Aún seguía sin creer que esto estuviera pasando de verdad.
Es decir, sólo había que mirarme, mi aspecto no era nada atractivo ni poseía alguna
habilidad especial, podía considerarme incluso algo inferior a la media de la
normalidad.
En cambio, esta persona que estaba sentada delante de mí… El
adjetivo perfecta no alcanzaba la definición necesaria que ella se merecía.
Sigo sin explicarme qué había llamado su atención, qué le había hecho salir hoy
conmigo a cenar. Lo más seguro es que no tuviera ningún plan mejor y, entre
esto y quedarse en casa, eligió lo primero. Pero bueno, aunque sabía que nunca
más volvería a tener con ella una velada así de magnífica, para mí los
recuerdos de esta noche quedarían grabados con tinta indeleble en mi memoria.
Todo lo que hacía lo realizaba con extrema delicadeza, como
si no quisiera dañar nada que sus finas manos tocasen. Acariciaba los
cubiertos y cortaba el bistec con gracilidad. La simetría de sus movimientos
añadía más belleza a algo tan nimio como era la deglución.
Después agarraba la copa de vino desde la base y sellaba sus
labios en contacto con el cristal. Era puro arte gastronómico verla comer. Sin
embargo, lo mío era más bien arte abstracto. El mantel completamente repleto de
migas de pan y manchas de salsa. Cortaba con fuerza la carne y con frecuencia
rallaba la superficie del plato. Y al meterme la comida en la boca… eso era
repulsivo. Se escuchaba, sin poder remediarlo, el movimiento de mi mandíbula y
el chocar de mis dientes…
Cada acción suya desprendía una luz que eclipsaba con creces
mis formas. Era algo digno de ver, parecíamos Harmonía y Eris teniendo una
cita. Aunque… pensándolo de dicho modo, ¿y si era precisamente mi imperfección
lo que había hecho que se fijara en mí?
Se dice que los polos opuestos se atraen, quizás ella buscaba algo de imperfección en
su perfecto mundo, algo que no podía conseguir por sus propios medios. Podría
ser eso, después de todo creo que la única razón por la que las personas
buscamos una pareja es para alcanzar ciertos objetivos que para nosotras mismas
son tarea imposible de lograr.
La cena terminó y marchamos hasta su casa. Como era de
esperar, todo estaba impoluto, un hogar envuelto en la fragancia de la hermosa
concordia. Todavía yo permanecía asombrada ante su propuesta de pasar adentro.
¿Eso significaba que ella quería alargar la noche?
Parecía que sí, ni una copa ni charlar ni nada por el
estilo. Fue directamente al grano, me dio un fuerte tirón y me arrastró hasta
su habitación, me miró fijamente, sonrió y me empujó hacia su cama. Acto
seguido ella se puso encima de mí. Esperaba con ansias ver qué clase de
preliminares tenía en mente. ¿Besos, caricias, pequeños mordiscos?
Nada de eso. Como ya dije, fue al grano, directa a su
objetivo. Eso no fue un pequeño mordisco, fue un bocado con todas las de la
ley. Tiró con fuerza y desgarró gran parte de mi cuello. Podía ver colgando en
su boca los jirones de piel y los tendones. La sangre brotaba a borbotones y
ella disfrutaba con ello como una niña en una fuente tras una calurosa mañana
de verano.
¿Iba a morir así? Eso preveía, sin poder hablar e
inmovilizada, ella procedió con mi tórax. Hundió su mano entre las costillas y
las fue doblando para abrirse paso hasta los pulmones. No sin antes ir dando
fuertes dentelladas a mis brazos para inutilizar los nervios. Quedaba claro que
el postre especial de la madrugada iba a ser simple y llanamente una servidora.
Pese a ello, y a sabiendas de que puede sonar raro, esta
situación no me desagradaba en absoluto. Ahora formaré parte de ella, de su
perfección.
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