
Todo está oscuro, aunque es una negrura muy peculiar. No es
ausencia de luz, sino un brillo vacío, como un foco azabache que alcanza toda
la extensión del terreno. Hay tonalidades distintas, por lo que no tengo
dificultad alguna para poder visualizar mi entorno. A veces incluso se fusionan
distintas intensidades de oscuridad y se forman preciosos bailes umbríos que
armonizan este silencio sepulcral.
Aunque, eso sí, puede que mis ojos estén bien, pero mis
oídos, sin apenas utilidad, se encuentran ya al borde de la atrofia. No son
capaces de captar nada. Y podría entrenarlos mediante mi habla si no fuera
porque, desgraciadamente, en el medio en el que me encuentro el sonido no brota
de mi boca.
Admito que sin voz y sin escucha esto puede parecer un
sufrimiento. Bueno, en gran parte, antes lo era. No sé cuánto llevo exactamente
aquí, si es que acaso hubo algún momento en el que vine y no es que esté desde
el principio de los tiempos. Sea como sea, mi melancolía se fue a otra parte
cuando me encontré, en una de esas infinitas caminatas que hacía
rutinariamente, una singular canica de un tamaño curiosamente diminuto, tanto
era así que, si no fuera por su color blanco, el cual contrastaba sobremanera
con el entorno, ya la habría perdido hace muchísimo tiempo atrás.
De vez en cuando, al igual que la penumbra del lugar, sus
tonalidades blanquecinas van variando. Con asiduidad me la acerco a los ojos
para poder apreciarla con más detalle. Juraría que a veces veo destellos y
explosiones en su interior. ¿Habrá algo dentro de ella?
Sin embargo, no sólo me fascina lo que puedo ver en ella,
sino lo que puedo percibir cuando la toco. Muchas veces la coloco en mi puño y
me dejo llevar. Me transmite una sensación muy apacible. Pero lo mejor viene
cuando hago esto mientras duermo. Antaño, cuando no tenía esta canica, para mí
dormir era como recrear una imagen mental de un muro oscuro. Sin embargo,
ahora, parece que me otorga algo de su magia y hace que me adentre en mundos de
fantasía, con luz y más vida además de la mía. Me dio la capacidad de soñar, y
por ello le estaré eternamente agradecida a esta minúscula esfera tan
increíble.
Desde luego, en su interior debe encontrarse el paraíso.
Corro el riesgo de romperla y matar el único objeto que destaca en este frívolo
ambiente. Si por mí fuera, dejaría las cosas como están, pero, cuanto más reposa
en mis manos, más grande es el afán que surge dentro de mí por investigar su
naturaleza, como si fuera la propia canica quien quisiera que rompiera su
cáscara.
Le di muchas vueltas, estuve reflexionando, analizando pros
y contras, estudiando la probabilidad de éxito. Finalmente opté por abrirla. En
el caso de que todo saliera mal y la destruyera, podría emprender otra odisea
por estas tierras en busca de otra canica. Sería extraño que fuera la única. Si
es que ni siquiera sé cómo apareció y por qué…
Pero eso ya lo investigaré otro día. Hoy tengo que centrarme
en lo que me concierne. La levanto, yace en la palma de mi mano izquierda. La
observo detenidamente. Sus brillos están más alterados que de costumbre. Alzo
la otra mano, con el puño cerrado, apunto bien, cierro los ojos para que el
arrepentimiento no me frene y la aplasto con fuerza.
Me esperaba cualquier cosa menos esto. Surge una gran
explosión que libera de inmediato una gran cantidad de materia. Espirales
lumínicas; polvos de colores, nubes violetas, rojizas, verdes, de todos los
colores; esferas brillantes similares a mi canica y muchos más objetos que se van
esparciendo por la negrura en milésimas de segundos.
Ahora lo entiendo, la
canica estaba viva, pero cautiva en su propio interior, y lo que me pedía era
que rompiera la carcasa para que pudiera “estirar las piernas”. ¿La recompensa?
Ha hecho que mi vida tenga ahora un sentido. Ya no tendré la monotonía
inacabable de vagar hacia ningún sitio y suspirar sin nada más que hacer.

Se llamará Universo.
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