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Vivo en el ático, así que saltaré por mi terraza a la casa
de al lado. Serán las tres de la tarde, el feliz y repugnante matrimonio se
estará echando la siesta. Arremeteré contra ellos con mi afilado cuchillo. Un
rápido corte en el cuello del marido despertará, con sus gritos huecos, a su
mujer, que intentará huir, pero la detendrá un cuchillo de jamonero que atravesará
su pulmón derecho.
Esperaré a las tres y media. Los vecinos del piso de abajo
se prepararán para comer. Tienen muy buena relación entre las cuatro casas, por
lo que siempre dejan a esa hora las puertas abiertas. Hoy es martes, les toca
la reunión gastronómica en el tercero B. En ese instante me colaré en las casas
vacías, donde permanecen comiendo los niños, sin vigilancia alguna de un
adulto.
Mi apariencia inofensiva evitará que resuenen sus aullidos
hasta el momento exacto. Fingiré que vengo a jugar con ellos al escondite.
Aceptarán, se esconderán y los encontraré uno a uno para súbitamente apuñalarles
repetidas veces en sus cráneos.
Luego entraré sigilosamente en el tercero B. Aproximadamente
serán las cuatro menos cuarto. Ocho objetivos, tres de ellos podrían poner en
peligro el curso de plan. Por ello, antes de entrar habré de subir un momento a
mi casa y llevarme conmigo las tres botellas de cloroformo casero, junto con
una mascarilla para mí. El químico no los dormirá, pero los vapores conseguirán
aletargar cualquier intento de defenderse.
El efecto narcótico aparecerá y apenas opondrán resistencia
mientras danzo a su alrededor con los serrados filos. Las paredes se teñirán de
rojo y sus pieles colgarán como viejas chaquetas de cuero. El reloj marcará las
cuatro menos diez.
El segundo piso será el más complicado. Sus puertas están
blindadas. Primero me limpiaré la sangre de mi ropa y después llamaré a sus
puertas. Unos sobres falsos simularán que vengo a avisarles de que han tirado
su correo al suelo y se los quiero entregar. Mentiré y diré que estoy sediento.
Me invitarán a entrar para tomar un vaso de agua. Cerraré la puerta con
cerrojo, el sonido les alertará. Me lanzaré contra ellos y sus corazones serán
perforados en lo que sus futuros inertes ojos tardan en parpadear una vez.
La ventaja es que todos los residentes de este piso viven
solos, sin embargo, tendré dificultades con el anciano del segundo C. Sé que no
se fiará aunque asegure que le traigo cartas que le pertenecen. Por tanto,
recurriré al engaño una vez más. Depositaré los sobres en el suelo y me
ocultaré en la casa de al lado hasta que piense que me he ido. En cuanto abra
la puerta su cabeza rodará por el suelo, será tan gratificante poder romper sus
quebradizos huesos con unos pocos golpes. ¡Gracias, osteoporosis!

Sí… todo hubiera resultado perfecto si no hubiera sido
porque la chica del primero escogió este día en concreto para hacer lo mismo.
No debería haberle abierto la puerta, esa sierra duele…
No debería haberle abierto la puerta, esa sierra duele…
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