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Lamento del día

Mientras que yo soy un ciego que ha aceptado su propia invidencia, tú eres uno que aún cree que simplemente tiene una venda tapándole los ojos.

sábado, 22 de febrero de 2014

Microdemencia: Internet

Llegó el mail de aquel que cientos de jóvenes admirábamos. Por fin, después de tanta espera, leeríamos un mensaje escrito por él. Nos citaría en un sitio y le veríamos. Faltaba muy poco para conocerle cara a cara. Alguien que luchaba por nuestra libertad, el padre del Día del Alzamiento. A un golpe de ratón estaba de conocer la fecha en la que todo cambiaría para nosotros.

Cidoimos, como se hacía llamar, era el creador de una plataforma virtual denominada Mortuos Liberum. En cuestión de pocos meses su fama recorrió todo el país y cada día se añadían nuevos miembros a su causa. Él pretendía eliminar todas esas opresiones, prejuicios e infravaloraciones que caían sobre nosotros, chicos y chicas de entre 18 y 25 años.

Con asiduidad, por medio de ciertos heraldos asignados por él mismo, nos llegaban mensajes de apoyo y ánimo para mantenernos firmes y expectantes hasta el Día del Alzamiento, aquel día en el que nos reuniríamos con él e iniciaríamos una oleada aniquiladora contra todo el que nos despreciara.

Todos los días al llegar a clase revisaba mi bandeja de entrada con la esperanza de ver ese ansiado mensaje. Sin embargo, día tras día me llevaba una profusa desilusión… hasta que al fin lo leí: Tiene un correo nuevo de: Cidoimos.

Apuesto a que no fui la única que gritó en su casa al leer el mail. Las redes sociales colapsaron por los mensajes de júbilo y exaltación. Sería al día siguiente cuando en un almacén abandonado, casualmente cerca de mi casa, nos reuniríamos todos, Cidoimos inclusive.

A primera vista resultaba raro que el lugar de la cita fuera ahí, pero había que considerar la posibilidad de soplos o traiciones. Lo más seguro es que, tras asegurarse de que éramos fieles a él y no había ningún infiltrado, nos llevaría al verdadero punto de reunión.

No importaba, quería que pasara rápido el día. Me fui pronto a la cama para así estar totalmente activa por la mañana, aunque me costó conciliar el sueño debido al nerviosismo que tenía… ¿Qué nos tendría preparado? ¿Qué haríamos tras el Día del Alzamiento? Muy pronto se aclararían todas esas dudas…

Y el despertador sonó. Desayuné y me vestí rápido. Me despedí de mis padres y fui dando saltos de emoción hasta la puerta principal. Corrí todo lo que pude para pillar un buen sitio entre la muchedumbre y así escuchar sin dificultad sus sabias palabras.

Llegué al almacén y vi a una gran cantidad de gente allí. Sí que eran madrugadores… o es que no habían dormido ni una hora. Fuera como fuera, me acerqué y charlé con algunos. Todos estábamos igual de ansiosos por verle.

Pero entonces, cuando ya no faltaba nadie por llegar, descendieron cuatro paredes que nos encerraron. Algunos empezaron a preocuparse y a alterarse. Sin embargo, todo se calmó al ver en una barandilla del primer piso al que parecía Cidoimos. Debía de ser él, ya que portaba una máscara blanca y una túnica negra, tal y como él se describía a sí mismo. La inquietud causada por la jaula quedó en un segundo plano y todos le aclamamos. Tras varios segundos indicó que guardásemos silencio. Iba a hablar.

-Habéis sido muy obedientes al acudir todos y cada uno de vosotros, miembros de Mortuos Liberum, a este sitio.

-¿Por qué nos encierras aquí, Cidoimos? Es un método para asegurarte de que nadie te está engañando, ¿cierto? –contestó un joven, muy poco convencido de sus palabras–.

-Nada de eso. Me es indiferente que entre vosotros haya traidores o no.

-¿En ese caso, qué piensas hacer? –preguntó una chica cuyo tono de voz temblaba–.

Antes de responder, Cidoimos se dio la vuelta y activó una palanca. De inmediato cientos de engranajes oxidados empezaron a resonar por nuestro alrededor. Las dos paredes que estaban a mi izquierda y a mi derecha comenzaron a aproximarse entre sí. En cuanto la multitud fue consciente de que íbamos a ser aplastados, el griterío y el pánico afloraron. Pero de entre todo ese ruido, yo, aún atónita, conseguí escuchar las últimas palabras de Cidoimos, el único y verdadero traidor que se hallaba en ese almacén.

-No hay nadie que os odie más a vosotros, niños mimados, que yo. Fue difícil fingir que era vuestro máximo defensor, pero ha merecido la pena… Os pasáis los días sin hacer nada más que divertiros con actividades deleznables. Estáis podridos, sois el virus de esta sociedad, la generación cadáver, el cáncer de la humanidad. ¿Y sabéis qué hay que hacer con los tumores como vosotros? Extirparlos.

Agaché la cabeza y caí de rodillas. No había nada qué hacer. A poca gente había adorado en esta efímera vida y uno de ellos tan solo era un simple falsario. No es justo… no tiene razón en nada… lo único que consigue con esto es destrozar parte del futuro de los más mayores. Pero… si así lo ha decidido, qué se le va a hacer. Simplemente espero que no llegue el día en el que su vida o lo que más aprecie dependa de la decisión de uno de estos cánceres…

Ya que, entonces, ahí estaré para deleitarme con su impotencia.

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