetros las balas que lanzaban los policías más afectados por los nanobots. Desde luego aquello era una verdadera epidemia, una emulación de un apocalipsis zombi. Fernando simplemente esperaba que el número de infectados disminuyera, y si las fuerzas de la ley no estaban de su parte, entonces tendría que actuar por cuenta propia, y sabía muy bien qué hacer.

Aún poseía los conocimientos necesarios para la elaboración de su cerveza, la misma que otrora analizó Gael. El proceso era sencillo y podía partir de una mera lata de cerveza. Pasó por el supermercado más próximo y, como era de esperar, los afectados ya habían emprendido la orden de busca y captura. No pudo ir tranquilo a comprar la lata, tuvo que robarla y eludir tanto a cajeros como a compradores que intentaban reducirle a base de imprecisos placajes y saltos.

Definitivamente el asunto era muchísimo más grave de lo que en un principio pensaba. Todo dependía de la maña que tuviera a la hora de confeccionar el antídoto, y aunque lo lograra eso no conllevaba automáticamente la victoria, sólo podía rezar para que, para entonces, consiguiera la ayuda de alguien, porque hacer esto en solitario podría significar, lo más seguro, la muerte.

Regresó al laboratorio, donde le esperaba el cadáver de su compañero. Algo lo había matado, tenía sus manos cercanas al cuello, tal vez murió asfixiado. Abrió su boca e introdujo unas pinzas. Efectivamente se topó con un objeto que le estaba obstruyendo la garganta. En cuanto lo sacó comprendió todo: al despertarse habría percibido el aroma cercano de Fola, aquella minúscula gota del portaobjetos, y para no perder nada se introdujo directamente el plástico en su cavidad bucal, intentando tragarlo con un pésimo y fatal resultado. Aquella adición etílica estaba empezando a volverse demencial, eso si ya no lo era.

Cerró los párpados de su camarada y se puso manos a la obra. Vertió parte de la lata en una probeta para después meterla en la centrifugadora y así, mediante la precipitación de la fuerza centrípeta, eliminar las impurezas. Una vez acabó el proceso, echó el contenido en un vaso y con una pipeta extrajo una pizca de sangre verde. Mezcló la cerveza y los nanobots y sometió a estos a pequeñas descargas eléctricas, ojos en el microscopio binocular, esperando a que el voltaje alterase sus chips y así creyesen que había amenaza hostil entre ellos.

Repentinamente, en un completo infortunio, su trabajo se vio interrumpido. Alguien había tirado la puerta del laboratorio abajo. Era Gael, con dos infectados como guardaespaldas.

-Amigo, déjelo. No puede hacer nada, ¿no considera inapropiado prohibir que la gente siga disfrutando de este manjar?

-¡Lo que está haciendo es aberrante!

-¿Y pretende detenerme creando una cura? ¿Acaso cree que existe algo que ponga remedio a esto?
Ahora fue Fernando quien rió descontroladamente.

-¿Por qué piensa que vine aquí? No… ya me di cuenta en nuestra conversación anterior, en la seguridad que tenía mientras hablaba, de que no había forma de revertir esto.

Tras decir esto, excitado debido al cambio radical que había sufrido la expresión facial de Gael, tornándose en sorpresa, incertidumbre y algo de furia, procedió a beber el cultivo de la cerveza con nanobots alterados.

-Esto no es un remedio –añadió después de dar un primer sorbo –. Esta es mi salvación.

Siguió bebiendo hasta dejar la placa de Petri vacía. Sólo podía emitir carcajadas al observar a ese mismo barman que antes le hablaba con cinismo y ahora no soltaba palabra alguna. El silencio alegre únicamente cesó cuando la hemoptisis hizo su aparición en los labios entumecidos del suicida.

La destrucción de sus nervios comenzó de inmediato. Sus oídos quedaron inútiles y su vista se emborronó. Apenas pudo apreciar a Gael, mandando a sus dos esclavos que le asistieran para mantenerle con vida, completamente preocupado. Era como si realmente le hubiera afectado el suicidio de Fernando. ¿Tanto empeño ponía para evitar que una persona escapara de su control? No, debía haber otra razón, la vida de Fernando le era importante específicamente por algo, y parecía que no le convenía su muerte…

Quizá, matándose, logró dar con el auténtico antídoto, pero fuera como fuera, fue simple y llanamente arte morir a causa de una cerveza tal día como hoy.

¡Salud!

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