Lo que todos hemos estado anhelado desde que tenemos uso de
razón en los campos de la física y sus teorías relativistas y cuánticas ha
ocurrido: los viajes en el tiempo se han vuelto de uso cotidiano para el ser
humano. Y esto… no es una buena noticia.
Un equipo de doctorados en física consiguió solventar el
problema que estos viajes conllevaban: el caos. Ciertamente, lo sencillo del
proyecto era trasladar el cuerpo en tiempo y espacio, pues tan sólo se trataba
de colisionar moléculas unas con otras, en reacción en cadena, hasta alcanzar
energías cinéticas que liberaran un movimiento superior o igual al de la luz.
Seguidamente, una vez transformado el tiempo en propia materia susceptible al
cambio, ya únicamente había que guiar el movimiento según conviniera, con una
velocidad negativa para viajar al pasado o supramáxima para viajar al futuro.
La velocidad supramáxima fue más sencilla de conseguir que
la negativa, puesto que para llegar al futuro, con refinar nuestra tecnología y
dilatar nuestra velocidad límite al doble, o incluso al triple, era suficiente,
sin embargo, para llegar al pasado, había que lograr algo físicamente
imposible, un vector negativo, y no en lo referente a su sentido; no consistía en
tratar la velocidad negativa como aquella que aumentaba en dirección contraria
a la que el objeto normalmente lo hacía; no, era algo más complejo, tenían que
conseguir que su valor se modificara de tal forma que afectara al parámetro
tiempo y, por consiguiente, este se volviera negativo. Una vez logrado eso, sí
que se podría viajar atrás en el tiempo. Y, tras ciertos experimentos
moleculares digamos… poco ortodoxos, lo consiguieron.
Pero reitero, este era el paso sencillo. Ahora había que
modificar todas y cada una de las partículas que se veían afectadas durante el
transcurso del viaje. Siempre se había temido en el efecto mariposa, hasta
podría darse el caso de que alguien, yendo al pasado, influyera justamente en
algún factor clave que fuera crucial para la invención de los viajes en el
tiempo, provocando así, tal vez, su inexistencia y creando una paradoja temporal
que aniquilaría átomo a átomo a todos los que en ese momento se encontraran
fuera de su tiempo real. Una muerte apabullante…
Los experimentos fueron costosos y numerosos. Ante la
impaciencia de los ciudadanos, por culpa de algunas filtraciones de
información, se decidió apaciguarles y salió a la luz, con un poco de
antelación, la posibilidad de viajar al futuro, siendo de los dos el único que
no requería precaución alguna, ya que el futuro, al contrario que el pasado,
disponía de infinitas vías, cada una con una realidad distinta, y era el
presente y sus acontecimientos quienes decidían tomar una vía u otra. Por ello
el peligro radicaba en el pasado. Aquí, este se convertía en presente, y el
verdadero presente se deshilachaba formando una maraña de posibilidades
causales, si por algún motivo hacías que se tomara una vía que con anterioridad
no se tomó, las consecuencias, con una probabilidad del 98,65%, acabarían en
pura aniquilación.
¿Que por qué sé todo esto? Pues porque yo fui reclutado, así
como otras cien personas más, para trabajar como conejillo de indias en los
primeros viajes al pasado con las partículas modificadas. En otras palabras,
sería de las primeras personas que iría a un pasado incapaz de influir en el
presente actual. Claro está, este pasado no era real del todo, era como una
virtualización. Si destruías algo, en el presente seguiría existiendo, si
matabas a alguien, en el presente seguiría vivo. Se cumplían, entonces, las
mismas leyes que en el futuro. Pero todo esto era simple teoría. Y aquí era
donde entrábamos nosotros, los Atemporales. Así nos llamaron los que nos
reclutaron… Yo era el Atemporal #011.
No obstante, yo detestaba la idea de que cualquier persona con
un poder adquisitivo de trescientos euros fuera capaz de moverse con libre
albedrío por el tiempo. No sé, no me hacía mucha gracia tocar algo que parece
tan sensible. Pese a ello, acepté la oferta de voluntariado por la recompensa
que ofrecían, ni más ni menos que un millón de euros pasara lo que pasara.
Aunque también nos alertaron de que podría ser una misión suicida, pues, como
he dicho antes, si alguno de nosotros tocaba algo importante e hiciera que la
idea de los viajes se esfumara, en un abrir y cerrar de ojos estallaríamos como
un fuego artificial. En principio no debería ocurrir nada, pero nunca se sabe.
Fuera como fuera, el millón ya estaba agenciado en mi cuenta, a disposición de
mi familia.
Nuestras tareas consistían en destruir a algo o a alguien
con el fin de ver si persistían de vuelta al presente. Recibimos un listado con
nombres que debíamos seguir rigurosamente en el orden específico. A medida que
avanzábamos en la lista, nuestro objetivo era más importante. Por ejemplo, el
primer objetivo de mi lista era aplastar la planta que a día de hoy sería el
árbol más anciano del mundo, mientras que mi último objetivo era matar a uno de
los físicos que trabajó en el proyecto cuando este era un niño de diez años.
Como veréis, no se nos pedía infiltrarnos en zonas peligrosas ni realizar
misiones imposibles. Ellos nos trasladaban al momento preciso en el que el
objetivo estaba totalmente indefenso, el único riesgo al que estábamos
expuestos era al de desaparecer hechos picadillo atómico.
Así que llegó el día y nos pusimos en marcha. Algunos Atemporales
charlaban entre ellos y hacían chistes. “Fíjate,
seré el encargado de matar al que disparó a Kennedy”. “¿Qué te parece? Voy a
tener que evitar que se construya la Esfinge de Guiza, con lo que me gusta”. “Tengo
que asesinar a Jack el destripador… nunca me cayó bien ese tío”. Estaba
sorprendido. Les hacía ilusión ser causantes de tanta destrucción. ¿Tan seguros
estaban de que iba a funcionar? Teóricamente no iban a causar ningún homicidio,
pues las pautas del tiempo se mantendrían inalteradas. Pero, ¿y si fallaba, y
si, repentinamente, esos muertos cayeran sobre sus conciencias? ¿Seguirían
impasibles? Me da escalofríos pensar que pueden haber probabilidades de que el
efecto mariposa siga vigente.
En fin, dejé las paranoias a un lado y di un repaso rápido a
mi mochila. Tenía todo lo necesario. Elevé mi muñeca derecha y encendí el
Regresor, el aparato encargado de devolver nuestra materia al presente. Di un
paso adelante y entré en el Emisor, una plataforma gris en forma de disco
conectada a la “Máquina del tiempo” que desmembraba mis moléculas y las
propulsaba por el espacio. Eché un último vistazo a mi presente, un laboratorio
gris con sonidos y luces dignos de una película futurística. Dejaba mucho que
desear esa posible última imagen de mi realidad. Miré al encargado de encender
el Emisor y asentí. A partir de ahí la memoria se quebró. Una luz me cegó y
empecé a agitarme. Fue una sensación extraña, notaba que me hacía más grande y
ligero, aunque en realidad eso era debido a que mis partículas se distanciaban
unas de otras sin llegar a perder la conexión sensible entre estas. Cinco
minutos después, una gran presión me “encogió” y recuperé el resto de mis
sentidos. Volvía a ser yo… totalmente entero.
Ante mí observé un entorno totalmente florido. La
temperatura era bastante elevada y había demasiada humedad. Parecía una especie
de jungla, aunque la flora no se parecía a ninguna planta que conocía. Hasta
los pétalos de las flores eran gigantes. El lugar en sí exaltaba belleza por
todos lados, pero los ruidos de fondo, gruñidos y alaridos, le daban una
pincelada amenazadora que hizo que me diera prisa con el encargo.
Extraje del bolsillo pequeño de la mochila un folleto donde
aparecía información detallada de cada objetivo. Según el texto debería ver el
tallo del futuro árbol más anciano a escasos centímetros de mis pies. Correcto.
Levanté el pie y lo aplasté con gran fuerza. Tras la ejecución me mantuve
varios segundos en pausa. Palpé con mis manos todo mi cuerpo y suspiré
aliviado. De momento todo iba bien, así que apreté el Regresor y volví al
laboratorio. Nada más llegar, sufriendo la misma sensación de antes, observé
con suma atención todo lo que me rodeaba. No había cambiado ni un ápice.
La noticia les alegró a los físicos. Había viajado al
pasado, había destruido un ente clave y había vuelto sin causar ninguna
modificación temporal, y todo en menos de un segundo, aunque realmente hubiera
tardado un par de minutos… tenía su gracia esto de los viajes.
Un minuto después, tras la inspección de un médico por si
había sufrido “daños estructurales” durante el viaje, volví a subir al Emisor.
Todo parecía más sencillo de lo que en un principio pensé. Vas, destruyes y
vuelves. Pero eso no quitaba que siguiera comparando a los Atemporales como
mercenarios. Porque aún había una pregunta en mi mente en lo que respectaba a
objetivos vivos. Si al regresar no estaban muertos, ¿qué matábamos en el
pasado? ¿No dejaba su asesinato algún recuerdo o secuela en su yo presente? Sí,
puede que el pasado fuera el de otra dimensión paralela, pero eso no quitaba
que técnicamente lo que hacíamos fuera segar almas, ya fueran las de mi mundo o
las de otro. Hasta repudiaba la idea de matar a alguien en el futuro, aunque la
víctima, como tal en el futuro, ni siquiera llegara a existir nunca.
Fui continuando exitosamente mis objetivos mientras seguía
pensando en todo aquello. A veces deseaba que alguno de estos experimentos lograra alterar al menos una parte ínfima del presente y, en consecuencia, el
proyecto de viajar al pasado se cancelara. Pues, a medida que iba volviendo al
presente para informar de los resultados, iba viendo el cambio comportamental
del resto de Atemporales. Sus caras, sus miradas… esos rostros sólo los había
visto en psicópatas. Les estaba empezando a encantar la idea de poder matar sin
efecto negativo alguno.
No me quise anticipar y me cercioré preguntando a un
compañero que cómo le iba. Su respuesta me dejó helado. Me respondió que hasta
hubiera hecho esto gratis encantado, que era la forma perfecta de desahogarse,
como romper un cristal y que este se arreglara por completo, sin consecuencia
alguna, era el sueño perfecto: causar destrucción sin destruir.
Bueno… quizás en eso último tuviera razón. Si tengo que
elegir entre matar a alguien o matarlo de otra forma en la que realmente no
muera, pues evidentemente elijo la segunda opción. Pero si esto al final salía
como se esperaba, nunca más haría falta controlar los impulsos. Si alguien te
ha mirado mal, ¿para qué ignorarlo? Retrocedes un día en el tiempo y lo
acuchillas sin piedad. ¿Tienes ganas de hacer algo ilegal, algo como quemar un
bosque? ¡Sin problema! Seguro que incluso cien años antes habrá (o había) hasta
más verde para calcinar… Es obvio que tiene sus ventajas, pero también sus inconvenientes.
Continué con mis… objetivos hasta llegar al último, el
físico cuando era niño. Me disponía a matar a un crío… Está bien, ya sé que no
pasa nada, ¡pero es un niño! Y como el resto de los que he matado me suplicará,
llorará, sufrirá… Hasta el físico en el presente, adulto, justo antes de
marchar bromeó diciéndome que me daba total libertad para matarlo como quisiera.
Ni siquiera le asustaba la idea de que el efecto mariposa surtiera efecto y le
descuartizara. ¿Acaso era el único que aún conservaba empatía, que sabía a la
perfección que esa noche no iba a poder pegar ojo sabiendo que mis manos
estaban manchadas de más sangre de la que un asesino en serie pudiera desear? Y
esto sólo era el principio. Me gustaría adquirir un Emisor personal para
echarle un vistazo al futuro que nos espera.
Volviendo al asunto en cuestión. Ahí estaba el niño, al lado
mío, observándome pasmado pues no se creía que hubiera aparecido de la nada.
Intenté hablarle, pero no me salieron palabras. Quizá mejor así, en frío, sin
conocerle apenas, su muerte no me
dolería aún más. Saqué de la mochila el cuchillo, cuya hoja aún preservaba la
rojez de la sangre seca de mis objetivos anteriores y le puse de espaldas para
apuñalarle en la nunca. Con suerte el golpe habría sido certero y le habría
cortado la médula espinal matándole instantáneamente, de lo contrario le
esperarían unos cuantos segundos de puro dolor hasta desangrarse del todo…
Y terminé al fin. Coloqué el Regresor en una mesa y me
marché del laboratorio. Todos se alegraban, los viajes al pasado eran seguros,
sin embargo yo estaba asqueado. ¿Ahora qué?
Enseguida adquirí un Emisor con ambas modalidades, pasado y
futuro. Tan sólo lo compré para ir de nuevo a todas las fechas donde había
finiquitado a alguien y comprobar si seguían vivos. Por fortuna era así, el
tiempo se mantenía estable. Había vía libre para que invadiéramos el futuro y
el presente y arrasáramos con todo…
No tardó mucho en hacerse realidad mi predicción. En
cuestión de medio mes, ya casi no se veía gente por la calles, había un
silencio estremecedor. Cada dos por tres alguien usaba el Emisor. Si alguien
quería probar la carne de un animal extinto, al pasado que iba veloz como una
centella. Si alguien quería verse de mayor, no lo dudaba, veinte años al futuro
y listo. Incluso un amigo me contó que un día estaba haciendo cola en los baños
de un bar y como no podía aguantar más se fue diez horas al pasado para poder
entrar a gusto.
Esto era triste. Otro invento más que destruía el contacto
humano. Miles de asesinos, violadores, pirómanos, terroristas y demás calaña
caminaba por las calles con total impunidad. No eran detenidos, pues las leyes
penales sólo se aplicaban al presente, se había abierto una brecha en la ley y
nadie la solventaba. Ahora lo ilícito era lo cotidiano…
Sin embargo, un día, mientras daba un paseo, una persona
apareció repentinamente justo en frente de mí. Me extrañó que me preguntara la
fecha, debería saber que el Regresor te lleva con total exactitud al momento en
el que usaste el Emisor. Pero justo cuando iba a responderle me fijé en el suyo.
Estaba apagado. Balbuceando le dije que era el año 2013. Me pidió disculpas,
pues al parecer quería ir al 2014, y activó el Regresor.

Efecto mariposa, te echaba de menos.
*Todo castillo, por
fuerte que sea, al final acaba derruido*
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