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Lamento del día

Mientras que yo soy un ciego que ha aceptado su propia invidencia, tú eres uno que aún cree que simplemente tiene una venda tapándole los ojos.

sábado, 15 de febrero de 2014

Microdemencia: Cristal

Hace tiempo comprendí que este mundo es tan complejo que la única forma de estudiarlo es a base de alegorías. Son una manera sencilla de mezclar objetos cotidianos en los saberes más profundos de este ente denominado Tierra. Suena extraño, pero hasta un niño puede comprender los aspectos más básicos de las teorías mecanocuánticas si usas símiles acordes a su edad.

Sin embargo, hay otras clases de alegorías que se enfocan más en la epistemología de nuestro mundo, en el imposible de la verdad, en la ontología o en el simple y vacío nihilismo. Estas alegorías, en vez de recurrir a lo didáctico, a veces recurren a lo fantástico, y forman maravillosas pseudofábulas que ayudan a conocer aspectos claves de nuestra realidad, ya sea para bien, llevándote una grata alegría con algunos compendios socioculturales; o para mal, percatándote de que el mundo a veces se simplifica demasiado para ser el corpúsculo caótico que siempre ha sido.

En nuestro caso vamos a incidir de lleno en los aspectos más básicos y a la vez prácticos de la estructura antropológica, más en concreto en el desarrollo humano y su relación con los conocimientos que vaya almacenando.

Supongamos que las gafas no son sólo un mero instrumento para solventar el déficit de autonomía oftálmico. Veámoslas mejor como un filtro que es capaz de mostrarte el mundo tal y como es.

Naturalmente, ante tu profunda curiosidad y afán por buscar la verdad, en ningún momento perderás estas gafas, ya que ellas serán tu guía durante todo el recorrido, y siempre es mejor ver tu entorno con extrema nitidez que con manchas borrosas.

Ahora bien, las variantes se encuentran siempre en cualquier propuesta, aunque esta no tenga que ver nada con temas empíricos. Por tanto, en esta alegoría, no va a ser menos. Así que, imaginemos que, a mitad de camino, o mejor, casi nada más emprenderlo, una serie de factores hacen que agaches la cabeza.

Por ejemplo, te cruzas de repente con una señal y ves que en ella hay un chiste dirigido hacia tu persona. Esa señal se mofa de ti. ¿Qué opciones tienes para evitar la mofa? A primera vista tienes dos. Una alternativa es quitarte las gafas. Viendo todo borroso no serás capaz de leer el mensaje, por lo cual, la ignorancia de lo que te rodea hará que te despreocupes de las burlas. La otra alternativa es permanecer con las gafas, para saber por dónde pisar, pero agachando la cabeza, de forma que tu ángulo de visión no se interponga con dicha señal.

De las dos, al menos la última te sigue proporcionando algo de nitidez sin tener que soportar las burlas. Parece lo mejor, ¿no? No renuncias al magnífico poder de las gafas y puedes proseguir el camino sin preocuparte de quién será el siguiente en realizar una ofensa hacia ti.

Esta opción, durante los primeros instantes, parecerá que no tiene repercusión perjudicial ninguna. Sin embargo, a la larga, provocará algo peor que el haberse quitado directamente las gafas desde un principio.

Vamos a explicarnos. Tomando en consideración la gravedad, con la cabeza agachada y nuestro movimiento con cada paso, conseguiremos que las gafas se vayan deslizando lentamente sobre nuestro tabique nasal. En consecuencia, cuando dejemos atrás a todos y cada uno de esos objetos dañinos y alcemos nuevamente la cabeza, nuestras gafas habrán bajado tanto que nuestros ojos, al realizar una línea de visión hacia adelante, no podrán beneficiarse de su nitidez.

Pero si las gafas siguen en nuestra cara, ¿cómo es que vemos borroso? Simple. Tan sólo haz la prueba, desliza unas gafas sobre tu nariz un poco y comprobarás que al mirar ahora en un ángulo de 90º respecto al eje vertical anatómico no verás a través de las lentes.

En cambio, y aquí viene el punto clave, si vuelves a agachar la cabeza, llevando tu visión una vez más hacia las gafas, sí podrás ver todo con claridad. ¿Qué es lo que quiero decir? Pues que al escondernos y aceptar con sumisión los ataques que se nos hagan durante nuestra estancia en esta vida, lo único que conseguiremos será empeorar más y más nuestra visión del mundo, de tal forma que llegue un momento en el que lo único que podamos ver con claridad sea lo más bajo de este, y nunca consigamos ver más allá de ello, ni el cielo, ni las nubes, ni el horizonte, sólo las sombras y el grisáceo asfalto. Y llegados a este punto, sólo me queda depositar una escueta conclusión.

Ignorar el dolor sólo desemboca en el marchitamiento propio. Y el tiempo sólo lo empeora.

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