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Lamento del día

Mientras que yo soy un ciego que ha aceptado su propia invidencia, tú eres uno que aún cree que simplemente tiene una venda tapándole los ojos.

lunes, 24 de febrero de 2014

Microdemencia: Publicidad

-¿No vienes a ver la serie?

-Paso… prefiero irme a mi habitación a echar una partida al Darksiders… Que os cundan las imágenes de la caja tonta.

Siempre, cada tarde sin excepción, mis padres insistían en que me quedase con ellos a ver la televisión. Sin embargo, yo tenía planes mejores. Eran demasiado insípidas e insustanciales las programaciones que se retransmitían a través del televisor. Sinceramente, sentía algo de compasión por la audiencia habitual, ¿con esos productos carentes de color y magia se conformaban? Dame sangre. Aquí tienes. Dame comedia. Hela ahí. Dame paranoia y hazme desligarme de mi yo intrínseco. Sin problema, hemos creado la prensa rosa y sensacionalista. Era patético…

Si sus fronteras eran tan mediocres, las mías ni por asomo compartían esa similitud adjetival. Yo prefería satisfacer mis instintos de humanoide consumista con los productos que a mí me parecieran correctos y no los que señores congestionados de billetes considerasen que eran los más apropiados. Ya que me obligan a infectarme de este proceso de compra sinfín, al menos exijo el derecho a elegir en esta libertad sintética.

Así era mi monotonía explicada brevemente. Me refiero a este debate carente de sentido y con el mismo rigor filosófico que una alcachofa untada en mantequilla. No lo entendía, estoy en esta etapa estudiantil en la que se supone que padres y madres inician conflictos porque te ven hacer siempre la vaga y nunca estudiar. Pero en mi familia era al contrario, y, por lo visto, en la de algunos de mis amigos igual. Las broncas diarias se debían a mi negativa de sentarme con ellos al sofá a engordar mis arterias de colesterol televisivo y llenarme la cabeza de escoria seleccionada por los mejores recolectores de demagogia y destripadores de tautologías transmutadas en máximas.

Desvariaba, como de costumbre. Aunque eso se me pasaba en cuanto encendía mi Play Station. ¿Irónico despreciar los canales de televisión y ser una adicta de los videojuegos? Bueno, eres libre de pensar eso, yo al menos mantenía activo mi cerebro y mis reflejos mientras interactuaba con la información que la pantalla me emitía, y no sólo asentía con la cabeza a la par que hebras de saliva descendían por mi barbilla.

No obstante, por mucho que haya estado afirmando que me hallaba en una hostil monotonía, ese día en el que inicié una nueva partida con Guerra en Darksiders, mi estilo de vida cambió radicalmente. Y todo comenzó con unos pequeños golpes a la puerta de mi habitación.

O era mi padre o era mi madre. Preguntaba qué querían sin darles permiso para entrar, pero sólo respondían con una repetición de esos golpes que eran la magnificencia del incordio. Cansada, no me quedaba otra que pausar el juego y abrir la puerta para que dejaran de molestar. A ver qué se traían entre manos… ¿Un “inesperado” giro de la trama, una promoción novedosa de un producto que patrocinaba la serie, un nuevo personaje con un original e innovador carácter?

Mis opciones eran erróneas. Nada más abrir la puerta, casi sin poder esquivarla, una pútrida garra trató de arrancarme el brazo. En cuanto me recuperé de la conmoción miré su cara. Era… mi padre, o al menos una versión podrida de él.

Estaba preparada para esto. Juegos como Resident Evil, The Last of Us o Left 4 Dead habían hecho que me mentalizara: ese ya no era mi padre y probablemente mi madre habría sufrido también esa conversión.

Me mordí los labios y activé mis instintos de supervivencia. Cogí el flexo de mi mesilla de noche y aporreé su cabeza repetidas veces hasta dejar tan sólo una masa gelatinosa irreconocible. Ya no se movería.

El enfrentamiento fue gratificantemente sencillo, eran esa clase de no-muertos de proceso lento si mantienes la distancia, pero rabiosos si los tienes a tu lado. Fáciles de combatir con armas cuerpo a cuerpo si van separados.

Después de analizar el cadáver, me dirigí al salón y allí pude observar a mi madre convulsionando. Aún estaba en proceso de transformación. ¿Cuál sería el agente conversor? Me fije en su entorno próximo…

Genial, esto era digno de un artículo periodístico. Había en la pantalla de la televisión un raro anuncio en blanco y negro con una ruleta negra que giraba sin parar mientras una serie de mensajes subliminales, los cuales evité leer, se sucedían en rápidos destellos.

Tenía que admitirlo, era extraordinario. Los de la TV se habían superado con ese anuncio. Apagué el endemoniado electrodoméstico y, una vez partí en dos la cabeza de mi madre, me asomé a la ventana. Ese era uno de esos momentos en los que maldices haber nacido en la era de la telecomunicación… Hordas de muertos vivientes se arrastraban por las calles. Gritos de los supervivientes reverberaban por los edificios.

Vaya… Encima que optamos por no ver la televisión, nos recompensan con un entorno drásticamente diferente, cubierto por la viral mano de algún desequilibrado mental. En fin… algo tenía que admitir si lo examinaba desde un “especial” punto de vista.

Un videojuego de muertos vivientes había tomado la vida cotidiana. Pintaba bien.

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