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Mientras que yo soy un ciego que ha aceptado su propia invidencia, tú eres uno que aún cree que simplemente tiene una venda tapándole los ojos.

sábado, 15 de febrero de 2014

Microdemencia: Masticar

Aún seguía sin creer que esto estuviera pasando de verdad. Es decir, sólo había que mirarme, mi aspecto no era nada atractivo ni poseía alguna habilidad especial, podía considerarme incluso algo inferior a la media de la normalidad.

En cambio, esta persona que estaba sentada delante de mí… El adjetivo perfecta no alcanzaba la definición necesaria que ella se merecía. Sigo sin explicarme qué había llamado su atención, qué le había hecho salir hoy conmigo a cenar. Lo más seguro es que no tuviera ningún plan mejor y, entre esto y quedarse en casa, eligió lo primero. Pero bueno, aunque sabía que nunca más volvería a tener con ella una velada así de magnífica, para mí los recuerdos de esta noche quedarían grabados con tinta indeleble en mi memoria.

Todo lo que hacía lo realizaba con extrema delicadeza, como si no quisiera dañar nada que sus finas manos tocasen. Acariciaba los cubiertos y cortaba el bistec con gracilidad. La simetría de sus movimientos añadía más belleza a algo tan nimio como era la deglución.

Después agarraba la copa de vino desde la base y sellaba sus labios en contacto con el cristal. Era puro arte gastronómico verla comer. Sin embargo, lo mío era más bien arte abstracto. El mantel completamente repleto de migas de pan y manchas de salsa. Cortaba con fuerza la carne y con frecuencia rallaba la superficie del plato. Y al meterme la comida en la boca… eso era repulsivo. Se escuchaba, sin poder remediarlo, el movimiento de mi mandíbula y el chocar de mis dientes…

Cada acción suya desprendía una luz que eclipsaba con creces mis formas. Era algo digno de ver, parecíamos Harmonía y Eris teniendo una cita. Aunque… pensándolo de dicho modo, ¿y si era precisamente mi imperfección lo que había hecho que se fijara en mí?  Se dice que los polos opuestos se atraen, quizás ella buscaba algo de imperfección en su perfecto mundo, algo que no podía conseguir por sus propios medios. Podría ser eso, después de todo creo que la única razón por la que las personas buscamos una pareja es para alcanzar ciertos objetivos que para nosotras mismas son tarea imposible de lograr.

La cena terminó y marchamos hasta su casa. Como era de esperar, todo estaba impoluto, un hogar envuelto en la fragancia de la hermosa concordia. Todavía yo permanecía asombrada ante su propuesta de pasar adentro. ¿Eso significaba que ella quería alargar la noche?

Parecía que sí, ni una copa ni charlar ni nada por el estilo. Fue directamente al grano, me dio un fuerte tirón y me arrastró hasta su habitación, me miró fijamente, sonrió y me empujó hacia su cama. Acto seguido ella se puso encima de mí. Esperaba con ansias ver qué clase de preliminares tenía en mente. ¿Besos, caricias, pequeños mordiscos?

Nada de eso. Como ya dije, fue al grano, directa a su objetivo. Eso no fue un pequeño mordisco, fue un bocado con todas las de la ley. Tiró con fuerza y desgarró gran parte de mi cuello. Podía ver colgando en su boca los jirones de piel y los tendones. La sangre brotaba a borbotones y ella disfrutaba con ello como una niña en una fuente tras una calurosa mañana de verano.

¿Iba a morir así? Eso preveía, sin poder hablar e inmovilizada, ella procedió con mi tórax. Hundió su mano entre las costillas y las fue doblando para abrirse paso hasta los pulmones. No sin antes ir dando fuertes dentelladas a mis brazos para inutilizar los nervios. Quedaba claro que el postre especial de la madrugada iba a ser simple y llanamente una servidora.

Pese a ello, y a sabiendas de que puede sonar raro, esta situación no me desagradaba en absoluto. Ahora formaré parte de ella, de su perfección.

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