
Fue ayer mismo cuando me dio por subir al
mundo de los vivos. Al principio estaba extrañado, sabía que el collar que le
di a Bruno había impregnado en su alma suficiente oscuridad como para ir
directamente al Paraverso si moría, así que descendí un momento a este lugar y
pregunté al Rey Osario acerca de las nuevas almas que habían accedido a sus
dominios.
Me resultó extraño que Bruno no se hallara
entre ellos. Normalmente, por no decir siempre, cuando un alma viaja al pasado,
ya sea a través de una de mis cosechas con ciertas herramientas como sombras
materializadas o por medio de metempsicosis temporales desde el Paraverso, se
guarda en su esencia la fecha del presente, es decir, el tiempo exacto en el
que emprende el viaje. Finalmente, si muere, cosa que asiduamente ocurre antes
de lo que espera, el proceso se revierte. Sin embargo, al tenerse que desplazar
un alma, exenta de cuerpo, sin protección alguna, el viaje se ralentiza, y por
ello no regresan al punto temporal exacto del que partieron, sino que tardan
aproximadamente un mes. En resumen, poniendo un ejemplo, si Bruno hizo su
primer viaje en Octubre del año pasado, no fue raro que regresase a la
Oscuridad en Noviembre, y no en el mismo mes de ida. Sé que al principio es un
poco complicado entender este caos de reglas que sobrepasan lo normal para los
mortales, pero después de tanto tiempo uno lo memoriza sin siquiera poner
empeño en ello.
Por esta razón comencé a preocuparme sobre el
paradero del chico. Siendo honesto, no tenía muchas esperanzas en que hubiera
sobrevivido después de haber sido derrotado tantas veces, por lo que creía que
al final Óscar (o Alpha, que ahora pululaba a sus anchas por estos mundos) se
había apropiado de su esencia para lo que fuera que pretendiera hacer con ella.
No obstante, aún tenía que hacer uso de todas las alternativas existentes, y
había una con bastantes posibilidades de resultar en éxito, pese a que me
disgustara la idea de llevarla a cabo.
Tuve que regresar allí arriba tras haber
estado tanto tiempo sin que me incordiara ese nocivo y vívido entorno. Con lo
cómodo que me resultaba que Bruno me contara sus desventuras en mi propio
territorio… Otra vez, expuesto al dolor de los últimos resquicios de mi yo
humano… Pero el sacrificio merecía la pena.
No me entretuve y directamente puse rumbo al
hogar donde él vivía. Convertido en sombra pura, trepé por la pared y me
deslicé por una ventana que estaba abierta. Y entonces… como una escena digna
de una película, me topé con Bruno, al cual pillé in fraganti cortándole los
brazos ni más ni menos que a Santiago, mientras Samanta, asombrosamente viva,
contemplaba la sanguinaria imagen.
Los dos me miraron fijamente. Mientras ella
se impresionó al ver surgir una silueta humanoide tan lúgubre, el chico,
mostrando sus colmillos en una sádica sonrisa, me saludó cordialmente,
afirmando que llevaba bastante tiempo esperando mi visita.
Yo, aún un poco trastocado por ese inesperado
presente debido a mis equívocas expectativas, me dirigí al pequeño calendario
que había en la mesa del salón. Había de comprobar la fecha, me seguía siendo
increíble que eso estuviera sucediendo de verdad. Miré el calendario y…
Efectivamente, era 17 de Mayo del 2014, así
que no había la más mínima duda: Bruno había conseguido cambiar ese fatídico
destino que tanto le costó derrocar antaño.
-Comprendo que estés asombrado… Yo también lo
estaría… mi yo del pasado dejaba mucho que desear. Por cierto, Samanta, este es
el amigo del que te he hablado tanto tiempo.
-Un… un placer. No me lo imaginaba de esa…
forma.
-Bueno, Borja, supongo que tendrás muchas
preguntas, y despedazar este cuerpo me va a llevar un rato. ¿Nos ponemos al
día?]
El
proceso fue el de siempre, salvo por ciertos detalles que ahora te diré. Me
desperté poco a poco conforme la intensidad de la luz que se colaba a través de
las cortinas de la ventana de mi habitación incrementaba. Me recuperé de mi
ligera amnesia de inmediato. Y el corazón me dio un vuelco cuando fui
consciente de que la muerte de Yin no había sido un sueño causado por ese
letargo.
¿Que
por qué lo supe? Es sencillo saber que falta algo al explorar tu interior y ver
que hay un hueco vacío, inerte, el cual solía estar habitado por algo tan
vívido que podría decirse que era una parte extremadamente importante para que
mi motor funcionase de forma correcta ininterrumpidamente.
Por
último, la fecha a la que había ido a parar vino a mi mente: 31 de Mayo del año
pasado. Fue entonces cuando un atisbo de esperanza surgió en ese mismo melancólico
espacio abismal de mi ser. Me quedé sentado en la cama y traté de rememorar
todo lo que sucedió aquel día. Ya había ocurrido una vez, el Yin que se
manifestaba provenía del pasado, así que había posibilidades de que los
acontecimientos se desenvolvieran de la misma manera, máxime cuando hoy era el
primer día en el que se manifestaba ante mí con total consciencia. Solamente
tenía que reproducir todos los pasos a la perfección y tal vez podría
“resucitarle”.
Había
transcurrido casi un año y a cualquier persona le resultaría tarea imposible el
recordar con total exactitud las acciones de un día entero. Sin embargo, para
mi sorpresa, mi cerebro recuperó todos y cada uno de los recuerdos albergados
acerca de finales de mes.
Lo
primero que hice, obviamente, fue dirigir mi mirada hacia el otro lado de la
cama. No me había caído hasta ese preciso momento, pero era cierto que por
aquel entonces estaba conviviendo con Samanta.
Fue
extraño… muy pero que muy extraño verla ahí, durmiendo tan plácidamente a mi
lado… emanaba quietud y belleza… Y no pude evitarlo, no sabía si lo que iba a
hacer a continuación iba a fastidiar mi única oportunidad de revivir a mi
doppelgänger, pero tenía que hacerlo.
Entre
lágrimas, me eché sobre ella, estrechándola entre mis brazos y pidiendo sin
parar que me perdonara. La respiración se me entrecortaba, era inevitable… me
sentía tan culpable por mi comportamiento hacia su persona. Sé que ella no
entendería en absoluto mis lamentos. Aun así, debía disculparme por el trato
que la había propiciado en mi último viaje al pasado.
Desconocía
por completo si esa Samanta a la que magullé sin compasión era una distorsión
temporal de la verdadera, pero, en esencia, fuera quien fuera, en mi mente
permanecería grabada por toda la eternidad la imagen de mis puños
ensangrentados deformando su calavera golpe a golpe…
Como
era de esperar, una vez despierta y algo molesta por ello, me preguntó que a
qué venía esa actitud tan poco usual en mí. Ignorando que me tomase como un
loco, le conté todo lo que había pasado, incluyendo tu existencia, Borja.
Naturalmente, no se lo creyó ni por asomo y hasta dejó escapar una pequeña
risa.
Vislumbrado
mi enojo por no creerme, quiso consolarme devolviéndome un abrazo, aún más
fuerte que el mío, y acurrucándome cerca de su pecho, sugiriendo que me quedara
ahí una hora más, ya que todavía era demasiado temprano como para levantarse a
desayunar.
Y todo
hubiera sido perfecto… de no ser por su última frase.
-Por cierto, no sé en qué momento lo has
hecho, pero me gusta ese mechón blanco.
Más
recuerdos se amontonaron en mi cerebro sin cesar, a pesar de que pensase que ya
no podía haber más. No obstante, estos pertenecían a los instantes previos a mi
viaje, justo cuando te estaba relatando todo lo que me había ocurrido de vuelta
a Febrero del año pasado. Parecía ser que había olvidado completamente que ese
mechón pudiera ser una señal desde el Más Allá de mi hermano. La forma en la
que había aparecido, dejándome manipular por la misma agresividad que él mismo
tenía, indicaba, sin lugar a dudas, que era una marca de Yin, hubiera sido
creada por él a voluntad o de forma fortuita.
Pero,
pese a esa súbita revolución mental que acababa de sufrir, podía tranquilizarme
un poco, haciendo caso a las palabras de Samanta. No podía levantarme aún, ya
que no era la hora del desayuno, y, si de verdad quería reconstruir todas mis
acciones, no tenía más opción que aguardar. Qué remedio, ¿eh? Tendría que
sacrificarme y “soportar” una hora entera esa situación afectiva.
Era
curioso… Marché al pasado repleto de dolor y sed de venganza, dispuesto a
arrasar con cualquiera que se interpusiera en mi camino, fuera amigo, enemigo,
conocido o desconocido. En cambio, era obvio que el poder amansador que Samanta
tenía sobre mí no había sido modificado ni un ápice por muchas veces que la
línea temporal hubiera quedado trastocada por mis andanzas ilícitas. Ahora
mismo me encontraba en el mismísimo cielo, exento de preocupaciones, deseando
con todas mis fuerzas que los segundos se congelaran, que ni la propia Muerte
fuera capaz de arrebatarnos esa felicidad, que la eternidad nos rodeara con un
lazo para que no nos afectara si quiera el fin de los días. Pero entre todo ese
júbilo placentero se encontraba una minúscula semilla oscura a punto de
germinar…

Entre
tantas lamentaciones y demás pensamientos caóticamente catastróficos, la hora
transcurrió en un santiamén. Ya era el momento de levantarse y afrontar mis
miedos. Hoy combatiría contra el propio destino para devolver a mi hermano a la
vida.
Fuimos
a la cocina y preparé unas cuantas tostadas con mermelada, así como dos vasos
de zumo de naranja. Samanta, por su parte, nada más hincarle el diente a la
primera rebanada, me preguntó acerca de la reacción que había tenido una hora
antes. Me puse nervioso, pensando ahora en frío hubiera sido un craso error el
haber logrado que ella creyera todo lo que la había contado. Sin embargo, aún
no lo había olvidado y sentía curiosidad, ¿cómo podría remediarlo? Yang no era
bueno para estas cosas… Aunque…
Aunque
ya había conseguido evocar anteriormente parte de su conducta e inyectarla en
mi cerebro a la fuerza. Solamente tenía que pedir a mi cerebro que recuperara
toda la maldad que Yang pudiera albergar y así obtener la facultad del engaño.
Se me
concedió mi petición. La agilidad mental se puso en marcha, asegurando a
Samanta que simplemente se había tratado de un sueño, el cual fue tan real que
pensaba que de verdad había pasado todo aquello, aún somnoliento sin entrar
completamente en un estado de vigilia.
Mi
lengua se clavó como una estaca en su credibilidad. Dudó durante unos pocos
segundos, pero acabó doblegándose a mis mentiras… No pude evitar sentirme
orgulloso del nivel de independencia que estaba alcanzado. Parecía ser que Yin
me había dejado un buen legado.
-Oh, vaya –respondió repentinamente ella, con la
intención de cambiar de tema –, ahora,
con toda esta luz, puedo apreciar mejor ese mechón. Lo has hecho más grande de
lo que pensaba, me encanta.
“Más
grande de lo que pensaba”… No sabía la razón, pero presentía que algo no iba
bien. Me giré un momento para coger el pequeño espejo imantado que tenía en el
frigorífico y lo moví en mi mano hasta dar con el reflejo de mi cabellera.
Una de
dos, o no recordaba bien del todo el grosor de mi mechón o de alguna forma
había aumentado de tamaño, pero juraría que era más fino la última vez que le
eché un vistazo. De hecho, era posible que pudiera establecer una pequeña
teoría basándome en las evidencias que se me presentaban, ya que no había sido
la primera vez que ocurría este fenómeno dentro de un entorno con similares
factores desencadenantes.
Sí, así
sucedió la vez que estaba incitando a Samanta para que me matara, manipulándola
y haciendo uso de la psicología inversa. Esa fue la primera vez que actué como
mi doppelgänger, la vez en la que el mechón surgió en mi cabello. Y ahora,
recurriendo de nuevo a las remanencias de Yin, parecía ser que se había
amplificado el número de pelos blanquecinos. Si en todo ello no había relación
alguna que viniese Siete y me degollara ahí mismo.
De tal
modo, quedando prácticamente comprobado que comportarme como él potenciaba mi
“herencia capilar”, la cual tú asegurabas que podría contener la clave para
revivirle, no podía estar más contento. Claramente, entonces, me hallaba frente
a una pista importantísima para dar con Yin. La cuestión era: ¿seguir así hasta
acabar con todo el pelo blanco o habría de detenerme en un calibre específico
del mechón.
¡Este
suspense estaba devorándome por dentro! Y a ello había que añadirle la
impaciencia que tenía, viendo de manera inminente, así como lejana, la reunión
con mi yo maléfico a través del espejo del cuarto del baño. Los segundos
parecían eternos, era como si las manecillas del reloj se hubieran detenido.
-Sí que te has levantado con hambre –dijo ella mientras yo estaba
absorto en mis pensamientos, trayéndome de vuelta a la realidad –. Lo has dejado limpio.
La
respondí con una mueca de incomprensión. Entonces miré mi plato. Samanta estaba
en lo cierto, su superficie estaba impoluta. Apenas habíamos empezado a
desayunar y yo ya había engullido mi parte. Instintivamente me había dado prisa
para ir a lavarme los dientes, pero no había tenido en consideración un
impedimento crucial que me inmovilizaría allí durante unos minutos más y del
cual no podía deshacerme ni aunque quisiera.
Podría
decirse que era una tradición fundamentada en la educación que se me había
proporcionado de pequeño, y en la actualidad se había transformado en un
emulador de un veneno paralizante… Tanto a la hora de iniciar una comida como
en el momento de acabar, mi cuerpo permanecía estático, sin poder levantarse
del asiento, a la espera de que los demás comensales empezaran o terminasen su
plato, según la situación. Así que, desgraciadamente, tendría que permanecer en
la cocina hasta que Samanta deglutiera su última tostada, quien, para colmo,
comía con extremada lentitud para mi gusto.
La
ansiedad estaba concentrándose en mi sangre de forma abrumadora, me estaba
intoxicando con tamaña angustiosa inquietud. Agitaba mis piernas y golpeaba la
superficie de la mesa con mis dedos, originando un armónico sonido que se
traducía en un mensaje de desesperación.
Por
desgracia, lo único que conseguía con todo ello era alterarla y hacer que
siguiera sopesando la veracidad de mi excusa onírica. Insistió. Exigió que la
dijera la verdad si en realidad me estaba ocurriendo algo. Sus ojos estaban
vidriosos, ¿tan preocupada estaba por mí?
Me
resultaba doloroso, como una puya atravesándome los pulmones y ensartando mi
corazón. Me gustaría decirla que eso no había sido un sueño y que todo era
verídico, pero si lo hiciese pondría en peligro demasiadas cosas, su propia
vida inclusive, ya que sin Yin yo sería lo suficientemente débil como para ser
abatido ipso facto por cualquiera de Los Siete… o por Santiago.
¡Santiago!
Casi lo pasaba por alto, sí, me acordé en ese preciso instante de que, justo
después de fusionarme nuevamente con Yin, el Flebotomista irrumpió en mi casa,
atacando a Samanta. Si fallaba y no me reencontraba con él, la situación podría
volverse muy peliaguda, hasta el punto de que todo terminara allí, con ella y
conmigo asesinados por ese hombre… Lo que me faltaba, más presión para conseguir
que la reanimación de mi mal fuera exitosa.
Tenía
que empezar a darme prisa. Percibía mis propios latidos, la sangre era bombeada
con fuerza y pequeñas gotas de sudor brotaban en mi piel. Estaba al borde de
ser poseído por el puro desasosiego… Debía serenarme o echaría todo a perder.
Aguanté la respiración y probé a distraerme intentando pensar en algo ajeno a
mis preocupaciones, aunque me era difícil… Había de realizar un último
esfuerzo, ya faltaba poco para volver a verle. Tenía que resistir…
De
repente una sacudida me revolvió el cuerpo entero. Me resultaba familiar, como
cuando Yin quería tomar el control de la carcasa. ¿Pudiera ser? ¿A eso se debía
mi nerviosismo? ¿Estaba reteniendo algo, o mejor dicho a alguien, dentro de mí
que trataba de emerger? No… era improbable que fuera mi hermano, aún no era el
momento y ni siquiera me encontraba delante del espejo del cuarto de baño.
Entonces, ¿qué, otro acto de Los Siete? ¿Santiago se había anticipado y sabía
que venía del futuro? ¿QUÉ?
Samanta
por fin terminó de desayunar y me salvó de esa paranoica maraña de conjeturas estrafalarias.
Me cogió las manos, atónita por su los inconmensurables temblores que tenían en
ellos, y me apretó con fuerza, sonriéndome y sugiriendo que me fuera a
descansar una vez nos cepillásemos los dientes.
Los
dientes… El momento había llegado. Me sentía justamente como un niño en su
primer día de clase, iba a reencontrarme con una porción de mí mismo que había
perecido y no sabía cómo iba a reaccionar si realmente ignoraba lo acontecido
en el futuro, es decir, si era el Yin del Bruno de ese presente o el mío.
Y sólo
conseguí ver amplificados esos dos círculos negros y cristalinos. Bajé la
cabeza, absolutamente decepcionado, casi a punto de llorar. Me enjuagué la boca
y le dije a ella que me dejara un momento a solas, fingiendo que me encontraba mareado.
Tras insistir un poco en que prefería estar solo, ella se fue.
Ahí me
encontraba, con las manos apoyadas en el borde del lavabo y la cabeza gacha,
con los labios temblorosos y el borla contrayéndose en un preludio melancólico.
Quizás fuera cierto eso que tantas veces me replanteaba pero que repelía con
tal de no aterrarme, autoengañándome, sobre la imposibilidad de devolverle a la vida.
Sin
embargo, para mi asombro, cuando terminé de sollozar después de unos amargos
minutos y alcé la cabeza, contemplé lo inesperado. Era yo, reflejado, sí, puede
que algo normal, pero aquella imagen era distinta a la mía por dos sencillas
razones: no paraba de reírse como un desquiciado y, la más importante, no
mostraba ningún mechón en su pelo.
Estaba
sin palabras, considerando que era simplemente una alucinación en respuesta a
la desbordante tristeza que estaba manifestando. Aun así, sin importarme el
actuar como un loco abarrotado por alucinaciones, tragué saliva, respiré hondo
y le pregunté.
-¿E… Eres Yin, mi otro yo…, el doppelgänger,
mi hermano gemelo…?
No
contestó, únicamente apoyó sus manos sobre el espejo, tal y como lo hizo la
primera vez. Claramente tenía hacerle caso y juntas las mías con las suyas, ya
que seguramente iba bien encaminado.
No
perdí ni un mísero segundo. Nuestras palmas estaban en contacto. Cerré los ojos
y me dejé llevar. Mi pulso se potenció en la región craneal, me palpitaba la
cabeza al compás de unos dolores punzantes e intermitentes, todo ello mezclado
con una nauseas crecientes que descontrolaban mi percepción del espacio.
Definitivamente
estaba sucediendo algo bastante distinto a la vez que transferí al Yin toda mi
oscuridad. Estaba a punto de desmayarme, interrumpiendo esa perniciosa conexión,
cuanto justamente alguien me agarró de las muñecas para que no cayera al suelo.
Era… ni más ni menos que el propio doppelgänger, el cual había atravesado el
espejo con sus manos. No… no entendía cómo había conseguido hacer eso, si tras
esa superficie solamente había cemento.
-Ya no estás tan indefenso como
antes, hermanito.
Todo el
cansancio que padecía se desvaneció en un instante. Recobré la compostura. Esa
frase contenía un importantísimo mensaje: era el Yin de mi trama temporal.
-Entonces… ¿¡estás vivo!?
-Si no fuera por ti no sería
cierto –respondió mientras atravesaba el espejo con el resto de su cuerpo –. Has sido tú quien ha logrado que siga
vivo. ¿Sabes lo que era hace un momento? Tan sólo una proyección de la malicia
que por defecto albergas tú. Sin pensamientos ni conciencia propia. Me has
concedido tus recuerdos y los de ese difunto Yin. Me has resucitado.
-¿Y… cómo has conseguido salir del espejo?
Eso no ocurrió con anterioridad.
-Provienes de un tiempo en el
que estábamos separados, ambos con más fuerza individual que nunca. Era una
simple ilusión, pues en realidad estaba materializándome desde tus manos, las
cuales han estado muchas veces en contacto con esa piedra que nos cedió la Sombra.
Estaban capacitadas para sacarme del olvido de los abismos de la Oscuridad.
-Así que… es cierto. Eres tú de verdad, no es
un sueño.
-Claro que no, idiota. Si
todavía recuerdo el daño que me hice al impactar contra el pavimento con la
intención de salvarte de esa chica.
-Ah, respecto a eso…
-Ya lo sé. Ya me has puesto al
día de todo. No te preocupes, sé perfectamente que la Samanta que está viviendo
aquí no era la misma que quiso matarte. Te dije hace tiempo que no volvería a
animarte a asesinarla. Confía en mí, para mí ella es intocable.
Suspiré
aliviado… aunque ese descanso no duró mucho. Un alarido de Samanta me alertó.
El intervalo entre nuestra conversación y la ofensiva del Flebotomista había
transcurrido de manera fugaz. Miré a Yin, era el momento de fusionarse e ir a
por él, pero mi hermano tenía un plan distinto rondando en su mente.
-Yang. Lo que te voy a pedir
quizá no te entusiasme demasiado, pero creo que es necesario para cambiar de
verdad este fatídico destino.
-¿Qué me propones? Rápido, por favor.
-Necesito ser quien domine tu
cuerpo de forma indefinida, al menos hasta que todo el asunto de Los Siete se
calme.
-¿Qué? ¿Por qué? ¿Eso servirá de algo?
-Como me ponga a explicarlo
matarán a Samanta. Decídete rápido. Sé que aceptar supone muchos riesgos, vas a
dejarte controlar por un asesino psicótico, no obstante, creo que esta es la
mejor opción para que al menos ella y tú viváis unos pocos meses en plena
tranquilidad.
Tranquilidad…
No hizo falta decir nada más. Acepté su trato y volvimos a fusionarnos. Ya era
definitivo, Yin había regresado. Y parecía que de una forma más aparente de lo
que imaginaba en un principio… Un último vistazo al espejo lo corroboró. Otra
vez mi cabello había cambiado… Esta vez era completamente blanco, a excepción
de una zona coloreada de negro, justo en la misma localización donde estaba mi
antiguo mechón. Podría decirse que los colores del pelo habían intercambiado
posiciones.
¡Sí,
ahora iban a rodar cabezas! Desarmado, corrí hacia el salón y sin pensármelo
dos veces le realicé un placaje a Santiago, quien intentaba ahogar a Samanta.
Hundí mis dedos en sus cuencas y me deleité con su sangre. Continué con el
ataque aporreando su caja torácica, quebrándole en pocos golpes todas y cada una
de sus costillas. Lentamente iba dificultando su respiración, encharcando sus
pulmones, hasta que pereció en una horrenda asfixia. Qué placentero fue hacerlo
con mis propias manos…
Una vez
me cercioré de que no daba señales de vida, me detuve un minuto para hacerle un
breve resumen a Samanta de lo acontecido, disfrazando los aspectos más
inverosímiles con mentiras del estilo de que tenía doble personalidad o Los
Siete eran asesinos normales y corrientes. Esas verdades las revelaría en el
debido momento, cuando al saber de tu existencia abriera su mente a la
irrealidad.
Los días
venideros fueron más o menos como en el pasado. Cada vez que Santiago
resucitaba lo mataba de una forma fríamente sádica y sin compasión, mientras
Samanta lo observaba desde un segundo plano, dándose cuenta de que yo poseía
una faceta viralmente violenta y perturbada. Y así fue hasta que finalmente
lanzó su ansiado discurso.
-¿Pensáis que esto es suficiente, que estáis
a salvo? Yo no soy la gran amenaza que os acecha, ni mucho menos… Sólo hago lo
que me ordenan, aunque eso no quita que lo haga con gran placer. Vosotros dos
seguís estando en peligro. Pronto hará un mes que no doy señales de vida y ÉL
querrá saber qué ocurre. Sabe perfectamente que al último lugar al que fui era
a tu casa, Bruno, y no tiene ningún reparo en haceros una… visita personal.
Seguid matándome, dentro de poco será la última…
-Cállate, escoria.
-¿¡Cómo dices!?
-Que cierres la maldita boca.
No va a pasar nada de eso –respondí cogiéndole la mano a Samanta para que se tranquilizara–. Podría creérmelo
si el antiguo Bruno siguiera aquí, bajo la mirada de Tres, el inepto predictor
de futuros. Sin embargo, la realidad es muy distinta, y ya me imagino a Los
Siete completamente desconcertados al darse cuenta de que no pueden anticiparse
a mis movimientos. No vendrá nadie a rescatarte porque eres un mero peón, al
contrario, esperarán a que yo vaya a por ellos… Cosa que ten por seguro haré,
pero primero me divertiré una temporada contigo…
A partir de ahí fue bastante divertido ver cómo Santiago gritaba con
auténtica desesperación, pidiendo auxilio sin que nadie acudiera en su ayuda.
Día tras día era torturado, llegando incluso a suplicarme que cesara en
repetidas ocasiones, y, por supuesto, yo ignorándole.
Como era de esperar, los meses se sucedieron y nunca vino nadie a mi
casa. Mi plan de tomar el control del cuerpo fue un éxito. Tres conocía los
posibles futuros de mi persona cuando era Yang el dominante, pero conmigo era
diferente… Soy puro caos, el mensajero del albedrío. El Atemporal #011 no podría
prever en ningún momento que Samanta y yo optaríamos por quedarnos en casa y no
huir cogiendo ese funesto tren que desencadenaría toda la tragedia. Así que,
sin más dilación, estuve aguardando tu llegada, la cual calculé que rondaría
estas fechas. Y mira, acerté.

Anda,
ve a plasmar esto a la cosecha y vuelve lo más pronto que puedas. No nos moveremos
de aquí, te lo prometo.
Hay
diversión para rato troceando este cuerpo.
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