
La razón de que me diera tanta prisa era debida al riesgo
que había surgido ahora ante la inminente posibilidad de que la policía viniese
a mi bloque. Al fin y al cabo había “desaparecido” un vecino y no pasaría mucho
tiempo hasta que algún conocido suyo los alertara al no saber noticias sobre
él. Por lógica irían preguntando a las personas más cercanas, y eso nos incluía
a todos los que vivíamos aquí.
Sería poco probable que entrasen dentro de mi hogar cuando
únicamente sería considerado un posible testigo y nada más. No obstante,
preferí deshacerme de los cadáveres y así de paso evitaba posponerlo para
quizás un día de más cansancio. Más vale prevenir que curar.
Y hablando de curar. No sabía si el sobreesfuerzo nocturno y
el cansancio actual tenían algo que ver, pero hacía unas cuantas horas que el
estado de la mordedura había empeorado considerablemente. Además de ello, me
parecía que me estaba entrando algo de frío, ya sabéis esa especie de sensación
gélida interna que te debilita y te provoca repentinos temblores. Aunque podría
achacarle esto a la repulsiva primavera y su bienvenida anafiláctica. Nada me
resultaba más odioso que la alergia…
Pero tampoco podía hacer mucho salvo tomarme un paracetamol
y reposar en ese plácido asiento que tantas tardes me había acogido en su mullido
revestimiento y me asfixiaba en un sinfín de mareas oníricas. Espera…
¿asfixiaba?
Me había quedado dormido nuevamente, aunque esta vez era
distinto, no me había despertado por propia voluntad, sino por el sistema de
alarma de mi organismo. Tenía un cojín pegado a la cara, bloqueando ambas
entradas de aire, privándome de toda molécula de oxígeno. Por si no estaba lo
suficientemente débil ahora se me estaba reduciendo la metabolización de ATP.
¿Quién diantres…?
Ah, quién si no. Di un tirón al hostil cojín. Su mano seguía
extendida hacia mi cara y su rostro quedó expuesto a mi visión. Dientes
blancos, como los ojos del tiburón que se inyecta a sí mismo una irrefrenable
ira asesina; labios curvados, dispuestos al contrario que la hoja de la guadaña
que arrebata felicidad y miseria por igual; pupilas dilatadas, emulando dos
agujeros negros que engullen cualquier resquicio de vida; párpados
entrecerrados, mostrando unos ovalados globos oculares tan punzantes como su
mirada, cual puñal de Bruto; y una piel más pálida de lo normal, como la
indumentaria inescindible del mensajero de los muertos. Jane Doe.
-¿¡Se puede saber qué
haces!? –grité, enervado por mi repentino enfado –. ¿Pretendías matarme?
-Están llamando a la
puerta –respondió con un gesto de extraño ante mi reacción iracunda –. Por eso te he despertado.
-¿Y no se te ha
ocurrido hacerlo de otra forma?
Se quedó callada, sellando sus labios y colocando el dedo
índice de su mano izquierda sobre ellos, expresando desconocimiento acerca de
otra alternativa menos… letal.
-Como sea –dije
levantándome del sillón con algo de dificultad –. A ver quién es.
Perezoso, me dirigí a la puerta y eché un vistazo a través
de la mirilla. Lo que me temía, era la policía. Tragué saliva y abrí, invitando
a los dos allegados a entrar, aunque rechazaron mi oferta, lo cual era buena
señal, sólo sería unas cuantas preguntas y se marcharían.
En cambio, algo que parecía tan simple como afirmar que ayer
estuve el día entero en mi casa estudiando, se convirtió en una de las
situaciones más tensas que había vivido jamás. ¿Por qué? Creo que algunos se
pueden hacer una idea…
Pequeñas punzadas golpeaban mi espalda repetidas veces. Era
Jane, que había venido al recibidor para saludar a los policías “a su estilo”. En
otras palabras, me estaba incitando a que cogiera el bisturí con el que estaba
pinchándome, oculto a los ojos de los dos agentes, y les atacara sin más,
estando en una clara desventaja armamentística.
A pesar de mi negativa, ignorándola, seguía insistiendo con
punzadas más fuertes. Temía que la impaciencia la impulsara a producirme
heridas, así que tuve que acelerar la entrevista y despedirme rápido de ellos.
Para mi infortunio, ese brusco comportamiento nervioso que acababa de adoptar
les resultó algo extraño y preguntaron si me encontraba bien.
Tuve que hacer uso de mis lamentables dotes de improvisación
y fingí que llevaba un par de horas sintiéndome un poco febril, disculpándome a
posteriori por si habían percibido algo fuera de lo normal en mi actitud.
Se miraron ambos unos cuantos segundos y volvieron a fijar la
vista en mí. Afortunadamente la mentira fue un éxito y se marcharon deseándome
una pronta recuperación. Cerré la puerta y suspiré aplacado, llevándome las
manos al corazón, el cual palpitaba a una velocidad vertiginosa.
Aunque… tampoco es que fuera una falacia absoluta. La verdad
es que sí que comenzaba a percibir una especie de febrícula. Fui al cuarto de baño y rebusqué entre el
botiquín el termómetro de mercurio. Justo antes de colocármelo en la axila,
Jane Doe me dio un manotazo e hizo que lo tirase al suelo, rompiéndolo.
-Recapitulemos –respondí
conteniendo mi furia –… Intentas
asfixiarme mientras duermo, tratas de que me enfrente a dos policías armados
con pistolas con un simple bisturí, y ahora rompes el único termómetro que hay
en casa. ¿Te has levantado hoy de mala gana o qué ocurre?
-Si hago esto es para
darte prisa. Quiero ver más celeridad en tus acciones… o será demasiado tarde.
-¿Demasiado tarde? ¿Vas
a tener que irte?
-Me refiero a que es
cuestión de tiempo que te veas inutilizado para seguir con tu racha de
asesinatos.
Una vez terminó de hablar, Jane señaló justo la parte de mi
mano donde estaba la mordedura. Ni siquiera me había percatado, estaba empeorando
por momentos. ¿Y si me encontraba así de mal por la susodicha herida?
Definitivamente, si ese fuera el caso, los remedios que estaba llevando a cabo
no eran efectivos para nada, y siendo así, tendría que acudir al médico, fuera
o no de mi agrado. Al menos, con el purulento aspecto que tenía era difícil
adivinar que se trataba de un mordisco, pero un médico es un médico, lo
descubriría tarde o temprano…
No importaba, si seguía sin tratarme debidamente aquello
podría poner en un grave riesgo mi integridad. A saber qué clase de microbios
tendría esa anciana… Empezaba a arrepentirme de haberla escogido, aunque al fin
y al cabo quien la eligió fue el puro azar. Lo cual significaba que yo había
tenido una mala suerte descomunal.
Empecé a marearme, parecía que la sintomatología acrecentaba
por momentos, el cuarto de baño comenzó a darme vueltas, veía todo borroso.
Estaba al borde del síncope, pero no podía desplomarme aún, no podía confiar en
Jane después de haberla pillado in fraganti tratando de matarme.
Me tambaleé, apoyando mis manos en las paredes, hacia el
salón. Pude ver en la esquina más distante, reposando sobre un revistero de
madera, el teléfono. Tan cerca y tan lejos… Avancé con las piernas
flaqueándome. Hacía un buen rato que no escuchaba a la chica, ni siquiera sabía
si me estaba siguiendo, no la veía por ningún lado.
Finalmente no pude ni marcar el número del hospital. Fuera
lo que fuera que me pasara, su potencial de afección aumentaba
exponencialmente. Caí al suelo, sin poder distinguir apenas lo que veía, siendo
todo manchas difuminadas y líneas emborronadas. Únicamente pude ver una mancha
alargada caminar hacia donde se localizaba el teléfono.
-Descansa, ya me ocupo
yo del resto.
No sabía si tomarme esa frase bien o mal. No sabía si lo
había dicho porque iba a llamar personalmente a una ambulancia o porque se iba
a deshacer de mí. No sabía siquiera si yo iba a seguir existiendo una vez
cerrase los ojos… Pero me encontraba tan cansando… Lo mejor sería cerrarlos,
sí, aunque sólo… fuera… un momento…
Mi consciencia regresó. Era buena señal, continuaba con
vida. Sin embargo, me rodeaba una inmensa oscuridad, no era capaz de ver nada.
Un eco llamó mi atención, sonaba como un neumático desinflándose, bastante lejos de mí. Asimismo
sentía algo raro atravesando mi nariz, de una temperatura templada, tirando a
fría. Intenté dirigir una mano hacia la nariz para averiguar qué pasaba, pero
no pude, la extremidad no obedeció la orden de mi cerebro. ¿A qué se debía todo
esto?
No tiraría la toalla tan fácilmente. Probé de nuevo a
moverme, puse todo mi empeño en contraer alguno de mis músculos esqueléticos,
aunque fuera un mísero dedo. Pero no hubo resultados satisfactorios, a excepción
de otra percepción hipotérmica, ahora acariciando mi frente.
-Comienzas a despertarte,
qué alivio.

Me incorporé de la cama y dirigí inmediatamente mis brazos,
otra vez esclavos de mi sistema nervioso, hacia el cuello de Jane Doe, quien se
encontraba de pie, justo en el lateral izquierdo de la cama. No obstante, en
seguida la solté, desencadenándome de esos momentáneos grilletes tóxicos de la
locura. ¿El antídoto? Acababa de contemplar mi antebrazo derecho vendado.
Volví a tumbarme y lo analicé con más detenimiento. El
vendaje iba desde el comienzo de la fosa cubital, sin llegar a cubrirla, hasta las
articulaciones metacarpofalángicas. Pero allí no acabó mi perplejidad. Con la
mente algo más despejada tras el letargo, me di cuenta de que no estaba en mi
habitación ni en ningún otro sitio de mi casa, de hecho, esa cama sobre la que
reposaba no era muy convencional para un uso doméstico. En efecto, estaba en la
habitación de un hospital.
Vale, cobraba sentido lo del oxígeno. Aun así, me dejaba un
factor bastante importante sin tratar: cómo había acabado allí. Jane continuaba
observándome, sin parecer sentirse molesta en absoluto por el reciente ataque
que había acometido contra ella. Debía saber algo, después de todo, si hacía
memoria, lo último que recordaba era su voz prometiéndome que se encargaría de
mi inminente desmayo.
Ante todo me disculpé por ese breve estrangulamiento
sinsentido y lo excusé acatándolo al sobresalto que había tenido tras despertar
de una incómoda y angustiosa pesadilla, aunque tampoco hubiera pasado nada si
no hubiera pedido perdón, e incluso hubiera sido mejor, porque ya estaríamos en
paz. Un intento de homicidio a cambio de otro.
Desgraciadamente, justo antes de que pudiera averiguar algo
de lo acontecido durante mi desvanecimiento, la puerta se abrió. Había entrado
un médico, portando consigo una pequeña carpeta con un par de hojas cuya
escritura no podía alcanzar a leer.
Se aproximó a la cama, sorprendido al verme despierto,
aunque eso no significaba que fueran buenas noticias para mí… Se veía que tenía
poco tacto, ya que lo primero que me dijo fue que al haber recuperado la
consciencia ahora debía realizar un mero trámite protocolario e informar a la
policía sobre mi ubicación. Al principio me alarmé, pensando que me habían
identificado como el asesino, pero segundos después me aclaró que ellos habían corrido
la orden de comunicar a comisaría acerca de cualquier paciente que acudiera a
los hospitales o centros de salud por alguna mordedura, ya que los forenses
habían determinado que una de las víctimas le había propiciado un mordisco al
homicida.
El murmullo burlesco de Jane Doe me advirtió del peligro.
Esa anciana me estaba causando más problemas estando muerta que viva. No tenía
más opción que silenciar al médico. Menuda forma de agradecerle la asistencia
que me había dado, pero sería inservible pedirle por las buenas que guardara
silencio ante la policía. Es más, eso levantaría más sospechas hacia mi persona…
Así que… sin más dilación… procedí.
En cuestión de décimas de segundo me arranqué las gafas
nasales y me impulsé con los brazos, abalanzándome contra él, taponando con la
mano sana su boca y con el antebrazo de la otra comprimiéndole la tráquea.
Tenía bastante fuerza, me era complicado inmovilizarle
apropiadamente, pero finalmente conseguí estabilizar la presión y le impedí
todo paso de oxígeno. Lentamente se fue debilitando y acabó abandonando este
mundo tras una tortura hipóxica.
-¿Y ahora qué? –interpeló
Jane con los brazos cruzados y una expresión de decepción –. No pasará mucho tiempo hasta que alguien más
entre aquí. ¿Qué planeas hacer con el cuerpo?
Tenía razón, ¿dónde estaban esas estrategias metódicas que
antes diseñaba a priori de un homicidio? Me estaba dejando guiar por el pánico
y eso no era nada beneficioso. El resultado estaba justo en ese mismo suelo que
pisaba, en ese inerte saco de carne y hueso que ahora suponía un grave
obstáculo. ¿Cómo me desharía de él? No había ningún sitio donde pudiera
esconderlo. Por lo tanto, siéndome imposible ocultar al asesinado, tendría que
hacer desaparecer al asesino.
Sin pararme a reflexionar ni a meditarlo con Jane, abrí la
amplia ventana de la habitación y me asomé al exterior. Algo de fortuna me
sonreía. Justo debajo, a escasos metros, había una especie de solar en el que
podría dejarme caer sin lesionarme. Ignorando los gritos de la chica, salté y
rodé por el suelo para minimizar el impacto. Oteé mi entorno próximo para
averiguar mi ubicación. No estaba muy lejos de casa. Me quité el pijama de
paciente y me quedé casi al desnudo, con solamente una camiseta negra y un
bóxer, negro también.
Me escurrí sigilosamente hasta la salida, procurando que
nadie me descubriera, y esprinté hasta un callejón cercano. En él se hallaban
los contenedores de basura del hospital. Había, además, en la pared izquierda
una delgada puerta bastante herrumbrosa que probablemente conduciría de nuevo
al interior del edificio. ¿Conclusión? Fue una mala decisión dirigirme a este
lugar.
No transcurrieron demasiados minutos cuando la susodicha
puerta se abrió. Un cocinero llevaba una bandeja con varios restos de comida en
dirección a uno de los contenedores. Obviamente, no me dio tiempo a esconderme
y se percató de mi presencia.
Un joven semidesnudo en un callejón como ese… Daba igual lo
de que fuera un asesino o no… Claramente esa imagen no era habitual e iría a
avisar a alguien. Por lo que me vi obligado, otra vez, a tomar medidas
drásticas.
Antes de que pudiera siquiera pedir socorro, corrí hacia él,
agarré su mentón e impacté su cabeza contra la pared, quebrando su cráneo. Pero
una posible hemorragia cerebral no era suficiente. Ya en el suelo, aturdido,
seguí golpeando su cabeza, ahora contra el suelo, hasta dejar una sangrienta
gelatina rosada espolvoreada con minúsculos fragmentos craneales… Duodécimo
inocente al que ejecutaba… Aunque estas dos últimas veces mi trabajo dejaba
mucho que desear.
¿Qué estaba haciendo? Estaba perdiendo el control, me había
rebajado a los crímenes homicidas de un psicópata de poca monta… Y lo peor de
todo era que volvía a encontrarme mal, cansado, mareado. Seguramente sería
culpa de la agitación a la que estaba sometiendo a mi cuerpo, estaba evitando
que concentrara todas sus fuerzas para desquitarse de la infección de la
herida.
Regresé a esa sensación presincopal previa a mi ingreso
hospitalario. Desde luego había subestimado la nocividad de un mordisco humano.
Me palpitaba y ardía el antebrazo. Estaba débil, más que nunca. Caí al suelo y
apoyé la espalda contra la pared. Con la respiración forzada, fui quitando poco
a poco el vendaje y entonces observé una pesadilla encostrada en mi extremidad.
La piel estaba negra y seca, con algunas zonas carcomidas
por las que podía apreciarse el cúbito o el radio. En otras partes había
tendones y músculos impregnados de una sustancia amarillenta. Y en otras había
heridas negruzcas que sangraban en poca cantidad pero sin cesar. Todo ello
desprendiendo un hedor putrefacto… Era como si me hubieran implantado el brazo
de un cadáver. ¿Qué iba a ser de mí?
En ese instante apareció en el callejón una silueta. Apenas
podía verla con nitidez, mis ojos estaban volviendo a fallar. Tuve que esperar
a que se acercara un poco más. Aunque para entonces su voz ya me había
permitido identificarla. Era Jane Doe. Y a medida que se acercaba la situación
se volvía más dramática y peliaguda.
-Bueno, creo que aquí
llega el final de tu viaje –dijo con una voz calmada a la par que
escalofriante –. Deja de resistirte a lo
inevitable…
-¡No digas sandeces! Ayúdame,
llama a alguien antes de que… esto vaya a peor...
-Me es imposible
hacerlo.
-¿Pero qué estás
diciendo? Si la otra vez fuiste precisamente tú quien marcó el número del
hospital para que vinieran a por mí.
Jane, ya a mi lado, se agachó y se puso enfrente de mí. Esa
escena me resultó familiar, sólo que esta vez el acorralado era yo y no aquel
joven.
-No me culpes si no
llegas a comprenderlo por completo, después de todo el reloj de arena está
escupiendo los últimos granos que alberga y hay todavía varios puntos que aclarar.
-¿Aclarar? Por favor…
pide ayuda… podrás explicarme eso más tarde…
-No, porque ya no hay
futuro para ti.
Esa respuesta fue como una puñalada en mi corazón,
literalmente. Una enorme punzada de dolor surgió en mi pecho, seguramente a
causa de la infección. Una gran sacudida sistólica dejó mi cuerpo para el
arrastre… Ella tenía razón, no había nada que hacer salvo contemplar cómo con
cada latido mi vida se escapaba de entre mis dedos.
-Me rindo –contesté,
no sin antes escupir un considerable esputo de sangre –, tú ganas. Veamos qué es eso
que quieres relatarme con tanto misterio.
-Primero habrá que
preparar el terreno… Durante mi estadío fantasmagórico, ¿me has visto en algún
momento interactuar con alguien que no fueras tú?
-Claro que sí… Ese
chico que te permití rematar… Lo evisceraste ante mis ojos.
-Oh –exclamó echándose
las manos a la cara –, esto va a ser más
complicado de lo que pensaba.
-Déjate de rodeos y ve
al grano. Por si no lo sabes está empezando a costarme respirar…
-Sí, sí, lo que digas…
A ver, centrándome en esa misma víctima, si fuera cierto lo que has dicho, ¿a
qué se debe que afirmes con tanta seguridad que fue tu octava víctima?
-Simple… No importaba qué
pasase con él, le había causado una herida fatal en su garganta. Pertenecía a
mi lista desde el primer momento en el que… los dientes de la sierra
destrozaron su carne… Pero tú interactuaste, como bien dices, con él.
-Haz memoria, anda, ahora
que apenas funcionan tus extremidades envía toda esa sangre inservible a tu
cerebro y rememora debidamente. ¿Acaso fui yo de verdad?
No tenía nada que perder, y sería una buena excusa para
pausar esa irrisoria conversación. Hice caso a su petición y cerré los ojos,
tratando de recordar a la perfección todo lo que ocurrió ese día… Entonces,
anonadado, lo vi. Mis manos, sumergidas en esa maraña visceral, bañadas en
sangre. Lo rematé yo.
-¿Qué? ¿Te ha venido a
la mente alguna imagen interesante? –preguntó con sorna –.

-Te mueres, chico. Y
por ello las manchas amnésicas de tu memoria también perecen.
-¿¡Qué me has hecho!?
-Di mejor qué te has
hecho… Fuiste tú quien tergiversó la realidad y distorsionó tus recuerdos. Yo
sólo me aproveché de la situación.
-Ya no me importa –respondí
cabizbajo, exhausto por la infección –… Sólo
dime la verdad de una vez por todas… ¿Eres realmente un espectro?
-Por supuesto que lo
soy. ¿Dudas precisamente de lo poco que era real? Me ofendes.
-Entonces no hay
vuelta de hoja… Tú le mataste, lo que pasa es que ahora de algún modo has
conseguido distorsionar mis recuerdos.
-¿Seguro? Muy bien, pongamos
más ejemplos para que lo veas más claro. Trata de acordarte de cuando, supuestamente,
yo llamé a la ambulancia, o de cuando te entregué el bisturí o te pinché en la
espalda con él. ¿Era yo? Piénsalo bien.
Volvía a estar en lo cierto. Por más que quisiera negarlo,
los recuerdos que me venían eran totalmente distintos a mis vivencias. Yo cogí
el teléfono justo antes de perder el conocimiento, así como era yo quien
empuñaba el bisturí en ambos casos.
-No… no entiendo nada…
-Ah, no te preocupes.
Aquí estoy yo para desenmarañar esa soga de incógnitas que rodea tu cuello. No
te ayudé a limpiar la sangre de tu octava y novena víctimas porque soy un ser
intangible, todo objeto que toco lo atravieso. Por esta misma razón yo no pude
asfixiarte con ese cojín, lo que pasó de verdad fue que estaba sufriendo un
episodio de apnea febril. Asimismo, como ya habrás comprendido, tampoco pude
sostener en ningún momento tus bisturís ni los intestinos de ese pobre joven.
-Siendo así, ¿cómo es
que te veía a ti hacer todo eso de manera tan verosímil si en realidad no
sucedía así?
-Delirios, chico, los
delirios provocados por tu infección.
-¿Tan… tan letales
eran las bacterias bucales de esa vieja?
-¡No te permito que te
refieras a ella de esa forma!
-¿Cómo?
-Al final me harás
decirlo –respondió apretando con rabia sus dientes –. Todo fue… un juego. Un juego vengativo cuyo móvil fue el asesinato de
esa desdichada mujer… Mataste a una de las pocas personas que se llevaba bien
conmigo… La conocí hace pocas semanas en ese mismo parque donde murió. Y hoy,
como todas las mañanas, habíamos acordado reunirnos. Pero hubo un grotesco
impedimento…
Creo que había metido la pata hasta el fondo al haberla
asesinado.
-…Te vi –prosiguió
ella –. Contemplé con mis propios ojos
cómo la arrastrabas hacia ese arbusto y la matabas sin compasión. En ese
instante me quedé en blanco y no pude defenderla… Sin embargo fue lo mejor que
pude hacer, porque seguidamente mi cerebro se desconectó de la lógica… Supe qué
debía hacer enseguida cuando, una vez te fuiste, me acerqué a ella y me di
cuenta de que le faltaban un par de dientes, señal de que los había usado para
morderte.
-¿Qué… qué tenía…?
-Una bacteria poco
usual que en general suele ser inofensiva pero que se vuelve cruelmente sádica
si el organismo en el que reside sufre constantes subidones de adrenalina. La
enfermedad como tal es bastante extraña y poca cosa se conoce sobre ella a
excepción de que se puede transmitir por medio de fluidos.
-¿Ella me contagió…
eso?
-Sí. Y en un principio
la venganza ya estaba servida. Sólo quería seguirte desde lejos y ver cómo poco
a poco morías. Pero, cuando observé la calma con la que conducías a ese crío
hacia su tumba, supe que así nunca se volvería hostil la bacteria. Debías de
pasar por situaciones que excitaran sobremanera tus glándulas suprarrenales.
Tenía que lograr que segregaras adrenalina a mansalva. Y… ¿recuerdas lo que te
dije acerca de mi cerebro? Pues bien, se me ocurrió una fantástica idea… Podría
conseguir eso si me pegaba a ti y te manipulaba para que continuaras matando.
No obstante, sería difícil aproximarse a un psicópata como tú y salir ilesa,
¿verdad? Por lo tanto, decidí poner en práctica este plan desde la tumba…
-¿Me estás diciendo
que todo este tiempo…?
-Sí… En ese momento no
caí en la cuenta de que dejarme matar por ti sólo haría que mi venganza no se
llevara a cabo… Pero claro, te reitero que la lógica ya no se albergaba en mi
interior, y milagrosamente me alcé como un fantasma. Fue fantástico ver que
todo estaba a mi favor para tomar represalias contra ti. A partir de ahí fue
coser y cantar, presionándote cada día para que no descansaras apenas entre
asesinato y asesinato. Te estresaba, y por ende te iba matando… muy lentamente.
-¿Has sacrificado a
toda ese gente, instándome a que los matara, para que se cumpliera tu venganza?
-¿No es grandioso este
dantesco resultado? –expresó tras una endemoniada risa, ignorando por
completo mi pregunta –. Admítelo, es
digno de una obra de teatro.
-Eres incluso más
cruel que yo…
-¡No me importa!
–dijo mientras su silueta se iba difuminando con el entorno –.Total, ya casi no me queda tiempo aquí.
-¿Y ahora qué sucede? ¿Por
qué te desvaneces?
-Porque tu vida está a
punto de desaparecer, y tengo que cumplir la promesa que te hice.
-¿A qué te refieres?

“Hasta que la última
víctima caiga a tus pies.”
No hay comentarios:
Publicar un comentario