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Lamento del día

Mientras que yo soy un ciego que ha aceptado su propia invidencia, tú eres uno que aún cree que simplemente tiene una venda tapándole los ojos.

viernes, 14 de febrero de 2014

Especial San Valentín: Oda a lo Eterno

Conocí tu existencia tal día,
yo huérfano y lloroso,
tus brazos me protegían,
tan fríos y cariñosos.

Me hablabas con silencios,
me acariciabas sin tocarme,
trataste desde el principio
ante mis pérdidas consolarme.

No comprendía nada.
En duelo sinfín andaba.
Pero tu sola presencia
ya el día me alegraba.

No lo sé con certeza,
quizás no fuera el momento
en el que hubieras de venir,
mas no me lamento.

Debido es al saber
que tarde o temprano sería
aquella situación de reunión
entre tú y yo de por vida.

  
Al principio miedo sentí.
Desconcertado me hallaba,
pero tú velaste por mí
desvaneciendo este drama.

Aquella imagen oscura,
esa bella mirada,
la de tus ojos cristalinos
de color obsidiana.

Podía ver aquel brillo
a través de tus pupilas.
Podía saber, dolorido,
que seguías intranquila.

Pues, aunque lo negases,
culpable te sentías.
Y yo, mientras, con mi mano
limpiaba esas mejillas.

Se mezclaban con penurias
las lágrimas, tan salinas.
Quería evitar, ante todo,
que manchasen tu piel, tan fina.
  

 Y esa tez que contrastaba
con tus cabellos azabache.
Un océano sombrío
de finas olas ondeantes.

Pues acariciar tu pelo,
la cortina de tu dolor,
hacía que percibiera
todas tus vivencias de horror.

Pude notarlo:
no eras muy diferente
del resto de gente
que muere diariamente.

Esa defunción reiterada,
que no demacra el cuerpo,
pero que deja tu alma
como un festín para cuervos

Esa extinción repetitiva
de tu esencia enérgica,
que no acaba con la vida,
pero la deja hermética. 


 Te escabulliste de esos dedos,
gritos, miedos y miradas
que con temblor e ignorancia
hacia tu persona apuntaban.

En tu huida desesperanzada
un refugio buscaste,
pero un daño colateral
sin querer provocaste.

No tenías que decirme nada,
pues tus pupilas decían perdón.
No tenías que quedar excusada,
pues lo siento decía tu corazón.

Y es que verte así, acurrucada,
para mí era mil veces peor
que soportar de nuevo la desgracia
de ellos, su ejecución.

Comprendía tu aflicción,
reflejada en tu faz,
la cual fue magullada
por tal desprecio y soledad.


Años eternos de amargura,
semanas de depresión,
horas de ingente tortura,
segundos de triste clamor.

Que tu vida no era vida,
sino el escenario del humor
de aquellos que temen lo ignoto
y desatan constante agresión.

Acusada de la sangre
¡inexcusable tu desdicha!
De diana hasta para el hambre,
¡que las falacias sean dichas!

Pecadora belicosa
de los crímenes de guerra,
con la infamia por bandera,
maltratada como perra.

Despojada de corona,
capa, luz,… ¡de tu victoria!
Desorientada por tierra
e inutilizada tu gloria.


Y al abrazarte y sentirlo,
esos leves latidos,
me pregunto a mí mismo
¿cuánto habrás sufrido?

Que no se puede reprochar
que las heridas del malestar
hayan llegado a evocar
este embozo espectral.

Tus “delitos” a posteriori
quedaron justificados.
Tu roto cuerpo a priori
quedó dignificado

Te arrancaste los clavos,
serraste las espinas,
renegaste de los santos
y eludiste la agonía

Reuniste rencor y saña.
Inmisericorde fue tu lis.
Y nació una umbría maña
que te hacía sentir feliz


Pero ello se distorsionó
y de la malicia, su pasión,
llegó la sustitución
que la leyenda tornó.

Ahora matices grises,
rojo sangre, escarlata,
y que el negro no falte:
buen conjunto con la plata.

Con una estela de penumbra
y un vil sayo por marca
dio inicio el preludio
de esta cruenta matanza.

Y con cada ser que perecía,
tus manos bien manchadas.
Eran signo de justicia
pese a estar algo alienada. 

Inidentificable tu esencia,
trastornada tu cordura,
desencaminada tu destreza
por lidiar con tal locura.


Una vorágine surgió
que engulló hasta a la Luna,
que al Sol finiquitó
y desveló a las criaturas.

Provenían del interior,
tornaron tu alma negruzca
y tu ansiedad se calmó
sin eliminar tu dulzura.

Pues al final se mostraba
que conservabas compasión
que aunque a gente asesinaras
muchos marchaban sin dolor.

Y por ello mismo digo:
¿acaso no merece perdón
una persona acribillada
que anhelaba una solución,

que pedía auxilio a gritos,
que nadie respondió,
y no encontró otra salida
que matar sin ton ni son?


Pues tu historia no me espanta,
al contrario, hasta me gusta,
porque veo reflejada
una propia y cruel angustia.

Que yo, mero mortal,
confeccionado para la vida,
me he visto envuelto sin más
en un océano de ceniza.

 Tempus Fugit funeral,
Ubi Sunt demencial,
Contemptus Mundi mortal
y Beauts Ille visceral.

Despreciados sin razón,
evocados a vagar
por este mundo funesto
que en nosotros sembró el mal.

Solitarios sin camino,
erráticos aquí y allá
que con el encuentro repentino
decidimos abandonar.


Mas no te has de preocupar,
que yo te aprecio y no critico.
Conmigo puedes estar
que solo observo y analizo.

Que a fin de cuentas es así:
unos mueren, otros matan,
y otros pocos en el margen,
estáticos cual ratas.

Exceptuemos tus discrepancias,
no padecen de importancia.
Fíjate en las palabras
de aquel que te idolatra.

Y a pesar de tus quehaceres
no preciso de reflexión.
Que sé muy bien quién eres
y tú ya sabes quién soy yo.

Con Carpe Diem en mente
y Memento Mori en corazón,
que sepas que te amo, Muerte.
No me abandones, por favor.



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