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Mientras que yo soy un ciego que ha aceptado su propia invidencia, tú eres uno que aún cree que simplemente tiene una venda tapándole los ojos.

jueves, 27 de febrero de 2014

Microdemencia: Cadáver

Fueron días tristes para mí. Mi pequeña cobaya, mi gran compañera, Ninfa, había muerto…  Sufrió una fatídica enfermedad y, tras dos largos meses de puro sufrimiento e incertidumbre, no consiguió sobrevivir. Al menos murió de noche, mientras dormía, en la mullida colchoneta que había a los pies de mi cama.

Pensaba que todo había acabado, que nunca más volvería a verla correteando por el parqué de casa, que nunca más me despertarían sus bigotes haciéndome cosquillas en las mejillas, que nunca más escucharía su pequeña boca roer las hojas de lechuga…

Aunque estaba equivocado. Había una posibilidad de volver a vivir todo eso. No me refería a comprar una cobaya idéntica, sino a recurrir a las artes nigrománticas para darle vida a su carcasa exánime.

Una de mis amistades estaba un poco obsesionada con estos temas. Me sugirió que probase la nigromancia con Ninfa, asegurándome que, pese a ser casos muy aislados, ciertos conjuros podían de verdad levantar a los muertos. Asimismo, ella me dio la dirección de una biblioteca esotérica para que buscara el libro adecuado.

Sin perder ni un minuto me dirigí hacia allá. La bibliotecaria obviamente se reiría de mí si le preguntaba acerca de un libro con auténticos hechizos nigrománticos, así que tendría que buscar por mi cuenta.

Después de una hora de búsqueda exhaustiva, conseguí dar con uno que parecía fiable, además de antiguo. Abrí su polvorienta tapa y me dio la bienvenida un pentagrama de color rojo. Eché una ojeada por encima antes de llevármelo. Estaba bastante completo, con un índice elaborado y unas descripciones magníficamente detalladas. Era el apropiado, si este libro no podía resucita a Ninfa, ninguno lo haría.

El capítulo cinco se centraba en la nigromancia de animales domésticos. Seguí al pie de la letra las pautas a seguir y me concentré, visualicé a Ninfa con vida. El conjuro requería la voluntad plena del taumaturgo. Apreté mis puños con fuerza y pronuncié con decisión las cuatro estrofas que invocaban las energías oscuras.

Al acabar nada sucedió. Seguía sin moverse. Agaché la cabeza, percatado de la realidad, ¿de verdad pensé que iba a funcionar? Suspiré y metí todos los materiales en una bolsa. Sin embargo, cuando regresé para llevar a Ninfa a un mejor lugar de descanso, me sorprendí al no ver su cuerpo.

Un pequeño sonido apareció detrás de mí. Me giré y, boquiabierto, vi a Ninfa, respirando, moviendo su morro… Había vuelto a la vida. Había funcionado. Sé que parecía imposible, pero así había sido. Mis ganas de volver a verla le habían dado la suficiente potencia al conjuro como para que surtiera efecto.

No obstante, no todo fue como esperaba. Quizá es que una resurrección exitosa sólo podía ocurrir si se realizaba en un recién fallecido, no tengo ni idea. Simplemente sabía que Ninfa no era la de antes. Dejó de comer lechuga, ahora le atraía la carne. Se comportaba de una forma mucho más agresiva. Incluso a veces me daba pequeños mordiscos, aunque fuera muy de vez en cuando.

Su saña no conocía límites. Acrecentó hasta tal punto que un día se le cruzaron los cables por completo. Atacó a las mismas manos que la alimentaban. Ya no quería los chuletones de jugosa carne que le traía, quería algo que tuviera vida, que fuera difícil de cazar.

Me mordió con fuerza los dedos. No se había confundido, era totalmente consciente de lo que hacía. Pegué un fuerte grito de dolor. Ninfa saltó al suelo y se lanzó a por mi tobillo derecho. No cabía duda, pretendía matarme. Tendría que defenderme…

…pero me era imposible. Aunque no fuera la misma, su cuerpo seguía siendo el de Ninfa… No sería capaz de matarla, con sólo replantearme la idea a mi mente venían recuerdos de aquel día en el que falleció. No podría pasar otra vez por lo mismo. Lo único que podía hacer era defenderme y esperar a que se calmara.

Sin embargo, ella no pensaba parar hasta verme inerte. Se movía asombrosamente rápido, con una agilidad tremebunda. Tras varias intentonas de alcanzarme los pies, logró dar con el tendón de Aquiles derecho. Caí al suelo, y una vez allí me seccionó el otro tendón. Era astuta, así había conseguido inutilizarme las piernas.

Me rendí… Sé que suena absurdo y tal vez os riais de mí… Un cuarentón de metro noventa siendo vencido por un roedor de poco más de quince centímetros. Pero, entendedlo, ¿podríais acabar con la vida de un ser al que queréis, pese a que este ya no fuera el mismo y no os reconociera? Tendríais que ser muy fríos para hacerlo… Desgraciadamente mis venas no son de escarcha.

Cerré los ojos e intenté no prestar atención al dolor. Ninfa subió por mi cintura y se posó en mi abdomen. Comenzó a rasgar con sus dientes la piel y en cuestión de unos segundos ya estaba royendo mis intestinos. Sólo me quedaba esperar a que me quedara inconsciente o ella ascendiera al corazón, lo que ocurriera antes…

Jugué con la nigromancia. Y perdí.

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