
Pero eso era así hasta el día de mi muerte, cuyo
acontecimiento sucedió ayer mismo. Mi corazón no aguantó un cuarto infarto, y
por ello me encuentro sobre una mesa metálica, a la espera de los preparativos
para mi entierro.
¿Cómo es posible que sepa esto? También me pregunté lo mismo
cuando todo se oscureció ante mí, pero la audición, el olfato y el tacto se
mantenían activos… De entre todas las teorías que existen con respecto a lo que
ocurre después de la muerte, se tuvo que cumplir una de las más aterradoras, al
menos según mi opinión…
Veréis, esto es digno de una película de terror, esas en las
que aparece un cadáver en la morgue y es consciente durante todo momento de las
prácticas forenses que se hacen en su cuerpo.
Esas películas eran realmente angustiosas y deseaba con todas mis
fuerzas que solamente fuera mera ficción. Por desgracia, como podéis comprobar,
es la cruda realidad.
Parece que las constantes vitales se mantienen en una escala
imperceptible para el ser humano, pero lo suficientemente potentes como para
permitir que te percates de lo que te rodea, a excepción de la vista, la cual,
seguramente si no fuera por la imposibilidad de abrir los párpados, tampoco
estaría inutilizada.
De todas formas, lo prefiero así. Dentro de lo que cabe he
tenido suerte. No me han abierto el tórax ni nada por el estilo, y tampoco han
decidido abrirme los ojos en ningún momento. Suena estúpido, pero prefiero que lo que tenga que pasar me pille desprevenida. Creo que me pondría más nerviosa si viera un bisturí que si sólo lo notara cortándome la piel.
Por ahora todo marcha bien. Acaban de venir mis familiares.
Probablemente ya esté en el velatorio. Me entristece escucharles llorar,
algunas de sus lágrimas caen sobre mi frente, son cálidas… Algunos hablan entre
ellos con un señor cuya voz jamás oí antes, así que me imagino que será el de
la funeraria…
Un momento, eso me recuerda que yo dejé una especie de
testamento para aclarar lo que quería que se hiciera con mi cadáver. Y me
parece que estoy empezando a arrepentirme de ello. Si alguien aún no sabe por
dónde van los tiros, servirá de pista la afirmación de que ser quemado vivo es una, si no la
primera, de las muertes más dolorosas… ¡Bingo! Dije que se me incinerara.
Mierda… no había caído en eso. He estado alabando la suerte
que he tenido durante todo el proceso tanatopráctico y no me he parado a pensar
en lo que viene a continuación… Me imagino que, si mi tacto ha podido percibir
hasta minúsculas gotas de agua salina, no tendrá problemas para enviarme con
gusto toda la información que capte de la cremación. ¿Y ahora qué hago?
Pues no me queda otra. Estoy cautiva en mi propio cuerpo,
traicionada por el mismo, sin alternativa alguna de evasión. Por más que lo
intente no puedo mover ningún músculo, y la posibilidad de que alguien de mi
familia tenga un momento de loca lucidez y proponga el embalsamiento es casi remota. No
obstante, tarde o temprano tendré que afrontarlo, es inevitable, mi cerebro se
descompondrá y con él se irá mi consciencia, mi yo intrínseco. Nunca tuve miedo
a la muerte, pero este trámite antes de la verdadera muerte está apabullándome.
Parece un castigo divino por mi condición humana y, por ende, carroñera.
Me mueven, otra mesa fría, pero esta temperatura se
contrarresta con el calor del ambiente. No cabe duda, estoy justo al lado del
horno crematorio. Suena irónico, pero en este instante preferiría mil veces
haber muerto quemada, al menos así no tendría que pasar ahora por esto… ¿Durará
mucho la tortura?

Aunque claro, si para mí esto está siendo un Infierno
interminable… no me gustaría estar en el pellejo de los desdichados que son
enterrados, que lenta y agónicamente serán devorados por cientos de descomponedores.
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