
Jamás llegué a imaginarme que sería recibida a las puertas
de mi hogar con tan inverosímil bienvenida. Tiré el equipaje al suelo, mi
rostro palideció, se me cortó la respiración y el corazón me dio un vuelco.
¿Qué era eso?
Un coche de policía y una ambulancia estaban aparcados en el
portal. Al lado de la puerta un agente inmovilizaba con sus brazos a mi hijo,
quien pataleaba y gritaba, embadurnado en sangre. Justo delante de ellos dos
estaba siendo transportado en dirección a la ambulancia una camilla cubierta
por ese característico papel dorado que colocan sobre los… difuntos.
Reaccioné por puro pánico y corrí hacia la camilla,
esquivando con agilidad a las personas que se interponían en mi camino tratando
de evitar que divisara una futura tragedia. Destapé la camilla y contemplé la
escena más horrenda y nauseabunda de mi vida.
Era un cuerpo humano, no había duda. A pesar del estado era
obvio que lo era… Un montículo de carne, huesos y vísceras, todo ello bañado en
sangre. Únicamente había una zona que estaba intacta, sin descuartizar: la
mitad superior de la cabeza. Quien fuera que lo hubiera hecho había dejado
impoluta esa porción de cuerpo con el mero objetivo de que yo lo viera…
Mi marido, aún podía ver en sus ojos una expresión de súplica,
había pedido clemencia a su asesino y sólo había obtenido esto. El malnacido no
estuvo satisfecho con matarle, no, tuvo que dejarle de esta manera, para que le
recogieran con una pala… ¿Alguien sabría quién había sido?
Entonces una carcajada diabólica desvió mi mirada. Era mi
hijo. Él debía haber sido testigo de tal atroz crimen. A saber las secuelas que
esto le habría dejado… No había más que verle, estaba riéndose sin parar,
claramente estaba en shock.
Con las piernas temblando me aproximé al policía que le
retenía y me identifiqué como su madre. Sin embargo, en vez de dejarme estar
con mi hijo, este llamó a un compañero suyo para que viniera a hacerme una
serie de preguntas, llevándome a priori a un sitio apartado del gentío,
sediento de morbo, que se apelotonaba alrededor del bloque.
-Señora, ha dicho que
es la madre de ese pequeño, ¿es correcto?
-¡Por supuesto que es
correcto! ¿Qué pasa, no ve cómo está? ¡Déjeme ir con él, por favor! ¿No es ya
suficiente tortura la muerte de mi marido?
-Comprendo su
situación, pero le pido que se calme. De verdad, no podré darle la noticia si
continúa así de alterada.
-¿Qué noticia? ¿Es que
hay algo más?
El policía me cogió las manos y me miró fijamente. Su
lenguaje corporal estaba suplicándome que me tranquilizara, así que no iba a
lograr mucho más si seguía preguntando sin parar, poseída por tamaño ataque de
nervios… Cogí aire y exhalé lentamente. Cerré los ojos y repetí esa profunda
respiración. Suspiré y los abrí, asintiendo al agente. Estaba preparada para lo
que tuviera que decir…
-Creemos que su hijo
es el asesino.
…o eso pensaba.
-¿Cómo dice? ¿Será una
broma, verdad? No puede hablar en serio. ¿¡Pero qué clase de impertinencia es
esa!? ¡Usted no puede decirme eso, esta demente!
-Aún no lo sabemos con
seguridad –continuó él sin hacer mucho caso a mis insolencias –, puede que
haya sido una treta del verdadero culpable, pero cuando entramos en su casa
todo señalaba a su hijo. No hace falta decir más, ¿no ha visto toda la sangre
de su cuerpo y la manera en que se comporta?
-¡Por supuesto que lo
he visto! Pero hasta yo, que no tengo ni idea de criminología, sé que la sangre
se debe a que estuvo junto a su padre, intentando que no muriera, y la risa es
una respuesta de su cerebro ante la cruda experiencia que acaba de vivir.
-Entiendo que se
niegue a ver esta posibilidad, pero necesito que se mentalice, ya que su hijo
podría resultar ser el homicida. Por eso quiero que comprenda que tenemos que
llevárnoslo con nosotros para interrogarle. Usted, por supuesto, puede venir
con él, no hay ningún tipo de pro…
Un disparó interrumpió nuestra conversación. El agente
desenfundó su pistola y me dijo que no me moviera de aquel sitio, sugerencia la
cual obvié por completo y doblé la esquina detrás de él para averiguar la
procedencia de ese ruido.
Ahora sí se habían resuelto todas las dudas. Por mucho que
lo negara la prueba fehaciente estaba delante de mis ojos. Las explicaciones
que había creado mi mente para evitar esta posibilidad acababan de ser
incineradas al vislumbrar esa imagen. Parecía imposible, lo menos probable, y
sin embargo era la cruel realidad.
Mi hijo había sido el que había ocasionado aquel disparo.
Sin saber cómo, se las había apañado para robarle la pistola al policía que lo
sujetaba y le había perforado el cuello de lado a lado con una bala. La
actuación del resto de compañeros, pese a ser veloz, no sirvió de mucho. El
policía en cuestión murió casi de manera inmediata, aunque al menos pudieron
inmovilizar en el suelo a Alex empleando una fuerza desmedida pero
imprescindible ante esa situación.
Acto seguido, sin ni siquiera ser capaz de pronunciar su
nombre, un fino hilo de voz surgió de mi boca para emitir un único vocablo:
“no.” Tras ello perdí todas mis fuerzas y caí perdiendo el conocimiento.
Todo se volvió negro, oscuro, funesto… Todo excepto una luz.
¿Acaso me había muerto? No, era una luz demasiado artificial. Mi vista estaba
empezando a acostumbrarse a ella, empezaba a entenderlo, era un simple sueño.
No… tampoco era eso. Ya sé, estaba recordando algo, sí, ahora lo veía con más
nitidez. Ocurrió hace siete años y cuatro meses, estaba en una habitación de
hospital tras haber dado recientemente a luz. Sostenía entre mis brazos a Alex
y al lado estaba mi marido. Sus labios se movían como si estuviera diciendo
algo, pero yo no llegaba a escucharle. El patrón se repetía, claramente estaba
reiterando sin cesar la misma frase una y otra vez, así que debía prestar
atención a lo que fuera que tratara de decirme, ¿qué clase de mensaje sería?
“Con él podré empezar
desde el principio.”
Desperté súbitamente en una habitación muy similar a la de
mi recuerdo. Sin duda me hallaba en un hospital. ¿Cuánto tiempo habría
transcurrido? En ese mismo momento vino a mi cabeza la imagen de mi hijo. Por
un instante había olvidado todo lo acontecido, pero la amarga tortura acababa
de regresar sin clemencia alguna. Salí de la habitación y busqué por el pasillo
a cualquier persona que pudiera indicarme en qué lugar me encontraba y qué día
era. Por desgracia era de noche y aquel pasillo estaba vacío, así que no tuve
más remedio que regresar a mi habitación y pulsar el botón de aviso para que
alguien acudiera y me ayudase con mi confusión espaciotemporal.
Al cabo de unos minutos llegó un enfermero de guardia. Su
cara de alivio indicaba que había estado relativamente bastante tiempo dormida.
Sin embargo, no me entretuve más y le avasallé con una mansalva de preguntas,
de las cuales pudo responderme casi todas.
Al parecer había estado en esta habitación durante un día y
medio. Un coche de policía me había traído hasta aquí. Ya había aparecido en
todos los medios de comunicación el asesinato de mi marido y del policía. Lo
único que no sabía era qué había pasado con Alex, pero me dijo que podría
acudir a comisaría nada más se me diera el alta, ya que el hospital estaba considerablemente
cerca de ella, para allí averiguar algo sobre ese tema.
Me mordía las uñas sin parar, no sabía qué hacer. El
enfermero me dio unos calmantes para que pudiera conciliar el sueño, pero fue
en vano. Nadie podía ponerse en mi situación. Acababa de perder a dos de mis
seres queridos, y lo pero era que uno de ellos continuaba vivo, pero ya no era
el mismo… Era horrendo. Aún mi cerebro luchaba contra la realidad, seguía en
duelo, queriendo negarlo absolutamente todo. Ojalá fuera así de fácil…

Esta fue la parte fácil, ya que no hubo impedimentos y en
cuestión de una hora y escasos minutos ya estaba fuera de allí. Lo complicado
sería dirigirme a comisaría y poder aguantar la metralla de información acerca
de los crímenes que había cometido Alex. Quién me decía a mí que esos no habían
sido los primeros…
Entré y me acerqué al mostrador, diciendo mi nombre. En unos
pocos segundos se reunió conmigo el mismo policía que días atrás fue el primero
en darme esa fatídica noticia. Su expresión de falsa compasión me repugnaba.
-Es un alivio que ya
haya salido del hospital.
-No he venido aquí
para hablar de mí –respondí secamente –. ¿Hay algo nuevo acerca de mi hijo?
-…bastante nueva
información.
Mis sospechas quedaban confirmadas. Alex ya había cometido
más aberraciones antes. Me comentó que la razón por la que habían acudido tan
raudamente a mi domicilio era porque estaban buscando al culpable de los
asesinatos de cuatro genetistas en el hospital regional. Indagaron en el
listado de pacientes que habían sido citados ese día y apareció el nombre de mi
hijo, por lo que al día siguiente fueron para hacerle unas cuantas preguntas,
sin embargo dentro de casa se toparon con lo más inesperado. No les hizo falta
preguntar nada, la imagen del niño troceando el sanguinolento cadáver de su
padre respondía por sí sola. A pesar de ello, continuaron con el protocolo y,
aunque ahora fuese el principal sospechoso del homicidio de los sanitarios, no
podían corroborarlo completamente, por lo que las horas siguientes prosiguieron
con los interrogatorios a los sospechosos. Esta misma razón fue la que impidió
al agente que me revelara desde el principio lo de esos asesinatos,
considerando innecesario el consternarme más aún.
Pero ya se había aclarado todo, Alex también los había
matado, y no sólo a ellos, asimismo habían encontrado en el jardín cercano al
bloque donde residíamos el cadáver abierto en canal de un pastor alemán, el
cual estaba debajo de una reducida elevación de tierra removida. Indudablemente
se estaba refiriendo a Elfo. ¿Pero qué le había pasado a mi hijo para actuar
así?
Por último, para eludir otra recaída, me dio una,
entrecomillada, buena noticia. Alex ya había sido internado en un centro
penitenciario para menores y me habían concedido permiso para hacerle una
visita semanal pudiendo elegir el día que más que conviniese.
Siendo domingo, acordé entonces acudir cada fin de semana, o
al menos hasta que siguiera viendo que había algún resquicio de la inocencia de
mi hijo dentro de ese extraño que se había apropiado de su mente.
No perdí más el tiempo y anoté en mi móvil la dirección del
centro. Llamé a un taxi y al cabo de diez minutos me hallaba a las puertas de
ese grisáceo edificio. Apreté el botón del intercomunicador y di mi nombre. No
me pidieron más información, por lo que supuse que ya sabían quién era.
Anduve a paso ligero por el patio. Tenía algunas similitudes
con los que hay en colegios e institutos, pero también guardaba ciertas
diferencias que lo volvían frío y estremecedoramente silencioso, todo ello
adornado con el silbido de una gélida brisa que acrecentaba todavía más esa
sensación de vacío fúnebre.
Alcancé la entrada principal de la instalación. Un señor con
un uniforme negro me abrió de inmediato la puerta de rejas y cristales
blindados y me saludó cordialmente, ofreciéndose a llevarme a la habitación de
Alex. Efectivamente sí, ya sabían que era su madre.
Caminamos por un largo pasillo, ya ubicados en la segunda
planta, en cuyos laterales había decenas de puertas blindadas de tonalidades
gris metálico, todas enumeradas. Casi al final del pasillo el carcelero se
detuvo. Era la habitación 16. Volvió a sacar ese enorme llavero y colocó entre
sus dedos una pequeña llave dentada por ambos lados. La introdujo en la
cerradura, todo esto en completo silencio, y abrió la puerta.
Allí estaba, de pie delante de la ventana, observando un
paisaje estático del que solamente podían apreciarse asfalto y edificaciones.
Ni se inmutó cuando me escuchó entrar, y eso que acababa de reconocer mi voz al
despedirme de mi acompañante. Ante ese acto de indiferencia, me senté en el
borde de su cama y aguardé hasta que decidiera hablarme, cosa que sabía que iba
a pasar tarde o temprano… Y por fortuna fue temprano.
-Admiro que hayas
venido a visitarme después de las cosas que he hecho –contestó divertido mirándose
las manos –.
-Eres mi hijo al fin y
al cabo. No puedo abandonarte porqu…
-¿Soy tu hijo? –cuestionó
antes de que pudiera acabar la frase –. Qué
curioso es el autoengaño que se provocan los seres humanos para afrontar estas
situaciones.
-Da igual lo que haya
pasado… sigues siéndolo –insistí –. Ya
he perdido a tu padre, no quiero dejarte abandonado en este lugar y perderte a
ti también.
-Oh, comprendo. No me
abandonarás… ya… ¿Es que acaso me llevarás contigo? No… Ya sé tus intenciones.
Por no abandonarme te refieres a hacerme de vez en cuando alguna visita y ya
está.
Justo entonces no supe qué argumentar respecto a eso. No
podía quitarle la razón, en ningún momento, si cupiera la posibilidad, traería
a Alex de vuelta a casa, ya que, por mucho que me doliera, era consciente de
que debía cumplir esta condena por los crímenes cometidos. Sin embargo estaba
dispuesta acudir a este centro cada semana. Él no me creería, pero seguía
queriéndole. Una madre no puede desencariñarse de sus hijos tan fácilmente,
precisamente por ello se había creado un encarnizado duelo interno en mi ser...
Traté de desviar la conversación por otro camino para
disolver ese ponzoñoso silencio, pero él no lo permitió. Llamó de inmediato al
guarda para que me sacara de allí. Así que, respetando su decisión, le lancé un
beso y me despedí asegurándole que el próximo domingo regresaría. A lo que él
me respondió con una breve risa nasal.
Definitivamente no era el Alex de siempre, hasta el
vocabulario que empleaba era totalmente distinto. Tenía que indagar en el
asunto, algo no cuadraba en todo eso, no eran simples homicidios de una persona
que actúa por voluntad. Había algo… quizás no visible al ojo humano… que fuera
la razón del comportamiento anómalo de él. Afortunadamente tenía meses para
examinarle con detenimiento. Podría, además, hablar con el psiquiatra del
centro acerca de las entrevistas que le fuera realizando. Debía sonsacar a
cualquier precio el verdadero motor de aquella actitud salvaje.
Sin embargo, planearlo fue mil veces más fácil que llevarlo
a la práctica. La mayoría de las visitas del principio se asemejaban
sobremanera a la primera. Un intercambio pobre de palabras y un ambiente de
desconfianza y culpabilidad. Pero esto no haría que me rindiese, porque a pesar de tener pocos datos relevantes para
una orientación concreta hacia el motivo principal de los homicidios,
lentamente observaba que Alex, quizás por la fuerza de su lado no trastornado,
se iba abriendo de nuevo a mí. Pudiera ser una pregunta o un cambio de tono a
algo un poco menos conflictivo, lo que fuera, quedaba claro que a medida que
las semanas pasaban Alex iba sacando su parte humana, por lo que pronto podría
iniciar un sutil muestreo en las vivencias pasadas de él que yo desconociera.
Y Mayo apareció en el calendario, era el primer domingo del
mes. Ya estaba arreglada para conducir hacia allá cuando al mirar en el buzón
encontré una carta con un mensaje poco habitual. Pertenecía al mismo hospital
donde habían fallecido esos genetistas. Me informaba sobre una serie de pruebas
genéticas. Ciertos resultados y a habían sido obtenidos y podía ir a recogerlos
cuando quisiera. El nombre del individuo de la analítica era precisamente mi
hijo, así que me dirigí lo más rápido que pude al hospital. No sabía muy bien
por qué mi marido había querido realizar esto, pero tenía el presentimiento de
que aquellos resultados podían suponer un paso de gigante en mi investigación.
Llegué y me di toda la prisa que pude para obtener ese
ansiado papel con cifras. A los diez minutos me lo entregaron y me sugirieron
que entrase en la consulta de nuestro médico para que valorase estas pruebas.
No obstante, pese a que no entendiera la gran parte de los datos, algo me llamó
la atención: cromosoma XYY positivo.
Ya había escuchado acerca de ese cromosoma, por lo que tenía
una vaga hipótesis sobre la causa de que Alex se hubiera vuelto así. Aunque
sólo podría sacar conclusiones sólidas previa charla con él.
Puse rumbo al centro y realicé el mismo trayecto desalentador
de todas las semanas.
-Hola.
-¿Qué tal la semana?
-Lo habitual… ¿No
estás enfadada?
-¿Por qué debería
estarlo?
-Ya sabes… hoy es tu
día especial y parece ser que no he preparado nada para ti…
-No te preocupes por
eso, conoces de sobra mi aversión hacia lo material.
-Aun así, tal vez
pueda hacerte otro tipo de regalo –añadió con la mirada fija en el sobre
donde había introducido los resultados de su análisis –. ¿Eso que traes contigo es lo que pienso? ¿Algo de cierto hospital?
-¿Cómo lo has adivinado?
-Papá fue quien
consideró que debía hacerme esas pruebas. Cuando entré en la sala un amable
médico me explicó todo el procedimiento y lo que se iba a analizar. Han pasado
dos meses, así que imagino que será esa misma analítica.
Justo en el blanco. No se había equivocado en absoluto.
Supuse que ahora era mi turno, debía decirle qué se había obtenido.
-Alex, ¿sabes lo que
es el cromosoma XYY?
De repente comenzó a reír sin parar.
-¡Vaya, vaya! Así que
era eso, los sanitarios me mintieron… Hice bien en matarlos.
-¿Qué estás diciendo?
-Sí, bueno, aún soy
muy joven, se supone que debería ignorar la existencia de ese cromosoma, ¿no? O
al menos debería hacerlo si alguien no me hubiera hablando tanto sobre él.
Alguien que conoces a la perfección… Papá.
-Imposible –negué con
la cabeza –. ¿Insinúas que desde hace
tiempo sabías que había una posibilidad de poseer un cromosoma de este tipo?
-Verás, uno de sus
efectos que más se desconocen, o es que quizás sólo me ocurre a mí, es el de ampliar
la capacidad de memoria a largo plazo. Sé cosas, muchas cosas… que tu cerebro
bloqueó meses atrás para que tu memoria estuviera a salvo de esos despiadados
recuerdos. Pero sólo están así, bloqueados, y la llave adecuada puede hacerlos
reflorecer.
-¿A qué estás jugando,
qué tratas de hacer?
-Papá no era tan bueno
como aparentaba –prosiguió sin prestar atención a la pregunta –. De pequeño era similar a mí. Sí… tenía este
mismo síndrome.
-Eso es mentira, ¡me
lo hubiera contado!
-Y lo hizo.
-¡Deja de mentir! Si
fuera así, ¿cómo es que no lo recuerdo?
-¿Tengo que repetirlo?
–dijo cruzando los brazos –. Bloqueaste
todo.
-…
-Entonces continúo.
Cuando se percató de lo que poseía se convirtió en un completo fanático y se transformó
en un demente en potencia. Sin embargo, por crueles giros del destino, algo
sucedió que al alcanzar la adolescencia otro análisis indicó que los genes
implicados en el síndrome XYY se habían vuelto recesivos, es decir, que ya no
se manifestaban. Desesperado, escudriñó un plan para que de alguna forma ese
legado macabro perpetuase. Se las arregló para buscar una mujer con estos mismos
genes recesivos. Y te halló a ti.
Estaba a punto de darme un infarto. Era imposible que todo
aquello fuera cierto, pero lo decía con tanta seguridad que me mareaba con sólo
pensar en que había estado conviviendo con tal escalofriante persona.
-De vez en cuando te
contaba alguna de estas cosas, pero tanto te afectaba el percatarte de que tu “príncipe”
era un sádico génico que inmediatamente tu cerebro se hacía cargo de esa dañina
información.
-No… nada de eso es
verdad…
-Meses más tarde nací –siguió
–. Enseguida pidió una analítica y a los dos
meses se llevó la mayor alegría de su vida: yo presentaba el gen de forma dominante.
Pero algo le incomodaba, ¿y si me pasaba como a él y acababa perdiendo la
utilidad del cromosoma? Así que, al igual que se ejercitan unos músculos para
que no se atrofien, papá me fue instruyendo cada vez que tú salías de casa por
temas del trabajo… Mi vocabulario, mis instintos homicidas, mis trucos
mentales, todo lo aprendí de él. Pero se le fue de las manos y el pupilo se
volvió una amenaza para el maestro. Por desgracia para él, cuando finalmente
decidí poner fin a su patética vida, no fue capaz de hacer nada para defenderse
debidamente. Una pena que tuviera los genes respectivos de este síndrome
apagados y no hubiera podido evocar algo de entretenida saña.
Repentinamente se aproximó a la cama y metió la mano bajo el
colchón, sacando un instrumento blanco y puntiagudo que a primera vista parecía
de plástico.
-A pesar de todo lo
que logró, hubo algo que nunca pudo averiguar. ¿Cómo se pudieron anular los
síntomas de su síndrome? Bueno, analicé muy escrupulosamente lo que me relató
de cuando era un crío. Había algo que pasó por alto y que podía tener una
fuerte relación con lo que le ocurrió. Él se llevaba muy bien con sus padres.
¿Qué significa esto? Pues está claro, el amor que sentía hacia ellos le volvía
débil e inhibía el potencial máximo del cromosoma.
Mientras lo contaba no paraba de pasarse de una mano a la
otra ese extraño objeto, el cual, mirándolo más detenidamente, se asemejaba a
un conjunto de trozos de cuchillos y tenedores desechables.
-Pero yo no caeré en
ese grave error.
Sin esperármelo para nada, Alex se lanzó contra mí tratando
de apuñalarme. Forcejeamos a la par que gritaba para alertar a los guardas,
aunque ninguno llegó antes de que la catástrofe sucediera…
Fue puro instinto, de verdad, y ni siquiera sabía
detalladamente cómo había llegado a ocurrir, pero ahí pude ver quieto a Alex,
boquiabierto y con los ojos como platos. Tenía el abdomen sangrando, el
utensilio que había fabricado le perforaba dicha región. Y lo había hecho yo.
-Oh… comprendo –declaró
con un delgado filamento de sangre descendiendo por su barbilla –. No había tenido en consideración “eso”.
-¡Alex! ¡Por favor,
perdóname! ¡Espera, aguanta! ¡Alguien debe venir pronto! ¿¡Me oye alguien!?
¡¡Socorro, ayuda!!
-Deja las cosas como
están –indicó con un susurro –. Si de
verdad quieres ayudarme presta atención. Vamos a divertirnos por última vez.
Asentí.
-Respira hondo y
reflexiona. ¿Es sólo remordimiento lo que sientes al haberme apuñalado? ¿No hay
ningún tipo de emoción semejante a… la excitación?
Al principio la pregunta me resultó confusa, pero si me
detenía un momento a analizarla llegaba a ver algo de sentido en ella. Aunque
me dolía aceptarlo tenía parte de razón. Sentía algo más aparte de
culpabilidad. ¿Qué pasaba?
-Por la sudoración de
tu frente y los temblores creo que es afirmativa la segunda pregunta. Bien… Es
evidente que el proceso también puede suceder a la inversa…
A partir de ahí dejó de hablar y rió sin cesar. Sin embargo,
entre sus carcajadas pude llegar yo misma a su conclusión, la cual me propició
un desasosegado escalofrío en la espalda. Para entonces había acudido a la
habitación un guarda, pistola en mano, apuntándome y obligándome a elevar las
manos… Sí, no había duda. Era eso…

Y mientras mi mundo se venía abajo, dándome cuenta de una
realidad que había permanecido a la sombra, acechando, todo este tiempo,
únicamente fui capaz de escuchar las últimas palabras de mi hijo antes de que él
muriera y yo sucumbiera a los caprichos de una herencia genética calamitosa.
-Felicidades, mamá.
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