Noticias desde la Oscuridad

06-07-2015
Cardiofagia está concluido.

13-07-2015

22-07-2015

28-07-2015

09-08-2015

03-09-2015

22-09-2015
Suerte está concluido.

28-09-2015

Lamento del día

Mientras que yo soy un ciego que ha aceptado su propia invidencia, tú eres uno que aún cree que simplemente tiene una venda tapándole los ojos.

martes, 13 de mayo de 2014

Ludum Morte [3/3]

Estaba en mi sillón, reposando tras una tarde agotadora. Hoy también me había saltado las clases. Podría haber asistido, pero me encontraba demasiado cansado después de haber estado la noche anterior cortando en pedazos tanto los cuerpos de los que llamaron a mi puerta como el del molesto vecino.

La razón de que me diera tanta prisa era debida al riesgo que había surgido ahora ante la inminente posibilidad de que la policía viniese a mi bloque. Al fin y al cabo había “desaparecido” un vecino y no pasaría mucho tiempo hasta que algún conocido suyo los alertara al no saber noticias sobre él. Por lógica irían preguntando a las personas más cercanas, y eso nos incluía a todos los que vivíamos aquí.

Sería poco probable que entrasen dentro de mi hogar cuando únicamente sería considerado un posible testigo y nada más. No obstante, preferí deshacerme de los cadáveres y así de paso evitaba posponerlo para quizás un día de más cansancio. Más vale prevenir que curar.

Y hablando de curar. No sabía si el sobreesfuerzo nocturno y el cansancio actual tenían algo que ver, pero hacía unas cuantas horas que el estado de la mordedura había empeorado considerablemente. Además de ello, me parecía que me estaba entrando algo de frío, ya sabéis esa especie de sensación gélida interna que te debilita y te provoca repentinos temblores. Aunque podría achacarle esto a la repulsiva primavera y su bienvenida anafiláctica. Nada me resultaba más odioso que la alergia…

Pero tampoco podía hacer mucho salvo tomarme un paracetamol y reposar en ese plácido asiento que tantas tardes me había acogido en su mullido revestimiento y me asfixiaba en un sinfín de mareas oníricas. Espera… ¿asfixiaba?

Me había quedado dormido nuevamente, aunque esta vez era distinto, no me había despertado por propia voluntad, sino por el sistema de alarma de mi organismo. Tenía un cojín pegado a la cara, bloqueando ambas entradas de aire, privándome de toda molécula de oxígeno. Por si no estaba lo suficientemente débil ahora se me estaba reduciendo la metabolización de ATP. ¿Quién diantres…?

Ah, quién si no. Di un tirón al hostil cojín. Su mano seguía extendida hacia mi cara y su rostro quedó expuesto a mi visión. Dientes blancos, como los ojos del tiburón que se inyecta a sí mismo una irrefrenable ira asesina; labios curvados, dispuestos al contrario que la hoja de la guadaña que arrebata felicidad y miseria por igual; pupilas dilatadas, emulando dos agujeros negros que engullen cualquier resquicio de vida; párpados entrecerrados, mostrando unos ovalados globos oculares tan punzantes como su mirada, cual puñal de Bruto; y una piel más pálida de lo normal, como la indumentaria inescindible del mensajero de los muertos. Jane Doe.

-¿¡Se puede saber qué haces!? –grité, enervado por mi repentino enfado –. ¿Pretendías matarme?

-Están llamando a la puerta –respondió con un gesto de extraño ante mi reacción iracunda –. Por eso te he despertado.

-¿Y no se te ha ocurrido hacerlo de otra forma?

Se quedó callada, sellando sus labios y colocando el dedo índice de su mano izquierda sobre ellos, expresando desconocimiento acerca de otra alternativa menos… letal.

-Como sea –dije levantándome del sillón con algo de dificultad –. A ver quién es.

Perezoso, me dirigí a la puerta y eché un vistazo a través de la mirilla. Lo que me temía, era la policía. Tragué saliva y abrí, invitando a los dos allegados a entrar, aunque rechazaron mi oferta, lo cual era buena señal, sólo sería unas cuantas preguntas y se marcharían.

En cambio, algo que parecía tan simple como afirmar que ayer estuve el día entero en mi casa estudiando, se convirtió en una de las situaciones más tensas que había vivido jamás. ¿Por qué? Creo que algunos se pueden hacer una idea…

Pequeñas punzadas golpeaban mi espalda repetidas veces. Era Jane, que había venido al recibidor para saludar a los policías “a su estilo”. En otras palabras, me estaba incitando a que cogiera el bisturí con el que estaba pinchándome, oculto a los ojos de los dos agentes, y les atacara sin más, estando en una clara desventaja armamentística.

A pesar de mi negativa, ignorándola, seguía insistiendo con punzadas más fuertes. Temía que la impaciencia la impulsara a producirme heridas, así que tuve que acelerar la entrevista y despedirme rápido de ellos. Para mi infortunio, ese brusco comportamiento nervioso que acababa de adoptar les resultó algo extraño y preguntaron si me encontraba bien.

Tuve que hacer uso de mis lamentables dotes de improvisación y fingí que llevaba un par de horas sintiéndome un poco febril, disculpándome a posteriori por si habían percibido algo fuera de lo normal en mi actitud.

Se miraron ambos unos cuantos segundos y volvieron a fijar la vista en mí. Afortunadamente la mentira fue un éxito y se marcharon deseándome una pronta recuperación. Cerré la puerta y suspiré aplacado, llevándome las manos al corazón, el cual palpitaba a una velocidad vertiginosa.

Aunque… tampoco es que fuera una falacia absoluta. La verdad es que sí que comenzaba a percibir una especie de febrícula.  Fui al cuarto de baño y rebusqué entre el botiquín el termómetro de mercurio. Justo antes de colocármelo en la axila, Jane Doe me dio un manotazo e hizo que lo tirase al suelo, rompiéndolo.

-Recapitulemos –respondí conteniendo mi furia –… Intentas asfixiarme mientras duermo, tratas de que me enfrente a dos policías armados con pistolas con un simple bisturí, y ahora rompes el único termómetro que hay en casa. ¿Te has levantado hoy de mala gana o qué ocurre?

-Si hago esto es para darte prisa. Quiero ver más celeridad en tus acciones… o será demasiado tarde.

-¿Demasiado tarde? ¿Vas a tener que irte?

-Me refiero a que es cuestión de tiempo que te veas inutilizado para seguir con tu racha de asesinatos.

Una vez terminó de hablar, Jane señaló justo la parte de mi mano donde estaba la mordedura. Ni siquiera me había percatado, estaba empeorando por momentos. ¿Y si me encontraba así de mal por la susodicha herida? Definitivamente, si ese fuera el caso, los remedios que estaba llevando a cabo no eran efectivos para nada, y siendo así, tendría que acudir al médico, fuera o no de mi agrado. Al menos, con el purulento aspecto que tenía era difícil adivinar que se trataba de un mordisco, pero un médico es un médico, lo descubriría tarde o temprano…

No importaba, si seguía sin tratarme debidamente aquello podría poner en un grave riesgo mi integridad. A saber qué clase de microbios tendría esa anciana… Empezaba a arrepentirme de haberla escogido, aunque al fin y al cabo quien la eligió fue el puro azar. Lo cual significaba que yo había tenido una mala suerte descomunal.

Empecé a marearme, parecía que la sintomatología acrecentaba por momentos, el cuarto de baño comenzó a darme vueltas, veía todo borroso. Estaba al borde del síncope, pero no podía desplomarme aún, no podía confiar en Jane después de haberla pillado in fraganti tratando de matarme.

Me tambaleé, apoyando mis manos en las paredes, hacia el salón. Pude ver en la esquina más distante, reposando sobre un revistero de madera, el teléfono. Tan cerca y tan lejos… Avancé con las piernas flaqueándome. Hacía un buen rato que no escuchaba a la chica, ni siquiera sabía si me estaba siguiendo, no la veía por ningún lado.

Finalmente no pude ni marcar el número del hospital. Fuera lo que fuera que me pasara, su potencial de afección aumentaba exponencialmente. Caí al suelo, sin poder distinguir apenas lo que veía, siendo todo manchas difuminadas y líneas emborronadas. Únicamente pude ver una mancha alargada caminar hacia donde se localizaba el teléfono.

-Descansa, ya me ocupo yo del resto.

No sabía si tomarme esa frase bien o mal. No sabía si lo había dicho porque iba a llamar personalmente a una ambulancia o porque se iba a deshacer de mí. No sabía siquiera si yo iba a seguir existiendo una vez cerrase los ojos… Pero me encontraba tan cansando… Lo mejor sería cerrarlos, sí, aunque sólo… fuera… un momento…

Mi consciencia regresó. Era buena señal, continuaba con vida. Sin embargo, me rodeaba una inmensa oscuridad, no era capaz de ver nada. Un eco llamó mi atención, sonaba como un neumático  desinflándose, bastante lejos de mí. Asimismo sentía algo raro atravesando mi nariz, de una temperatura templada, tirando a fría. Intenté dirigir una mano hacia la nariz para averiguar qué pasaba, pero no pude, la extremidad no obedeció la orden de mi cerebro. ¿A qué se debía todo esto?

No tiraría la toalla tan fácilmente. Probé de nuevo a moverme, puse todo mi empeño en contraer alguno de mis músculos esqueléticos, aunque fuera un mísero dedo. Pero no hubo resultados satisfactorios, a excepción de otra percepción hipotérmica, ahora acariciando mi frente.

-Comienzas a despertarte, qué alivio.

Esa voz fue el detonador que necesitaba. Una inyección de adrenalina exacerbó mi cuerpo. Ya lo comprendía, eran mis párpados los que me cegaban, las gafas nasales y la bombona los causantes de semejante ruido y del tacto álgido en mi nariz, así como el sudor lo era en mi frente, y por también entendí por qué no podía mover mi musculatura.

Me incorporé de la cama y dirigí inmediatamente mis brazos, otra vez esclavos de mi sistema nervioso, hacia el cuello de Jane Doe, quien se encontraba de pie, justo en el lateral izquierdo de la cama. No obstante, en seguida la solté, desencadenándome de esos momentáneos grilletes tóxicos de la locura. ¿El antídoto? Acababa de contemplar mi antebrazo derecho vendado.

Volví a tumbarme y lo analicé con más detenimiento. El vendaje iba desde el comienzo de la fosa cubital, sin llegar a cubrirla, hasta las articulaciones metacarpofalángicas. Pero allí no acabó mi perplejidad. Con la mente algo más despejada tras el letargo, me di cuenta de que no estaba en mi habitación ni en ningún otro sitio de mi casa, de hecho, esa cama sobre la que reposaba no era muy convencional para un uso doméstico. En efecto, estaba en la habitación de un hospital.

Vale, cobraba sentido lo del oxígeno. Aun así, me dejaba un factor bastante importante sin tratar: cómo había acabado allí. Jane continuaba observándome, sin parecer sentirse molesta en absoluto por el reciente ataque que había acometido contra ella. Debía saber algo, después de todo, si hacía memoria, lo último que recordaba era su voz prometiéndome que se encargaría de mi inminente desmayo.

Ante todo me disculpé por ese breve estrangulamiento sinsentido y lo excusé acatándolo al sobresalto que había tenido tras despertar de una incómoda y angustiosa pesadilla, aunque tampoco hubiera pasado nada si no hubiera pedido perdón, e incluso hubiera sido mejor, porque ya estaríamos en paz. Un intento de homicidio a cambio de otro.

Desgraciadamente, justo antes de que pudiera averiguar algo de lo acontecido durante mi desvanecimiento, la puerta se abrió. Había entrado un médico, portando consigo una pequeña carpeta con un par de hojas cuya escritura no podía alcanzar a leer.

Se aproximó a la cama, sorprendido al verme despierto, aunque eso no significaba que fueran buenas noticias para mí… Se veía que tenía poco tacto, ya que lo primero que me dijo fue que al haber recuperado la consciencia ahora debía realizar un mero trámite protocolario e informar a la policía sobre mi ubicación. Al principio me alarmé, pensando que me habían identificado como el asesino, pero segundos después me aclaró que ellos habían corrido la orden de comunicar a comisaría acerca de cualquier paciente que acudiera a los hospitales o centros de salud por alguna mordedura, ya que los forenses habían determinado que una de las víctimas le había propiciado un mordisco al homicida.

El murmullo burlesco de Jane Doe me advirtió del peligro. Esa anciana me estaba causando más problemas estando muerta que viva. No tenía más opción que silenciar al médico. Menuda forma de agradecerle la asistencia que me había dado, pero sería inservible pedirle por las buenas que guardara silencio ante la policía. Es más, eso levantaría más sospechas hacia mi persona… Así que… sin más dilación… procedí.

En cuestión de décimas de segundo me arranqué las gafas nasales y me impulsé con los brazos, abalanzándome contra él, taponando con la mano sana su boca y con el antebrazo de la otra comprimiéndole la tráquea.

Tenía bastante fuerza, me era complicado inmovilizarle apropiadamente, pero finalmente conseguí estabilizar la presión y le impedí todo paso de oxígeno. Lentamente se fue debilitando y acabó abandonando este mundo tras una tortura hipóxica.

-¿Y ahora qué? –interpeló Jane con los brazos cruzados y una expresión de decepción –. No pasará mucho tiempo hasta que alguien más entre aquí. ¿Qué planeas hacer con el cuerpo?

Tenía razón, ¿dónde estaban esas estrategias metódicas que antes diseñaba a priori de un homicidio? Me estaba dejando guiar por el pánico y eso no era nada beneficioso. El resultado estaba justo en ese mismo suelo que pisaba, en ese inerte saco de carne y hueso que ahora suponía un grave obstáculo. ¿Cómo me desharía de él? No había ningún sitio donde pudiera esconderlo. Por lo tanto, siéndome imposible ocultar al asesinado, tendría que hacer desaparecer al asesino.

Sin pararme a reflexionar ni a meditarlo con Jane, abrí la amplia ventana de la habitación y me asomé al exterior. Algo de fortuna me sonreía. Justo debajo, a escasos metros, había una especie de solar en el que podría dejarme caer sin lesionarme. Ignorando los gritos de la chica, salté y rodé por el suelo para minimizar el impacto. Oteé mi entorno próximo para averiguar mi ubicación. No estaba muy lejos de casa. Me quité el pijama de paciente y me quedé casi al desnudo, con solamente una camiseta negra y un bóxer, negro también.

Me escurrí sigilosamente hasta la salida, procurando que nadie me descubriera, y esprinté hasta un callejón cercano. En él se hallaban los contenedores de basura del hospital. Había, además, en la pared izquierda una delgada puerta bastante herrumbrosa que probablemente conduciría de nuevo al interior del edificio. ¿Conclusión? Fue una mala decisión dirigirme a este lugar.

No transcurrieron demasiados minutos cuando la susodicha puerta se abrió. Un cocinero llevaba una bandeja con varios restos de comida en dirección a uno de los contenedores. Obviamente, no me dio tiempo a esconderme y se percató de mi presencia.

Un joven semidesnudo en un callejón como ese… Daba igual lo de que fuera un asesino o no… Claramente esa imagen no era habitual e iría a avisar a alguien. Por lo que me vi obligado, otra vez, a tomar medidas drásticas.

Antes de que pudiera siquiera pedir socorro, corrí hacia él, agarré su mentón e impacté su cabeza contra la pared, quebrando su cráneo. Pero una posible hemorragia cerebral no era suficiente. Ya en el suelo, aturdido, seguí golpeando su cabeza, ahora contra el suelo, hasta dejar una sangrienta gelatina rosada espolvoreada con minúsculos fragmentos craneales… Duodécimo inocente al que ejecutaba… Aunque estas dos últimas veces mi trabajo dejaba mucho que desear.

¿Qué estaba haciendo? Estaba perdiendo el control, me había rebajado a los crímenes homicidas de un psicópata de poca monta… Y lo peor de todo era que volvía a encontrarme mal, cansado, mareado. Seguramente sería culpa de la agitación a la que estaba sometiendo a mi cuerpo, estaba evitando que concentrara todas sus fuerzas para desquitarse de la infección de la herida.

Regresé a esa sensación presincopal previa a mi ingreso hospitalario. Desde luego había subestimado la nocividad de un mordisco humano. Me palpitaba y ardía el antebrazo. Estaba débil, más que nunca. Caí al suelo y apoyé la espalda contra la pared. Con la respiración forzada, fui quitando poco a poco el vendaje y entonces observé una pesadilla encostrada en mi extremidad.

La piel estaba negra y seca, con algunas zonas carcomidas por las que podía apreciarse el cúbito o el radio. En otras partes había tendones y músculos impregnados de una sustancia amarillenta. Y en otras había heridas negruzcas que sangraban en poca cantidad pero sin cesar. Todo ello desprendiendo un hedor putrefacto… Era como si me hubieran implantado el brazo de un cadáver. ¿Qué iba a ser de mí?

En ese instante apareció en el callejón una silueta. Apenas podía verla con nitidez, mis ojos estaban volviendo a fallar. Tuve que esperar a que se acercara un poco más. Aunque para entonces su voz ya me había permitido identificarla. Era Jane Doe. Y a medida que se acercaba la situación se volvía más dramática y peliaguda.

-Bueno, creo que aquí llega el final de tu viaje –dijo con una voz calmada a la par que escalofriante –. Deja de resistirte a lo inevitable…

-¡No digas sandeces! Ayúdame, llama a alguien antes de que… esto vaya a peor...

-Me es imposible hacerlo.

-¿Pero qué estás diciendo? Si la otra vez fuiste precisamente tú quien marcó el número del hospital para que vinieran a por mí.

Jane, ya a mi lado, se agachó y se puso enfrente de mí. Esa escena me resultó familiar, sólo que esta vez el acorralado era yo y no aquel joven.

-No me culpes si no llegas a comprenderlo por completo, después de todo el reloj de arena está escupiendo los últimos granos que alberga y hay todavía varios puntos que aclarar.

-¿Aclarar? Por favor… pide ayuda… podrás explicarme eso más tarde…

-No, porque ya no hay futuro para ti.

Esa respuesta fue como una puñalada en mi corazón, literalmente. Una enorme punzada de dolor surgió en mi pecho, seguramente a causa de la infección. Una gran sacudida sistólica dejó mi cuerpo para el arrastre… Ella tenía razón, no había nada que hacer salvo contemplar cómo con cada latido mi vida se escapaba de entre mis dedos.

-Me rindo –contesté, no sin antes escupir un considerable esputo de sangre –, tú ganas. Veamos qué  es eso que quieres relatarme con tanto misterio.

-Primero habrá que preparar el terreno… Durante mi estadío fantasmagórico, ¿me has visto en algún momento interactuar con alguien que no fueras tú?

-Claro que sí… Ese chico que te permití rematar… Lo evisceraste ante mis ojos.

-Oh –exclamó echándose las manos a la cara –, esto va a ser más complicado de lo que pensaba.

-Déjate de rodeos y ve al grano. Por si no lo sabes está empezando a costarme respirar…

-Sí, sí, lo que digas… A ver, centrándome en esa misma víctima, si fuera cierto lo que has dicho, ¿a qué se debe que afirmes con tanta seguridad que fue tu octava víctima?

-Simple… No importaba qué pasase con él, le había causado una herida fatal en su garganta. Pertenecía a mi lista desde el primer momento en el que… los dientes de la sierra destrozaron su carne… Pero tú interactuaste, como bien dices, con él.

-Haz memoria, anda, ahora que apenas funcionan tus extremidades envía toda esa sangre inservible a tu cerebro y rememora debidamente. ¿Acaso fui yo de verdad?

No tenía nada que perder, y sería una buena excusa para pausar esa irrisoria conversación. Hice caso a su petición y cerré los ojos, tratando de recordar a la perfección todo lo que ocurrió ese día… Entonces, anonadado, lo vi. Mis manos, sumergidas en esa maraña visceral, bañadas en sangre. Lo rematé yo.

-¿Qué? ¿Te ha venido a la mente alguna imagen interesante? –preguntó con sorna –.

-¿Qué es esto? –dije, presa de un brote de ansiedad –. No… Yo te vi a ti destripándolo, ¿por qué ahora…?

-Te mueres, chico. Y por ello las manchas amnésicas de tu memoria también perecen.

-¿¡Qué me has hecho!?

-Di mejor qué te has hecho… Fuiste tú quien tergiversó la realidad y distorsionó tus recuerdos. Yo sólo me aproveché de la situación.

-Ya no me importa –respondí cabizbajo, exhausto por la infección –… Sólo dime la verdad de una vez por todas… ¿Eres realmente un espectro?

-Por supuesto que lo soy. ¿Dudas precisamente de lo poco que era real? Me ofendes.

-Entonces no hay vuelta de hoja… Tú le mataste, lo que pasa es que ahora de algún modo has conseguido distorsionar mis recuerdos.

-¿Seguro? Muy bien, pongamos más ejemplos para que lo veas más claro. Trata de acordarte de cuando, supuestamente, yo llamé a la ambulancia, o de cuando te entregué el bisturí o te pinché en la espalda con él. ¿Era yo? Piénsalo bien.

Volvía a estar en lo cierto. Por más que quisiera negarlo, los recuerdos que me venían eran totalmente distintos a mis vivencias. Yo cogí el teléfono justo antes de perder el conocimiento, así como era yo quien empuñaba el bisturí en ambos casos.

-No… no entiendo nada…

-Ah, no te preocupes. Aquí estoy yo para desenmarañar esa soga de incógnitas que rodea tu cuello. No te ayudé a limpiar la sangre de tu octava y novena víctimas porque soy un ser intangible, todo objeto que toco lo atravieso. Por esta misma razón yo no pude asfixiarte con ese cojín, lo que pasó de verdad fue que estaba sufriendo un episodio de apnea febril. Asimismo, como ya habrás comprendido, tampoco pude sostener en ningún momento tus bisturís ni los intestinos de ese pobre joven.

-Siendo así, ¿cómo es que te veía a ti hacer todo eso de manera tan verosímil si en realidad no sucedía así?

-Delirios, chico, los delirios provocados por tu infección.

-¿Tan… tan letales eran las bacterias bucales de esa vieja?

-¡No te permito que te refieras a ella de esa forma!

-¿Cómo?

-Al final me harás decirlo –respondió apretando con rabia sus dientes –. Todo fue… un juego. Un juego vengativo cuyo móvil fue el asesinato de esa desdichada mujer… Mataste a una de las pocas personas que se llevaba bien conmigo… La conocí hace pocas semanas en ese mismo parque donde murió. Y hoy, como todas las mañanas, habíamos acordado reunirnos. Pero hubo un grotesco impedimento…

Creo que había metido la pata hasta el fondo al haberla asesinado.

-…Te vi –prosiguió ella –. Contemplé con mis propios ojos cómo la arrastrabas hacia ese arbusto y la matabas sin compasión. En ese instante me quedé en blanco y no pude defenderla… Sin embargo fue lo mejor que pude hacer, porque seguidamente mi cerebro se desconectó de la lógica… Supe qué debía hacer enseguida cuando, una vez te fuiste, me acerqué a ella y me di cuenta de que le faltaban un par de dientes, señal de que los había usado para morderte.

-¿Qué… qué tenía…?

-Una bacteria poco usual que en general suele ser inofensiva pero que se vuelve cruelmente sádica si el organismo en el que reside sufre constantes subidones de adrenalina. La enfermedad como tal es bastante extraña y poca cosa se conoce sobre ella a excepción de que se puede transmitir por medio de fluidos.

-¿Ella me contagió… eso?

-Sí. Y en un principio la venganza ya estaba servida. Sólo quería seguirte desde lejos y ver cómo poco a poco morías. Pero, cuando observé la calma con la que conducías a ese crío hacia su tumba, supe que así nunca se volvería hostil la bacteria. Debías de pasar por situaciones que excitaran sobremanera tus glándulas suprarrenales. Tenía que lograr que segregaras adrenalina a mansalva. Y… ¿recuerdas lo que te dije acerca de mi cerebro? Pues bien, se me ocurrió una fantástica idea… Podría conseguir eso si me pegaba a ti y te manipulaba para que continuaras matando. No obstante, sería difícil aproximarse a un psicópata como tú y salir ilesa, ¿verdad? Por lo tanto, decidí poner en práctica este plan desde la tumba…

-¿Me estás diciendo que todo este tiempo…?

-Sí… En ese momento no caí en la cuenta de que dejarme matar por ti sólo haría que mi venganza no se llevara a cabo… Pero claro, te reitero que la lógica ya no se albergaba en mi interior, y milagrosamente me alcé como un fantasma. Fue fantástico ver que todo estaba a mi favor para tomar represalias contra ti. A partir de ahí fue coser y cantar, presionándote cada día para que no descansaras apenas entre asesinato y asesinato. Te estresaba, y por ende te iba matando… muy lentamente.

-¿Has sacrificado a toda ese gente, instándome a que los matara, para que se cumpliera tu venganza?

-¿No es grandioso este dantesco resultado? –expresó tras una endemoniada risa, ignorando por completo mi pregunta –. Admítelo, es digno de una obra de teatro.

-Eres incluso más cruel que yo…

-¡No me importa! –dijo mientras su silueta se iba difuminando con el entorno –.Total, ya casi no me queda tiempo aquí.

-¿Y ahora qué sucede? ¿Por qué te desvaneces?

-Porque tu vida está a punto de desaparecer, y tengo que cumplir la promesa que te hice.

 -¿A qué te refieres?

No pudo responderme, era demasiado tarde. Sin embargo, parece que era cierto eso de que cuando uno está a punto de morir recibe un súbito momento de lucidez. Creo... que en ese instante lo comprendí. No todo fue una mentira. También estuvo a mi lado por otra causa, expectante al culmen de esta trama trágica… Había anotado tantos nombres en mi lista y no me había fijado en que, justo al final de la misma, ya había desde el principio un nombre escrito… Yo… no era sino otro objetivo más de mi funesto listado. Y Jane Doe se mantuvo fría como el hielo hasta el final, saboreando la espera del momento en el que la última ficha de ese sanguinario efecto dominó que había iniciado se desplomara, rígida y gélida…

“Hasta que la última víctima caiga a tus pies.”

No hay comentarios:

Publicar un comentario