¿Qué es
un virus? ¿Puede concebirse como un ser vivo? Cierto es que hay un gran debate
abierto entre si el virus debe entrar en la parcela de lo vivo o de lo inerte.
Pero no vengo a hablar de eso. Simplemente vengo a hacer un breve resumen de
las etapas de un virus.

Pueden
parecer horrorosos estos microscópicos entes, pero, podríamos decir que, esa
“maldad” tan sólo es activada cuando entran en contacto con la membrana
celular, pues antes de eso son totalmente inofensivos, no hacen nada, no pueden
hacer nada, sí, teóricamente podría afirmarse que están muertos.
Pero
vayamos a lo que nos concierne, es decir, el virus cuando ha aterrizado en su
víctima. Nada más clavarse en la bicapa lipídica una secuencia de nucleótidos,
la cual se alberga dentro de una cápsula proteica protectora, se libera y es
inyectada al interior celular. Esta cadena de ácidos nucleicos, que puede ser
tanto de ADN como de ARN (nunca ambos a la vez), es el verdadero virus, lo que
podemos llamar “su verdadero mal”; lo demás, simples instrumentos para alcanzar
su objetivo.
Una vez
dentro, utilizando la maquinaria celular, el ARN, previa transcripción de este
a partir de ADN si el virus llevaba ácido desoxirribonucleico, se replica para
luego, con los ribosomas celulares, realizar la traducción a aminoácidos para
crear más y más piezas de virus, que, a posteriori, en una fase de ensamblaje,
darán lugar a virus totalmente formados e iguales que aquel que penetró en la
membrana.
Una
imagen sobrecogedora la de los virus, ¿verdad? Ni la más oscura de las
simbiosis podría asemejarse a esto, básicamente porque en una simbiosis ambas
especies ganan algo, aquí lo único que gana la célula es, o bien acumular miles
y miles de virus para después romper la membrana e ir deambulando en busca de
nuevas células, o bien sufrir una lisis de la bicapa directamente.
Huelga
decir que así como colores, cada virus es distinto, unos incluyen su ADN en el
ADN monocatenario circular bacteriano, otros introducen totalmente su cápsula,
la cual es destruida por lisosomas en el interior celular, otras se replican
junto con la célula invadida… En definitiva, hay cientos de métodos, pero todos
al fin y al cabo acaban en lo mismo: destruir tu vida mientras ellos prosperan.
Espero
que esa última frase te haya sonado familiar, porque no venía sencillamente a
hablar sobre el ciclo viral, lo siento, espero que esta mentira se me perdone,
al fin y al cabo ya estáis emborrachados por ellas.
Quiero
que recordéis todo lo que habéis leído, será fácil, ¿no? Una vez se haya
entendido, a continuación comprenderéis que el prefijo micro no tiene que ir
siempre ligado a los virus. Sin embargo, exceptuando esa diferencia, el resto
está lleno de similitudes. Empecemos con un nuevo ciclo: el de los políticos.
Al
igual que los verdaderos virus, estos especímenes no son nocivos antes de
activar su mecanismo, es decir, si no llegan al poder en el gobierno, entonces
no hay ningún riesgo. Además, así como cada virus se acopla en un receptor
específico de la célula, cada partido es afín a las ideologías de una parte de
la población en concreto.
¿Más
semejanzas? Está bien. Recordemos que la cadena de ácidos nucleicos del virus
normalmente venía protegida por una cápsula compuesta de proteínas. Este método
defensivo para cuidar el “corazón” viral también lo poseen ellos, lo único que
cambia es que, en vez de aminoácidos, sus cápsulas, sus cúpulas, están
integradas por demagogia barata, mentiras, engaños y premios de humo. ¿Por qué
comparar esto con la cápsida de los virus? Pues porque cuando ya han conseguido
arraigar en la “célula”, todo esto es abandonado fuera, cuando estaban en la
oposición; o poco a poco se va desintegrando si decidiesen entrar con toda esta
sarta de patrañas, cosa que con asiduidad suelen hacer.
Pensarás
que una gran diferencia, aparte del tamaño, es que ellos poseen consciencia
mientras que los virus no. Bueno, eso habría que debatirlo; y creo que el
debate sería más fuerte que el de determinar si el virus es un ser vivo o
inerte.
Pero
vayamos al grano. Una vez llegan al poder, nosotros, la sociedad, la célula,
comienza a notar desde el primer instante su llegada. El “ADN o ARN” empieza a
funcionar descodificando una información genética predispuesta a las más
eficientes aves de carroña. Valiéndose de nuestros propios medios, nuestra
peculiar maquinaria celular, comienzan a emplear su corazón viral para crear un
beneficio propio. En el caso de un virus microscópico será, recordemos, crear
réplicas; en el caso del macroscópico es, sin embargo, lograr que los de su
calaña prosperen aunque eso suponga destruir el ADN celular, nuestro futuro, o
los ribosomas, el proletariado.
A
medida que el tiempo avance, la célula se irá degradando, se quedará sin fuerzas
y no podrá hacer nada. Ellos, en ejecución viral, habrán vencido, y unos
últimos pétalos negros se mecerán cayendo hacia nuestra tumba. No se puede
evitar, si el virus se ancla a la membrana, si el partido logra los suficientes
escaños, la célula, el pueblo, habrá muerto.
Pese a
ello, yo no he venido para crear una atmósfera fatalista. Siempre hay una
oportunidad de sobrevivir a la infección. El salir airoso, ileso, es algo
utópico, pero la posibilidad de combatirlo sí que se puede llevar a la
práctica. Jamás sabremos a primera vista si lo que nuestros receptores captan
es un dañino virus u otra molécula inofensiva, aunque de antemano ya deberíamos
buscar cualquier tipo de reseña insidiosa, pero eso es otra historia… No se
trata de la prevención, sino de la cura.
Es aquí
donde cobran importancia los antivirales. Y hay que saber elegir con cuidado.
Tenemos por un lado los virófagos. Virus que comen virus, ¿no es increíble? No
resulta nada raro que entre ellos quieran matarse… creo que no es necesario el
recalcar esta alegoría. Un virus más grande viene a destruir a los más
pequeños. Con esta acción han protegido a la célula, nos han salvado, la
tiranía se ha esfumado y la esperanza ha vuelto, no todos los virus han de
exterminarnos.
Lástima
que la naturaleza, cruel dictadora en ciertos aspectos, les haga ver la
realidad. Necesitan procrear, perdurar, tienen que crear nuevos ensamblajes y
piezas, hacerse mejores, más potentes… y no pueden hacerlo sin la ayuda de
nuestro complejo celular. ¿Es posible que la intención primaria no sea la
lisis? Puede ser. No obstante, a pesar de ello, como si es un medio o el propio
fin, esto siempre acaba ocurriendo. Un “virus” puede venir con las mejores
intenciones, pero siempre, alguna manzana podrida, tarde o temprano, provoca
que la membrana se resquebraje.
De
todas formas el empleo y confianza en virófagos no es la única técnica
antiviral, aunque eso no quiere decir que el resto sirvan o sean mejores. Ya se
sabe que, como cualquier otro ser poseedor de nucleótidos, cada generación
tiene la posibilidad de fortalecer algún punto débil que sus antecesores
poseían. Y, por desgracia, la innovación en antivirales no es un movimiento muy
activo y sofisticado.
Como
sus dianas, los antivirales pueden ser específicos. Cada técnica puede
centrarse en un matiz concreto, pero todas con un mismo fin: eliminar el mal.
Aunque hay que tener en cuenta que la inocuidad de estas medidas es relativa. A
veces se causan estragos, efectos secundarios que incluso pueden acrecentar el
propio daño que el virus ha cometido… Me refiero a la lucha destructiva. Por
supuesto que eso es comparable a un antiviral. Este va directo, en un impacto
brutal, hacia el virus, sin pararse a meditar en el camino caótico que crea a
su paso.
Además,
hay otras formas más acordes con la lucha de receptores membranales. Podríamos
referirnos a esos grupos que no se definen como los propios virus, con
mentalidad desintegradora, pero que también ansían entrar dentro de la célula.
Unos agentes, unas proteínas que compiten por el acoplamiento con los otros.
Sí, al comparar un virus con una proteína obviamente se escoge el segundo, pero
ya lo he dicho: el término inocuo es cuestionable.
También
encontramos en este campo a las vacunas. Algo así como antiguas muestras de
virus con los que nosotros podemos lidiar. Viejas glorias que resultan
inofensivas y nos fortalecen. No pueden hacernos nada, es material viral
moribundo, su única intención es enseñarnos a combatir a los verdaderos
invasores. Parecen leales, entran a tu torrente sanguíneo y no oponen
resistencia, solamente se presentan y enseñan formas eficaces de acabar con la
amenaza real… A pesar de ello, una vacuna es una vacuna. Por norma general, esa
solución viral o proteica también debilita tu cuerpo. Puede que a posteriori,
cuando el virus ha alcanzado el poder y no hay vuelta atrás, los consejos de aquellos
que vienen de la inyección, sirvan de algo y se puedan defender algunos puntos,
pero este flaqueo podrá provocar que las fortaleza que ganes por un lado la
pierdas por otro. Asimismo, la propia visita al “centro de prevención” puede
provocarte una enfermedad nosocomial, proveniente de dicho lugar. Así que ya
has visto que es tarea imposible, la fragilidad fisiológica está asegurada, de
una forma o de otra.
Viendo
esto, puede que los antivirales no sean la mejor manera de combatir a nuestros
agresores. Pero entonces ¿qué hacemos, nos quedamos mirando hasta que carcoman
todo nuestro citoplasma? Claro que no. Hay una forma más lenta, pero más segura
y eficiente. Algo que se pasa por alto a estas alturas y que otrora, si se
llevaba con una buena planificación, daba resultado. Hablo de la verdadera
lucha, la liza del sistema inmunitario.
Nos infectarán,
por supuesto, es ley de vida. Debemos permitir que entren y destruyan parte de
nuestro constructo. Eso hará que aprendamos. Nuestro organismo se basa en la
memoria, no se defiende con la misma eficacia frente a un antígeno la primera
vez que lo ve que las siguientes. Hay que permitir que vengan, hemos de
analizar la situación y saber que aunque su nocividad sea elevada, nosotros
poseemos mecanismos de defensa para parar el avance.
Se
sufrirá, es inevitable. La primera vez que tu cuerpo entra en contacto con un
virus este decae. Sin embargo, tras el aprendizaje de los anticuerpos, ante un
posible refuerzo viral, las consecuencias serán mucho menores, al no ser que tu
organismo entre en un estado de debilitamiento. Y de eso se trata, de no
temblar y caer contra el mínimo golpe, contra la más mísera infección. Habrá
que sacar todo el arsenal.
El
sistema inmunitario es amplio y realmente letal. Si este, incluso ante una
pequeña herida, es capaz de bombardear la región afectada con oleadas de
eritrocitos, leucocitos, monocitos, neutrófilos, inmunoglobulinas y
trombocitos, ¿por qué no va a poder enfrentarse a unos asaltantes teniendo
semejante ejército? No es cuestión de actuar sin pensar, de forma destructiva,
sin ver más allá de un objetivo propuesto, tal y como se plantea con los “antivirales”.
Se ha de planificar y, lo más importante, de movilizarse masivamente. Hay que
apartar los intereses. Es posible que al neutrófilo no le convenga ir a la
herida, pues ya habrá ahí otros macrófagos mejores, y, sin embargo, va, porque
en estos casos el número sí es importante.
Nunca
habrá cura si un monocito del páncreas no colabora en una infección viral situada
en la región cubital. No hay que pensar en un futuro próximo, sino en el
lejano. Puede que de momento el virus esté destruyendo tan solo células
epiteliales. Es sólo el antebrazo, no tiene importancia. Pero, tras cierto tiempo,
es muy posible que el crecimiento exponencial del virus llegue a alcanzar las
células pancreáticas y, frente a tal cantidad de biontes, ya no sea posible una
lucha. Por eso hay que enfrentarse desde el principio. No hay que preguntarse “¿me
afecta a mí lo que están infectando?”, sino “¿les afecta a ellos el que combata
aquí?”
Y, a
pesar de que sus capacidades de división y corrosión son envidiables, el
sistema inmunitario está dotado de fuertes armas tanto ofensivas como
defensivas. Sin él, el organismo perecería ante la primera inspiración que
realizase. Solamente hay que percatarse de lo que tenemos y emplearlo de la
forma más astuta. Con cada generación, los virus aprenden nuevas formas de
evasión, por lo que no hay que bajar la guardia en ningún momento.
Suena
bélico, pero así son las cosas. Al final el mundo macroscópico y el
microscópico se basan en lo mismo. O me matas o te mato. Cada sujeto con
distintas características letales. ¿Las nuestras? Somos un gran número, capaces
de trabajar en equipo y dominantes de distintos campos antivirales. Estamos
aventajados, será tarea fácil conseguir que un día, nada más ellos atraviesen
las barreras de la piel, sean devorados y se disuelvan en la fría oscuridad.
*Si quieres una buena estrategia, como
cualquier tipo de obra de arte, has de tomarte tu tiempo*
-Atentamente, Óscar Martínez de la Sierra, un viricida.
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