.jpg)
Eso son palabras vacías, sólo hay que detenerse unos
segundos para analizar todas y cada una de las actividades cotidianas que
realizamos. Estamos vendidos en cada momento a la Muerte, cada paso que demos,
palabra que articulemos, movimiento que hagamos o decisión que tomemos puede
derivar drásticamente en un destino fatídico.
Por desgracia, aun consciente de ello, no hay forma de
evitar tamaña vulnerabilidad, ya que, aunque nos mantengamos inmóviles y en una
habitación acolchada, nuestro propio cuerpo es sometido diariamente a decenas
de pruebas que si, por alguna razón, algún día no supera, provocarán nuestra
defunción inmediata y, tal vez, dolorosa.
El ejemplo más claro es cuando dormimos y nuestra actividad
biológica se minimiza todo lo posible. Tu organismo reduce su consumo de
energía y, por ende, los riesgos de perecer aumentan. La oxigenación disminuye y
toma protagonismo un superávit de anhídrido carbónico para mantener tu
somnolencia. Con ello, tus tejidos se benefician mucho menos de la
fosforilación, el ATP decrece, quedas indefenso… Imagina que repentinamente explota
una red completa de capilares y tu hipotálamo se encuentra indispuesto para
realizar la homeostasis correspondiente. Puede que el resultado sea un hematoma
sin importancia, o puede que la rotura de los vasos lleve a más y acabes con un
mortal shock hipovolémico. Enhorabuena, no volverás a despertar.
Otra situación, igual de comprometedora, puede ocurrir
durante la vigilia. Si de verdad aprecias tu vida, más te vale no dar nunca un
apretón de manos. Tu piel conoce las bacterias de tu epidermis, pero ignora las
ajenas. ¿Quién te asegura que ese desconocido no te transmitirá unos bacilos
demasiado agresivos para que tus barreras inmunológicas puedan hacer algo? A
partir de ese momento, es cuestión de tiempo que encuentren una abertura hacia
tu torrente sanguíneo y la necrosis comience su curso. Puede que sobrevivas, a
veces los incompetentes tienen suerte, o puede que te vuelvas el poseedor de un
corazón completamente necrosado.
Ahora piensa en tu cómoda cama o en tu mullido sofá. Es tan
plácido echarte de vez en cuando una siesta sobre ellos, ¿verdad? Pero
regresemos al mundo microscópico, más en concreto a esos crustáceos tan famosos
denominados ácaros. Si el erotismo de Morfeo es lo suficientemente fuerte como
para desconcentrarte, tarde o temprano el bulbo raquídeo enviará órdenes de
movimiento “involuntario” a tu musculatura para ir regulando los puntos de
presión. Entonces girarás y tu boca,
probablemente abierta y húmeda por la acción parotídea, entrará en contacto con
la superficie del mueble. A los ácaros le parecerá apetecible entrar dentro y
emprender un largo viaje a través de un árbol bronquial. Es lo más habitual,
sin embargo, gracias a las mucosas y demás mecanismos defensivos, estas
colonias invasoras quedan exterminadas. Pero…
ten por seguro que llegará un día en el que te encuentres un poco
inmunodeprimido y estos crustáceos aprovechen el momento para incrustarse en
tus alveolos y así producirte lentamente una hipoxemia que no sanará si no eres
rápido yendo al hospital.
Vayamos por último al ámbito más psicológico. Tú crees que
estás sano, que todo está bien organizado ahí arriba, pero las situaciones
traumáticas están a la vuelta de la esquina. No hay una escala concreta para
medir el miedo, aunque sólo necesitas considerar que tu mayor terror ha cobrado
vida para poder tomar un punto de referencia. Aquí la aleatoriedad tiene mucho
que ver, pero, por norma, y experiencia, siempre hay un momento perfecto para
someterte a un horror indescriptible. Sucederá tarde o temprano, no te engañes.
Y cuando ocurra se desencadenarán dos reacciones:
Por un lado, tu frecuencia cardíaca aumentará y la presión de
la postcarga sacudirá con fuerza las paredes arteriales. También se potenciará
la frecuencia respiratoria y el consumo de oxígeno. En resumen, todo irá más
rápido y con un control peor. ¿Sabes la de procesos que ha de vigilar tu cuerpo
en lo que transcurre un segundo? Y si a esto le añades alguna patología que tú
poseas… me temo que, si no te protege un Ángel Guardián, vas a tener que empezar
a mentalizarte de tu "estancia claustrofóbica".
.jpg)
Sé que vivir obsesionado con todas estas posibilidades puede
resultar enfermizo… y tal vez el estrés y la ansiedad lleguen a provocarme
alguna coronariopatía y desfallezca en el suelo por muerte súbita. Ciertamente,
viéndolo de un modo más existencialista, llega a resultar absurda dicha
preocupación.
Porque ya estamos muertos desde el primer instante en el que
nacemos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario