Noticias desde la Oscuridad

06-07-2015
Cardiofagia está concluido.

13-07-2015

22-07-2015

28-07-2015

09-08-2015

03-09-2015

22-09-2015
Suerte está concluido.

28-09-2015

Lamento del día

Mientras que yo soy un ciego que ha aceptado su propia invidencia, tú eres uno que aún cree que simplemente tiene una venda tapándole los ojos.

domingo, 16 de febrero de 2014

Microdemencia: Nudo

Sabía que este día llegaría tarde o temprano, pero es de esos fatídicos destinos que, aunque conoces su inevitabilidad, nunca te ves preparado para afrontarlos. Mi amada también ha caído presa de esta deleznable pandemia. Tan joven y no han tenido remordimientos a la hora de arrebatarle este tesoro que es la vida.

Ahí yace, puedo ver su apacible silueta desde la sala de estar. Es difícil de creer que de verdad haya fallecido. Su piel sigue tan tersa y juvenil como siempre. Sin embargo, sus ojos color miel se van apagando poco a poco. Es una llama que se extingue lentamente y de la que ya sólo puedo apreciar unas finas hebras de humo; no queda nada más, únicamente los recuerdos de un pasado oscuro del cual ella se encargó personalmente de exaltar con su sonrisa y su mirada. Ella era la primavera que acompañaba al invierno. Y ahora ya no está.

Fue hace dos días cuando sostenía sus cálidas manos y la consolaba asegurándole que pronto su salud mejoraría. Mentí… la engañé como un cruel bellaco de esos que asaltan los inertes yermos de las afueras. Ella lloraba, tenía miedo de marcharse. Y yo también lloraba, pero por dentro. Aunque le dijera frases de alivio, en mi interior había un angustioso cúmulo de sospechas pesimistas.

Esa misma tarde llegó el médico y pisoteó nuestras débiles esperanzas. No por el hecho de que iba a curarse, sino por las expectativas que teníamos de estar siempre juntos. Iban a evacuar la región, los sanos debíamos irnos y dejar en los hogares a los que estuvieran convalecientes. En cuestión de menos de veinticuatro horas pasarían casa por casa para llevarse, a la fuerza si fuera necesario, a todo residente saludable, y eso me incluía a mí.

Desesperado, insté a mi amada para que me contagiara, pero ella se negaba férreamente, no quería verme sufriendo su calvario. Yo seguía insistiendo, afirmando que, si no lo hacía, nunca más nos veríamos. Ahora era yo el que necesitaba consuelo… y ella era la que mentía. Nuestros papeles cambiaron. Ella dijo completamente segura que solamente sería una temporada, que serían apenas días los que tardaríamos en reencontrarnos.

No me daba otra opción que aferrarme a mis esperanzas, así que acepté y metí unos cuantos víveres en mi cartera. Si al menos supieran la causa de esta enfermedad, no tendrían que estar recurriendo a tales medidas… Maldecía nuestra desdicha, no había justicia, ella no se merecía pasar por todo esto…

La noche se cernió sobre nosotros y dormimos entre abrazos y lágrimas. El tiempo, por desgracia, no se puso de nuestra parte y, cuando nos quisimos dar cuenta, ya había amanecido y llamaban a la puerta. Había de marcharme…

Nos llevaron a todos los sanos a un campamento mientras las “curas” se llevaban a cabo. Sin embargo, transcurrido medio día, un vecino vino corriendo a avisarnos de que había contemplado con sus propios ojos algo más letal que la propia enfermedad… La Inquisición había llegado a la ciudad y estaba ejecutando a todos los infectados, ya que afirmaban que sólo aquellos marcados por el Impuro eran tan débiles como para contagiarse, con lo cual debían ser ahorcados de inmediato.

En cuanto dijo ahorcados, me levanté del taburete y salí de la tienda de campaña esquivando a todos los soldados que se interponían en mi camino. No quería ponerme en lo peor, pero la fortuna ya nos había traicionado incontables veces. Podrían haber hecho con ella cualquier cosa…

Llegué a mi casa y vi algo extraño mecerse en el árbol de nuestro jardín. Cuando la iluminación me lo permitió, vislumbré, horripilado, a mi gran amor pendiendo de una rama, rodeando su refinado cuello una tosca soga. Ahora sí que no había esperanza alguna, había fallecido, la habían matado…

Podría vengarme, pero eso no me la devolvería; podría llevarla conmigo al campamento, pero eso no la daría vida. Podría hacer incontables cosas, pero en ninguna estaría ella a mi lado… excepto en una.

Ya de vuelta al presente, desesperanzado, entré en mi casa y ahora rebusco entre los objetos de nuestro polvoriento baúl. Finalmente, mi mano se topa con lo que requiero. Regreso al jardín arrastrando una de las sillas de nuestro comedor y me subo en ella, justo al lado de mi amada.

Paso por encima de la rama el susodicho objeto, una cuerda, y hago lo mejor que puedo una atadura para formar la soga. Me fijo la cuerda al cuello y respiro profundamente. Miro por última vez su cara; pese a haber sufrido esta perniciosa ejecución, no cambió ese rostro que infundía tanta paz; permaneció tranquila hasta el final.

Cierro los ojos y doy una suave patada al respaldo de la silla. La soga me estrangula ferozmente, me agito descontroladamente ante la falta de aire, los segundos son eternos, ansío que pronto acabe todo. Agarro su mano y la aprieto con fuerza. Es lo que necesito en ese momento, su contacto. Me calmo ligeramente y poco después dejo de moverme. Ya está hecho, hemos conseguido mantener la promesa de estar siempre juntos, en la riqueza y en la pobreza, en la salud y en la enfermedad...

En la vida y en la muerte.

No hay comentarios:

Publicar un comentario