No, no, no, no… ¡No me puedes hacer esto! Oh… se ve que hoy
me he levantado con el pie izquierdo. Todos los dichosos semáforos en rojo…
Creo que entregaría la pizza antes si me bajo de la moto y voy caminando.
Es que es increíble, lo que me faltaba… Como vuelva a
entregar otra pizza fría, me despiden. Mi jefe me lo dijo con tremenda furia el
otro día. ¿Y qué quiere que haga yo si aparecen esta clase de impedimentos? ¿A
quién se le ocurre poner una promoción de que, si no se entregan en su punto, son
gratis? ¡No es mi culpa que pierda dinero, yo no tuve esa absurda idea!
En fin… es tontería enfadarse por ello. Después de todo, los
clientes lo hacen adrede, están a kilómetros de la pizzería y se empeñan en
realizar el pedido donde yo trabajo. Pues normal que lleguen en ese estado las
pizzas.
Como sea, basta de seguir pensando, este atasco no avanza y
los semáforos no ayudan. Prefiero perder mi moto antes que mi trabajo. Lo mejor
será ir a pie, sí, al fin y al cabo, ya sólo me queda un par de manzanas que
recorrer para entregarle el pedido a ese típico cliente hijo de…
Al menos ahora no voy a tener tantos impedimentos. Las
calles están casi vacías, el riesgo de chocarme con alguien y tirar la pizza al
suelo es inexistente. Lo único que me falta es meter un pequeño acelerón y
conseguiré con suerte que se mantenga templada. Con cruzar los dedos para que
el cliente sea permisivo será suficiente. Aunque para que ocurra esto último me
parece que han de alinearse los astros.
Ando con cautela y mi vista alcanza el edificio del punto de
entrega. Vuelvo a destapar la caja de la pizza y acerco la palma de mi mano.
Maldición… apenas percibo una temperatura aceptable. Aumento aún más mi ritmo.
Abro el portal, que por suerte no estaba cerrado completamente, subo las
escaleras y toco el timbre. Trago saliva y me preparo para la bronca habitual. La joven repartidora, para variar, es la culpable de todos los males del mundo.
-Llegas tarde y esto
está frío –alega el cliente nada
más asomar la cara tras abrir la puerta–.
-Sí –contesté mientras
cogía aliento–. Lo sé. Lo siento mucho,
de verdad. Ha habido un gran atasco y he tenido que venir corriendo. Hice lo
que pude. Perdón.
-Estoy descontento con
el servicio.
-Lo entiendo, de verdad,
pero, por favor, tome la pizza. No hace falta que me pague.
-Esto no se soluciona
así. No se ha cumplido con mi petición. He de castigarte.
-¿Pero qué estás
dicien…?
Un contundente golpe en la cabeza con un mazo me interrumpe.
Comienzo a ver doble y a tambalearme. Percibo la sangre deslizarse sobre mi
cara, brota sin parar y casi no siento dolor, tan solo cansancio. Me ha
provocado una herida fatal, de eso no hay duda, y me parece que de esta no
voy a salir. Trato de bajar las escaleras, pero me desplomo en el suelo. Ya está, es el fin, un fin absurdo para una vida
similar. Por su parte, la del desquiciado cliente, coge la caja del suelo y cierra
la puerta.
Al menos, aunque fría, conseguí entregar la pizza. Mi jefe
estará orgulloso…
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