-Claro, adelante –contestó
sonriente la adivina–.
-Verá, sé que resulta raro preguntar esto teniendo diecinueve años, pero… ¿Usted podría decirme la fecha aproximada de mi muerte?
-Joven, antes de
entrar en comunión con los astros, tengo que advertirte de algo. Los poderes de la
adivinación no son como los de las películas. En el caso de que visione la
fecha que me pides, que tal vez no ocurra, no será totalmente precisa mi
revelación. Quiero decir, no voy a decirte, por ejemplo, mes, día y hora.
Quizás a mi mente llegue el año, o la estación, o un número que represente a
una semana. No lo sé. Yo obtengo datos sueltos que luego por deducción
conforman una adivinación aproximada de tu destino.
-Comprendo. Aun así,
cualquier información es mejor que la completa incertidumbre.
-Lo sé, pero lo que
quiero hacerte entender con esto es que, si por algún casual lo único que
percibo es el mes de febrero, no quiero que la paranoia te haga pensar que es
el febrero de este año o el del siguiente. Puede que lo sea, puede que no. O
tal vez sea el mes en el que se desencadenen los sucesos que provoquen tu
muerte al cabo de veinte semanas. Nunca se sabe. No obstante, te prometo que
intentaré reunir la mayor información posible.
-Vale, estoy conforme.
No se preocupe, cualquier cosa que me diga será bien recibida.
-De acuerdo.
La vidente posó las cartas del tarot en la mesa y puso sus
dos manos sobre ellas. Se concentró en la frente del joven tratando de
visualizar números o palabras. Sin embargo, un suceso inesperado la emboscó.
Ya dentro de su mundo de percepción mística, en su frente
surgió un vórtice oscuro que la devoró por completo y la escupió a un cosmos de
tonalidades cadavéricas. Dolor y sufrimiento se percibían por doquier. Un
calambre profundo la invadió por dentro y se desataron mil descargas en su
cuerpo. Cada electrocución enviaba una imagen concreta a su mente, y todas con
rasgo idéntico: la atrocidad lóbrega. Pesimismo, destrucción, podredumbre; estaba viviendo horrores inconcebibles en cuestión de milésimas de segundo.
Pero nada dura para siempre. Casi a punto de caer en coma,
otro vórtice, este blanco, se abrió y la absorbió para devolverla a la
realidad. Regresó de sus pensamientos y volvió en sí. Le faltaba el aire y se
sentía profundamente mareada. Aquel viaje astral había sido de los más caóticos
que había tenido, si no el que más.
Tras tomarse unos momentos para recobrar el aliento,
intentando recuperarse lo antes posible al ver que el chico empezaba a
preocuparse por ella, respiró hondo y esbozó una ligera mueca. Su rostro ya lo
decía todo, eran malas noticias.
-Lo siento de veras.
Son casos aislados en los que ocurre esto… Casi no he recibido respuesta de los
astros… He tenido que aventurarme yo misma para obtener algún dato, pero sólo
me ha venido a la mente el número cuatro y un borroso mapa donde se iluminaban,
creo recordar, las islas de Japón. ¿Significan algo para ti?
-Japón… Cuatro…
Realmente no…
-Bueno, no pasa nada.
Tarde o temprano te aseguro que tendrán relevancia para ti. De momento lo único
que puedo hacer es disculparme de nuevo y compensarte, antes de que te vayas,
con el objeto que más quieras de los que hay en el escaparate. No te cortes, el
que más te atraiga.
-Está bien. Lo
entiendo. Muchas gracias por atenderme y perdón por las molestias.
-No hay de qué. Buena
suerte, ¡nos vemos!
Cuando el chico salió de la habitación, la adivina agachó la
cabeza y cerró los ojos, hablando para sí misma.
-Pobre, no te habría
beneficiado el saber la fecha que realmente vi. Debes percatarte por ti mismo
usando las pistas que te he dado… Has de averiguar que nunca tendrás tal fecha,
porque tu defunción ocurrió hace mucho tiempo atrás. Sólo estás confuso… sólo…
eso…
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