Noticias desde la Oscuridad

06-07-2015
Cardiofagia está concluido.

13-07-2015

22-07-2015

28-07-2015

09-08-2015

03-09-2015

22-09-2015
Suerte está concluido.

28-09-2015

Lamento del día

Mientras que yo soy un ciego que ha aceptado su propia invidencia, tú eres uno que aún cree que simplemente tiene una venda tapándole los ojos.

sábado, 29 de junio de 2013

Los Siete de junio: Insomne

La noche, eterna compañera de la amargura que emana de mis poros. Llevo tanto tiempo envuelto en este embozo oscuro que ya ni recuerdo cómo de intensa era la luz del día. Han pasado años desde entonces, los músculos ciliares, que rodean mis pupilas, están rotos, eternamente dilatados, receptivos ante tanta sombra y débiles frente a cualquier minúsculo rayo luminoso. Estoy condenado. Aún recuerdo cuando era normal… Tiempo ha de aquello.

No puedo dormir por la noche, me es imposible. Me percaté cuando tenía siete años. No recuerdo bien el día, pero sí el mes, era Noviembre. Tal vez podría considerar ese día, o mejor dicho, esa noche, como la primera en la que comencé a recordar mis sueños.

Era algo bastante simple. Estaba correteando por un jardín y jugaba con mi pelota azul de plástico. Era gigante y estaba totalmente sorprendido, botaba como si tuviera vida propia. Era un buen sueño… hasta que desperté.

Caminé hasta el salón. Desde la ventana pude ver al Sol asomándose tímidamente en el horizonte. Sus primeras líneas doradas rozaron mi cara en una cálida caricia, me daba los buenos días, aunque lo que realmente hacía era un gesto de alguien que se compadece por un condenado a muerte.

Fue entonces cuando vi la pelota con la que había soñado. Estaba hecha trozos, como si hubiera reventado. No entendía la razón. Ni siquiera había un perro o un gato en la casa como para haberla destrozado de semejante forma. Simplemente había quedado hecha añicos sin causa alguna…

Tal vez, contándolo desde el principio parezca algo estúpido, pero esto era la primera pieza del puzle. Apenas se quedó en mi cabeza hasta que se sucedieron más fenómenos, pues, tras cien sueños más en los que al despertarme me enteraba de que había sido finiquitado aquello con lo que había soñado, el recuerdo de esa pelota cobró fuerza. Era el desencadenante, el sueño primigenio.

Intenté asimilarlo, llegándome a acostumbrar a despedirme en los propios sueños de mis más preciadas posesiones. Y, realmente, desde un punto de vista optimista, esta especie de maldición me hacía entender que la necesidad del hombre trascendía a algo más que simple materia sintética. Llegué a comprender que lo único vital fuera de nuestro cuerpo es el aire, el agua y el alimento, y todo lo demás es totalmente secundario.

Sin embargo, parece que no conforme el destino con lo que ya me acaecía, y tal vez por asombrarse viendo lo bien que me estaba tomando mi infortunio, decidió empeorar las cosas… aún más.

Ya había soñado muchas veces, siendo consciente de mi maldición, con otras personas. Y, francamente, la primera vez que recuerdo haber tenido un sueño en el que aparecía alguien cercano a mí tuve mucho miedo, pero por suerte no le ocurrió nada. A partir de ese día creí que los humanos eran inmunes a la destrucción de mis sueños.

Hasta que pasó. Ya era adulto, veinticinco años habían transcurrido desde mi primera pesadilla. Esa noche pintaba normal, le di un último vistazo a lo poco que tenía en mi hogar, sabiendo que probablemente me levantaría al día siguiente con algo menos.

Qué inocente fui… Al despertarme, habiendo soñado que estaba charlando con un amigo, ambos sentados en las sillas de mi salón, fui directamente a la cocina a por la escoba para recoger las supuestas astillas que habría dejado la aniquilación del inocente mueble. Pero cuál fue mi sorpresa al ver que la silla estaba totalmente entera, sin rasguño alguno. Extrañado comprobé todas las sillas de la casa pero todas estaban en perfecto estado. Creí, alegre, que todo había terminado, ya que cuando lograba acordarme del sueño, siempre algún objeto caía preso de la maldición y era exterminado, y si hoy, recordando a la perfección el de la noche anterior, ninguna silla había resultado dañada, sólo podía significar que era libre. Aunque no me di cuenta de un importante detalle del sueño: la silla no era el objetivo.

Días después llamé a dicho amigo para quedar en un bar y tomar algo. Era raro, pues no me cogía las llamadas. Normalmente nunca se alejaba de su móvil. Decidí ir hasta su casa, ya que algo dentro de mí, tal vez incertidumbre, acrecentaba. Golpeé repetidas veces su puerta, pero no había respuesta. Avisé al vecino para preguntarle si le había visto salir, pero no vio nada. Estaba todo a favor de unas aterradoras expectativas. Sin nada más que poder hacer, regresé a mi casa y aguardé.

Por desgracia, al día siguiente, me notificaron su defunción. Ni siquiera podía creérmelo, había sido un accidente. Estaba saliendo de la ducha y los vapores de la cálida agua humedecieron el suelo haciéndole resbalar y rompiendo con su cuerpo el cristal de la mampara. Magullado, se incorporó sin darse cuenta de que había dejado un trozo puntiagudo del cristal expuesto a clavarse en él. Y, como buen ser humano, tropezándose de nuevo con la misma piedra, hizo caso omiso al “aviso” y siguió con los pies descalzos. Como era de esperar, volvió a resbalarse, aunque esta vez no tuvo tanta suerte y ese fragmento de la mampara se hundió en la región occipital de su cabeza saliendo la punta por su boca. Murió a los pocos segundos… Justo un minuto después de que yo le llamara.

El único que sabía la verdadera razón de aquello era yo. Técnicamente fui su asesino, a pesar de que su muerte se manifestara como un macabro accidente. Ahora quedaba algo claro, mis sueños también podían arrebatarme a mis seres queridos.

Al borde de la desesperación, una bombilla se iluminó en mi cabeza. Los objetos eran destruidos antes de que yo pudiera poner remedio, pero parecía que con las personas la maldición tardaba más. La única manera de comprobarlo requería sangre fría, tendría que dormirme y esperar a que soñara con alguien. Estaría poniendo en peligro la vida de una persona, pero quizá, si de una vez por todas evitaba la desaparición de uno de los objetivos de mis pesadillas, podría ponerle fin a esto. Habría que intentarlo, y más me valía cruzar los dedos para que no se apareciera alguien a quien tuviera demasiado aprecio.

Llegó la noche y me tomé una tila para calmarme, estaba a punto de sentenciar la vida de un inocente por el simple capricho de mi curiosidad. Podría acabar probablemente, no, seguramente, con la vida de alguien… aunque podría salvar muchas más. No tenía más alternativa que probarlo, la otra opción era no dormir, algo que veía inalcanzable por pura fisiología humana.

Salté hacia mi cama y me arropé raudamente, me cubrí con las sábanas hasta tapar mi nariz, tenía los ojos abiertos como platos. Contemplaba el techo de la oscura habitación. Mi mirada bailaba, dibujaba círculos en la nada, clavaba la vista en las repentinas luces que aparecían cuando un coche pasaba cercano a mi ventana. La luz desaparecía y enseguida volvía a fijarme en el techo. Mi mente estaba más activa ahora que por la noche, como si quisiera advertirme de algo. Yo quería dormirme, pero el resto de mi cuerpo se negaba. Apenas sentía nervios, al contrario, estaba completamente relajado, y aun así parecía que había ingerido algún tipo de estimulante.

Rendido ante la batalla, opté por levantarme de la cama e ir al salón a ver la televisión. Tal vez la caja tonta aletargaría a mi cerebro y conseguiría por fin dormir. Me tumbé en el sofá y puse el canal de los documentales, nunca fallaba, totalmente efectivo como somnífero.

No obstante, mi plan no dio resultado, pasaron cinco horas y ya empezaba a amanecer. Ni siquiera se había agotado un poco, nada, lo más mínimo, cientos de ideas, palabras y recuerdos giraban como un huracán en mi cabeza. No había manera, parece que tendría que esperar a la tarde a que el sueño me venciera tras comer.

Pero no hizo falta esperar. En cuanto me levanté, un tremendo mareo me invadió. Todo el sueño que había estado resistiendo ahora impactaba contra mí sin tregua. No pude tenerme en pie, tan pronto como me incorporé, me senté nuevamente en el, ahora increíblemente mullido, sofá. Apoyé la cabeza en un cojín y me dejé llevar por el narcótico silencio que apaciguaba el ambiente…

Horas después desperté sobresaltado. Agarré un papel y un bolígrafo y me dispuse a escribir los sucesos clave del sueño antes de que la mayoría de este se desvanecieran en el olvido. Sin embargo no llegué a apuntar ni una simple palabra. No recordaba nada, absolutamente nada, ni un color ni un sonido, nada, una completa amnesia onírica.

Viéndolo optimistamente, al no tener recuerdos del sueño, no peligraba la vida de nadie. Le tocara al que le tocara, al menos viviría un día más. Llamé a todas las personas que conocía y así fue, todas estaban bien, a salvo de las garras de mi maldición. Pese a ello, esto no quería decir que la noche siguiente no quisiera volver a intentarlo.

Y así fue. Esta vez me preparé mejor, hice ejercicio para cansar mi cuerpo, estuve varias horas seguidas pegado frente al televisor para agotar mi vista y, ya en la cama, estuve leyendo un libro para fatigar a mi cerebro. Todo iba a la perfección, mis parpados iban cobrando peso y cada vez mis pensamientos se difuminaban con lo irreal más y más. Ahora, como un soldado, llegaba al campo de batalla, el principio, la preparatoria, sería una misión relámpago, averiguar quién iba a morir, para después salvar dos vidas, la suya… y la mía.

A la mañana siguiente no me hizo falta plasmar nada en un papel. Recordaba todo a la perfección, su rostro había quedado grabado en mi cerebro perfilado por la abrasión del arrepentimiento… Había soñado con mi madre. Ni derroché tiempo en vestirme. Me metí en el coche y puse rumbo a su casa. Y la mala pécora de la fortuna no colaboraba. Intenté llamarla un gran número de veces mientras iba de camino, pero su teléfono estaba apagado.

Cuando llegué a su piso suspiré aliviado. Estaba viva… Pero no por mucho tiempo. Antes de que pudiera darla un abrazo, una gran explosión, surgida de la cocina, me la arrebató y la lanzó contra la pared comprimiendo todos sus huesos y reventado sus órganos. Yo salí volando hacia el lado opuesto de la entrada golpeándome la cabeza contra la barandilla de las escaleras quedando inconsciente. Tal fue la gravedad de mi traumatismo que quedé en coma durante dos días… Dos nefastos días repletos de pesadillas de cadáveres y de sueños reveladores.

Totalmente consecuente con que todas esas personas que se sucedían en mis sueños iban cayendo una a una en horribles accidentes, de vez en cuando tenía una especie de regresión donde se repetían algunos sueños que ya había tenido. A pesar de que ya no tuvieran ningún carácter letal, la información que me propiciaron fue vital, pues me mostraron algunas lagunas que había en ellos. Comprendí, entonces, que en parte sí que tenía algo de culpa, pues justo antes de terminar el sueño, fragmentos de los cuales nunca llegaba a recordar nada, era yo el que destruía mis propios objetos, el que mataba a mi amigo y a mi madre; siendo el primero apuñalado con un cuchillo de cristal en la cabeza y la segunda amordazada y calcinada con la conflagración de un explosivo que había depositado bajo sus pies. Yo, o al menos el yo de mis sueños, provocaba que el exterminio terminara por hacerse realidad. Pero lo peor es que no podía hacer nada, ya que, posteriormente a darme cuenta del motivo, más sueños se avecinaron y en ninguno conseguí controlarle. Ni siendo consciente de que no debía destruir la diana era capaz de poner una cura a esta locura. Lo que dije al principio: esto es una condena.

En cambio, un último sueño antes de despertar me dio una oportunidad de salvar a los demás, o mejor dicho, a los que aún seguían vivos. Una imagen de mí mismo se presentó y me dijo con una voz muy débil que rememorara a qué hora solía tener aquellos sueños de los que no me acordaba y de los que, por ende, la maldición destructiva no surtía efecto. Caí entonces en la cuenta de que todos ellos ocurrían cuando dormía una vez amanecía. Podría ser que la luz bloqueara al verdugo de mi interior.

Pasaron unos días, ya despierto del coma y habiendo asistido al aroma aflictivo de todos esos funerales provocados por mi culpa, y siguiendo ese consejo conseguí por fin que ninguna persona que apareciera en mis sueños volviese a morir. Incluso compré pastillas para mantenerme despierto si se daba el caso de que me encontraba cansado por la noche. Cambié mi turno para que fuera nocturno. Todo, modifique todo para tener una vida únicamente iluminada por la Luna.

Al principio costaba acostumbrarse, ya os digo que fue un cambio muy brusco. Sin embargo, con el transcurso de los días (y las noches) la aclimatación se fue notando, a pesar de que mi cerebro no estaba conforme. Debía engañarlo, solía mantener la casa y el lugar del trabajo bastante iluminados para fingir que era un día soleado, y por el día cerraba todas las persianas y dormía con antifaz y tapones en los oídos. Me costó, sí, pero tras un encarnizado duelo vencí y llegué a creer que el día “estaba invertido”.

Pensé que a partir de ahora todo iba a ir bien, ya casi ni era necesario transformar la noche en día, mi vida se ennegreció en todos los aspectos, por lo que empecé a notar síntomas de una vida totalmente nocturna. Comencé a sentirme débil, a tener una piel pálida, como si hubiera recibido un baño de cal, las ojeras dieron paso a unos amoratados hoyos bajo mis ojos, mi digestión empeoraba, pese a que comía bien, sentía en mi cuerpo una desnutrición en declive. Me sentía como si estuviera a punto de morir pero sin que ese momento llegara. Agonía pura…

Al borde de la demencia, una noche… quiero decir, una mañana, mientras zarpaba al mar de los sueños, de nuevo recibí la visita de mi réplica. Esta vez presentaba una amplia, a la par que aterradora, sonrisa.

-Parece que no te fijaste en algo crucial… -dijo él. -¿quién fue la persona de tu último sueño durante la noche?

Lo había pasado por alto. Era cierto. Ni me lo replanteé pero tenía razón. Cabía la probabilidad de que, si me veía en un reflejo o a mí mismo como un gemelo, yo podría ser el expuesto a la muerte. Abrí los ojos abordado por el terror. Las persianas estaban subidas, la luz inundaba mi habitación, no podía ver con tanta intensidad, pero pude distinguir la silueta de mi persona al lado mía, de pie, justo en el borde de la cama. Hubiera sido irreconocible si no llega a ser por la luz que se reflejaba en su sonrisa… Indistinguible e imposible: era yo mismo. Justo entonces, sin que pudiese reaccionar, alzó sus dos manos, las cuales sostenían un mango con un rectángulo brillante en uno de los extremos, tal vez un hacha, y el sonido del cortar del viento puso la última pieza del puzle. Me decapité… La cama se tiñó de rojo y yo de un apagado gris.

Era incomprensible, tanto sacrificio, tantas noches en vela, tanta preocupación y angustia malgastadas y la solución para la maldición era verme a mí mismo en mis sueños para acabar muerto…

Tendría que haberlo hecho antes.

*La desesperación no es más que una venda en los ojos*

No hay comentarios:

Publicar un comentario