Un súbito empujón me devolvió a ese lugar del que no hace
muy poco yo pertenecía. No llegué a entender nunca la razón de este “regalo”
hacia mi persona. Sinceramente, uno se acostumbra a los lugares en los que
vive. No obstante yo aún echaba de menos mi antiguo hogar. El nuevo era frío y
silencioso, digno de aquellos individuos que se merecen el peor de los
castigos. No, y puedo apostar mi válvula mitral a que no merecía ser testigo de
aquel tétrico lugar.
Pero el asunto de volver sin ninguna razón en concreto era
el menor de mis problemas. Ante mí tenía una oscuridad muy cercana, pero notaba
algo más que esa penumbra. ¿Tal vez un nogal? Madera… sí. Seis tablones
atrapaban mi cuerpo varios metros bajo la superficie terrestre. Respiré y me
calmé. Bueno, peor no iba a ponerse.
Al principio los golpes que lancé contra el tablón superior
eran débiles y lentos. Sin embargo, una fuerza surgió en mí. Parecía que algo
(o alguien) en mi interior sí quería aprovechar esta segunda oportunidad
costase lo que costase.
Mis nudillos ya estaban en carne viva, pero, milagrosamente,
no sentía dolor alguno. Tras una centena de golpes conseguí astillar la tabla
y, pocos minutos después, romperla completamente con la consiguiente avalancha
de tierra y podredumbre insectoide viniendo hacia mi pálida cara. Menudo comité
de bienvenida. De todas formas, ahora ya estaba fuera de esa prisión
individual, de vuelta a mi antigua vida, regresando de la muerte…
Yo también me quedé sorprendido los cinco primeros minutos;
es algo extraño y un poco difícil de explicar. Vamos por partes, cuando estás a
punto de morir, cuando tu vida se cuenta por segundos, la sensación es clara:
angustia, un dolor indescriptible recorre todo tu cuerpo asfixiando a todas tus
células. Por otro lado, lo que me ha ocurrido a mí, es algo parecido pero a la
vez muy distinto. Supongo que he sufrido una resurrección… Sea como sea, si el
dolor al morir es horroroso, no os podéis imaginar lo que se siente al volver a
la vida. Es como si tu organismo hubiera cerrado sus compuertas y la única
forma de volver a manejarlo es ejerciendo una presión sobrehumana en él. La
presión es tan fuerte que parece que vas a explotar en cualquier momento.
Aunque tras el dolor de la resurrección te aguarda lo que toda alma errante
anhela: volver a la vida.
Nada más regresar no recuerdas nada, ni el inmenso dolor.
Pero poco a poco tu memoria vuelve a activarse y de nuevo eres consciente de
absolutamente todo.
Es posible que algunos piensen que he sufrido una catalepsia
o que, simple y llanamente, estoy loco. No sé qué decir, los gusanos y demás
seres descomponedores que roen sin parar mi cabeza discrepan ante estas
soluciones rápidas y alternativas.
Soy algo así como un zombi. Pero no puede ser… esos… monstruos…
aparecen en películas. Esto es la vida real, debe haber una explicación
científica para lo que me ha sucedido. Mi cuerpo no reacciona, mi corazón no
palpita y ni siquiera tengo que llenar y vaciar constantemente mis pulmones.
Pero, entonces, si ningún órgano está vivo, ¿por qué mi cerebro sí lo está?
Ahora mismo estoy pensando, razono, hasta puedo hablar con total fluidez, y sin
embargo, por cómo me veo, seguramente también presente una muerte cerebral. Al
menos sí puedo ver algunos agujeros en mi cabeza en los que, al meter el dedo,
llego a tocar el cerebro. Jamás pensé que tendría esa textura, como gelatinosa,
yo creía que era bastante más sólido. Es curioso…
Creo que lo mejor será ir al centro sanitario más cercano.
Los profesionales me diagnosticarán algo lógico. Despertarse tras una muerte
tampoco es algo tan raro. Recuerdo las historias que me contaban de féretros que
abrían meses después de la defunción del residente y veían marcas de arañazos.
Creían que habían regresado de entre los muertos cuando en realidad no habían
perecido en absoluto, pues para que esto ocurra, como he dicho antes, debe
certificarse la muerte cerebral.
Mi cráneo se cae a pedazos, apenas sangro, el dolor casi es
inidentificable, mi piel está completamente cianótica, carente de oxígeno. Sí,
hay muchos indicios de que he podido pasar a “mejor vida”, pero soy demasiado
escéptico para pensar en que los muertos vivientes existen. Tal vez mi cuerpo
sea resistente. Quizás un rayo ha impactado en mi féretro y ha reanimado mi
corazón. Hay cientos de posibilidades en mi lista, y desde luego, la última, la
que aceptaré cuando el resto se haya descartado, es la de ser un… no-muerto.
Aunque eso no quita que siga pensando en mi dicha.
Un punto a favor es que se supone que cuando mueres ves una
especie de luz. Bueno, está claro que luz ninguna, pero sí que vi una profunda
negrura. Lo que también puede corresponder a una muerte… No obstante, durante
todo este periodo sentí dolor, algunas veces ínfimo y otras insoportable, pero
a fin de cuentas dolor, algo sumamente característico de una persona que está
viva. Así que con esto último creo que es más que evidente que estaba vivo,
posiblemente en un estado de inconsciencia súbita.
El otro punto a tratar era el tiempo. Me había despertado
bajo tierra, estaba claro que había tenido un velatorio, y eso descontando la
cantidad de días que he permanecido enterrado; muchos, viendo el estado de mi
cuerpo. Muchas horas han pasado durante mi letargo. Si pudiera averiguar el
parámetro exacto podría saber si realmente esto se trata de una catalepsia… Me
parece que en estos momentos hubiera deseado tener unos conocimientos más
amplios en el campo de la medicina…
Finalmente, mientras en mi cabeza continuaba este debate que
oscilaba entre la muerte y la vida, llegué el hospital general de la ciudad.
Era de noche, y parece que bastante tarde, así que no me encontré con ninguna
persona de camino al lugar, y espero que, debido a ello, tampoco hayan muchos
pacientes en la sala de espera y me atiendan pronto. Mi incertidumbre está
empezando a convertirse en miedo.
Al entrar me esperaba lo típico, algún que otro sanitario
pasando, varios pacientes quejándose, otros cuantos sentados, un poco de
ajetreo… Pero no hallé nada de eso. Simplemente silencio, aquel monstruo
estremecedor que me había acompañado en mi tumba. No podía soportarlo,
necesitaba escuchar algo, aunque fuera un molesto ruido, pero algo que me
alejara de la duda, de si todo era una especie de sueño y mi cadáver seguía
bajo una lápida.
Sin embargo, tendría que conformarme con el sentido de la
vista. Al menos había luz, pero eso no quitaba que pareciera que el hospital
estaba abandonado. Tendría que ponerme a buscar, aunque fuera para encontrar a
un paciente ingresado… Cualquier contacto con la humanidad me servía en estos
instantes.
Anduve por los pasillos sin encontrar ni un alma. El propio
eco de mi voz lo corroboraba. Tal vez tuviera más suerte en la planta superior.
Me dirigí a unas escaleras próximas y me dispuse a subir el primer escalón
cuando, de repente, un llanto, proveniente de arriba, me paralizó. Quizás en
otro momento hubiera sentido terror ante tal sollozo, pero en ese momento la
parálisis se debía a la propia incredulidad y la euforia.
Intenté subir lo más rápido posible, aunque comprobé que aún
mi cuerpo se estaba recuperando, y al parecer de una forma no muy rauda.
Repetidas veces mis rodillas fallaron y caí, pero me levanté como si nada,
indoloro, anestesiado por la propia esperanza de hallar al final el por qué.
Quise gritar, que aquel desconocido me mostrara su localización. No obstante, así
como al despertar conservaba mi voz, ahora lo único que podía emitir eran
gruñidos y jadeos. ¿Qué le ocurría a mi laringe? Fuera como fuera eso era
secundario. Los gritos y el llanto se hacían más constantes y fuertes. Esa
persona estaba en apuros, y parece que yo era el único capaz de hacer algo por
él.
Probé a hablar nuevamente, pero era en vano. Sonidos
guturales era lo único que podía hacer con esas maltrechas cuerdas vocales.
Aunque me extrañaba más que, cuantos más ruidos brotaban de mi aparato fonador,
con más terror gritaba el desconocido. Puede que le estuviera asustando, a
pesar de que esa no fuera mi intención, únicamente tenía esa vía para
comunicarme con él. De todas formas, era mejor que dejase de hacerlo y me
dedicara tan sólo a la silenciosa búsqueda.
Tras unos agobiantes minutos, conseguí encontrarle. Estaba
en el quirófano, yacía en la cama de operaciones, con sus muñecas y tobillos
atados. El cirujano le habría abandonado
allí a la intemperie después de aquello que hubiera causado la huida de todos
los que estaban en el hospital. Ni siquiera se dignaron en desatarle.
Supuse que mi llegada como rescatador le alegraría. Pero fue
todo lo contrario… Nada más mantuvimos el primer contacto visual, comenzó a
revolverse en la cama, como si estuviera sufriendo convulsiones. Y cuanto más
me aproximaba a él, más ansiaba escapar. Quería decirle que se calmara, aunque
preferí no decir nada por si le asustaba más. Simplemente le quité sus ataduras
y le dejé en paz. Esperaba, al menos, un agradecimiento. Sin embargo, lo único
que recibí fue un arrebato de descontrol. El hombre agarró un bisturí y se
abalanzó contra mí tirándome al suelo. Una vez allí, me apuñaló cientos de veces
en el tórax y en el abdomen.
No lo comprendía. ¿Sería un asesino y por eso estaba atado? Y
si fuera así, ¿entonces por qué lloraba, una artimaña? Desde luego, mi mundo de
la lógica se estaba despedazando. Primero, en un estado cuasi cadavérico, me
mantenía con vida, y ahora la persona a la que salvo me está atacando con una
saña considerable. Le miraba con tristeza y él continuaba. No iba a descansar
hasta verme morir, y parecía que iba a llevar su tiempo. Ni siquiera sentía
dolor, apenas percibía esa sensación antiálgica, de un placer profuso, característica
de cuando vas al otro lado. Lo único que podía hacer era fingir mi muerte y
nada más…
Y surtió efecto. Aunque los resultados fueron nefastos…
Cuando creyó que me había asesinado, el individuo dijo una frase que me provocó
una profunda tristeza. “Y decían que los
de tu índole no podían morir”. Efectivamente, tenía razón en lo de que ir
al hospital me sacaría de dudas, pero jamás pensé que se me “diagnosticaría” de
una pseudomuerte…
Aguardé unos minutos, aún tendido en el frío suelo, con
ganas de romper a llorar pero sin poder hacerlo. Mis lacrimales no respondían,
tampoco funcionaban… como el resto de mi cuerpo. Podrido hasta la médula,
muerto. Renegado de la muerte y en un mundo que no me confortaba. ¿Puede haber
una maldición peor? Querría comunicarme con ellos, pero ya veo que me temen.
Ninguno se pararía a analizar mis gruñidos, nadie siente curiosidad ante lo
grotesco.
Pero algo tendría que hacer. No estaba muy claro si este
regreso era perenne o era igual de vulnerable a la muerte como antaño. Al menos
había comprobado que mi carcasa resistía heridas que resultarían letales para
alguien vivo… normal. Aunque podía haber posibilidad de que algo me matara, al
fin y al cabo, estos pensamientos, mi uso de razón… Todo esto tendría que
hallarse en alguna zona de mi cuerpo que funcionara, que aún siguiera las pautas
fisiológicas de la vida. Posiblemente, si averiguara la zona exacta y la
asestará un golpe fatal, pondría fin a este infortunio mío.
No obstante, mi idea cambió completamente al salir de nuevo
a la calle. Aquel silencio de antes, toda esa calma, se había evaporado cual
potente combustible frente al fuego de la desesperanza.
No era el único. Ante mis ojos se mostraba una manda de cadáveres que avanzaba
persiguiendo a los normales. Era el esbozo perfecto de la armonía caótica entre
muertos vivientes y vivos murientes. La incertidumbre volvió a tocar mi mente.
¿Por qué unos corrían envueltos en miedo y otros se lanzaban hacia los primeros
para devorarles? ¿Acaso era yo un caso único, aquel capaz de encontrar algo de
sentido en una posible convivencia entre malditos y afortunados?
Al principio estaba de parte de los vivos, las víctimas.
Nada más salir de la tumba a los muertos les invadieron unas ganas insaciables
de ingerir carne humana. Lo veía imposible, yo no había destacado en mi vida
como una mente brillante, y aquí estaba, con más capacidad de reflexión que el resto.
Pero entonces vi el otro lado de la moneda. Varios humanos, armados con
pistolas y cuchillos, se enfrentaban a los de mi calaña. Incluso llegué a ver a algunos
como yo, quietos, sin atacar a los vivos, hasta huyendo de la agresividad de
estos.
Tal vez sería al contrario. ¿Y si todos ellos despertaron
con mis mismas intenciones y se llevaron tamaña decepción ante la actitud de
los vivos que decidieron defenderse? Vivo o muerto, es obvio y natural que
respondas ante una acción ofensiva. Y, bueno, por romper una lanza a favor de
los vivos, si yo estuviera entre ellos, también me llevaría una primera, y
mala, impresión de cualquier muerto viviente. Difícil decisión la mía… ¿Qué
hacer?

Continuar.
*Juzgar el acto de
alguien sin conocer todos los hechos es una carga que el ser humano llevará
siempre consigo*
No hay comentarios:
Publicar un comentario