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Lamento del día

Mientras que yo soy un ciego que ha aceptado su propia invidencia, tú eres uno que aún cree que simplemente tiene una venda tapándole los ojos.

martes, 25 de febrero de 2014

Microdemencia: Humedad

Después de un ajetreado día laboral no hay nada mejor que un relajante baño con sales de baño y el acompañamiento de una tenue luz y una selección de música clásica. Esto es lo más cercano al Paraíso, y no lo cambiaría ni por el auténtico Edén. 

Dejo el maletín en la silla, junto a la chaqueta, y, mientras recorro el pasillo hacia el cuarto de baño, voy quitándome el resto de la ropa. Luego la recogeré, lo primero es lo primero. Mi cuerpo necesita una hora, aunque sea, en la que se despreocupe de todo.

Entro al cuarto, sólo tapado por los calzoncillos, cierro la puerta y abro el grifo de agua caliente de la bañera. Esto llevará un rato. Enciendo el equipo de música, expresamente instalado allí para este apacible momento del día, y selecciono la lista de reproducción número dos. Algo de Vivaldi vendrá de perlas.

Transcurridos diez minutos, ya está llena la bañera y el agua tiene una temperatura perfecta. Echo las sales y las remuevo un poco con el brazo. Ahora llega el mejor momento. Introduzco las piernas, me siento y por último apoyo la espalda. Ya estoy metido completamente, qué placer tan barato.

Desafortunadamente la hora de relax se ve interrumpida súbitamente por la electricidad. Todo se queda a oscuras, parece que los plomos han saltado. ¿Y ahora qué? Supongo que la única forma de volver todo a la normalidad es yendo al marco de los plomos…

Pues nada, esta es una de las desventajas de vivir soltero. Ahora tendré que ir a ciegas, con los pies mojados, hasta la otra punta de la casa para encenderlos. Lo peor es ahora mismo, en el cuarto de baño. ¿Por qué habré cerrado la puerta si hace calor y no hay nadie que pueda interrumpir mi grandioso baño diario? No tengo remedio…

Salgo de la bañera y me desplazo hasta el toallero guiándome por el tacto de la pared. Al menos ahora me puedo secar un poco. Tras ello me enrollo la toalla en la cintura y doy comienzo a la búsqueda del picaporte.

Haciendo uso de mi memoria, algo poco habitual, recuerdo que está justo en el lado opuesto del toallero. Podría arriesgarme y lanzarme directo a la puerta, pero mejor no arriesgar y seguir pegado a la pared. Al menos así, si el coeficiente de rozamiento del suelo me traiciona, podré tener algún punto de agarre.

Con lentitud voy palpando la superficie alicatada. Percibo el interruptor. Qué útil sería que funcionase... Prosigo y noto una zona más lisa y fría. El espejo. Eso quiere decir que noventa grados y un poco más adelante ya llegaré a la parte final de la fase más difícil de esta improvista prueba de orientación ciega.

Sin embargo, inesperadamente algo se interpone en mi camino. Sea lo que sea es bastante grande. Tengo que recurrir a mi memoria una vez más para acordarme del objeto que hay justo delante de mí. Pero no recibo respuesta, o ahí nunca hubo nada o tengo nublados mis recuerdos.

No importa, más me vale prestar atención al presente ahora mismo. Parece que no han saltado los plomos, sino que se ha ido la luz en el edificio y acaba de volver justo en este instante. La luz por fin me revela a mi obstáculo…

Es un hombre con una altura de más de dos metros vestido con una larga gabardina negra y con la cara completamente vendada. Paralizado por la sorpresa, continúo con el escaneo visual. Lleva una especie de túnica, negra también, en vez de pantalones. Pero lo que me llama la atención son sus manos. Sangran incesantemente y un extraño vapor negro emana de sus palmas…

Hubiera seguido con la descripción, pero se ve que no venía para hacer amigos. En cuanto me he fijado en sus manos, este desconocido ha dirigido sus puños contra mi cuello. Creo que me ha matado. Lo digo por la sencilla razón de que veo mi cuerpo sangrando sin parar a través de mi cuello. La cabeza no está pegada a él, se encuentra más o menos a medio metro de distancia, sangrando también…

Y yo que pensaba que, si moría, iba a ser abriéndome la cabeza por un resbalón, y no decapitado por una inexplicable y siniestra magia de un ser de pesadilla.

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