
Pensaba que todo había acabado, que nunca más volvería a
verla correteando por el parqué de casa, que nunca más me despertarían sus
bigotes haciéndome cosquillas en las mejillas, que nunca más escucharía su
pequeña boca roer las hojas de lechuga…
Aunque estaba equivocado. Había una posibilidad de volver a
vivir todo eso. No me refería a comprar una cobaya idéntica, sino a recurrir a
las artes nigrománticas para darle vida a su carcasa exánime.
Una de mis amistades estaba un poco obsesionada con estos temas.
Me sugirió que probase la nigromancia con Ninfa, asegurándome que, pese a ser casos
muy aislados, ciertos conjuros podían de verdad levantar a los muertos.
Asimismo, ella me dio la dirección de una biblioteca esotérica para que buscara
el libro adecuado.
Sin perder ni un minuto me dirigí hacia allá. La
bibliotecaria obviamente se reiría de mí si le preguntaba acerca de un libro
con auténticos hechizos nigrománticos, así que tendría que buscar por mi
cuenta.
Después de una hora de búsqueda exhaustiva, conseguí dar con
uno que parecía fiable, además de antiguo. Abrí su polvorienta tapa y me dio la
bienvenida un pentagrama de color rojo. Eché una ojeada por encima antes de
llevármelo. Estaba bastante completo, con un índice elaborado y unas
descripciones magníficamente detalladas. Era el apropiado, si este libro no
podía resucita a Ninfa, ninguno lo haría.
El capítulo cinco se centraba en la nigromancia de animales
domésticos. Seguí al pie de la letra las pautas a seguir y me concentré, visualicé
a Ninfa con vida. El conjuro requería la voluntad plena del taumaturgo. Apreté
mis puños con fuerza y pronuncié con decisión las cuatro estrofas que invocaban
las energías oscuras.
Al acabar nada sucedió. Seguía sin moverse. Agaché la
cabeza, percatado de la realidad, ¿de verdad pensé que iba a funcionar? Suspiré
y metí todos los materiales en una bolsa. Sin embargo, cuando regresé para
llevar a Ninfa a un mejor lugar de descanso, me sorprendí al no ver su cuerpo.
Un pequeño sonido apareció detrás de mí. Me giré y, boquiabierto, vi a Ninfa, respirando, moviendo su morro… Había vuelto a la vida.
Había funcionado. Sé que parecía imposible, pero así había sido. Mis ganas de
volver a verla le habían dado la suficiente potencia al conjuro como para que
surtiera efecto.
No obstante, no todo fue como esperaba. Quizá es que una
resurrección exitosa sólo podía ocurrir si se realizaba en un recién fallecido,
no tengo ni idea. Simplemente sabía que Ninfa no era la de antes. Dejó de comer
lechuga, ahora le atraía la carne. Se comportaba de una forma mucho más
agresiva. Incluso a veces me daba pequeños mordiscos, aunque fuera muy de vez
en cuando.
Su saña no conocía límites. Acrecentó hasta tal punto que un
día se le cruzaron los cables por completo. Atacó a las mismas manos que la alimentaban. Ya no quería los chuletones de jugosa carne que le traía, quería
algo que tuviera vida, que fuera difícil de cazar.
Me mordió con fuerza los dedos. No se había confundido, era
totalmente consciente de lo que hacía. Pegué un fuerte grito de dolor. Ninfa
saltó al suelo y se lanzó a por mi tobillo derecho. No cabía duda, pretendía
matarme. Tendría que defenderme…
…pero me era imposible. Aunque no fuera la misma, su cuerpo
seguía siendo el de Ninfa… No sería capaz de matarla, con sólo replantearme la
idea a mi mente venían recuerdos de aquel día en el que falleció. No podría pasar
otra vez por lo mismo. Lo único que podía hacer era defenderme y esperar a que
se calmara.
Sin embargo, ella no pensaba parar hasta verme inerte. Se
movía asombrosamente rápido, con una agilidad tremebunda. Tras varias intentonas
de alcanzarme los pies, logró dar con el tendón de Aquiles derecho. Caí al
suelo, y una vez allí me seccionó el otro tendón. Era astuta, así había
conseguido inutilizarme las piernas.

Cerré los ojos e intenté no prestar atención al dolor. Ninfa
subió por mi cintura y se posó en mi abdomen. Comenzó a rasgar con sus dientes
la piel y en cuestión de unos segundos ya estaba royendo mis intestinos. Sólo
me quedaba esperar a que me quedara inconsciente o ella ascendiera al corazón,
lo que ocurriera antes…
Jugué con la nigromancia. Y perdí.
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