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Lamento del día

Mientras que yo soy un ciego que ha aceptado su propia invidencia, tú eres uno que aún cree que simplemente tiene una venda tapándole los ojos.

domingo, 25 de mayo de 2014

El Consejo de los Seis Puñales: Agua [14]

El destello fue perdiendo fuerza y mostró una densa niebla ajena atípica con respecto a la atmósfera de Voltium Nekro. Luzbel transformó sus ojos para recobrar sus alargadas pupilas demoníacas, de tal forma que consiguiera ver con más nitidez. 

Distinguió en la lejanía una mancha. Era la silueta de alguien. Trató de preguntar quién era, pero nada más abrir la boca la niebla inundó su boca, como si fuera un agresivo parásito, impidiéndole hablar. Sin embargo, aún sin decir nada, obtuvo una curiosa respuesta de ese supuesto desconocido.

Un rayo fue disparado contra Luzbel, lanzado por el susodicho extraño. Afortunadamente parecía ser que también tenía dificultades con la visión, ya que el ataque no llegó a alcanzarle… quedándose a escasos centímetros de su mejilla izquierda, sintiendo durante unos instantes hasta el calor momentáneo de la electricidad.

Afinó la vista y se percató de que ese disparo podría no tener intenciones hostiles, pues esta persona continuaba lanzando rayos por doquier, sin tener una diana específica. ¿Qué pretendía hacer, entonces? Seguramente, si el Lengua Vil se acercaba para verle mejor, no correría la misma suerte que antes y sería alcanzado por uno de esos aparentes ataques.

Pero tenía otra opción en mente para averiguar qué sucedía. No sospechaba que fuera un enemigo, de hecho, si estaba en lo cierto y eso eran hechizos, ya se hacía una idea de quién se trataba. Pese a ello, había de ser precavido, así que empuño el Puñal Poseído y lo potenció con toda la magia posible, provocando que la amatista que había engarzada brillara de manera desorbitada. Acto seguido, liberó sus alas y drenó el poder del arma para dotarlas de una fuerza desmedida. Con la amatista como faro, dio fuertes batidas con las alas creando una potente corriente de aire en dirección al extraño. La niebla, tal y como previó Luzbel, se fue despejando y pronto el desconocido advirtió la lumínica señal, dejando de disparar inmediatamente.

Al cabo de unos segundos ya se podían apreciar los detalles del entorno, y por extensión los de aquella silueta. Luzbel acertó con su suposición, era el Señor Zrak, con una expresión en su cara de completo pavor.

-Oh, menos mal. Estaba al borde del colapso mental.

-¿Por qué te has puesto a lanzar conjuros sin ton ni son? ¿No ves que es peligroso? Podrías habernos dado a alguno de nosotros.

Tras ello, Luzbel volteó la cabeza de un lado a otro, tratando de buscar al resto de hechiceros que habían acudido a la reunión en la Torre Volta, pero no encontró a nadie más.

-Un momento… ¿y el resto?

-No hay nadie más. Sólo estamos nosotros dos, rumbo a las Marismas. Y… mis disculpas por esa actitud tan caótica. Tenía mis… motivos.

-¿Motivos? Casi me matas. ¿Qué te ha impulsado a hacer eso? Si puede saberse…

El Electromante se mordió el labio inferior y seguidamente se rascó la nuca. Estaba incómodo. Verdaderamente le era difícil explicarle al Brujo la razón de aquel comportamiento.

-Te puede resultar raro… e incluso cómico e inverosímil, pero… no soporto la niebla, simple y llanamente me da miedo.

-Cada uno tiene sus temores. No hay motivo por el que me tenga que parecer cómico. No por ser un Rey has de ser impávido.

-…

-Y, bueno, ¿qué es eso de que ya estamos de camino a nuestro destino? Lo último que recuerdo fue esa luz que invocó Amach.

-Con ese conjuro rematerializó nuestro cuerpos, enviando a priori sus moléculas a una región cercana al lugar al que vamos. Ese hechizo por desgracia tiene un rango límite, y por ello no ha podido enviarnos directamente a las Marismas, así que nos ha trasladado lo más cerca posible. Un fastidio que hayamos ido a parar justamente a las Colinas Pálidas. Podría habernos enviado a una zona colindante por lo menos… aunque se encontrase más lejos.

-¿Este sitio se llama las Colinas Pálidas? Nunca antes he oído hablar de ese nombre, pero si esta región ha sido bautizada es porque tiene algo de importancia, ¿estoy en lo cierto?

-Me temo que sí. Estos terrenos son conocidos por estar invadidos de forma perenne por niebla. No importa que haga calor, viento o lluvia. Una densa atmósfera siempre recae sobre este lugar. Más de un viajero se ha perdido aquí y ha sido encontrado días después como un amasijo de huesos… Quizá por eso me disgusta en demasía la niebla, tan silenciosa y desconocida, con esa letalidad insidiosa... Se me pone el vello de punta.

-¿Y si tanto te aterra la niebla, sabiendo que próximo a las Marismas Cinéreas hay un terreno de este tipo, por qué no le sugeriste a Amach otro destino para ti?

-¿Cómo podría hacer eso? Como monarca quedaría en evidencia y deshonraría a los míos mostrando tal asustadizo comportamiento. Además… confiaba en que nos llevaría a otro lugar que no fuera este… incluso creía que directamente nos iba a dejar al lado del desembarcadero de los Aguas Turbias, que tampoco es que esté precisamente muy lejos de Voltium Nekro.

-Bueno, al menos el mal rato ya ha pasado y no ha sido para tanto, ¿no?

-No puedo quitarte la razón, sobre todo porque podría haber resultado bastante peor este asunto. Si hubiera llegado a darte con alguno de esos rayos… no me lo hubiera perdonado en la vida.

-No te preocupes, esa realidad alternativa en la que me matas quedará en el olvido. Y… cambiando de tema, ¿por dónde se va a las Marismas?

-Buena pregunta. En teoría deberíamos poder ver a lo lejos una montaña partida en dos. A través de su fisura iremos directos a parar a la costa. La cuestión es –añadió mientras miraba a su alrededor –que no veo nada parecido por aquí.

-¿Estás seguro de que estamos en las Colinas Pálidas?

-¡Por supuesto que sí! No puede haber otro lugar con una niebla tan densa. Así que no, no es que estemos en el lugar equivocado, sino que de alguna forma algo nos impide visualizar la montaña de la que te hablo.

-Pues ya me explicarás qué puede impedirlo. Es una montaña, no puede ocultarse tan fácilmente.

-Salvo por magia –respondió Muerte Fugaz con total convicción –.

-¿A qué te refieres? ¿De verdad existe algo así?

-Chico, ¿qué es exactamente la niebla?

-Técnicamente son nubes a un nivel más bajo de lo normal y en una aglomeración desmesurada. Es tan sólo un cúmulo de agua en estado gaseoso… No entiendo la pregunta.

-Exacto. Agua…


De repente, una fuerte corriente de aire, mucho más potente que la que desató Luzbel con sus alas para despejar el lugar, trajo consigo una gran masa de niebla, la cual era tan espesa que a ambos hechiceros les pareció que estaba rodeando sus extremidades y les estaba maniatando como si de enredaderas se tratase. Sin embargo, esto último no era precisamente una falsa sensación. Era real.

-Hacía tiempo que no aparecían intrusos por estos lares –dijo la joven voz de una mujer, con un tono claramente amenazador –. Y bien, ¿qué os trae? Meditad vuestra respuesta.

Ninguno de los dos era capaz de hablar, si abrían la boca la neblina se filtraría en sus árboles bronquiales y correrían el riesgo de morir asfixiados. En cambio, esto parecía que era ignorado por la depredadora. Exigía que hablasen, pero no podían, y cuanto más tardaban en responder más densa e inmovilizadora se volvía la niebla. Un círculo vicioso que desembocaría en muerte al no ser que alguno de los dos encontrara una solución.

Por fortuna, así fue. El Señor Zrak, obviando en ese momento su acérrimo terror a ese tipo de atmósfera, desprendió de la yema de sus dedos finos y minúsculos relámpagos que se adhirieron a las cargas eléctricas de las moléculas de agua de ese vapor y trazaron un mensaje.

“Suéltanos. Sólo queremos hablar.”

-¿Y hay algún motivo por el que deba fiarme de tus palabras? –inquirió, apretando con más vigor sus extremidades –.

Otra oleada de rayos formó la respuesta a su pregunta. “Amach el Sabio”. Confiaba en que el nombre del Clarividente fuera suficiente para sacarles de ese apuro.

-¿Qué quiere ese viejo ahora de nosotros?

Afortunadamente el Señor Zrak jugó bien sus cartas. Tras un leve suspiro por parte de la desconocida, en señal de molestia, fue reduciendo la presión de esos grilletes gaseosos. Una vez libres, la niebla se fue arremolinando en un punto concreto del aire hasta crear una silueta grisácea que lentamente dio forma a una hechicera vestida con una armadura azulada de mallas con pinceladas grises. No obstante, lo que destacaba de verdad era su pelo, el cual era de una pigmentación aguamarina, coloración nunca antes vista por los otros dos en lo referente a tonalidades capilares. Entre ese color y esa asombrosa longitud, llegando su cabello hasta sus talones, parecía que de su cabeza brotaba un manantial de agua puramente cristalina.

-Nos ha dicho que buscásemos a los Aguas Turbias para avisarles de que puede que dentro de poco les llegue una desagradable visita.

-¿Va a venir alguien más?

-Sí. Y este viajero sí que puede traer problemas. Nosotros sólo somos mensajeros. Queríamos ir a las Marismas Cinéreas para avisar a los Nerónicos, pero nos hemos perdido aquí… Ni siquiera hemos podido vislumbrar la montaña que sirve como conexión entre el desembarcadero y las Colinas Pálidas… ¿Serías tan amable de llevarnos? De verdad que no tenemos ninguna intención hostil, es simplemente informativa.

-Yo misma les entregaré esta información sin necesidad de que avancéis más. Por si no os habéis percatado, yo también soy una Nerónica. Mi nombre es Mei Aliento Gélido.

-¡Tú! –exclamó Luzbel con fascinación –.

-¿La conoces? –preguntó el Electromante alzando el ceño –.

-De los hermanos Aliento Gélido. Es la hechicera de su clase que mejor controla el hielo, aunque al ser hermana de Sag Aliento Gélido, el mejor Nerónico dominando el vapor, también posee una asombrosa maestría con el agua en estado gaseoso.

-Así que no era una Nerónica simplona quien nos estaba acechando. Puedo suponer entonces que eres tú quien ha mantenido esta niebla todos estos años en las Colinas Pálidas, ¿cierto?

-Te equivocas, monada.

Esa respuesta provino de la nada, o eso creyeron el Señor Zrak y Luzbel hasta que una especie de fantasma compuesto de humo abrazó por la espalda a Muerte Fugaz para después atravesarle y colocarse en frente de él, mirándole fijamente con dos huecos vacíos que marcaban la localización de los ojos de aquel espectro vaporoso.

-Y tú debes ser –dijo el Lengua Vil señalando a la figura gaseosa –… Sag. Se me haría raro que estuviera equivocado. El hermano pequeño de Mei siempre está a su lado.

-Se ve que no tengo motivos para continuar en este estado –contestó tras realizar un proceso similar al de su hermana, volviendo tangible su cuerpo y mostrando a un chico de no más de veinte años con una armadura idéntica a la de Mei y un peinado corto de un color azul pálido–. ¿Os gusta cómo he dejado este lugar? Da miedo, ¿eh, Electromante?

-Un respeto, joven. No estás hablando con un Electromante cualquiera. Soy el Señor Zrak Muerte Fugaz. Rey máximo de los Electromantes. No toleraré otra falta semejante.

-¿Y qué harás, cobarde? ¿Quieres volver a verte envuelto en una niebla capaz de oprimir tu cuerpo y hacerte estallar?

-Basta ya, Sag –intervinó la Nerónica –. Aun si fueran enemigos de verdad, siempre hay que mantener la educación. Sobre todo si estamos frente a un hechicero de tal calibre.

Su hermano no respondió, tan sólo se limitó a convertirse nuevamente en vapor y difumanirse con el entorno. Mei afirmó que siempre hacía lo mismo en este tipo de situaciones en las que ella le regañaba, yéndose él hacia las Marismas. Pidió disculpas y despejó finalmente el terreno, mostrando, esta vez sí, la montaña que buscaban los dos hechiceros.

-No puede ser. Mi compañero antes también apartó la niebla y no fuimos capaces de hallar esa montaña. Y a la vista está que su tamaño hace imposible no detectarla… ¿Cómo lo has hecho?

-Si únicamente hubiera estado rondándoos mi hermano, eliminar esas nubes hubiera resultado más que suficiente para continuar vuestro viaje, pero por ello yo también me encargo de salvaguardar este sitio. Yo no evoco solamente niebla, sino que además le añado microscópicos fragmentos de hielo para que esta sea más mortífera. Cuando tú, Brujo, apartaste la niebla, dichos cristales quedaron flotando en el aire debido a su ínfimo peso. Para mí fue absolutamente sencillo manejarlos para que formaran un imperceptible espejo que impidiera que mantuvierais contacto visual con el horizonte, teniendo cuidado, por supuesto, de que vosotros mismso no quedaseis reflejados, para que así fuese menos evidente que estabais siendo engañados.

-Ya decía yo que se trataba de algún hechizo.

-En efecto, acertaste. Por esta misma razón me vi obligada a intervenir. Un alivio que no haya acabado esto en tragedia, ¿no pensáis?

-Sí… Aunque esa fatídica sensación de muerte no me la va a quitar nadie.

-Hay que pagar un precio por haberos adentrado en los dominios de unos hechiceros tan desconfiados como nosotros. Tiempo atrás nos hicieron mucho daño y ahora nos cuesta no mantenernos a la defensiva cuando alguien ajeno a la hidromagia se aproxima.

-Entonces… ¿has cambiado de opinión y nos permitirás ir al desembarcadero?

-Podría decirse que en estos pocos minutos he reflexionado. No había más que ver a Sag, aunque su actitud puede quedar justificada por su constante infantilismo, no creáis que el comportamiento del resto de Nerónicos difiere mucho del suyo… Estaría bien que os conocieran y se percataran de que hay gente que incluso quiere ayudarnos.

-Eso es fantástico, pero si vamos a ser amenazados de muerte nada más poner un pie en las Marismas nos vamos a tener que ver obligados a rechazar la oferta.

-No os preocupéis lo más mínimo. Si os ven conmigo no os tocarán. Nadie se atrevería a enfadar a la capitana de la Tripulación Aguas Turbias.

-No es posible. ¿Y el antiguo capitán, Quid Mareas Nocturnas?

-Murió hace cuatro años de una inexplicable enfermedad que también le arrebató la vida a varios Nerónicos de las Marismas. Fue su voluntad que yo tomara el puesto de capitán, así que desde entonces yo he estado al cargo de todos esos valientes que decidieron vivir fuera de Acqua Hospitium, nuestro refugio subacuático. Desde aquel día opté por encargarme personalmente, junto con Sag, del mantenimiento de la neblina de las Colinas Pálidas, reforzando su seguridad. Es por eso que ya ni los más temerarios se atreven a adentrarse, puesto que la letalidad de este lugar ha aumentado con creces.

-Vaya, no me gustaría pensar que Amach nos condujo aquí a propósito, en el caso de que conociera la hostilidad de estas tierras.

-Más que intenciones homicidas, lo que puso fue confianza en nosotros. Él sabía que no nos iba a suceder nada malo, y ha acertado. De hecho ha creado la oportunidad perfecta para que podamos llegar a las Marismas Cinéreas sin que nos volatilicen.

-Ahora que lo dices es verdad. Sin esta cadena de acontecimientos nunca te habríamos conocido, Mei, y, en el caso de haber localizado la montaña, nos habríamos adentrado en el desembarcadero sin saber que los Aguas Turbias podrían atacarnos.

-Puede que no me agrade mucho ese hombre, pero por algo le llaman el Sabio. Todo lo hace por una razón en concreto, y sus decisiones siempre atraen a la buena suerte.

Sin perder más el tiempo, los tres marcharon en dirección a la fisura de aquella quebrada montaña. En cuestión de veinte minutos ya estaban caminando a través de ella, esquivando las pequeñas piedras que se desprendían desde arriba y saltando las grandes rocas que se interponían en su camino. ¿Qué o quién provocó tamaña grieta? Esta era una pregunta que nadie sabía responder, aunque, como muchas otras cicatrices de esta índole, se le solía achacar a los últimos momentos de un Ancestro.

Poco a poco se iba percibiendo el sonido del oleaje y el inconfundible aroma costero. Sin embargo, no fue precisamente esto lo que hizo que comenzaran a acelerar la marcha, sino la contemplación en la lejanía de una larga columna negruzca de humo que se alzaba una considerable cantidad de metro hacia el cielo. Algo estaba ardiendo.

-Me adelantaré –contestó Mei mientras se transformaba de nuevo en vapor, con la finalidad de llegar más rápido a las Marismas –. No tardéis mucho, por favor. Me temo lo peor.

Luzbel y el Señor Zrak se miraron mutuamente. Habían venido a hablar con los Aguas Turbias debido a la sospecha de que el objetivo al que rastreaban en Voltium Nekro hubiera puesto rumbo a su territorio. Por lo tanto, cabía la posibilidad de que…

No, les parecía imposible que hubiera llegado ya, no había forma humana de que les hubiera adelantado y, para colmo, hubiera evadido de forma tan sigilosa la trampa de las Colinas Pálidas. Sin embargo era evidente que había ocurrido algo en el desembarcadero.

Ambos asintieron, el Lengua Vil se convirtió íntegramente en un Demonio y empleó sus alas y sus pezuñas para adquirir una velocidad vertiginosa. Por su parte, Muerte Fugaz se fue teletransportando cada varios metros conjurando relámpagos caídos del propio cielo, tal y como hizo la primera vez que se presentó al Consejo de los Seis Puñales.

El Gran Brujo Demonólogo, al valerse solamente de su fuerza física para aumentar su velocidad, fue el último en llegar. Lo que contempló fue descorazonador. El muelle entero había sido reducido a cenizas, barcos inclusive. Las pequeñas casas de los alrededores habían sido sustituidas por grandes montículos de ceniza. Además de ello, entre toda esa destrucción calcinada, había por el suelo un gran número de cadáveres envueltos en llamas. Y aún quedaba algo más…

Mei permanecía de rodillas al lado del Electromante. Era como si sujetase algo entre sus brazos. Luzbel se acercó con lentitud, todavía en shock por tal imagen. Pero la conmoción acrecentó súbitamente cuando descubrió que lo que sostenía la Nerónica era ni más ni menos que su hermano, aquel joven al que habían visto escasos minutos antes, tan repleto de vida… Ahora era otro cuerpo inerte que adornaba ese paisaje asolado por el fuego. Su rostro, intacto, mostraba una fúnebre paz que hacía confundir su muerte con un simple letargo. Por el contrario, su cuerpo había sido devorado por las llamas y había quedado decrépito y ennegrecido, aún caliente.

-¿Qué… qué ha pasado aquí?

-A juzgar por esta devastación masiva, esto es obra de un hechicero. Y viendo que Sag también… Ejem, sin duda alguna el atacante ha pasado por aquí hace poco tiempo.

-¿Un hechicero que controla el fuego contra toda una legión de Nerónicos? ¿Cómo ha podido vencerles? Y, aunque fuera más de uno, es imposible que la magia ígnea cause tantos estragos en un entorno en el que predomina la hidromagia. No lo entiendo…

-Es fuego del Núcleo –respondió la Aliento Gélido con una voz apagada –. Lo sé porque cuando he llegado aún había pequeñas llamas devorando el cuerpo de mi hermano. Quise apagarlas, pero fue en vano. Ni siquiera un conjuro de agua con una concentración abundante de maná fue capaz de extinguirlas. Tuve que esperar a que la propia energía de las mismas se consumiera… La hidromagia es inútil contra hechizos de fuego del Núcleo. Quien haya venido a atacarnos sabía muy bien cuál era nuestro punto débil.

-Señor Zrak, ¿crees que esto lo puede haber hecho el mismo al que rastreamos?

-No puedo decir que sí, pero tampoco puedo negarlo. De todas formas, suponiendo que sea así, ¿lo que estamos buscando es un Vulcano? Me extraña que exista uno que posea tanta agresividad.

-¿Y si regresamos a Voltium Nekro y le decimos a Amach que nos lleve a hablar con Rubí Termoclastia? Sea nuestro objetivo o no, es evidente que uno de los suyos está fuera de control. Este ataque a los Aguas Turbias no tiene razón alguna de ser.

-Podría ser una opción, aunque…

El diálogo de ambos se vio interrumpido por Mei, quien repentinamente, cabizbaja, dejó a su hermano en el suelo y se incorporó, limpiándose las lágrimas y dirigiéndose hacia la orilla.

-Oye, Mei, ¿a dónde vas?

Se giró y enseñó a los dos una expresión repleta de sed de venganza. Sus dientes rechinaban por el odio, y en sus pupilas podía detectarse cuánto deseaba ver la cabeza cercenada del hechicero que había cometido esta atrocidad.

-A Acqua Hospitium. El Hidrófilo ha de saber lo que ha pasado hoy aquí.

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