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Lamento del día

Mientras que yo soy un ciego que ha aceptado su propia invidencia, tú eres uno que aún cree que simplemente tiene una venda tapándole los ojos.

jueves, 27 de febrero de 2014

Microdemencia: Nihilista

Este lugar es muy repetitivo. Su extensión creo que llega a ser infinita. He caminado mucho tiempo en una dirección y parece no tener límites. Tampoco, por mucho que camine, regreso a un mismo punto, así que descarto la posibilidad de que me halle en una esfera, más bien se asemeja a un plano de dimensiones gigantescas.

Todo está oscuro, aunque es una negrura muy peculiar. No es ausencia de luz, sino un brillo vacío, como un foco azabache que alcanza toda la extensión del terreno. Hay tonalidades distintas, por lo que no tengo dificultad alguna para poder visualizar mi entorno. A veces incluso se fusionan distintas intensidades de oscuridad y se forman preciosos bailes umbríos que armonizan este silencio sepulcral.

Aunque, eso sí, puede que mis ojos estén bien, pero mis oídos, sin apenas utilidad, se encuentran ya al borde de la atrofia. No son capaces de captar nada. Y podría entrenarlos mediante mi habla si no fuera porque, desgraciadamente, en el medio en el que me encuentro el sonido no brota de mi boca.

Admito que sin voz y sin escucha esto puede parecer un sufrimiento. Bueno, en gran parte, antes lo era. No sé cuánto llevo exactamente aquí, si es que acaso hubo algún momento en el que vine y no es que esté desde el principio de los tiempos. Sea como sea, mi melancolía se fue a otra parte cuando me encontré, en una de esas infinitas caminatas que hacía rutinariamente, una singular canica de un tamaño curiosamente diminuto, tanto era así que, si no fuera por su color blanco, el cual contrastaba sobremanera con el entorno, ya la habría perdido hace muchísimo tiempo atrás.

De vez en cuando, al igual que la penumbra del lugar, sus tonalidades blanquecinas van variando. Con asiduidad me la acerco a los ojos para poder apreciarla con más detalle. Juraría que a veces veo destellos y explosiones en su interior. ¿Habrá algo dentro de ella?

Sin embargo, no sólo me fascina lo que puedo ver en ella, sino lo que puedo percibir cuando la toco. Muchas veces la coloco en mi puño y me dejo llevar. Me transmite una sensación muy apacible. Pero lo mejor viene cuando hago esto mientras duermo. Antaño, cuando no tenía esta canica, para mí dormir era como recrear una imagen mental de un muro oscuro. Sin embargo, ahora, parece que me otorga algo de su magia y hace que me adentre en mundos de fantasía, con luz y más vida además de la mía. Me dio la capacidad de soñar, y por ello le estaré eternamente agradecida a esta minúscula esfera tan increíble.

Desde luego, en su interior debe encontrarse el paraíso. Corro el riesgo de romperla y matar el único objeto que destaca en este frívolo ambiente. Si por mí fuera, dejaría las cosas como están, pero, cuanto más reposa en mis manos, más grande es el afán que surge dentro de mí por investigar su naturaleza, como si fuera la propia canica quien quisiera que rompiera su cáscara.

Le di muchas vueltas, estuve reflexionando, analizando pros y contras, estudiando la probabilidad de éxito. Finalmente opté por abrirla. En el caso de que todo saliera mal y la destruyera, podría emprender otra odisea por estas tierras en busca de otra canica. Sería extraño que fuera la única. Si es que ni siquiera sé cómo apareció y por qué…

Pero eso ya lo investigaré otro día. Hoy tengo que centrarme en lo que me concierne. La levanto, yace en la palma de mi mano izquierda. La observo detenidamente. Sus brillos están más alterados que de costumbre. Alzo la otra mano, con el puño cerrado, apunto bien, cierro los ojos para que el arrepentimiento no me frene y la aplasto con fuerza.

Me esperaba cualquier cosa menos esto. Surge una gran explosión que libera de inmediato una gran cantidad de materia. Espirales lumínicas; polvos de colores, nubes violetas, rojizas, verdes, de todos los colores; esferas brillantes similares a mi canica y muchos más objetos que se van esparciendo por la negrura en milésimas de segundos.

Ahora lo entiendo, la canica estaba viva, pero cautiva en su propio interior, y lo que me pedía era que rompiera la carcasa para que pudiera “estirar las piernas”. ¿La recompensa? Ha hecho que mi vida tenga ahora un sentido. Ya no tendré la monotonía inacabable de vagar hacia ningún sitio y suspirar sin nada más que hacer.

Creo que esto va a entretenerme durante mucho tiempo. Tendré que retocar aquí y allá, moldear imperfecciones y, sobre todo, disfrutar de su compañía. De momento le pondré un nombre provisional… ¡Ya sé!

Se llamará Universo.

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