
Sin embargo, esta enseñanza es como la Luna: tiene un lado
oculto, oscuro. El ser humano se engaña a sí mismo, no es que precise del
contacto con sus semejantes, sino que ha de valerse de la utilidad proveniente
de su manejo.
Creerás que no es cierto, que no todos nos movemos por la
conveniencia, pero párate a pensar un momento en todas las personas que conoces
y las relaciones que mantienes con ellas. ¿No es cierto que siempre recibes
algo a cambio, aunque sea una simple sonrisa o un agradecimiento? Imagina ahora
que un día dejas de recibir estos “suministros” de alguien. Puede parecerte
improbable ahora que la situación no es real, pero ten por seguro que,
automáticamente, tu apego hacia dicha persona disminuirá, si no a cero, casi a
la nada.
El mundo está estructurado en un efecto mariposa cuyas
piezas las ha colocado un ente rapiñador. Nuestras relaciones no son
simbióticas, sino parasitarias, pese a que no queramos aceptarlo. La realidad
siempre duele, esta no iba a ser menos.
Y, por tanto, como cualquier efecto mariposa que se precie,
estas interactuaciones con los de alrededor han provocado consecuencias a largo
plazo. La primera es la que ya he comentado: la creencia de que sólo podemos
tener una vida sana si nos desarrollamos en torno a una sociedad. El resto de
consecuencias, que ahora trataré brevemente, vienen seguidas sin apenas hacer
esfuerzo alguno.
Tampoco es que pretenda contradecir la sociabilización. Al
fin y al cabo, somos mamíferos, está en nuestra naturaleza relacionarnos entre
nosotros para no morir. En cambio, lo que yo trato de decir es que está mal
enfocado el concepto y, por ende, los resultados obtenidos también son igual, o
peor, de erróneos.
Con respecto a ellos, mencionaré los más importantes en mi
opinión. Un ejemplo es el miedo a perder esta clase de vínculos parasitarios.
Sabemos que muchos de nuestros actos desagradan a un determinado porcentaje de
la población. Da igual lo que hagas, como si es regalar materias primas a los
más desfavorecidos, siempre habrá alguien en contra y te odiará. Es inevitable,
sí, pero estas actitudes de desprecio hacia tu persona pueden reducirse con
creces creando una serie de códigos éticos y cívicos. Aquí encontramos los
primeros factores opresores de nuestra naturaleza.
Después de aceptar, aunque fuera a regañadientes, dichos
códigos, da inicio la segunda consecuencia relevante: la libertad. Cualquier
persona con dos dedos de frente sabe que al hablar de libertad no me refiero a
la de carácter utópico, sino a la de tipo restrictiva. Ya sea por miedo, por vergüenza
o por obediencia, nadie de nosotros será libre de expresarse mientras siga
encadenado a una ética degradada a pura moral antropogénica.
Sin poder hacer nada, la opresión cívica va dando paso a la
fase final, donde cada vez los seres humanos se vuelven más susceptibles a los
actos ajenos y hay que reformar y ampliar estos códigos. Debido a ello, la
información que debe almacenar el individuo para “poder vivir en armonía con su
comunidad” va aumentando hasta crear un compendio indigerible de reglas y
normas. Por temor a que su imposibilidad de memorización le provoque alguna
infracción de la moral social, este recurre a la imitación del prójimo, pensando
que su allegado sí conoce perfectamente los mandamientos del debes y del no
puedes.
¿Qué obtenemos al final? Sencillamente una gran masa
humanoide con un modo comportamental uniforme cuya libertad se va reduciendo
diariamente, reprimida por la misma criatura legislativa que ellos han creado.
Suena triste visto de esta forma, pero nunca se dijo que la verdad brillase. Más bien, siempre suele tener tonalidades mortecinas.
¿Sorprendido? ¿Aterrado al ver hasta dónde ha llegado
nuestra especie? Como toda enfermedad, hay un tratamiento, que no cura, para
que esta sintomatología antropodependiente se retracte un poco. Aunque a estas
alturas, con todo expuesto, supongo que ya habrás adivinado qué debes hacer…
Lo que importa, ser humano, es lo que pienses tú de ti mismo, no lo que piensen los demás. Ellos no te acompañarán cuando regreses al polvo.
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