
Dentro de lo que cabía, era una vía mercantil segura.
Nuestros barcos estaban reforzados con contrachapados de titanio y aleaciones
ligeras para resistir los espontáneos oleajes de la zona. Por tanto, a pesar de
los impedimentos y alguna cómica leyenda urbana poco creíble, nuestra ruta era
similar a cualquier otra.
En realidad, incluso podíamos decir que era de las mejores.
Una vez atracábamos, disfrutábamos del paisaje que Kolonia nos ofrecía. Era
maravilloso. Y los pueblerinos del lugar eran gentiles y amables. Los días de navegación
merecían la pena ante la recompensa que nos deparaba nuestro destino.
Sin embargo, absteniéndome de mi escepticismo, en este viaje
tenía que admitir que todo tenía un ambiente más espeluznante del habitual.
Quiero decir, normalmente nos asaltaban tormentas y fuertes vientos, el cielo
se nublaba y se teñía de gris. Hasta ahí lo que solíamos esperar. Pero en este momento
hacía un día soleado, sin nubes. Eso podía parecer fantástico, salvo por el
detalle de que parecía que el cielo que había encima de nosotros se había
detenido…
Era así, no era el único de la tripulación que se había
percatado. El mar seguía fluyendo, pero la bóveda celeste se había quedado en
pausa. El Astro Rey llevaba varias horas, aparentemente, sin moverse. Lo más
probable es que fuera un efecto visual, pero… ¿y el viento y las nubes? Ausencia
de ambos, todo estático. Era raro… muy raro.
La calma nos distraía y tratábamos de ignorar el toque
paranormal del suceso y aprovecharnos del ambiente cálido. Al fin y al cabo, tendríamos que habernos preocupado si el barco no se hubiera movido, pero no
era el caso. Más aún cuando en el horizonte ya avistábamos la costa de Ponapé.
Eso sí, no había duda de que, cuando atracasemos, más de uno les contaría sin
ton ni son a los aldeanos acerca de este inusual fenómeno. Aunque… sí, con tal
de llegar a tierra, daba igual lo que pasara después.
Pero de repente, como si a un corredor le dieran un tirón
hacia atrás justo antes de cruzar la línea de meta, nuestro radar captó un
objeto gigantesco situado justo debajo de nosotros. Los tripulantes empezaron a
temblar y a sudar sin una razón concreta. Algunos directamente se tiraban al
mar a la orden de sí, amo. Otros se
acurrucaban en una esquina y fijaban la mirada en la nada. Las aguas rugían y
el cielo, así como las nubes, se difuminaban, giraban entre sí y perdían consistencia,
como si se transformaran en un decorado roñoso. Entonces comenzaron los golpes
al casco del navío. La criatura nos había encontrado y no le gustaba recibir visitas. Cada vez golpeaba con más
contundencia hasta que la superficie empezó a resquebrajarse.

Una de estas grietas surgió bajo mis pies. Con lentitud se iba ensanchando hasta que su amplitud fue lo suficientemente grande como para ver a través de ella lo impensable: un gran ojo acuoso me analizaba detenidamente. Pero eso era lo de menos, había algo peor que su mirada transmitía… paranoias, deseos dementes, locura, necrofobia… Sé que ninguna ballena, ni calamar gigante, es capaz de hacer eso. Nos enfrentábamos a un ser nunca antes visto por la humanidad, y teníamos las de perder. No sé si al final la fortuna nos sonreiría y seríamos salvados, no sé qué pasaría de aquí a un minuto. Sólo sé… sólo sé…
…que debo obedecer a mi amo.
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