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Mientras que yo soy un ciego que ha aceptado su propia invidencia, tú eres uno que aún cree que simplemente tiene una venda tapándole los ojos.

jueves, 20 de junio de 2013

Los Siete de junio: Virofilia

¿Qué es un virus? ¿Puede concebirse como un ser vivo? Cierto es que hay un gran debate abierto entre si el virus debe entrar en la parcela de lo vivo o de lo inerte. Pero no vengo a hablar de eso. Simplemente vengo a hacer un breve resumen de las etapas de un virus.

Los virus deambulan por todo medio extracelular, no tienen consciencia para saber a dónde van, simplemente, por un golpe fortuito, algunos alcanzan con sus fibras los oligosacáridos de la membrana de una desdichada célula. Estos glúcidos, encargados del reconocimiento informativo, engañados, dejan anclar al virus. A partir de aquí, la célula está condenada.

Pueden parecer horrorosos estos microscópicos entes, pero, podríamos decir que, esa “maldad” tan sólo es activada cuando entran en contacto con la membrana celular, pues antes de eso son totalmente inofensivos, no hacen nada, no pueden hacer nada, sí, teóricamente podría afirmarse que están muertos.

Pero vayamos a lo que nos concierne, es decir, el virus cuando ha aterrizado en su víctima. Nada más clavarse en la bicapa lipídica una secuencia de nucleótidos, la cual se alberga dentro de una cápsula proteica protectora, se libera y es inyectada al interior celular. Esta cadena de ácidos nucleicos, que puede ser tanto de ADN como de ARN (nunca ambos a la vez), es el verdadero virus, lo que podemos llamar “su verdadero mal”; lo demás, simples instrumentos para alcanzar su objetivo.

Una vez dentro, utilizando la maquinaria celular, el ARN, previa transcripción de este a partir de ADN si el virus llevaba ácido desoxirribonucleico, se replica para luego, con los ribosomas celulares, realizar la traducción a aminoácidos para crear más y más piezas de virus, que, a posteriori, en una fase de ensamblaje, darán lugar a virus totalmente formados e iguales que aquel que penetró en la membrana.

Una imagen sobrecogedora la de los virus, ¿verdad? Ni la más oscura de las simbiosis podría asemejarse a esto, básicamente porque en una simbiosis ambas especies ganan algo, aquí lo único que gana la célula es, o bien acumular miles y miles de virus para después romper la membrana e ir deambulando en busca de nuevas células, o bien sufrir una lisis de la bicapa directamente.

Huelga decir que así como colores, cada virus es distinto, unos incluyen su ADN en el ADN monocatenario circular bacteriano, otros introducen totalmente su cápsula, la cual es destruida por lisosomas en el interior celular, otras se replican junto con la célula invadida… En definitiva, hay cientos de métodos, pero todos al fin y al cabo acaban en lo mismo: destruir tu vida mientras ellos prosperan.

Espero que esa última frase te haya sonado familiar, porque no venía sencillamente a hablar sobre el ciclo viral, lo siento, espero que esta mentira se me perdone, al fin y al cabo ya estáis emborrachados por ellas.

Quiero que recordéis todo lo que habéis leído, será fácil, ¿no? Una vez se haya entendido, a continuación comprenderéis que el prefijo micro no tiene que ir siempre ligado a los virus. Sin embargo, exceptuando esa diferencia, el resto está lleno de similitudes. Empecemos con un nuevo ciclo: el de los políticos.

Al igual que los verdaderos virus, estos especímenes no son nocivos antes de activar su mecanismo, es decir, si no llegan al poder en el gobierno, entonces no hay ningún riesgo. Además, así como cada virus se acopla en un receptor específico de la célula, cada partido es afín a las ideologías de una parte de la población en concreto.

¿Más semejanzas? Está bien. Recordemos que la cadena de ácidos nucleicos del virus normalmente venía protegida por una cápsula compuesta de proteínas. Este método defensivo para cuidar el “corazón” viral también lo poseen ellos, lo único que cambia es que, en vez de aminoácidos, sus cápsulas, sus cúpulas, están integradas por demagogia barata, mentiras, engaños y premios de humo. ¿Por qué comparar esto con la cápsida de los virus? Pues porque cuando ya han conseguido arraigar en la “célula”, todo esto es abandonado fuera, cuando estaban en la oposición; o poco a poco se va desintegrando si decidiesen entrar con toda esta sarta de patrañas, cosa que con asiduidad suelen hacer.

Pensarás que una gran diferencia, aparte del tamaño, es que ellos poseen consciencia mientras que los virus no. Bueno, eso habría que debatirlo; y creo que el debate sería más fuerte que el de determinar si el virus es un ser vivo o inerte.

Pero vayamos al grano. Una vez llegan al poder, nosotros, la sociedad, la célula, comienza a notar desde el primer instante su llegada. El “ADN o ARN” empieza a funcionar descodificando una información genética predispuesta a las más eficientes aves de carroña. Valiéndose de nuestros propios medios, nuestra peculiar maquinaria celular, comienzan a emplear su corazón viral para crear un beneficio propio. En el caso de un virus microscópico será, recordemos, crear réplicas; en el caso del macroscópico es, sin embargo, lograr que los de su calaña prosperen aunque eso suponga destruir el ADN celular, nuestro futuro, o los ribosomas, el proletariado.

A medida que el tiempo avance, la célula se irá degradando, se quedará sin fuerzas y no podrá hacer nada. Ellos, en ejecución viral, habrán vencido, y unos últimos pétalos negros se mecerán cayendo hacia nuestra tumba. No se puede evitar, si el virus se ancla a la membrana, si el partido logra los suficientes escaños, la célula, el pueblo, habrá muerto.

Pese a ello, yo no he venido para crear una atmósfera fatalista. Siempre hay una oportunidad de sobrevivir a la infección. El salir airoso, ileso, es algo utópico, pero la posibilidad de combatirlo sí que se puede llevar a la práctica. Jamás sabremos a primera vista si lo que nuestros receptores captan es un dañino virus u otra molécula inofensiva, aunque de antemano ya deberíamos buscar cualquier tipo de reseña insidiosa, pero eso es otra historia… No se trata de la prevención, sino de la cura.

Es aquí donde cobran importancia los antivirales. Y hay que saber elegir con cuidado. Tenemos por un lado los virófagos. Virus que comen virus, ¿no es increíble? No resulta nada raro que entre ellos quieran matarse… creo que no es necesario el recalcar esta alegoría. Un virus más grande viene a destruir a los más pequeños. Con esta acción han protegido a la célula, nos han salvado, la tiranía se ha esfumado y la esperanza ha vuelto, no todos los virus han de exterminarnos.

Lástima que la naturaleza, cruel dictadora en ciertos aspectos, les haga ver la realidad. Necesitan procrear, perdurar, tienen que crear nuevos ensamblajes y piezas, hacerse mejores, más potentes… y no pueden hacerlo sin la ayuda de nuestro complejo celular. ¿Es posible que la intención primaria no sea la lisis? Puede ser. No obstante, a pesar de ello, como si es un medio o el propio fin, esto siempre acaba ocurriendo. Un “virus” puede venir con las mejores intenciones, pero siempre, alguna manzana podrida, tarde o temprano, provoca que la membrana se resquebraje.

De todas formas el empleo y confianza en virófagos no es la única técnica antiviral, aunque eso no quiere decir que el resto sirvan o sean mejores. Ya se sabe que, como cualquier otro ser poseedor de nucleótidos, cada generación tiene la posibilidad de fortalecer algún punto débil que sus antecesores poseían. Y, por desgracia, la innovación en antivirales no es un movimiento muy activo y sofisticado.

Como sus dianas, los antivirales pueden ser específicos. Cada técnica puede centrarse en un matiz concreto, pero todas con un mismo fin: eliminar el mal. Aunque hay que tener en cuenta que la inocuidad de estas medidas es relativa. A veces se causan estragos, efectos secundarios que incluso pueden acrecentar el propio daño que el virus ha cometido… Me refiero a la lucha destructiva. Por supuesto que eso es comparable a un antiviral. Este va directo, en un impacto brutal, hacia el virus, sin pararse a meditar en el camino caótico que crea a su paso.

Además, hay otras formas más acordes con la lucha de receptores membranales. Podríamos referirnos a esos grupos que no se definen como los propios virus, con mentalidad desintegradora, pero que también ansían entrar dentro de la célula. Unos agentes, unas proteínas que compiten por el acoplamiento con los otros. Sí, al comparar un virus con una proteína obviamente se escoge el segundo, pero ya lo he dicho: el término inocuo es cuestionable.

También encontramos en este campo a las vacunas. Algo así como antiguas muestras de virus con los que nosotros podemos lidiar. Viejas glorias que resultan inofensivas y nos fortalecen. No pueden hacernos nada, es material viral moribundo, su única intención es enseñarnos a combatir a los verdaderos invasores. Parecen leales, entran a tu torrente sanguíneo y no oponen resistencia, solamente se presentan y enseñan formas eficaces de acabar con la amenaza real… A pesar de ello, una vacuna es una vacuna. Por norma general, esa solución viral o proteica también debilita tu cuerpo. Puede que a posteriori, cuando el virus ha alcanzado el poder y no hay vuelta atrás, los consejos de aquellos que vienen de la inyección, sirvan de algo y se puedan defender algunos puntos, pero este flaqueo podrá provocar que las fortaleza que ganes por un lado la pierdas por otro. Asimismo, la propia visita al “centro de prevención” puede provocarte una enfermedad nosocomial, proveniente de dicho lugar. Así que ya has visto que es tarea imposible, la fragilidad fisiológica está asegurada, de una forma o de otra.

Viendo esto, puede que los antivirales no sean la mejor manera de combatir a nuestros agresores. Pero entonces ¿qué hacemos, nos quedamos mirando hasta que carcoman todo nuestro citoplasma? Claro que no. Hay una forma más lenta, pero más segura y eficiente. Algo que se pasa por alto a estas alturas y que otrora, si se llevaba con una buena planificación, daba resultado. Hablo de la verdadera lucha, la liza del sistema inmunitario.

Nos infectarán, por supuesto, es ley de vida. Debemos permitir que entren y destruyan parte de nuestro constructo. Eso hará que aprendamos. Nuestro organismo se basa en la memoria, no se defiende con la misma eficacia frente a un antígeno la primera vez que lo ve que las siguientes. Hay que permitir que vengan, hemos de analizar la situación y saber que aunque su nocividad sea elevada, nosotros poseemos mecanismos de defensa para parar el avance.

Se sufrirá, es inevitable. La primera vez que tu cuerpo entra en contacto con un virus este decae. Sin embargo, tras el aprendizaje de los anticuerpos, ante un posible refuerzo viral, las consecuencias serán mucho menores, al no ser que tu organismo entre en un estado de debilitamiento. Y de eso se trata, de no temblar y caer contra el mínimo golpe, contra la más mísera infección. Habrá que sacar todo el arsenal.

El sistema inmunitario es amplio y realmente letal. Si este, incluso ante una pequeña herida, es capaz de bombardear la región afectada con oleadas de eritrocitos, leucocitos, monocitos, neutrófilos, inmunoglobulinas y trombocitos, ¿por qué no va a poder enfrentarse a unos asaltantes teniendo semejante ejército? No es cuestión de actuar sin pensar, de forma destructiva, sin ver más allá de un objetivo propuesto, tal y como se plantea con los “antivirales”. Se ha de planificar y, lo más importante, de movilizarse masivamente. Hay que apartar los intereses. Es posible que al neutrófilo no le convenga ir a la herida, pues ya habrá ahí otros macrófagos mejores, y, sin embargo, va, porque en estos casos el número sí es importante.

Nunca habrá cura si un monocito del páncreas no colabora en una infección viral situada en la región cubital. No hay que pensar en un futuro próximo, sino en el lejano. Puede que de momento el virus esté destruyendo tan solo células epiteliales. Es sólo el antebrazo, no tiene importancia. Pero, tras cierto tiempo, es muy posible que el crecimiento exponencial del virus llegue a alcanzar las células pancreáticas y, frente a tal cantidad de biontes, ya no sea posible una lucha. Por eso hay que enfrentarse desde el principio. No hay que preguntarse “¿me afecta a mí lo que están infectando?”, sino “¿les afecta a ellos el que combata aquí?”

Y, a pesar de que sus capacidades de división y corrosión son envidiables, el sistema inmunitario está dotado de fuertes armas tanto ofensivas como defensivas. Sin él, el organismo perecería ante la primera inspiración que realizase. Solamente hay que percatarse de lo que tenemos y emplearlo de la forma más astuta. Con cada generación, los virus aprenden nuevas formas de evasión, por lo que no hay que bajar la guardia en ningún momento.

Suena bélico, pero así son las cosas. Al final el mundo macroscópico y el microscópico se basan en lo mismo. O me matas o te mato. Cada sujeto con distintas características letales. ¿Las nuestras? Somos un gran número, capaces de trabajar en equipo y dominantes de distintos campos antivirales. Estamos aventajados, será tarea fácil conseguir que un día, nada más ellos atraviesen las barreras de la piel, sean devorados y se disuelvan en la fría oscuridad.

*Si quieres una buena estrategia, como cualquier tipo de obra de arte, has de tomarte tu tiempo*

                    
                                                        -Atentamente, Óscar Martínez de la Sierra, un viricida.

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