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Mientras que yo soy un ciego que ha aceptado su propia invidencia, tú eres uno que aún cree que simplemente tiene una venda tapándole los ojos.

lunes, 24 de febrero de 2014

Microdemencia: Estaticidad

Los que conozcan a Darwin sabrán que nuestro potencial como ser humano es capaz de aumentar notablemente con las mutaciones, causa primordial de nuestra evolución. Quiero que retengáis eso en vuestras mentes, porque lo que viene a continuación os puede dejar sin aliento.

Mi mutación era algo más que un brazo extra, la ausencia de un ojo o un síndrome congénito. No. Mi alteración genética trascendía a algo más neurológico, o, mejor dicho, extrasensorial. Sí, nunca supe qué parte de mi genoma quedó trastocado, pero fuera el que fuera cambió algo en la transmisión de mi impulso eléctrico.

Si me relajaba lo suficiente y ponía algo de empeño, era capaz de aumentar esta electricidad sináptica y sacarla fuera de mi cuerpo para que afectara a las partículas que flotan en el ambiente. ¿A todas las partículas? Negativo, a unas muy especiales que aún los físicos no comprenden del todo. Me refiero a las que influyen en el flujo normal del tiempo.

Ni yo misma conocía a la perfección el proceso completo. Sólo sabía que cuando los impulsos eléctricos alcanzaban dichas partículas se desataba una reacción en cadena entre ellas con una magnánima despolarización que las paralizaba… Sí, exactamente, podía detener el tiempo.

La primera vez que lo hice me asusté muchísimo. Era una niña y ni me veía capacitada para reiniciar el flujo temporal. De hecho, recuerdo que me llevó algo más de una semana el averiguar la manera de hacerlo, cosa que ahora me resultaba más sencillo que la parálisis temporal. Revertirlo era tan simple como enviar unos impulsos a las partículas, con mucha menos intensidad, para repolarizarlas.

Con respecto… al uso de mi poder. Bueno, ya os lo podéis imaginar. Ser Señor o Señora del Tiempo era uno de los sueños que la humanidad tenía. El éxito y la fama se arrimaron a mí como abejas a un panal. No por el hecho de revelar el poder, sino por los beneficios de este, tales como ser brillante en los estudios y el trabajo, reunir incontables riquezas o ser infalible en cualquier deporte.

No podía quejarme, esto era lo más cercano a una vida perfecta. Nunca me faltaba de nada y lo mejor de todo era que, cuando paraba el tiempo, las moléculas de mi cuerpo también se detenían, de modo que en esos instantes no envejecía ni un ápice.

Por desgracia no me percaté de que un parásito denominado ambición se había mudado a mi cerebro… Él me hizo caer en la desdicha aquel día que opté por “tomar prestado” algo más de dinero de los bancos.

Como de costumbre, antes de salir de la puerta, para desprenderme de toda sospecha una vez se pusiera en marcha la investigación del robo, detuve el tiempo. Anduve con calma y metí todo el dinero que necesitaba en un saco. Regresé a casa y procedí a reiniciar las partículas temporales.

Sin embargo, no me obedecieron. Seguían pausadas. Volví a intentarlo y no ocurrió nada. Probé con algo de más intensidad y tampoco. Mantuve la calma y esperé unas horas para ver si mi cerebro requería algo de reposo. Tras el tiempo muerto envié nuevamente los impulsos eléctricos… con una respuesta nula. Ahora sí había razón para que cundiese el pánico. Había perdido mis facultades de manipulación cronológica.

Me eché las manos a la cabeza, me tiré al suelo y comencé a sollozar intoxicada por la desesperación. ¿Qué iba a hacer? Nunca me replanteé un caso hipotético similar a este. ¿Cómo podía saber que mi poder podía llegar a extinguirse? No… no es así. Lo que se pierde tiene la posibilidad de recuperarse. Sé que a veces nuestra biología nos hace pasar por malas situaciones, nos hace echar de menos características que antaño poseíamos. Pero, con esfuerzo, estas capacidades, que ya estuvieron en tu organismo, pueden regresar. La diferencia con lo demás es que aquí se precisa un arduo entrenamiento e incontables intentos fallidos hasta que adoptes una maestría sin parangón.

Me costaría, no lo conseguiría a la primera ni a la segunda ni a la tercera, la rabia se encontraría en cada error que cometiera, sería un reto de los que ya no hay, lo sé, pero ¿había otra forma mejor? Debía contentarme con esto y no rechistar…

Al menos no iba a ir falta de tiempo.

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