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Salía del ruedo, triunfante, las masas se apelotonaban en la
salida, querían verle de cerca, tan valiente, cara a cara contra ese robusto
animal, sin dar ni un paso atrás, siempre imbatible.
Se limpió el sudor y la sangre del rostro con una toalla, se
desvistió y se puso una ropa más cómoda. Pero algo le inquietaba, el vestuario
estaba mucho más silencioso de lo habitual. El torero trató de pensar en sus
asuntos, olvidarse de ello. Hasta que le fue imposible.
Una gran luz cegadora, sin un lugar exacto de procedencia,
comenzó a brillar con tanta intensidad que devoró toda la materia de ese lugar,
haciendo que el torero quedase inconsciente.
No supo muy bien cuánto tiempo estuvo en ese estado, aunque
debió ser el suficiente como para que alguien le hubiera traído a ese raro
habitáculo gris metálico, vacío, sin ni siquiera una cama.
Él se levantó súbitamente y se acercó hasta la puerta
blindada para golpearla, a la par que gritaba, en aras de que alguien le diera
explicaciones. No había que ser muy lúcido para saber que le habían raptado.
¿Pero quién?
Justo al poco tiempo unas pisadas se aproximaron a su celda.
Una llave entró bruscamente en la cerradura y una silueta de una estatura
aproximada de dos metros le abrió.
Cuando la luz permitió ver su cara, el torero palideció y se
cayó de espaldas. Aquello no era humano. Tenía un pelaje negro y un hocico
bobino. Tras un análisis más exhaustivo comprobó que, además, en vez de pies
poseía pezuñas. Era como tener un toro humanoide delante de él.
-¿Qué… qué es lo… que
quieres?
El “monstruo” no dijo ni una palabra, sólo se molestó en golpear
con un duro garrote su cabeza para aturdirle y esposarle. Seguidamente, con un
fuerte empujón, le obligó a salir de la celda para caminar a lo largo de un
oscuro pasillo.
-Te lo iré explicando
mientras te llevo a la arena –dijo la criatura, dignándose al final a hablar con el cautivo–. Nosotros somos
los Tauros y somos de un planeta distinto al tuyo. No somos unos vecinos muy
lejanos… La razón por la que te encuentras aquí es para luchar. Tu habilidad nos
ha impresionado, así que hoy mismo blandirás tus armas para una exhibición de tauromaquia.
-Sé que suena
estúpido, pero… si me habéis estado observando sabréis que me dedico al arte
del toro, ¿no os han disgustado mis fieros enfrentamientos? Es decir, vosotros
tenéis cierta similitud con los toros…
-En nuestro mundo, la
expresión “exhibición de tauromaquia” es diferente. Aquí no se matan toros
indefensos, aquí combatirás contra un Tauro, con la misma evolución, o incluso
más, que tú, y, por supuesto, con mejores facilidades para defenderse.
-¿Entonces me estás
conduciendo a una especie de arena de gladiadores?
-Si quieres verlo así…
Nosotros simplemente nos encargamos de daros a vosotros, asesinos de toros, lo
que clamáis, ¿o no os gustaría luchar con toros que fueran muchísimo más
complicados de matar?
-Es que ese no es el
espíritu de la tauromaquia.
-Entiendo… Quieres
decir, por tanto, que la esencia es ejecutar a un animal que desde el primer
momento que pisa el ruedo tiene las de perder. Eso no me parece justo, ¿a ti
sí?
-Verás, te lo
explicaré mejor…
-No hay nada más que
decir. Tu fama ha crecido en torno a combates a muerte. Muéstranos hoy si
puedes sobrevivir a uno de verdad.
Tras decir eso, los dos llegaron a una puerta, también
blindada. El Tauro dio dos contundentes pisotones y esta se elevó lentamente,
dejando al descubierto un círculo rodeado de un flamante público. Ante el
torero se revelaba la arena donde lucharía.
Un segundo y más enérgico empujón le lanzó al terreno. Todos
aplaudieron con frenesí. Entonces, un Tauro sentado en un trono, el cual
parecía el máximo líder de ellos, se levantó y alzó las manos, amén de pedir
silencio.
-Queridos hermanos,
hoy volvemos a disfrutar de una exhibición más.
-¡Sacadme de aquí,
esto no es justo!
-¿Por qué consideras
que es injusto? Al contrario que en tu mundo, a ti, animal, sí vamos a
ofrecerte instrumentos de defensa.
-¿Cuál es vuestra
razón de hacerme esto a mí? ¿Es que acaso soy el torero que más toros ha
matado?
-Tienes razón, hay más
de los tuyos, mucho más sanguinarios. Pero nosotros también nos basamos en algunas de las normas de tu mundo.
Te hemos permitido tener una gran vida, hemos dejado que te relajaras y
disfrutaras. No obstante, a todos se nos acaba el tiempo, y tu reloj ya marcó
la hora.
Aceptó resignado. Los espectadores gritaron con entusiasmo.
Varios Tauros lanzaron una amplia gama de armas. De entre todas, el torero se fijó en
una larga y fina espada, le sería útil.
Después del fatídico júbilo, la puerta opuesta a la de la
que él había salido se abrió. Un Tauro más corpulento, si cupiere, que el que le trajo hasta aquí avanzó, le miró de arriba abajo y gruñó.
Sin más alternativa, apretó con fuerza el mango de la espada
y se lanzó contra el Tauro. Era fuerte, pero no tan ágil como el torero. Sus golpes
eran demasiado predecibles. Los del matador, con movimientos gráciles, le cansaron rápidamente. Él esperaba, como siempre hacía. Aguardó al momento oportuno en el que tuviera
que apartarse un instante el Tauro para recobrar el aliento. Y así fue, su ocasión
llegó. Cargó contra él y le rebanó el cuello. Todo terminó, había conseguido
salir ileso. Sonrió y alzó la mirada, desafiando a su líder.
-¡He ganado! Acabo de
demostraros que realmente sí soy un maestro en esta arte. Da igual cuán
evolucionado se halle el toro, ¡yo soy alguien superior! Y, ahora, ¡sacadme de
aquí!
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-Me temo que no. En tu planeta la gente siempre espera que el animal muera, pero tú no has muerto… Obsérvanos, estamos insatisfechos…
-¡No, liberadme! Sed
racionales, tengo derecho a vivir. Os he dado un espectáculo, ¿no es
suficiente?
-Sigues sin
entenderlo, ¿no? Aquí tu opinión, igual que la del toro en tu mundo, no es
válida.
Y su pulgar giró hacia abajo.
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