
Se movían a gran velocidad, no había
forma posible de escapar que no fuera tras enfrentarse a esos nuevos allegados.
Se prepararon para lo que pudiera ocurrir, enervaron su energía y encendieron
sus manos con una muy débil magia.
Justo entonces un gran relámpago
atravesó de arriba abajo a la primera silueta que lideraba el pelotón para, a
los pocos segundos, aparecer al lado de los Brujos mediante otro relámpago
similar.
-No
pensaba adelantarme al resto, pero al veros en tamaña actitud ofensiva me he
visto obligado a intervenir.
El extraño portaba una gruesa toga azul
oscuro con casi una centena de rayos negros dibujados en ella, de los cuales
provenía la electricidad que le envolvía. Asimismo llevaba una corona compuesta
en su totalidad de ese mismo elemento.
Ante la sorpresa de la presentación,
algunos Brujos aprendices dispararon sus magias contra él. Aunque no llegaron a
hacerle ni el más mínimo daño, ya que él venía preparado, defendido por una
cúpula eléctrica que desintegró todos y cada uno de los ataques.
-Obviaré
estos intentos de asesinato hacia mi persona… dadas las circunstancias, pero un
poco de más cuidado la próxima vez… La Bóveda Elektro podría enfurecerse con
vosotros…
-Creo que podemos bajar nuestras manos. No parece
que vengan con intención de matarnos…
-Vaya, un
espectro con vendas de momia que habla.
-Obviaré estos intentos de asesinato hacia mi
autoestima…
-Era una
broma. Os conocemos bastante bien. Nos habéis quitado una gran cantidad de
obstáculos del medio viniendo vosotros mismos aquí.
-Esto empieza a cansarme –contestó
Ignis echándose las manos a la cara–. ¿Quién
eres? Y más importante aún, ¿por qué tú también nos conoces, es que acaso lo
difícil va a ser encontrar a alguien que no sepa de nosotros?
-Mi nombre es Zrak
Muerte Fugaz, Señor Zrak Muerte Fugaz. Rey máximo de los Electromantes.
-¿¡Electromantes!? –gritó Luzbel
sobresaltado – Yo pensaba que fuisteis
exterminados por completo. ¿Cómo es posible que sigáis…?
-¡Silencio, Luzbel! Aún debe contestar a mi otra
pregunta.
-Calma, calma.
Contestaré a todo, pero esas otras dos cuestiones son largas de narrar y
requieren de un tiempo que no tenemos.
No vamos a obligaros a venir con nosotros, sois libres de morir aquí…
Pero sé que sois sabios, el Consejo no puede morir de esta forma tan patética,
perdidos en estas llanuras, despachados uno por uno por Androk. ¿Queréis vivir?
Gustosamente os llevaré con Eida.
-Compañeros. Nuevamente nos vemos entre la espada y
la pared. Pero hasta ahora nuestras decisiones, aunque a duras penas, nos han
mantenido vivos. Aceptasteis convertiros en Brujos ante mi propuesta de la
conversión en el lago. Seguimos a Luzbel por el Plano Demoníaco. Y aceptamos
los regalos de Shan. No soy un Clarividente, pero yo, por lo menos, no veo
amenaza en las palabras de Zrak.
-Señor Zrak –recalcó
él–.
-Vale… Señor Zrak. Sois libres de hacer lo que
queráis, el Consejo no se disolverá aunque a partir de ahora vayamos por
caminos distintos, pero no me gustaría veros luchar contra un Bárbaro que ahora
mismo nos sobrepasa sobremanera en poder.
-Si es la Eida que me imagino, me intriga ver cómo
nos va a ayudar. Yo acepto.
-Sí, sí, sí. No es por conveniencia, sino por pura
necesidad. Tengo que conocer más sobre lo que les ocurrió a los Electromantes.
-Si no queda otra alternativa segura…
-Yo voy si ninguno de mis aprendices se queda atrás.
-En fin… No seré el único inepto que se quede aquí a
combatir contra una muerte segura… Iré.
Por efecto dominó, los aprendices
también aceptaron, así que el Señor Zrak asintió y alzó sus brazos, invocando
un relámpago, como el que le teletransportó a él antes, sobre cada uno de
ellos.
Fue cuestión de una décima de segundo.
Ni siquiera sintieron nada, era como si lo que en realidad hubiera cambiado de
posición hubiera sido la tierra que les rodeaba. Ahora se postraban delante de
ese grupo de hechiceros, encabezados por una risueña mujer con una armadura
compuesta por engranajes que giraban, chispas que saltaban aquí y allá, piezas
que levitaban por propulsores de energía y alguna que otra luz llamativa.
-¡Saludos! Soy Eida la Curiosa, aunque seguramente Zrak…
-Señor Zrak.
-Ay, sí… el Señor Zrak ya os haya dicho mi nombre. Es un placer
conoceros a todos.
-El placer es nuestro.

-Cierto es que podríamos defendernos, pues somos un número
considerable, pero me disgusta que sugieras eso. La posibilidad de resistir no
implica la victoria. Por desgaste acabaría ejecutándonos. Me imagino que
sabréis que sobrevivió a uno de los inventos que quedó para la posteridad en la
Historia negra de nuestros hechiceros, los Magotrones. Si una bomba de tal
calibre no le debilitó sino que le empoderó, ¿de verdad podríamos hacerle
frente?
-Anda, Tenebra. Creo que en este caso el mérito es
tuyo.
La Corazón de Ébano agachó la cabeza,
avergonzada.
-No importa. Simplemente quiero haceros ver que nuestro mejor
movimiento es la huida. No obstante, os prometo que se presentarán nuevas
oportunidades para luchar contra él, si es lo que deseáis, pero de momento, por
favor, venid con nosotros.
-Antes de ir, me gustaría saber qué os interesa de
unos Brujos renegados. Se puede responder con una simple frase, no perderemos
nada de tiempo, ¿cierto?
-¡Oh! ¿Qué clase de ser eres tú? Un cúmulo de maná puro, pero
pareces humano…
-Es que soy humano. Eida, ¿no recuerdas esta voz?
Soy Hex Mal Fario.
El apacible Gran Brujo era el más
desconfiado de los Seis en ese momento. Pese al aspecto inocente de la Curiosa,
Mal Fario conocía su verdadera faceta. Combatió contra ella en incontables
batallas, no sin antes, como buen estratega, reunir toda la información posible
acerca de ella, su enemiga. Con ello descubrió que los Magotrones fueron unos
de los antiguos hechiceros que se pusieron a cazar al resto, con un especial
interés por Vlad y sus Sanguinos.
-Vaya… Es… un alivio que sigas con vida.
-Te pillé. El Señor Zrak afirmó que ya nos conocíais.
Por lo que ya deberías haber sabido que uno de los Grandes Brujos del Consejo
era yo. ¿Por qué entonces has reaccionado así?
-Ya dije que os responderíamos a todas esas dudas en cuanto os llevásemos
a nuestro escondite. Sé paciente, te lo ruego.
-Eida. Me retractaré de ir con vosotros al no ser
que expliques por qué has pasado de perseguir hechiceros tras el cierre de las
fallas a dar cobijo a los herederos de los Hermanos Penumbra.
-Hex, esos fueron
tiempos pasados. La obligaron a hacer eso, y se arrepiente de no haber podido
oponerse en su momento a tales crueles mandatos. Ahora está de nuestra parte.
-Entiendo. Así que incluso al Rey de los
Electromantes le has ocultado la verdad, ¿cierto?
-Qué divertido. ¿Vas a revelar otro secreto
vergonzoso igual que hiciste con mi hermano?
-No compares, mira su rostro. Debe ser algo bastante
grave… ¿Qué ocurre, Eida?
-No lo va a decir. Como ha señalado Inanis, tendré
que repetir lo que hice con Luzbel.
-¡Está bien, está bien! Tú ganas –respondió ella con
una mueca triste–. Pero puedo asegurarte de antemano que sí es cierto que me
arrepiento de ese oscuro pasado… y simplemente oculté la verdad porque supuse
que podía dejar desprotegida a mi gente.
-De acuerdo –contestó él tras un sonoro suspiro–. No hace falta que continúes. Veo auténtico remordimiento
en tu mirada.
-Justo ahora que se ponía interesante la cosa te
ablandas…
-Compañeros –interrumpió Tenebra–. Creo que sí que se va a poner interesante esto.
Apuntó hacia el cielo. Todos
vislumbraron un objeto girar de forma incesante que aparentemente trazaba una
trayectoria descendente yendo a parar justo a donde se posicionaban. Eida se
puso las gafas y activó las lentes para emplearlas como prismáticos. Pudo
apreciar lo que era: un mango robusto seguido de una amplia hoja con runas
negras manchada de sangre.
-¿Una espada?
-¡Androk!
-Así es, Moldeabrasas.
El Descuajeringador había surgido de la
nada aprovechando el ejército que rodeaba al Consejo, a Eida y al Señor Zrak;
el cual dificultaba sus visiones de los alrededores. Cogió carrerilla y saltó
lanzando una cadena a su espada para, seguidamente, con un fuerte tirón,
lanzarla contra el suelo, generando un
temible impacto que esparció a los hechiceros por toda la zona. El factor
sorpresa ni siquiera permitió que los Electromantes activaran la Bóveda Elektro
para defenderse.
Hex se incorporó y ayudó a levantarse a
los camaradas que tenía al lado. Desenfundó el Puñal
Agónico y lo energizó.
-Asumo toda responsabilidad. Os hice perder el
tiempo. Eida, conociéndote habrás traído un artilugio de montaje cuasi instantáneo
que crea agujeros de gusano o algo similar, ¿verdad?
-Sí, así pensaba llevaros a la guarida.
-No.
Mal Fario no se esperaba esa respuesta
en absoluto. La Curiosa depositó el objeto en el suelo, ya encendido, y
mientras esperaba a que se estabilizara el vórtice se acercó al Gran Brujo para
tomarle la mano.
-Me quedaré contigo. Es la única forma de que veas que ya no soy la
de antes.
Este sonrió y asintió con la cabeza.
-¡Eh, Androk! Deja de apuntarnos a todos con la
mirada tratando de determinar a quién atacarás primero. Aquí tienes a un Brujo
y a una Magatrón. Te esperamos impacientemente.
Como buen Bárbaro, no rechazó el desafió
y cargó contra ellos. Fue el momento preciso para que Muerte Fugaz fuera
coordinando a todos para entrar en el agujero de gusano.
-¿Soy la única que está empezando a cansarse de
tanto viaje entre portales?
-Cómo se nota que no fuiste una Maga de Retaguardia…
Una vez habían sido teletransportados
todos, quedando solo el Señor Zrak, este les deseó buena suerte y se marchó.
Eida y Hex también podrían haber entrado, pero muy probablemente aún quedaría
bastante tiempo en la proyección del vórtice como para que Androk les
persiguiera.
Eida, si quería reunirse con los suyos
lo antes posible, tendría que someter a su cerebro a un leve sobreesfuerzo,
haciendo que mantuviera los reflejos durante la pelea a la par que llevaba la
cuenta atrás de su artilugio, de forma que ellos dos pudieran saltar en el
último segundo sin el peligro de que el Descuarejingador fuera detrás.
-Y bien, Hex, ¿tienes algún plan en mente?
-Pues no –contestó el Gran Brujo justo antes de
esquivar la embestida del Bárbaro–. De hecho aún
no he luchado estando en este estado de energía. No sé si seré más fuerte o más
débil. Aunque me conformo con mantenerme igual que siempre.
-Ese es precisamente tu punto frágil –aseguró
Eida mientras se preparaba para el placaje que se aproximaba–. Por eso mis hombres
vencieron a los tuyos. No usas ese magnífico cerebro que te concedieron los
Arcanos.
-Por favor… Confundes a Prometeo con Epimeteo.
Simplemente tengo una gran agilidad mental y antes de cualquier acción, aunque
carezca de una idea clara, calculo las posibles variables que me otorguen
alguna oportunidad de salir victorioso. Lo que hago es llevar la espada
desmontada a la batalla para confeccionarla allí.
-Por eso mismo nunca fuiste capaz de derrotarme, ¿verdad? ¿O es que
la espada estaba oxidada?
-Combatíamos en desventaja, Eida…
-No puedes culparnos por ser más poderosos. Realizamos técnicas muy
duras para lograrlo…
Androk, que estaba comenzado a creer que
se mofaban de él, ya que, mientras hablaban, esquivaban casi sin prestarle
atención todos sus ataques, se cansó de tanta palabrería y se puso a gritar
para concentrar el máximo de su poder en un único golpe.
Mal Fario, percatado de que se había
hartado de jugar. Dejó pausada un momento la conversación y hundió su puñal en
su fantasmagórico cuerpo. Al ser maná, el filo absorbió una gran cantidad de
energía que potenció desmedidamente sus capacidades. Acto seguido, lo maldijo
con Desesperación, un hechizo que arrebata de los cinco sentidos a la víctima
durante un par de minutos, y lo lanzó directo al pecho del Decuajeringador. El Puñal Agónico, siendo un arma cortante, atravesó
las defensas antimágicas de Androk, y una vez alcanzó su torrente sanguíneo,
libre de las señales que le protegían de los conjuros, la maldición se desató.
Ciego y sordo, Hex pudo poner en
práctica con absoluta tranquilidad en él un nuevo conjuro que estaba
desarrollando. Valiéndose de su nueva carcasa, recuperó el arma, se aferró al
torso del Bárbaro y comenzó a agitar cada molécula de maná hallada en su
interior. A los pocos segundos se transformó en una bomba humana, que con cuya
explosión mandó unos cuantiosos metros en la lejanía a Androk, permitiéndoles
ahora entrar en el portal sin que este les pisara los talones.
-¿¡A qué precio, Eida!? –preguntó
girándose hacia ella, retomando la conversación con un tono enfurecido– ¡Ya no hay nadie más aquí, deja los ocultismos!
-No estarás contento hasta que lo diga, ¿eh? ¡Muy bien, sí! ¡Mucho
antes de perseguir de manera lícita a los Sanguinos, nosotros, Magotrones, los
cazábamos para usar sus potentes sangres como combustible! ¿Contento?
-¿Por qué? Dame una buena explicación para que pueda
perdonarte por la muerte de mi mejor amigo. Por él inicié la ofensiva contra
los Magotrones, por él he sufrido tanto tiempo…
-¡Espera! Nosotros… a pesar de los kilolitros de sangre que
recolectamos, muy pocos Sanguinos fueron los que murieron. Nuestro
Decodificador de Identidad nos mostró el nombre de estos desafortunados. Dime
cómo se llamaba, necesito salir de dudas.
Hex estuvo a punto de decirlo, pero se
vio interrumpido por Nexus, cuyo enlace sensorial desmaterializaba su cuerpo.
Estaba transportándolo a la localización del resto. La Curiosa esperó a que le
sucediera lo mismo, pero parecía ser que el Aespacial se olvidó de ella. Su
creador de agujeros de gusano acababa de apagarse y, siendo de un solo uso,
añadiendo que en breves segundos Androk volvería a la carga, Mal Fario tenía la
gran oportunidad de tomar su venganza.
-Me abandonarás aquí –asimiló angustiada–. Es lo que harás,
¿no es cierto?
Pero el Gran Brujo Profano tendió sus
dos manos con el fin de estrecharla entre sus brazos.
-Viniste personalmente para llevarnos a vuestro
escondite. Además de ello, te quedaste conmigo para distraer a Androk. E
incluso si no hubieras hecho nada de eso, la muerte no es una venganza
apropiada. Así que te vienes conmigo.
Eida dejó escapar un par de lágrimas y
corrió hacia él. Los dos se desmaterializaron y a los pocos segundos
aparecieron al lado del Gran Brujo del Vínculo.
-Oh, ya llegaron los
últimos –dijo Muerte
Fugaz con sarcasmo–. Muy bien, ya puedo iniciar la presentación… Ejem. Ahora mismo
sólo veis oscuridad, pero es una simple ilusión creada por los electrones del
entorno. Dejadme “iluminaros” el camino.
El Señor Zrak se quitó la corona
eléctrica y la lanzó al aire. Esta giró sin cesar, cada vez de manera más
rápida, hasta formar un relampagueante orbe azulado, el cual se posó lentamente
en las manos del Electromante. Tras ello, electrificó sus manos y lanzó la
esfera con fuerza contra el suelo. Esta estalló y se convirtió en millones de
minúsculos rayos que revolotearon por el aire arrancando poco a poco toda esa
oscuridad y mostrando las siluetas de unas extravagantes construcciones.
No pasó mucho tiempo cuando se podía ver
la guarida a la perfección. Altas torres metálicas, con las paredes adornadas
con bobinas, engranajes y tuercas. Un falso cielo iluminado por electricidad
yacía sobre ellos, alimentado por cientos de hilos de cobre unidos a cintas
mecánicas y demás parafernalia electrocinética.

-Bienvenidos a
Voltium Nekro.
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