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Sin embargo, hay otras clases de alegorías que se enfocan
más en la epistemología de nuestro mundo, en el imposible de la verdad, en la
ontología o en el simple y vacío nihilismo. Estas alegorías, en vez de recurrir
a lo didáctico, a veces recurren a lo fantástico, y forman maravillosas
pseudofábulas que ayudan a conocer aspectos claves de nuestra realidad, ya sea
para bien, llevándote una grata alegría con algunos compendios socioculturales;
o para mal, percatándote de que el mundo a veces se simplifica demasiado para
ser el corpúsculo caótico que siempre ha sido.
En nuestro caso vamos a incidir de lleno en los aspectos más
básicos y a la vez prácticos de la estructura antropológica, más en concreto en
el desarrollo humano y su relación con los conocimientos que vaya almacenando.
Supongamos que las gafas no son sólo un mero instrumento
para solventar el déficit de autonomía oftálmico. Veámoslas mejor como un
filtro que es capaz de mostrarte el mundo tal y como es.
Naturalmente, ante tu profunda curiosidad y afán por buscar
la verdad, en ningún momento perderás estas gafas, ya que ellas serán tu guía
durante todo el recorrido, y siempre es mejor ver tu entorno con extrema
nitidez que con manchas borrosas.
Ahora bien, las variantes se encuentran siempre en cualquier
propuesta, aunque esta no tenga que ver nada con temas empíricos. Por tanto, en
esta alegoría, no va a ser menos. Así que, imaginemos que, a mitad de camino, o
mejor, casi nada más emprenderlo, una serie de factores hacen que agaches la
cabeza.
Por ejemplo, te cruzas de repente con una señal y ves que en ella hay un chiste dirigido
hacia tu persona. Esa señal se mofa de ti. ¿Qué opciones tienes para evitar la
mofa? A primera vista tienes dos. Una alternativa es quitarte las gafas. Viendo
todo borroso no serás capaz de leer el mensaje, por lo cual, la ignorancia de
lo que te rodea hará que te despreocupes de las burlas. La otra alternativa es
permanecer con las gafas, para saber por dónde pisar, pero agachando la cabeza,
de forma que tu ángulo de visión no se interponga con dicha señal.
De las dos, al menos la última te sigue proporcionando algo
de nitidez sin tener que soportar las burlas. Parece lo mejor, ¿no? No
renuncias al magnífico poder de las gafas y puedes proseguir el camino sin
preocuparte de quién será el siguiente en realizar una ofensa hacia ti.
Esta opción, durante los primeros instantes, parecerá que
no tiene repercusión perjudicial ninguna. Sin embargo, a la larga, provocará
algo peor que el haberse quitado directamente las gafas desde un principio.
Vamos a explicarnos. Tomando en consideración la gravedad,
con la cabeza agachada y nuestro movimiento con cada paso, conseguiremos que
las gafas se vayan deslizando lentamente sobre nuestro tabique nasal. En
consecuencia, cuando dejemos atrás a todos y cada uno de esos objetos dañinos y
alcemos nuevamente la cabeza, nuestras gafas habrán bajado tanto que nuestros
ojos, al realizar una línea de visión hacia adelante, no podrán beneficiarse de
su nitidez.
Pero si las gafas siguen en nuestra cara, ¿cómo es que vemos
borroso? Simple. Tan sólo haz la prueba, desliza unas gafas sobre tu nariz un
poco y comprobarás que al mirar ahora en un ángulo de 90º respecto al eje
vertical anatómico no verás a través de las lentes.
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Ignorar el dolor sólo desemboca en el marchitamiento propio. Y el tiempo sólo lo empeora.
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