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Evidentemente algunos vecinos se asomaron para imperarle que
dejase de arrastrar lo que fuera que llevase. Sin embargo, en vez de cesar,
todo aquel que entró en contacto visual con ese extraño recibió una alargada
púa de acero que se clavó, sin dejar ningún tiempo de reacción por parte de la
víctima, en el cráneo. Así fue con todos, nada más asomarse morían de ese
devastador ataque.
Por fortuna, nadie de mi familia llegó a sufrir esto, pero
con sólo escuchar los cuantiosos llantos de la calle supe que decenas acababan
de morir. Nadie más optó por intentar pararle. Lo que se hizo a continuación
fue llamar a la policía.
Pensábamos que el problema iba a ser solucionado en cuestión
de minutos, aunque nos equivocábamos… Dos policías llegaron y nosotros
estábamos contiguos a los balcones, para al menos poder escuchar con nitidez
los próximos sucesos.
Fueron segundos, no me cabe ni la menor duda, lo que tardó
el extraño en hacer callar para siempre a los dos agentes. El objeto metálico
se deslizó por la acera con más fuerza y velocidad para seguidamente penetrar
en alguna parte de sus cuerpos, matándolos tras una dolorosa agonía, o al menos
es lo que pude suponer con lo que oí.
Aterrados, volvimos a llamar a la policía. Esta vez se
acercó un furgón con unos cuantos hombres más, pero el número no era la clave
para poner remedio a esto. Otra vez pasó lo mismo, excepto que ahora fueron
cinco gritos más.
El resto de la noche podéis imaginarla. Siguieron
sucediéndose las fuerzas de seguridad, hasta acudieron militares. No obstante,
por más empeño que pusieran, aunque llegase un centenar de soldados de élite,
todos y cada uno perecían. Así que, por nuestra parte, la del vecindario, tuvimos
que aceptarlo e irnos a conciliar el sueño. Nos haría falta para el
horripilante día que estaba por llegar.
En cambio, como si fuera un milagro, a la mañana siguiente,
algunos vecinos que osaron asomarse a la calle nos informaron que ya no había
nadie, ni siquiera el rastro de cadáveres. El resto del día fue calmado para
nosotros y funesto para los que perdieron a alguien. Todos los canales hablaban
de lo que había sucedido en mi barrio, cientos de entrevistas y conmemoraciones
por los fallecidos. Y todos se preguntaban lo mismo: ¿dónde estaba ese
asesino? ¿Dónde había escondido los cuerpos?
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Actualmente el toque de queda sigue establecido, así como
las reglas de no asomarse al balcón ni decir a nadie que pase por nuestro
barrio cuando sea de noche y “ese” ruido persista. No sé si llegará un día en
el que se marche o en el que se canse de esperar y vaya, bloque por bloque,
piso por piso, masacrándonos a todos… Sólo puedo decir una cosa:
Ojalá nunca escuches su metal.
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