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Nada, imposible, tengo un apetito voraz. Cierro los ojos con
fuerza y a mi mente sólo vienen imágenes de suculentos platos de comida, sobre
todo de repostería ¡Tengo que resistir, no puedo saltarme la dieta! Mi cuerpo
se ha hecho muy independiente de los dulces, a comer entre horas, y he de empezar
a disciplinarlo. Pero parece que esta noche mis ganas de comer son más fuertes
de lo normal. Será mejor que encienda el reproductor de música y me distraiga
con el compás de las canciones hasta que vuelva a dormirme.
No hay remedio… Una hora pretendiendo olvidar los gruñidos
de mi estómago en vano. Probaré a cansarme la vista. Enciendo mi flexo y
selecciono uno de los libros que me mandaron hace tiempo en la clase de
Historia. Esos sí que son buenos somníferos.
Sin embargo, por más que lo intente, se ve que hoy voy a
tener que saciar las exigencias de este caprichoso órgano, me guste o no. Me
incorporo otra vez y agacho la cabeza, fijando una mirada de ceño fruncido en
mi tripa. Me las pagarás, estómago. Le pego un suave golpe, me pongo las zapatillas,
agarro mi linterna y me dispongo a dirigirme a la cocina.
Pese a que podría encender las luces, es preferible ahorrar
todo lo posible, así que con la luz de la linterna bastará para mi sabotaje
dietético nocturno. Llego a la cocina y la dejo apoyada horizontalmente sobre
la mesa para que la superficie quede alumbrada. Abro el frigorífico y contemplo
el triste panorama. Me parece que mañana tendré que ir al supermercado.
Rebusco entre los envases abiertos y encuentro un poco de
margarina y mermelada, ambos tarros casi vacíos. Saco varias rebanadas de pan y
voy, bocado a bocado, rebañando los botes con pequeños trozos de pan.
Probablemente mañana me arrepienta, pero tengo que admitir
que este manjar exquisito es glorioso. Termino una rebanada y empiezo otra, así
hasta dejar los vidrios completamente limpios, relucientes, como nuevos.
Mi estómago sigue revolviéndose tímidamente, pero ya no es
tan molesto como antes. Recogeré todo y me iré a dormir, aunque sé que esta
molesta víscera sigue teniendo ganas de recibir más comida. Echo los envases a
la basura, guardo la bolsa de pan y salgo de la cocina.
Un momento, tanta oscuridad… Se me olvida algo. ¡Ah, cierto!
Y eso que estaba iluminando gran parte de la cocina, por poco dejo ahí
encendida la linterna durante el resto de la madrugada. Doy unos cuantos pasos
hacia atrás, más por aburrimiento que por pereza a girarme, y…
Mi cuerpo se topa con algo robusto. Mi respiración se corta
ipso facto. Conozco muy bien mi casa, apenas he recorrido medio metro yendo
marcha atrás, ahí no debería haber nada… Entonces lo noto, el sonido del aire pasando a través de una nariz, y no es la mía. Lo que sea que hay detrás de mí
está… vivo.
¿Me atreveré a voltear la cabeza?
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