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Aquí podía ignorar que era distinto al resto de niños que
correteaban entre atracción y atracción. No es la frase típica que dice todo el
mundo, yo sí tenía derecho a decir que era diferente… Poseía una malformación,
creo que el término médico era dipygus, lo que viene a ser que nací con cuatro
piernas... Mamá decía que se debía a que su óvulo iba a separarse para formar
gemelos, pero algo ocurrió, puesto que la división no resultó del todo efectiva y tan
sólo se separaron las piernas, dándome a mí como resultado.
He pasado muchos días llorando, creyendo que era un monstruo
infernal y que merecía ser sacrificado. Sin embargo, mis padres me consolaban y
me explicaban que tener dos extremidades de más no iba a impedir que fuera
buena persona, y que, mientras yo fuera respetuoso con los demás, no les
defraudaría en ningún momento. Esas palabras me animaban de verdad, aunque
siempre volvía a recaer en la depresión.
Pero hoy era distinto, las penas quedaban extintas ante la
diversión. Primero me llevaron a ver una función en la que un valiente señor
usaba un látigo para que tres leones obedecieran sus órdenes. No debía de tener
miedo en su cuerpo para poder hacer eso. Después fuimos a un puesto en el que
una hechicera observaba con suma atención una bola de cristal y adivinaba el
futuro. Fue grandioso porque les dijo a mis padres que pronto ganarían una
buena cantidad de dinero, ¡eso era una maravillosa noticia!
Sin embargo, la tercera atracción que visitamos hizo que
volviera a saborear un poco de esa desolación que tenía la mayor parte del
tiempo. Puede que la intención de traerme allí fuera para ver que no era el
único que vivía esta angustiosa situación, pero mi empatía solamente hizo que
todo empeorase. Efectivamente, era la atracción de los “freaks”. No sé por qué
la llamaban así, ellos no son freaks, son personas como el resto, lo que pasa
es que han tenido mala suerte a la hora de nacer, como yo cuando estaba dentro
del óvulo de mamá, nada más.
El show dio comienzo y yo me estremecí, no soportaba ver
al público observarles con esas miradas mitad repugnancia y mitad lástima.
Cansado, grité y me fui de allí. Por desgracia, parece que causé un buen
alboroto al hacer que mis padres también se levantaran de sus asientos y fueran
detrás de mí, ya que el mismo maestro de ceremonias, que estaba presentando al
quinto “monstruito”, paró de hablar en seco y, consecuentemente, acto seguido
también lo hizo la gente de las gradas.
Mis padres pidieron perdón y salieron de allí. No se
enfadaron conmigo, ya que en parte comprendían mi reacción, así que simplemente
fuimos a visitar otras atracciones. Pero no paraban de repetirse mutuamente que
no se tenían que olvidar de esperar a que las funciones circenses finalizaran
para ir junto a aquel señor cuyo monólogo se vio interrumpido por mi revuelta, y así disculparse debidamente.
Así lo hicimos, al cabo de cuatro horas regresamos a esa
horrible atracción y se acercaron al maestro de ceremonias. Yo me quedé en la
entrada, aún un poco enfadado, por lo que no pude saber qué estaban hablando,
aunque ese señor no paraba de mirarme, como si estuviera contemplando un cofre
de esos que entierran los piratas.
No obstante, después supe que no era necesario haber estado
presente en la conversación, ya que más tarde me enteré de todo… Fue como si un
sueño espléndido súbitamente se llenase de sangre y oscuridad, los arcoíris se
derritieran y de las flores surgiesen mandíbulas endemoniadas… El señor dio un
gran fajo de billetes a mis padres y, tras ello, me agarró por la cintura y me
encerró en la parte trasera de una caravana.
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Mamá… Papá… Os quería… Pero se ve que ni la sangre te
asegura la ausencia de traición.
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