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Mi mutación era algo más que un brazo extra, la ausencia de
un ojo o un síndrome congénito. No. Mi alteración genética trascendía a algo
más neurológico, o, mejor dicho, extrasensorial. Sí, nunca supe qué parte de mi
genoma quedó trastocado, pero fuera el que fuera cambió algo en la transmisión
de mi impulso eléctrico.
Si me relajaba lo suficiente y ponía algo de empeño, era
capaz de aumentar esta electricidad sináptica y sacarla fuera de mi cuerpo para
que afectara a las partículas que flotan en el ambiente. ¿A todas las
partículas? Negativo, a unas muy especiales que aún los físicos no comprenden
del todo. Me refiero a las que influyen en el flujo normal del tiempo.
Ni yo misma conocía a la perfección el proceso completo.
Sólo sabía que cuando los impulsos eléctricos alcanzaban dichas partículas se
desataba una reacción en cadena entre ellas con una magnánima despolarización
que las paralizaba… Sí, exactamente, podía detener el tiempo.
La primera vez que lo hice me asusté muchísimo. Era una niña y ni me veía capacitada para reiniciar el flujo temporal. De hecho, recuerdo que
me llevó algo más de una semana el averiguar la manera de hacerlo, cosa que
ahora me resultaba más sencillo que la parálisis temporal. Revertirlo era tan
simple como enviar unos impulsos a las partículas, con mucha menos intensidad, para repolarizarlas.
Con respecto… al uso de mi poder. Bueno, ya os lo podéis
imaginar. Ser Señor o Señora del Tiempo era uno de los sueños que la humanidad tenía.
El éxito y la fama se arrimaron a mí como abejas a un panal. No por el hecho de
revelar el poder, sino por los beneficios de este, tales como ser brillante en
los estudios y el trabajo, reunir incontables riquezas o ser infalible en
cualquier deporte.
No podía quejarme, esto era lo más cercano a una vida
perfecta. Nunca me faltaba de nada y lo mejor de todo era que, cuando paraba el
tiempo, las moléculas de mi cuerpo también se detenían, de modo que en esos
instantes no envejecía ni un ápice.
Por desgracia no me percaté de que un parásito denominado
ambición se había mudado a mi cerebro… Él me hizo caer en la desdicha aquel
día que opté por “tomar prestado” algo más de dinero de los bancos.
Como de costumbre, antes de salir de la puerta, para
desprenderme de toda sospecha una vez se pusiera en marcha la investigación del
robo, detuve el tiempo. Anduve con calma y metí todo el dinero que necesitaba
en un saco. Regresé a casa y procedí a reiniciar las partículas temporales.
Sin embargo, no me obedecieron. Seguían pausadas. Volví a
intentarlo y no ocurrió nada. Probé con algo de más intensidad y tampoco.
Mantuve la calma y esperé unas horas para ver si mi cerebro requería algo de
reposo. Tras el tiempo muerto envié nuevamente los impulsos eléctricos… con una
respuesta nula. Ahora sí había razón para que cundiese el pánico. Había perdido
mis facultades de manipulación cronológica.
Me eché las manos a la cabeza, me tiré al suelo y comencé a
sollozar intoxicada por la desesperación. ¿Qué iba a hacer? Nunca me replanteé
un caso hipotético similar a este. ¿Cómo podía saber que mi poder podía llegar
a extinguirse? No… no es así. Lo que se pierde tiene la posibilidad de
recuperarse. Sé que a veces nuestra biología nos hace pasar por malas
situaciones, nos hace echar de menos características que antaño poseíamos. Pero, con esfuerzo, estas capacidades, que ya estuvieron en tu organismo, pueden
regresar. La diferencia con lo demás es que aquí se precisa un arduo
entrenamiento e incontables intentos fallidos hasta que adoptes una maestría
sin parangón.
Me costaría, no lo conseguiría a la primera ni a la segunda ni a la tercera, la rabia se encontraría en cada error que cometiera, sería un reto de los que ya no hay, lo sé, pero ¿había otra forma mejor? Debía contentarme con esto y no rechistar…
Me costaría, no lo conseguiría a la primera ni a la segunda ni a la tercera, la rabia se encontraría en cada error que cometiera, sería un reto de los que ya no hay, lo sé, pero ¿había otra forma mejor? Debía contentarme con esto y no rechistar…
Al menos no iba a ir falta de tiempo.
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