
¿¡Paciencia!? ¿Pero de verdad saben lo que se siente con
esto? ¡Dos años cumplí hace un mes! ¡Dos años en los que no ha habido día
alguno en el que no llorase de impotencia ante esta horrible molestia!
…Poco a poco voy perdiendo la sensibilidad en mis miembros.
El hormigueo se va haciendo más intenso y los calambres más ponzoñosos. Puedo
percibir las incesantes contracciones involuntarias de mis músculos. Vibran, se
apartan para dejar espacio a esos corpúsculos de sangre.
A veces me clavo agujas en las zonas más angustiosas con la
intención de pinzar algún nervio o reventar alguno de esos cúmulos, lo que sea
con tal de que este dolor cese. Pero siempre es en vano… Mis brazos apenas
responden, mis piernas flaquean, cualquier postura es incómoda para mí. La
agonía se ha convertido en una rutina intrínseca a mi existencia. No me muero,
es como estar en esa última fase tan desoladora, en el último trámite pre mortem,
un fin que nunca llega. No obstante, ellos siguen diciendo que pronto acabará
todo.
Pronto… ¿Cuándo es pronto? No puedo más, ¿y la eutanasia,
acaso no es esa una alternativa? ¿Quién querría vivir así? Este no es mi
cuerpo, es sólo un armazón que me tortura. Alguien debe ayudarme…
Acudí a docenas de clínicas, y en todas el resultado era el
mismo: una mirada compasiva y el rechazo total de satisfacer mi demanda. Me
daba rabia, sí, no me equivocaría al afirmar que la cosa cambiaría si ellos
sufriesen, aunque fuera durante una fugaz hora, lo que yo he sufrido estos años.
¿Es que soy el único humano en todo la Tierra que padece de esto? ¿No hay nadie
más?
Tenía que recopilar información. Accedí a los archivos
sanitarios a través de Internet y encontré unos cuantos más que referían la
misma patología. Uno de ellos, increíblemente, vivía en el municipio de al
lado. Con un poco más de investigación hallé su teléfono, le llamé, le conté mi
situación y me respondió que él también pasó por esa misma indiferencia por
parte de los médicos, así que por cuenta propia encontró un método
absolutamente infalible para reducir al cien por cien el dolor. Pero requería
un precio.
Me daba igual lo que costara, acepté. En cuanto me reveló su
descubrimiento pude, tras tantos meses atormentado y devastado por una
demencial algiofobia, ver un futuro con algo de luz. La posibilidad de una cura
a mi alcance había hecho que curvase mis labios… Ya ni me acordaba de lo que
era sonreír.
Después de apuntar en un papel sus indicaciones y consejos
de seguridad me dirigí inmediatamente al recinto más próximo a mí donde pudiera
poner en marcha el tratamiento. En cuestión de unos pocos minutos habría llegado
a esa fábrica abandonada.
Era bien conocido por todos los de la ciudad que dicha
fábrica aún recibía energía, aunque de mucho menor potencial, por ello fue mi
elección principal. Busqué el mejor sitio y dejé marcado en mi móvil el número
de emergencias. Con todo listo, sólo faltaba coger aire y ser valiente.
Activé la fuente de alimentación y tiré de la palanca. Los
engranajes comenzaron a girar, al principio con lentitud, y al cabo de unos
minutos a su máxima velocidad. Ellos eran mis médicos, mis enfermeros, eran los
que eliminarían mi dolor… al fin.
Pulsé el botón de llamada, dejé el manos libres y, sin
pensármelo dos veces, metí los dos brazos entre los engranajes. El crujir de
los huesos fue extraordinariamente sonoro y mi cuerpo quedó completamente
manchado de aquella misma sangre que estuvo haciéndome llorar cada día. A
continuación, tiré y desgarré los pocos tendones que quedaban. Ya me había
desprendido de los brazos, ahora habría que hacer lo mismo con las piernas.
Lo fascinante de todo fue que no grité, ni siquiera solté un
leve gemido, permanecí impasible mientras la cura estaba en proceso. Quizás
sería porque mi cuerpo se había aclimatado a una escala de dolor tan elevada
que aquellos aplastamientos eran “cosquillas” para mí.
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Era tan gratificante esa sensación antiálgica…
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