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Lamento del día

Mientras que yo soy un ciego que ha aceptado su propia invidencia, tú eres uno que aún cree que simplemente tiene una venda tapándole los ojos.

jueves, 27 de febrero de 2014

Microdemencia: Producto

Demasiado aburrimiento. Los fines de semana ya no eran como antaño. Mis emocionantes actividades quedaban resumidas en sentarme delante del ordenador y visitar un sinfín de páginas de Internet. Leía foros repletos de ignorancia, miraba dibujos de artistas mediocres o mataba con memez el tiempo echando partidas de juegos flash.

Pero lo peor de todo era la infinita publicidad que aparecía por doquier. A su lado, los religiosos que llaman inesperadamente a tu puerta resultaban ser caricias angelicales para tu tranquilidad.

Mi atrofiada mano, que reposaba sobre un sucio ratón, se movía más para dirigir el cursor al botón de cierre de las ventanas de publicidad que para deslizar la flecha hacia páginas y enlaces de interés.

Sin embargo, ya se sabe que una de las reglas de marketing aboga por la repetición de la publicidad más que por la calidad del contenido. Esta regla me afectó cuando, después de cerrar casi cien veces una ventana, me percaté de que siempre hacía referencia a un mismo objeto.

Era una especie de figura de una cómica caricatura de una caja que tenía la tapa un poco levantada y por ella asomaban unos colmillos. Me resultó bastante graciosa, ese estilo de cosas siempre me ha ido. Consulté el precio. Bastante asequible para ser una figura de treinta centímetros. Con el IVA y los gastos de envío incluidos, todo quedaba por tan sólo 9,42 euros.

Me interesaba, no podía mentir, pero en parte también compré la figura con la intención de que el número de ventanas publicitarias descendiera un poco, al menos para tener un minuto seguido sin interrupciones desesperantes.

Transcurrió un mes y desistí de la espera. Menos mal que marqué la opción de cobro a contrareembolso. Supe que no debía fiarme de esas traicioneras páginas.

En cambio, como si Hermes hubiera escuchado mis pensamientos, el mismo día que andaba maldiciendo mi actitud confiada, llamaron a la puerta. Pregunté quién era. Al otro lado se encontraba el cartero, traía un paquete para mí de un tamaño considerable. No cabía duda, o era un explosivo o la figura.

Abrí y le di el dinero. Fui hacia mi habitación y arranqué descuidadamente el papel que la envolvía. Ahí estaba, mejor de lo que esperaba, con un acabado perfecto y de textura suave. Sus colmillos eran pálidamente verdosos. Si era lo que creía, sería fantástico. Y así fue. Pintura fosforescente. No veía el momento en el que se hiciera de noche y sus dientes relucieran en mitad de la oscuridad, sobre mi escritorio, expectantes, anhelando alcanzar una presa incauta. ¡Había sido una buena adquisición, después de todo!

Aunque más tarde me equivoqué… A partir de ese día, en posesión de aquella caja siniestra, mi suerte cambió bruscamente para mal. A pesar de mi rechazo a lo esotérico, no podía evitar creer que había una relación entre estos dos sucesos. Una cosa es tener una mala racha, y otra muy distinta era lo que me ocurría, que incluso en las actividades donde la posibilidad de errar es ínfima, casi de un 0,01%, yo metía la pata de una forma inaudita…

No obstante, el ser humano tiene la grandiosa habilidad de acostumbrarse incluso a los climas más desfavorecedores. Sí… tuve que hacerme a que mi vida ahora estuviera dominada por un pesimismo real donde hasta Murphy era una marioneta.

¿Deshacerme de la figura? Lo intenté. Y con ello quedó corroborada mi teoría de la relación objeto/suerte, pero esos días de descanso eran efímeros. No importaba lo que hiciera con ella, aunque fuera romperla en mil pedazos y desperdigar los fragmentos a lo largo de los contenedores de mi ciudad. Todo era en vano, la figuraba regresaba, sin saber cómo, al lugar de siempre, posicionada en el sitio exacto de la superficie de mi escritorio.

El tiempo lo empeoró. Ya no se conformaba con pequeñas dosis de mala suerte como suspender un examen o tropezarse por la calle. No, cada vez iba a más. Pillé incontables enfermedades y sufrí infinitos accidentes. La decrépita semilla del infortunio había eclosionado y entrelazaba sus espinas alrededor de mi salud… Pronto “eso” ocurriría.

Por fortuna, borré los recuerdos que tenía respecto al día en el que “fui asesinado”. Tenía una ligera idea de lo que sucedió, y con sólo tratar de recordarlo se me ponía la piel de gallina. Sería mejor dejarlo tal y como estaba… Al menos ahora ya no me acosaría aquel objeto demencial.

Pese a mi relativa salvación, tengo entendido que aún circula por manos de desdichados la susodicha figura maldita. Yo me podré haber librado, pero no peco de egocentrismo. Por favor, si te la encuentras o alguien insiste en regalártela, corre, corre lo más rápido que puedas e ignora todo lo que veas u oigas…

No te conviene correr mi misma suerte.

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