
Puedo ignorar la canción e ir escuchando otra, pero, siempre
que conozco un tema musical nuevo, hago una especie de rito: durante un día
entero, no importa dónde; en el ordenador, en la cadena de música, en el móvil
o en el mp4; no escucho otra canción que no sea esa. Normalmente esto acaba mal
y termino por odiarla, y a partir de ahí permanece en el principio de un listado
cuyas canciones ya ignoro, también bautizado por un servidor como Lista de
Reproducción de la Música Olvidada.
No obstante, me
parece que tendré que estar mañana también con esta tradición, ya que algo no
va bien. A mitad de la reproducción el sonido se distorsiona y varios susurros
inentendibles escupen gritos e improperios macabros. Me hace gracia, es como
esos vídeos de leyendas urbanas en las que un sonido infiltrado te suscita a
cometer asesinatos o, más comúnmente, el suicidio.
Una lástima que esto sea el mundo real y lo único que cause
esa anomalía sea incordio. Aunque seguramente sirva de entretenimiento durante
la hora del bocadillo.
La sirena suena. Llego justo a tiempo. Me siento en mi
pupitre y trato de atender a las clases mientras lucho contra mi cerebro, el
cual se ve que no tiene otra cosa mejor que hacer que rememorar esos murmullos de
antes. Aunque puedo sacar un beneficio de esto. Con las reiteradas rememoraciones, de entre todo el mensaje logro destacar dos líneas que con total certeza dicen
lo siguiente:
“Soledad… Sin nadie… No
te salvarás…”
“La oscuridad te rodea…
Tu luz se consume…”
Bonitas frases, muy esperanzadoras. Nota a mí: no
volver a descargarme canciones desde un servidor externo. Claramente quien administrara el servidor modificó la canción antes de subirla a la nube de datos para
asustar a quienes la descargaran. Aunque ingenioso, es patético.
El zumbido de la sirena retumba nuevamente. Es la cuarta
vez. Hora de salir a estirar las piernas. Reúno a mis amigos y, uno a uno, les
voy poniendo los auriculares para que escuchen la canción. Sin embargo, cuando
ya todos la han oído, ninguno sabe qué decir. Increíblemente para mí, ellos no han
percibido nada extraño, ningún susurro ni grito, sólo melodía.
Frunzo el ceño, ¿se habrá arreglado por sí sólo el error?
Escucho la canción. Empiezo a inquietarme un poco. Yo sí que recibo esos mensajes,
ahora levemente perturbadores. Con desconcierto, quiebro la regla del Instituto de
no reproducir música mediante altavoces. Conecto un pequeño dispositivo que
guardo en mi mochila al reproductor para que todos escuchemos la canción a la
vez. En el caso de que me estén engañando seré capaz de detectar cualquier
movimiento de sus musculaturas faciales. Pero no sé qué me alteraría más, el
saber que se están burlando de mí o el ser de verdad la única persona que distingue los
susurros.
Desgraciadamente para mí, y, muy probablemente,
afortunadamente para ellos, la segunda opción fue la que se ha cumplido. Sólo
yo oigo esas voces…
¡Se acabó! Esto requiere medidas extremas. Finjo encontrarme
con un enorme dolor de barriga. A los diez minutos viene mi madre en coche y me
lleva a casa. Espero a que sean las 12:30 para que se vaya a trabajar y así
quedarme solamente yo en el hogar.

Sin embargo, esos murmullos trascienden a algo más que una
sola canción… Se hallan en todas, y siempre aparecen a mitad de la
reproducción. Comienzo a tener algo de miedo. ¿Y si los mensajes son de verdad?
¿Es paranoia, es demencia, es pura realidad? ¿Conviviré con ellos hasta que me
muera? ¿Me dejarán en paz? Tantas preguntas y yo con una sola respuesta…
Que alguien me ayude, que sus voces cesen ya.
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