
Además
del aullido, había una gran duda que rondaba la cabeza de Hex. ¿Qué pasaría en
la reunión de mañana? Lo más seguro es que acabaran yendo cada uno por su lado
hasta que pasasen unos cuantos años. Y era precisamente esto lo que le
provocaba tanta incertidumbre. Él podría arreglárselas en solitario, pero había
Brujos como Inanis o Ignis que eran demasiado inestables. Si no acababan
autodestruyéndose, seguramente destrozarían a sus aprendices. De entre los
seis, estos dos eran claramente los que más se beneficiaban del Consejo.
Incluso Luzbel, el cual había creado esto por mera supervivencia, podría
valérselas por sí mismo en el caso de que se disolviera el Pacto.
Y Nexus…
Cada uno de ellos tenía sus rarezas. La irascibilidad de Ignis, el mutismo de
Tenebra, la apatía de Inanis, el humor de Luzbel… hasta él mismo, Hex,
destacaba por su meticulosidad. Por su lado, Nexus, parecía tan normal,
comprensivo, con dotes de líder y tolerante. No encajaba como Brujo. Aunque tal
vez era ese ocultismo el que justamente le catalogaba como tal. Quizás, después
de todo, escondiera algo a los otros cinco, él fue el que invocó a todos esos
hechiceros moribundos; compartió la magia demoníaca y no se la guardó para él
solo. Al fin y al cabo eso podría tener el mismo rasgo conveniente que tenía la
idea del Consejo propuesta por Luzbel. Pero claro, lo de Luzbel era razonable,
huía de sus predadores, formar una alianza con alguien era esencial. Sin
embargo, ¿cómo se beneficiaría Nexus de esto? Era imposible que sólo lo hiciera
por mero orgullo, no podía ser por el simple de hecho de dar a conocer a unos
hechiceros que habían permanecido años en la sombra. ¿Fama? ¿Poder? ¿Qué
destacaba en Nexus?
Otro
aullido interrumpió sus pensamientos. El Bosque estaba intranquilo, desde
luego. Habría que salir a investigar. Agarró de la mesilla su faltriquera y su Puñal Agónico y bajó las escaleras. Abrió la
puerta y en la lejanía contempló a alguien envuelto en llamas que caminaba
arrastrando algo. ¿Ignis? No, imposible, la forma en la que fluía esa clase de
fuego no era la misma que la que los Brujos eran capaces de invocar. Esa magia
la había visto escasas veces, pero podía reconocerla, un fuego tan espeso, tan
viscoso, era como lava. ¿Podría ser un Vulcano? También era poco probable. Esos
hechiceros eran completamente diurnos, se alimentaban de la radiación que
rebotaba de la tierra, del calor. Una fría noche como la de hoy no podría
proporcionarle tanta energía como para rodear su cuerpo de magia.
Fuera
como fuera, había algo que sí era seguro: peligro. Hex invocó un minúsculo
conjuro imperceptible que se adhería a su objetivo para que el taumaturgo que
lo creara pudiera saber en todo momento la ubicación del otro. Esperó unos
segundos hasta que en la palma de su mano izquierda se dibujara una runa verde,
señal de que el hechizo se había realizado con éxito, y fue en dirección al
Féretro Cenizo, la posada más cercana a la suya, donde dormían Luzbel y sus
Brujos Infernales.
Mal
Fario no comprendía por qué Luzbel había elegido justamente esa posada. Estaba
en una zona verdaderamente peligrosa del Bosque de la Penuria, su nombre lo
decía todo, aquel sitio estaba en un lugar rodeado de árboles muertos, pero que
aún permanecían de pie, ramas retorcidas y corteza putrefacta creaban el
panorama que podía observase a través de sus ventanas. Era con diferencia la
zona de descanso donde más viajeros habían perecido por causas extrañas. Pero
claro, era Luzbel, le gustaban los riesgos, aunque Hex no sabía con total
certeza si sus aprendices compartían esa misma afinidad.
Enseguida
supo que se aproximaba al lugar, la oscuridad se volvía más espesa y
asfixiante. Tenía que ampliar su campo de visión, así que encendió su mano
derecha con fuego vil, verde. Comenzó a escuchar alaridos de almas en pena. La
temperatura del lugar descendió drásticamente. Hex sonrió, sabía que iban a
atacarle, pero sus agresores estaban en desventaja, era el Gran Brujo Profano, estaba
más próximo a la muerte que a la vida, ningún maleficio que aquellos espíritus
pudieran lanzarle a él le haría el más mínimo efecto.
-Adelante. –dijo mientras desenvainaba el Puñal Agónico con gesto desafiante.
Un
enorme grito vacío fue el aviso de que los espíritus iban a por él. Hex se
rodeó de una esfera de un tenue tono verde y sonrió. Cada espectro que intentó
tocarle estalló en miles de pedazos. Aquella burbuja no era un simple escudo
protector, sino que, al entrar en contacto con alguien que no fuera el
conjurador, le inyectaba una sobredosis de maná que le hacía reventar. Nadie
podía resistirlo, pues aunque pudieras expulsar tu maná para evitar el exceso,
a la sobredosis se le añadía una maldición que coagulaba tu maná sanguíneo. Era
el hechizo defensivo-ofensivo perfecto. La Esfera Penitenciaria.
Siguió
avanzado hasta que su vista divisó el Féretro Cenizo. Llamó a la puerta y el
posadero le abrió. Preguntó si Luzbel aún permanecía aquí y este respondió que
no, hasta sus aprendices se habían marchado. Por suerte Luzbel le había dicho
hacia dónde iba, parece que ya se dirigía al Descanso del Muerto. Hex le
agradeció la información con unas monedas y se marchó. Parece que durante la
vuelta los espíritus le habían cogido miedo, ninguno decidió atacarle esta vez,
ni siquiera hicieron ningún alarido, el Brujo volvió a sonreír victorioso.
Lo mejor
ahora sería avisar a sus Brujos Malditos, en la Posada del Cuervo, e ir también
al centro del Bosque. Cuando llegó se encontró en la puerta a Inanis y sus
Brujos del Abismo. Le pareció raro que Inanis hubiera decidido recorrer el
Bosque de una punta a otra para llegar hasta él cuando era más sencillo ir ya
de camino al Descanso del Muerto.
Inanis
le explicó que habían llegado tan rápido mediante un hechizo de distorsión
espacial, había difuminado el terreno para que la distancia fuera menor. Tenía
que hablar con Hex, ella también había percibido una gran alteración y había
visto a aquel hombre extraño en llamas. Le costó reconocerlo, pero de entre
todos los del Consejo de los Seis Puñales, al que veía más sensato era a Hex,
incluso más que a Nexus.
Tras el
halago, Mal Fario se quedó pensando. Al final concluyó que lo mejor sería
viajar ya al centro. Inanis asintió y se dispuso a realizar el hechizo de antes
para distorsionar la realidad, pero un grito de alguien conocido la hizo parar.
Esa voz grave e iracunda era inconfundible, algo le pasaba a Ignis. Después
escucharon otro grito, esta vez más agudo, de mujer… Tenebra.
Todos,
aprendices inclusive, fueron al lugar de procedencia de aquellos chillidos,
primero un hombre arrastrando un objeto, y ahora Tenebra e Ignis estaban en el
mismo lugar y gritando de dolor. Al final las sospechas de Hex eran ciertas,
aquel desconocido emanaba peligro.
Y
aquello fue lo que le hizo recordar que él sabía perfectamente su localización.
Observó la palma de su mano, casualmente el individuo estaba próximo a ellos.
Efectivamente el extraño en llamas estaba con sus compañeros. Cuando estaban
cerca de él, Hex pudo ver sorprendido como la runa de su mano se borraba.
¡Imposible! Era fácil disipar el hechizo, pero para ello tendría que haberlo…
Descubierto.
El
extraño apareció de repente delante de todos, haciéndoles parar en seco. A
pesar de sus ropas rasgadas y su cuerpo incinerado y esquelético, supieron
reconocerlo. Shan había cambiado, como si se hubiera corrompido.
El
Insano no les dejó tiempo para reaccionar, envió una gran ola de magma hacia
ellos. Inanis invocó un gran vórtice abisal y Hex construyó un muro anulamaná.
Todos los que estaban detrás de esos dos conjuros sobrevivieron al ataque, pero
muchos otros fueron carbonizados. Al unísono, Hex e Inanis obligaron a sus
aprendices a huir; estos, aterrados, asintieron y corrieron lo más rápido
posible.
-No me importan esas alimañas. Os
quiero a vosotros dos.
Ambos
ignoraron las palabras de Shan. Estaban atentos a la imagen que había tras él. Estaban
intentando escapar de la jaula donde estaban metidos, pero el maná que
conformaba la jaula era irrompible, más duro que el propio titanio. Cada vez
que tocaban los barrotes sufrían una descarga eléctrica.
Intentaron
correr hacia ellos, trataron de esquivar a Shan, pero este, viendo lo que
pretendían, alzó sus demacrados brazos, con los que empuñaba su gran hoz, e
invocó un hechizo que hizo que la tierra bajo sus pies se arremolinara
alrededor de ellos y les impidiera el avance.
-¿¡Pero en qué clase
de hechicero se ha convertido!? –se
preguntó Inanis con furia.
-Inanis, observa. Ya
no es un simple Segador. Algo ha pasado en el mercado que le ha transformado en
esa aberración. Fíjate en la jaula, también controla la electricidad, y dudo
que se haya convertido en un Electromante. Tal vez…
-Tal vez… no sea un
hechicero en concreto, sino que domine todos los tipos de magia… Fíjate en el
maná de la jaula, mira atentamente y descubrirás que es una composición de
todos los colores y texturas que un maná puede tener, es como… un maná
universal…
-Bien observado. Una pena que tu
cerebro tenga que perecer junto a ti… Por cierto, me gustaría quedarme y acabar
la faena, pero amanecerá pronto, y aún tengo que dar muerte a otros dos de los
vuestros.
-¿Acaso piensas que
un simple geohechizo nos va a matar?
-Por supuesto que no. ¡Esto sólo
es la bienvenida!
Tras
ello, Shan clavó la hoja de su hoz en el suelo. Un temblor comenzó a propagarse
hasta alcanzar los cadáveres de los Brujos quemados. Hilos negros rodearon los
muertos y empezaron a levitar. Las hebras se introdujeron en los cuerpos y los
rompieron en cientos de trozos. Después fueron transportados a un mismo sitio
donde formaron una gran bola de carne.
-Y ahora el toque final… Os
presento a vuestro hijo, Inanex.
Hex e
Inanis se quedaron de piedra. Shan empujó un disco de magia de las sombras que
atravesó a los dos. No les hizo daño alguno, pero pudieron sentir como parte de
su maná les era arrancado. Se giraron y vieron como el disco iba ahora a la
gran masa de carne. El impacto fue devastador, tanto que incluso lograron
desprenderse de las garras de tierra que les paralizaban. El único que parecía
inmutarse ante la colisión era Shan, el cual ya se estaba preparando para
marcharse. Levantó con magia la jaula, no sin antes provocar una enorme
descarga para dejar inconscientes de nuevo a Ignis y a Tenebra, y echó un
último vistazo a la situación de los futuros cadáveres.
-Luego volveré a por los Puñales.
Fue
precisamente esa última palabra la que encajó la última pieza en el puzle
mental que Hex tenía. Si Shan iba en busca de los Puñales de la Insania,
seguramente ellos habrían provocado tal atrocidad en su esencia, y si han
podido hacer eso, el efecto podrá ser revertido o, en el peor de los casos,
podrá destruirse su carcasa corrupta. Se incorporó y se dio la vuelta para
atacarle con su Puñal, pero por desgracia ya se había marchado… era veloz.
-Hex, creo que es
tontería ir tras él. Tenemos aquí nuestro problema personal.
El
impacto mágico había hecho que todos esos cuerpos descuartizados formaran uno
nuevo. La palma de su mano derecha desprendía magia violeta y su palma
izquierda emanaba maná verde. Shan había creado un monstruo que poseía sus
hechizos, maestro del vacío y de los maleficios, algo más poderoso que un Gran
Brujo.
Sin
embargo, cuando Inanex dejó de levitar, al tocar el suelo, los pocos hierbajos
vivos que había en el Bosque se secaron ipso facto al estar cerca de sus pies,
como si desprendiera un aura de pura muerte. Ese efecto en concreto le llamó
especialmente la atención a Hex.
-Interesante… No es
tan sólo un muerto con hechizos nuestros. Shan ha mezclado nuestros poderes, y
de ambos no podía salir nada más que magia relacionada con el olvido y la
muerte. Lo que hay delante de nosotros es un Infecto. Al parecer no es que tan
solo Shan pueda manejar todo tipo de magia, sino que encima puede crear
hechiceros nuevos.
-Un Infecto… Siempre
creí que no existían.
-Hasta hoy yo creía
lo mismo. Siempre me fascinó su historia. También les llaman “Hijos de los
Nigromantes”, pues la única forma de que alguien sea un Infecto es siendo un
hechicero en vida y luego resucitar de entre los muertos. Aunque esto es grosso
modo, hay un montón de condiciones más… Y es justamente esa dificultad la que
hace que sea un hechicero peligroso.
Una
calavera sombría, que pasó por en medio de los dos, interrumpió la
conversación. Parece que la voluntad estaba controlada por Shan, aunque
estuviera formado por siete aprendices de ellos, ninguno controlaba ese amasijo
cárnico, no había posibilidad de que recapacitara, habría que luchar.
Los dos
entraron en acción. Inanex seguía lanzando hechizos, pero por suerte eran
sencillos de esquivar, aún faltaba bastante tiempo hasta que el Infecto
recuperara la total movilidad. Hex e Inanis empezaron a crear algunos hechizos
ofensivos leves, no querían causarle mucho daño a la aberración, después de
todo, estaba formado por sus aprendices, quizás ellos aún podrían sentir el
dolor. Mientras “bailaban”, Hex continuó hablando.
-Los Infectos,
aunque tengan que ser creados por Nigromantes, son mucho más poderosos que
estos. Los Nigromantes han de gastar energía para invocar hechizos de muerte,
los Infectos, sin gasto alguno, tienen un aura de escasos metros que provoca la
Muerte Perenne, un tipo de muerte que ni los Resucitadores ni los Nigromantes
son capaces de revertir. Pero lo más importante es el contacto visual, son como
Medusa, no le mires nunca o tu piel y tus órganos se pudrirán en cuestión de
segundos. Lo demás es pura magia de las sombras, aunque seguramente posea una
mezcla del vacío y las maldiciones.

-Lo has entendido a
la perfección.
-¿Y cuál es la mejor
forma para matarle?
-Ninguna. Está
muerto, no puede volver a morir… Lo único que podemos hacer es alejarle de sus
fuentes de poder… Es decir, Shan, tú y yo. El Segador ya se habrá alejado y no
podemos ir a ayudar a Luzbel y a Nexus. Si traemos al Infecto a las
proximidades de Shan, lo único que conseguiremos será reforzarle. La única forma
es…
-Escapar.
Hex
asintió. Por mucho que les doliera, no podían ir a alertar al Aespacial y al
Lengua Vil. Primero tendrían que huir, esperar a que Inanex perdiera toda su
energía y, después, ir veloces al Descanso del Muerto, aunque fuera para ayudarles
a combatir contra Shan. Al menos estaba Inanis, que con la distorsión espacial
podría acortar el tiempo que tardarían en alejarse. Sin embargo, con las
incesantes oleadas de magia que lanzaba Inanex, la Abisálica no podría
concentrarse para realizar el conjuro.
Pero no
estaba todo perdido, Inanis tenía otra forma de desplazarse, algo parecido a
los portales de Nexus, pero que llevaban a distancias más cortas, su número de
viajeros era mucho menor y había un gran riesgo de muerte. También requería un
tiempo de canalización, pero bastante menor comparada con la distorsión.
Mal
Fario la convenció para que le dejara a él luchar y así distraerle. Inanis tuvo
que ceder, no había otra forma de salvar a los otros cuatro. Hex creó una
humareda tóxica y se abalanzó contra el Infecto. Inanis no podía creérselo,
estaba tocando ahora mismo al no-muerto y su piel no se pudría. ¿Cómo?
Era
simple, ella no lo sabía, pero Hex se había maldecido a sí mismo fechándose su
muerte. Era una maldición que por un lado podía usarse como bendición. Cinco
minutos después de ser maldecido morías, sin embargo, este hechizo también
evitaba que murieras antes de ese tiempo. Por eso Hex, aunque estuviera en
pleno contacto físico con Inanex, no era afectado por el Aura de Muerte
Perenne.
Con esa
ventaja, infundió de pleno poder su Puñal y le apuñaló sin parar en el torso.
Eso no iba a detenerle, pero las repetidas puñaladas le provocarían tal
molestia que haría que se olvidara de Inanis y la permitiera crear el Agujero
de Vacío. Mientras continuaba, Hex, por curiosidad, ahora que tenía cinco
minutos de inmortalidad, decidió mirarle a los ojos. Fue una sensación extraña,
percibió cien veces su muerte, pero en ninguna de ellas sintió dolor, al
contrario, sentía paz y tranquilidad. Paró de apuñalarle y cayó al suelo. Ante
el sonido contundente, Inanis, que ya estaba acabando de crear el portal,
desvió la cabeza hacia Hex, sus ojos estaban emitiendo una intensa luz verde.
Durante un segundo optó por cancelar el conjuro e ir en su ayuda, no obstante
la voz de Hex invadió su cabeza, seguramente por un hechizo que él habría
invocado por si ocurría algo semejante.
-Continúa. Estoy
viendo. No puedo morir tan fácilmente.
Y estaba
en lo cierto, Hex se levantó. Así como le brillaban los ojos, la esmeralda de
su Puñal Agónico también emitía un destello.
Este siguió moviéndose por los humos venenosos y volvió a provocar a Inanex
para que se fijara en él. No podía correr riesgos ahora, había anulado su
maldición de Muerte Segura y ahora el aura si podía afectarle. Pero tenía un as
en la manga, con el Puñal potenciando sus hechizos, lanzó contra el Infecto un
maleficio Imitador. Ahora todo lo que hiciera Hex lo haría Inanex. Mal fario
simplemente se quedó quieto y así logró inutilizar al enemigo.
No
obstante, justo cuando ya el Agujero de Gusano estaba creado e Inanis le
avisaba para la retirada, una hebra surgió de la nada y agarró a Hex. No había
tenido en cuenta un pequeño detalle, imitaba los movimientos del hechicero,
pero no de sus magias. Inanis quiso detener el hechizo con un Desvanecedor, un
pequeño conjuro que destruía los conjuros simples, pero fue demasiado tarde, la
pierna derecha de Mal Fario entró en contacto con el Aura de Muerte Perenne.
Sí, segundos después había sido liberado y pudo alejarse de Inanex, pero el
contacto era irremediable. Poco a poco la putrefacción se iba extendiendo por
su cuerpo, en cuestión de diez segundos ya alcanzaba su rodilla.
-No le des
importancia a esto. Entremos en el vórtice, estoy seguro de que si pierde su
energía, entonces los efectos de su aura perecerán con él. ¡Vamos!
Hex
sabía que las probabilidades de que eso ocurriera eran realmente escasas,
aunque no había nada que hacer, preocuparse sólo pondría en riesgo la vida de
otros, ahora lo primordial era alejarse
y hacer que Inanex regresara a la tumba.
Los dos
se adentraron y fueron escupidos a una verde colina, podía aún divisarse el
Bosque de la Penuria en el horizonte, pero seguramente estaban lo suficientemente lejos como para que Inanex se quedase sin fuentes de energía.
El aterrizaje fue bastante brusco. Inanis estaba acostumbrada a esos viajes y
aun así todavía no había conseguido caer de pie, por lo que seguramente Hex
habría sufrido algunos daños.
Inanis
no lo veía en la cima de la colina. Empezó a llamarle y no respondía, así que
se puso a buscarle. Lo encontró abajo, había impactado contra un árbol. Se
acercó corriendo había él y vio su piel totalmente putrefacta, aunque aún
estaba vivo, respiraba, y una muy tenue voz salía de su boca. Estaba pidiéndole
un favor a ella, decía que extrajese de su faltriquera todas las vendas mágicas
que tenía. En cuanto desenrolló las vendas, aparentemente, cortas, pudo ver que
su longitud era casi hectométrica. Hex dijo que estaban empapadas en maná de un antiguo
amigo suyo Curandero, así que posiblemente si vendaba su cuerpo con ellas, su
estado volvería a la normalidad.
La
Abisálica fue vendándole con cuidado, pero cada segundo que pasaba podía
observar su piel asemejarse más a la de un cadáver. Ahora mismo parecía un
muerto viviente. A pesar de ello, ella no se dio por vencida y siguió
vendándole. Cuando estuvo completamente rodeado por ellas, Inanis observó que
Mal Fario había cerrado los ojos. Intentó despertarle pero no conseguía nada…
Hex Mal Fario había muerto.
Aunque
aún había una última oportunidad. Una última imagen de su compañero blandiendo
su Puñal hizo que pensara en el suyo, en el Puñal
Ignoto. Si este era capaz de hacer desaparecer todo, quizás podría hacer
desaparecer la muerte. Sin embargo, esa pequeña luz de esperanza se apagó
cuando recordó lo que Hex la había contado acerca de los Infectos: eran
hechiceros resucitados… Pero esto sólo se cumplía si la resurrección se llevaba
a cabo por un Nigromante o un Resucitador. Ni siquiera sabía si su idea iba a
funcionar, y si funcionaba no iba a ser ella realmente la que le despertara de
la muerte, sino su Puñal… No perdía nada, si se alzaba como un Infecto, tan
sólo tendría que alejarse de él antes de que cobrara no-vida completamente.
Así que
se puso manos a la obra. Agarró el Puñal con las dos manos y se puso de
rodillas frente a Hex. Se concentró y canalizó toda su magia hacia el Puñal, el
cuarzo de la empuñadura brilló con tanta fuerza que ni siquiera sus párpados
pudieron evitar el impacto de la luz. Siguió canalizando magia del Vació hasta
que quedó exhausta. Finalmente, cuando vio que la hoja estaba completamente
violeta y desprendía vapor de maná, clavó el Puñal
Ignoto en el corazón de Hex.
Una gran
explosión arcana surgió cuando la hoja penetró en su pecho. Todo se nubló
debido a la gran cantidad de vapor de maná que había surgido a causa de la
liberación de tanta energía mágica. Inanis fue repelida varios metros atrás. No
lograba ver nada y tuvo que esperar con impaciencia a que el ambiente se
volviera más nítido.

Cuando
al final casi todo el vapor desapareció, Inanis supo que ya no era como antes.
Aunque tampoco era un Infecto. Sus prendas grises aún permanecían, así como las
vendas, pero ya no tenía carne, todo su cuerpo había sido sustituido por magia pura. Hex era como un fantasma de maná, pero no estaba muerto,
Inanis podía oírle murmurar mientras observaba su mano. Aun así, ella debía
cerciorarse de que seguía siendo él mismo… al menos por dentro. Y fue una única
palabra, típica de él, lo que lo corroboró.
-Fascinante…
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