
Distinguió en la lejanía una mancha. Era
la silueta de alguien. Trató de preguntar quién era, pero nada más abrir la
boca la niebla inundó su boca, como si fuera un agresivo parásito, impidiéndole
hablar. Sin embargo, aún sin decir nada, obtuvo una curiosa respuesta de ese
supuesto desconocido.
Un rayo fue disparado contra Luzbel,
lanzado por el susodicho extraño. Afortunadamente parecía ser que también tenía
dificultades con la visión, ya que el ataque no llegó a alcanzarle… quedándose
a escasos centímetros de su mejilla izquierda, sintiendo durante unos instantes
hasta el calor momentáneo de la electricidad.
Afinó la vista y se percató de que ese
disparo podría no tener intenciones hostiles, pues esta persona continuaba
lanzando rayos por doquier, sin tener una diana específica. ¿Qué pretendía
hacer, entonces? Seguramente, si el Lengua Vil se acercaba para verle mejor, no
correría la misma suerte que antes y sería alcanzado por uno de esos aparentes
ataques.
Pero tenía otra opción en mente para
averiguar qué sucedía. No sospechaba que fuera un enemigo, de hecho, si estaba
en lo cierto y eso eran hechizos, ya se hacía una idea de quién se trataba.
Pese a ello, había de ser precavido, así que empuño el Puñal
Poseído y lo potenció con toda la magia posible, provocando que la
amatista que había engarzada brillara de manera desorbitada. Acto seguido,
liberó sus alas y drenó el poder del arma para dotarlas de una fuerza
desmedida. Con la amatista como faro, dio fuertes batidas con las alas creando
una potente corriente de aire en dirección al extraño. La niebla, tal y como
previó Luzbel, se fue despejando y pronto el desconocido advirtió la lumínica señal,
dejando de disparar inmediatamente.
Al cabo de unos segundos ya se podían
apreciar los detalles del entorno, y por extensión los de aquella silueta.
Luzbel acertó con su suposición, era el Señor Zrak, con una expresión en su
cara de completo pavor.
-Oh, menos mal. Estaba al borde del colapso mental.
-¿Por qué te has puesto a lanzar conjuros sin ton ni
son? ¿No ves que es peligroso? Podrías habernos dado a alguno de nosotros.
Tras ello, Luzbel volteó la cabeza de un
lado a otro, tratando de buscar al resto de hechiceros que habían acudido a la
reunión en la Torre Volta, pero no encontró a nadie más.
-Un momento… ¿y el resto?
-No hay nadie más. Sólo estamos nosotros dos, rumbo
a las Marismas. Y… mis disculpas por esa actitud tan caótica. Tenía mis…
motivos.
-¿Motivos? Casi me matas. ¿Qué te ha impulsado a
hacer eso? Si puede saberse…
El Electromante se mordió el labio
inferior y seguidamente se rascó la nuca. Estaba incómodo. Verdaderamente le
era difícil explicarle al Brujo la razón de aquel comportamiento.
-Te puede resultar raro… e incluso cómico e inverosímil,
pero… no soporto la niebla, simple y llanamente me da miedo.
-Cada uno tiene sus temores. No hay motivo por el
que me tenga que parecer cómico. No por ser un Rey has de ser impávido.
-…
-Y, bueno, ¿qué es eso de que ya estamos de camino a
nuestro destino? Lo último que recuerdo fue esa luz que invocó Amach.
-Con ese conjuro rematerializó nuestro cuerpos,
enviando a priori sus moléculas a una región cercana al lugar al que vamos. Ese
hechizo por desgracia tiene un rango límite, y por ello no ha podido enviarnos
directamente a las Marismas, así que nos ha trasladado lo más cerca posible. Un
fastidio que hayamos ido a parar justamente a las Colinas Pálidas. Podría
habernos enviado a una zona colindante por lo menos… aunque se encontrase más
lejos.
-¿Este sitio se llama las Colinas Pálidas? Nunca
antes he oído hablar de ese nombre, pero si esta región ha sido bautizada es
porque tiene algo de importancia, ¿estoy en lo cierto?
-Me temo que sí. Estos terrenos son conocidos por
estar invadidos de forma perenne por niebla. No importa que haga calor, viento
o lluvia. Una densa atmósfera siempre recae sobre este lugar. Más de un viajero
se ha perdido aquí y ha sido encontrado días después como un amasijo de huesos…
Quizá por eso me disgusta en demasía la niebla, tan silenciosa y desconocida,
con esa letalidad insidiosa... Se me pone el vello de punta.
-¿Y si tanto te aterra la niebla, sabiendo que
próximo a las Marismas Cinéreas hay un terreno de este tipo, por qué no le
sugeriste a Amach otro destino para ti?
-¿Cómo podría hacer eso? Como monarca quedaría en
evidencia y deshonraría a los míos mostrando tal asustadizo comportamiento.
Además… confiaba en que nos llevaría a otro lugar que no fuera este… incluso
creía que directamente nos iba a dejar al lado del desembarcadero de los Aguas
Turbias, que tampoco es que esté precisamente muy lejos de Voltium Nekro.
-Bueno, al menos el mal rato ya ha pasado y no ha
sido para tanto, ¿no?
-No puedo quitarte la razón, sobre todo porque podría
haber resultado bastante peor este asunto. Si hubiera llegado a darte con
alguno de esos rayos… no me lo hubiera perdonado en la vida.
-No te preocupes, esa realidad alternativa en la que
me matas quedará en el olvido. Y… cambiando de tema, ¿por dónde se va a las
Marismas?
-Buena pregunta. En teoría deberíamos poder ver a lo
lejos una montaña partida en dos. A través de su fisura iremos directos a parar
a la costa. La cuestión es –añadió mientras miraba a su alrededor –… que no veo nada parecido por aquí.
-¿Estás seguro de que estamos en las Colinas
Pálidas?
-¡Por supuesto que sí! No puede haber otro lugar con
una niebla tan densa. Así que no, no es que estemos en el lugar equivocado,
sino que de alguna forma algo nos impide visualizar la montaña de la que te
hablo.
-Pues ya me explicarás qué puede impedirlo. Es una
montaña, no puede ocultarse tan fácilmente.
-Salvo por magia –respondió Muerte
Fugaz con total convicción –.
-Chico, ¿qué es exactamente la niebla?
-Técnicamente son nubes a un nivel más bajo de lo
normal y en una aglomeración desmesurada. Es tan sólo un cúmulo de agua en
estado gaseoso… No entiendo la pregunta.
-Exacto. Agua…
De repente, una fuerte corriente de
aire, mucho más potente que la que desató Luzbel con sus alas para despejar el
lugar, trajo consigo una gran masa de niebla, la cual era tan espesa que a
ambos hechiceros les pareció que estaba rodeando sus extremidades y les estaba maniatando
como si de enredaderas se tratase. Sin embargo, esto último no era precisamente
una falsa sensación. Era real.
-Hacía tiempo que no aparecían intrusos por estos lares
–dijo la joven voz de una mujer, con un tono claramente amenazador –. Y bien, ¿qué os trae? Meditad vuestra respuesta.
Ninguno de los dos era capaz de hablar,
si abrían la boca la neblina se filtraría en sus árboles bronquiales y
correrían el riesgo de morir asfixiados. En cambio, esto parecía que era
ignorado por la depredadora. Exigía que hablasen, pero no podían, y cuanto más
tardaban en responder más densa e inmovilizadora se volvía la niebla. Un
círculo vicioso que desembocaría en muerte al no ser que alguno de los dos
encontrara una solución.
Por fortuna, así fue. El Señor Zrak,
obviando en ese momento su acérrimo terror a ese tipo de atmósfera, desprendió
de la yema de sus dedos finos y minúsculos relámpagos que se adhirieron a las
cargas eléctricas de las moléculas de agua de ese vapor y trazaron un mensaje.
“Suéltanos.
Sólo queremos hablar.”
-¿Y hay algún motivo por el que deba fiarme de tus
palabras? –inquirió, apretando con más vigor sus extremidades –.
Otra oleada de rayos formó la respuesta
a su pregunta. “Amach el Sabio”. Confiaba
en que el nombre del Clarividente fuera suficiente para sacarles de ese apuro.
-¿Qué quiere ese viejo ahora de nosotros?
Afortunadamente el Señor Zrak jugó bien
sus cartas. Tras un leve suspiro por parte de la desconocida, en señal de
molestia, fue reduciendo la presión de esos grilletes gaseosos. Una vez libres,
la niebla se fue arremolinando en un punto concreto del aire hasta crear una
silueta grisácea que lentamente dio forma a una hechicera vestida con una armadura
azulada de mallas con pinceladas grises. No obstante, lo que destacaba de
verdad era su pelo, el cual era de una pigmentación aguamarina, coloración nunca
antes vista por los otros dos en lo referente a tonalidades capilares. Entre
ese color y esa asombrosa longitud, llegando su cabello hasta sus talones,
parecía que de su cabeza brotaba un manantial de agua puramente cristalina.
-Nos ha dicho que buscásemos a los Aguas Turbias
para avisarles de que puede que dentro de poco les llegue una desagradable visita.
-¿Va a venir alguien más?
-Sí. Y este viajero sí que puede traer problemas.
Nosotros sólo somos mensajeros. Queríamos ir a las Marismas Cinéreas para
avisar a los Nerónicos, pero nos hemos perdido aquí… Ni siquiera hemos podido
vislumbrar la montaña que sirve como conexión entre el desembarcadero y las
Colinas Pálidas… ¿Serías tan amable de llevarnos? De verdad que no tenemos
ninguna intención hostil, es simplemente informativa.
-Yo misma les entregaré esta información sin necesidad
de que avancéis más. Por si no os habéis percatado, yo también soy una
Nerónica. Mi nombre es Mei Aliento Gélido.
-¡Tú! –exclamó Luzbel con fascinación –.
-¿La conoces? –preguntó el
Electromante alzando el ceño –.
-De los hermanos Aliento Gélido. Es la hechicera de
su clase que mejor controla el hielo, aunque al ser hermana de Sag Aliento
Gélido, el mejor Nerónico dominando el vapor, también posee una asombrosa
maestría con el agua en estado gaseoso.
-Así que no era una Nerónica simplona quien nos estaba acechando. Puedo suponer entonces que eres tú quien ha mantenido esta
niebla todos estos años en las Colinas Pálidas, ¿cierto?
-Te equivocas, monada.
Esa respuesta provino de la nada, o eso
creyeron el Señor Zrak y Luzbel hasta que una especie de fantasma compuesto de
humo abrazó por la espalda a Muerte Fugaz para después atravesarle y colocarse
en frente de él, mirándole fijamente con dos huecos vacíos que marcaban la
localización de los ojos de aquel espectro vaporoso.
-Y tú debes ser –dijo el Lengua Vil
señalando a la figura gaseosa –… Sag. Se me
haría raro que estuviera equivocado. El hermano pequeño de Mei siempre está a
su lado.
-Se ve que no tengo motivos para continuar en este
estado –contestó tras realizar un proceso similar al de su hermana, volviendo
tangible su cuerpo y mostrando a un chico de no más de veinte años con una
armadura idéntica a la de Mei y un peinado corto de un color azul pálido–. ¿Os gusta cómo he dejado este lugar? Da miedo, ¿eh,
Electromante?
-Un respeto, joven. No estás hablando con un
Electromante cualquiera. Soy el Señor Zrak Muerte Fugaz. Rey máximo de los
Electromantes. No toleraré otra falta semejante.
-¿Y qué harás, cobarde? ¿Quieres volver a verte
envuelto en una niebla capaz de oprimir tu cuerpo y hacerte estallar?
-Basta ya, Sag –intervinó la Nerónica –. Aun si fueran enemigos de verdad, siempre hay que mantener
la educación. Sobre todo si estamos frente a un hechicero de tal calibre.
Su hermano no respondió, tan sólo se
limitó a convertirse nuevamente en vapor y difumanirse con el entorno. Mei
afirmó que siempre hacía lo mismo en este tipo de situaciones en las que ella
le regañaba, yéndose él hacia las Marismas. Pidió disculpas y despejó
finalmente el terreno, mostrando, esta vez sí, la montaña que buscaban los dos
hechiceros.
-No puede ser. Mi compañero antes también apartó la
niebla y no fuimos capaces de hallar esa montaña. Y a la vista está que su
tamaño hace imposible no detectarla… ¿Cómo lo has hecho?
-Si únicamente hubiera estado rondándoos mi hermano,
eliminar esas nubes hubiera resultado más que suficiente para continuar vuestro
viaje, pero por ello yo también me encargo de salvaguardar este sitio. Yo no
evoco solamente niebla, sino que además le añado microscópicos fragmentos de
hielo para que esta sea más mortífera. Cuando tú, Brujo, apartaste la niebla,
dichos cristales quedaron flotando en el aire debido a su ínfimo peso. Para mí
fue absolutamente sencillo manejarlos para que formaran un imperceptible espejo
que impidiera que mantuvierais contacto visual con el horizonte, teniendo
cuidado, por supuesto, de que vosotros mismso no quedaseis reflejados, para que
así fuese menos evidente que estabais siendo engañados.
-Ya decía yo que se trataba de algún hechizo.
-En efecto, acertaste. Por esta misma razón me vi
obligada a intervenir. Un alivio que no haya acabado esto en tragedia, ¿no
pensáis?
-Hay que pagar un precio por haberos adentrado en los
dominios de unos hechiceros tan desconfiados como nosotros. Tiempo atrás nos
hicieron mucho daño y ahora nos cuesta no mantenernos a la defensiva cuando
alguien ajeno a la hidromagia se aproxima.
-Entonces… ¿has cambiado de opinión y nos permitirás
ir al desembarcadero?
-Podría decirse que en estos pocos minutos he
reflexionado. No había más que ver a Sag, aunque su actitud puede quedar
justificada por su constante infantilismo, no creáis que el comportamiento del
resto de Nerónicos difiere mucho del suyo… Estaría bien que os conocieran y se
percataran de que hay gente que incluso quiere ayudarnos.
-Eso es fantástico, pero si vamos a ser
amenazados de muerte nada más poner un pie en las Marismas nos vamos a tener
que ver obligados a rechazar la oferta.
-No os preocupéis lo más mínimo. Si os ven conmigo no
os tocarán. Nadie se atrevería a enfadar a la capitana de la Tripulación Aguas
Turbias.
-No es posible. ¿Y el antiguo capitán, Quid Mareas
Nocturnas?
-Murió hace cuatro años de una inexplicable enfermedad
que también le arrebató la vida a varios Nerónicos de las Marismas. Fue su
voluntad que yo tomara el puesto de capitán, así que desde entonces yo he
estado al cargo de todos esos valientes que decidieron vivir fuera de Acqua Hospitium,
nuestro refugio subacuático. Desde aquel día opté por encargarme personalmente,
junto con Sag, del mantenimiento de la neblina de las Colinas Pálidas,
reforzando su seguridad. Es por eso que ya ni los más temerarios se atreven a
adentrarse, puesto que la letalidad de este lugar ha aumentado con creces.
-Vaya, no me gustaría pensar que Amach nos condujo
aquí a propósito, en el caso de que conociera la hostilidad de estas tierras.
-Más que intenciones homicidas, lo que puso fue
confianza en nosotros. Él sabía que no nos iba a suceder nada malo, y ha
acertado. De hecho ha creado la oportunidad perfecta para que podamos llegar a
las Marismas Cinéreas sin que nos volatilicen.
-Ahora que lo dices es verdad. Sin esta cadena de
acontecimientos nunca te habríamos conocido, Mei, y, en el caso de haber
localizado la montaña, nos habríamos adentrado en el desembarcadero sin saber
que los Aguas Turbias podrían atacarnos.
-Puede que no me agrade mucho ese hombre, pero por algo
le llaman el Sabio. Todo lo hace por una razón en concreto, y sus decisiones
siempre atraen a la buena suerte.
Sin perder más el tiempo, los tres marcharon
en dirección a la fisura de aquella quebrada montaña. En cuestión de veinte
minutos ya estaban caminando a través de ella, esquivando las pequeñas piedras
que se desprendían desde arriba y saltando las grandes rocas que se interponían
en su camino. ¿Qué o quién provocó tamaña grieta? Esta era una pregunta que
nadie sabía responder, aunque, como muchas otras cicatrices de esta índole, se
le solía achacar a los últimos momentos de un Ancestro.
Poco a poco se iba percibiendo el sonido
del oleaje y el inconfundible aroma costero. Sin embargo, no fue precisamente
esto lo que hizo que comenzaran a acelerar la marcha, sino la contemplación en
la lejanía de una larga columna negruzca de humo que se alzaba una considerable
cantidad de metro hacia el cielo. Algo estaba ardiendo.
-Me adelantaré –contestó Mei mientras se transformaba
de nuevo en vapor, con la finalidad de llegar más rápido a las Marismas –. No tardéis mucho, por favor. Me temo lo peor.
Luzbel y el Señor Zrak se miraron
mutuamente. Habían venido a hablar con los Aguas Turbias debido a la sospecha
de que el objetivo al que rastreaban en Voltium Nekro hubiera puesto rumbo a su
territorio. Por lo tanto, cabía la posibilidad de que…
No, les parecía imposible que hubiera
llegado ya, no había forma humana de que les hubiera adelantado y, para colmo,
hubiera evadido de forma tan sigilosa la trampa de las Colinas Pálidas. Sin
embargo era evidente que había ocurrido algo en el desembarcadero.
Ambos asintieron, el Lengua Vil se
convirtió íntegramente en un Demonio y empleó sus alas y sus pezuñas para
adquirir una velocidad vertiginosa. Por su parte, Muerte Fugaz se fue
teletransportando cada varios metros conjurando relámpagos caídos del propio cielo,
tal y como hizo la primera vez que se presentó al Consejo de los Seis Puñales.
El Gran Brujo Demonólogo, al valerse
solamente de su fuerza física para aumentar su velocidad, fue el último en
llegar. Lo que contempló fue descorazonador. El muelle entero había sido
reducido a cenizas, barcos inclusive. Las pequeñas casas de los alrededores
habían sido sustituidas por grandes montículos de ceniza. Además de ello, entre
toda esa destrucción calcinada, había por el suelo un gran número de cadáveres
envueltos en llamas. Y aún quedaba algo más…
Mei permanecía de rodillas al lado del
Electromante. Era como si sujetase algo entre sus brazos. Luzbel se acercó con
lentitud, todavía en shock por tal imagen. Pero la conmoción acrecentó
súbitamente cuando descubrió que lo que sostenía la Nerónica era ni más ni
menos que su hermano, aquel joven al que habían visto escasos minutos antes,
tan repleto de vida… Ahora era otro cuerpo inerte que adornaba ese paisaje
asolado por el fuego. Su rostro, intacto, mostraba una fúnebre paz que hacía
confundir su muerte con un simple letargo. Por el contrario, su cuerpo había
sido devorado por las llamas y había quedado decrépito y ennegrecido, aún
caliente.
-¿Qué… qué ha pasado aquí?
-A juzgar por esta devastación masiva, esto es obra
de un hechicero. Y viendo que Sag también… Ejem, sin duda alguna el atacante ha
pasado por aquí hace poco tiempo.
-¿Un hechicero que controla el fuego contra toda una
legión de Nerónicos? ¿Cómo ha podido vencerles? Y, aunque fuera más de uno, es
imposible que la magia ígnea cause tantos estragos en un entorno en el que
predomina la hidromagia. No lo entiendo…
-Es fuego del Núcleo –respondió la
Aliento Gélido con una voz apagada –. Lo sé porque
cuando he llegado aún había pequeñas llamas devorando el cuerpo de mi hermano.
Quise apagarlas, pero fue en vano. Ni siquiera un conjuro de agua con una
concentración abundante de maná fue capaz de extinguirlas. Tuve que esperar a
que la propia energía de las mismas se consumiera… La hidromagia es inútil
contra hechizos de fuego del Núcleo. Quien haya venido a atacarnos sabía muy
bien cuál era nuestro punto débil.
-Señor Zrak, ¿crees que esto lo puede haber hecho el
mismo al que rastreamos?
-No puedo decir que sí, pero tampoco puedo negarlo. De
todas formas, suponiendo que sea así, ¿lo que estamos buscando es un Vulcano?
Me extraña que exista uno que posea tanta agresividad.
-¿Y si regresamos a Voltium Nekro y le decimos a
Amach que nos lleve a hablar con Rubí Termoclastia? Sea nuestro objetivo o no,
es evidente que uno de los suyos está fuera de control. Este ataque a los Aguas
Turbias no tiene razón alguna de ser.
-Podría ser una opción, aunque…
El diálogo de ambos se vio interrumpido
por Mei, quien repentinamente, cabizbaja, dejó a su hermano en el suelo y se
incorporó, limpiándose las lágrimas y dirigiéndose hacia la orilla.
Se giró y enseñó a los dos una expresión
repleta de sed de venganza. Sus dientes rechinaban por el odio, y en sus
pupilas podía detectarse cuánto deseaba ver la cabeza cercenada del hechicero
que había cometido esta atrocidad.
-A Acqua Hospitium. El Hidrófilo ha de saber lo que ha
pasado hoy aquí.
No hay comentarios:
Publicar un comentario