
Una gran fisura había aparecido en mitad del cielo. Rodeaba
por completo el planeta. Pasaba por Europa central, alcanzaba el Polo Norte,
descendía por América, el Polo Sur y volvía a Europa. Un cinturón de caos
sideral cuya visión, a pesar de la belleza de su imagen, te dejaba sin
respiración ante la impresión de encontrarte en el mismísimo espacio, flotando
en la nada.
Astrónomos de todo el globo estuvieron investigando sin
cesar el origen de aquello, aunque sus resultados fueron frustrantemente
inconcluyentes. Resaltaron que la fisura no correspondía a una imagen directa
del Universo próximo, sino que pertenecía a una parte del espacio situada a años
luz de la Tierra.
Estudios posteriores sugirieron que la razón más posible del
fenómeno era una interactuación masiva entre un agujero negro y un agujero
blanco conectados. ¿Qué son esos dos entes? El agujero negro es un vórtice que
absorbe cualquier materia que pase cerca de él, luz inclusive. Cuanta más masa
tenga, más capacidad de atracción tendrá, como el resto de astros. Mientras
tanto, un agujero blanco es su némesis, expulsa cantidades colosales de materia
al espacio.
Justo en este instante habrás pensado: ¿no es posible que lo
que absorba el agujero negro sea escupido por el agujero blanco y ambos sean una
especie de portales? Esta fue precisamente una de las teorías cuando se
descubrió la existencia de los agujeros blancos. La gran incógnita de los
agujeros negros era que a qué lugar enviaban lo que engullían, pues les parecía
imposible que destruyeran de verdad la materia.
No se resolvió gran cosa. Sin embargo, con la aparición de
esta fisura, las teorías de la interrelación entre agujeros blancos y negros se
reforzaban. Los análisis de los espectros mostraban un movimiento intenso de
materia que sólo podía ser arrastrada por un agujero negro. Pero, por otro
lado, también se visualizaban otros movimientos espirales que detallaban una expansión
acelerada, la cual podía deberse muy probablemente a la existencia de un
agujero blanco.
¿Lo extraño de esto? Ambos movimientos estaban muy cercanos
entre sí. Si tomábamos la sospecha de los agujeros como veraz, esto significaba
que un agujero negro y otro blanco se habían aproximado lo suficiente como para
interactuar y causar a posteriori esta catástrofe en potencia.
Para los astrofísicos y demás investigadores esto resultó
ser la Piedra de Rosetta para muchas de las dudas acerca de estos entes. Para
el resto de mortales significaba un vaticinio fatalista. Era sobrecogedor
cuando el Sol pasaba por la fisura y este desaparecía. Teníamos eclipses
diarios, también por la noche con la Luna. Y la cosa no se quedó en sólo unas
pocas horas sin iluminación astral, la cosa fue a peor.
Una pequeña nebulosa comenzó a surgir en un punto cercano a
Dinamarca. Su crecimiento aumentaba de manera exponencial. En cuestión de una
semana ya había tapado todas las estrellas que podían observarse a través de la
fisura y había cubierto más de la mitad de ella. Además de ello, su color fue
tornándose más oscuro conforme su masa acrecentaba, a excepción de la parte
central, en la región danesa, que adquiría un brillo característico de un
cúmulo enérgico de varios megatones.
Nos mintieron… Los informativos, tan seguros de sí mismos
con las pruebas científicas que las organizaciones aeroespaciales les daban,
nos aseguraron que este cambio en el fenómeno no implicaba peligro alguno para
nosotros y nuestro planeta; que, aunque aparentemente viéramos que la fisura se
encontraba casi adherida a la atmósfera, esto no era sino una distorsión del
continuum espacio-tiempo y en realidad se hallaba a muchos kilómetros de
distancia.
Pero la verdad era otra muy distinta. Del cadáver de los dos
agujeros se estaba formando, con los restos estelares, una vorágine aún mayor
al otro lado de la fisura, con la consiguiente fuerza gravitatoria como para
atrapar a la Tierra... Y así ocurrió. Poco a poco, sin que nadie nos lo dijera,
los ciudadanos de a pie nos fuimos dando cuenta. Primero ascendieron pequeños
objetos, muy ligeros, y cada vez la levitación hacia el cielo incluía objetos
más pesados, llegando a subir hasta la fisura aviones, casas y hasta puentes
gigantescos.

Sólo nos quedaba cruzar los dedos para que este tipo de
muerte no fuera doloroso… Aunque ni siquiera sabían si moriríamos realmente.
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