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Imagínalo así. Irías por la calle y encontrarías calma,
silencio, tranquilidad. Nadie miraría a nadie, ni le juzgaría. Lo único que
resonaría por las avenidas sería la armonía. Entrarías a las tiendas y no
tendrías que esperar, el comercio sería casi instantáneo.
Pero ¿por qué hablar de comercio si no existiría el dinero?
Así es, podrías coger lo que quisieras cuando quisieras y nadie podría
reprocharte. Podrías olvidarte de ese ansioso sueño de ser millonario. ¿Quieres
un coche lujoso? Ve al concesionario y llévatelo. ¿Tienes ganas de comer queso
y no hay en tu nevera? Sin problema, pásate un momento por el supermercado y
consigue varias porciones.
¿Libertad? Sí, ahora sí que no habría definiciones ambiguas.
La completa libertad sería real. Tus acciones no incordiarían a nadie y, en el
caso de que causasen perjuicios, las consecuencias no irían más allá de las
propias. Ni juicios ni represalias.
Tampoco habría impedimentos políticos. Ya sabes, hallarías
una absoluta inexistencia de aquellas molestas dificultades para viajar de un
país a otro y, sobre todo, mucho más importante, los conflictos de tal índole,
las guerras, habrían quedado en el olvido.
¿Prisas, estrés, angustia? Relájate, no sería necesario
trabajar ni mantener contento al jefe o la jefa de turno. Únicamente vivirías para ti,
nadarías en un mar de pura y placentera felicidad. Y las leyes sinsentido
marcadas por la sociedad no tendrían motivo alguno para ser respetadas
rigurosamente. No vendría ningún agente de policía a detenerte si un caluroso día de
verano optas por salir de casa sin ropa alguna.
Los cánones, asimismo, dejarían de tener sentido. Nadie te
diría cómo has de estar, el grado de perfección lo marcarías tú. Y junto a
ello, seguidamente, vendrían la desaparición de la discriminación y la burla.
No habría superioridad e inferioridad, ni pobreza ni riqueza, ni nada de eso. El concepto
de igualdad residiría en ti.
Supón, dentro de este mundo, que una mañana te despiertas de
mal humor. En la vida real tendrías que retener tu irritabilidad hasta que se
disipara, pero aquí eso no sería necesario. Podrías, para quedarte con más calma,
entrar a una cristalería y romper todos los vidrios, coger una vara de metal y
destrozar un vehículo, incendiar un bosque, etc.; en resumidas cuentas, desahogarte
de la manera que vieras más efectiva. Y no te preocupes por las fuerzas del
orden, no irías a la cárcel, ni siquiera te detendrían.
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En conclusión, todo perfecto, sería un mundo increíblemente
maravilloso, ¿cierto? Pero se me ha olvidado comentarte que tiene un minúsculo
inconveniente.
Solamente existirías tú en ese utópico planeta, y nadie más.
Tú, en soledad, para el resto de tus días…
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