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Lamento del día

Mientras que yo soy un ciego que ha aceptado su propia invidencia, tú eres uno que aún cree que simplemente tiene una venda tapándole los ojos.

lunes, 24 de febrero de 2014

Microdemencia: Tímpanos

Nunca me ha gustado el silencio. No, es espeluznante, simula el preludio de las catástrofes y los malos augurios. Es el mal fario del sonido. Es la peor tortura, por ejemplo, durante un examen. Daría mi vida por aumentar el sonido de sus respiraciones, que chirriasen sus dientes chocando contra el bolígrafo ante la ansiedad, que el rítmico pisar de sus suelas me estimulara… No pido ruidos, pido ausencia de silencio…

Pero, por más que lo intente, afronto una batalla en solitario contra un ejército ototóxico. Mi hipoacusia irreversible fue el comienzo de mis instintos suicidas. Ni siquiera capto el latir de mi corazón, ni mi aire rozando las fosas nasales, ni mi motilidad digestiva. ¿Qué les pasa a mis vísceras? Se supone que sus sonidos siempre te acompañarán, sin embargo, a mí me han abandonado en este ambiente sedatefóbico.

Me voy atrofiando con lentitud. La gran mayoría de las personas conviven con sus miedos de manera fortuita, sin ser el día a día de sus vidas. Pero para mí… es un terror sempiterno, me asfixio entre temblores y pánico, ni los gritos de horror me salvan, porque no suenan, rebotan en mi cavidad bucal y desaparecen sin que las ondas se propaguen. La frecuencia de mi voz también me ha dejado sola en esta contienda…

No encuentro solución si continúo luchando de manera tan débil y conformista. He de buscar ayuda. Después de todo, esto es una enfermedad como otra cualquiera, así que loa medicina encontrará una solución, aunque sólo sea para implantarme un cachivache que emita molestos zumbidos. Para mí sería extremadamente gratificante.

Sin pararme a reflexionar, acudo al hospital, y allí encuentro mi Santo Grial. Existe una técnica pionera en el campo otológico para los pacientes con sorderas parciales que permite, por medio de la estimulación de los huesecillos de las celdas mastoideas, enviar ondas que emulan a las que su receptor capta del medio ambiente. En resumen, quiere decir que se me podrá implantar un artilugio que en menos de un segundo graba el sonido y lo transcribe en forma de vibración a mi oído medio para traducirlo en información auditiva. El silencio morirá pronto.

La mejor ventaja es que, al ser una prótesis aún bajo experimentación, no sólo me sale gratis, sino que además me pagan una suculenta suma de dinero por entrar en el equipo de pruebas. ¿Quién se negaría? Casi pierdo mi cordura por esta cruel fobia, hubiera sido capaz hasta de insertarme en el cráneo un altavoz con tal de abandonar este mundo afónico.

Ya instalado este sofisticado aparato, el cambio que he pegado durante estos primeros tres meses ha sido devastador. Hacía tanto tiempo que no me veía sonreír, que no percibía tanta felicidad a mi alrededor, que no cerraba los ojos con la tranquilidad de no sumergirme en los abismos del silencio. Por fin era yo, libre de las cadenas del pavor.

Sin embargo, ya lo he dicho… ha sido durante los primeros tres meses. Ahora… es distinto. No sé si el artilugio se ha roto, pero escucho susurros, oraciones musitadas por personas inexistentes. He intentado ver si desaparecían al apagar el dispositivo y, pese a la descarga completa de sus baterías, los sonidos persisten. Es como si ya no necesitara nada para escuchar con normalidad, aunque ha surgido un grave efecto secundario en esta cura… Me he arrancado la prótesis auditiva y esas horrendas voces continúan atosigándome.

Es irónico, lo comprendo, pero ya he perdido mi sedatefobia, ahora lo único que quiero es una profunda sordera que aniquile hasta los más imperceptibles suspiros. No… no quiero, no puedo soportarlos, no callan nunca y me incitan a hacer cosas inimaginables. Yo aguanto, soy resistente a la locura, no obstante, me están causando el mismo miedo, o incluso uno mayor, que el que me provocaba el silencio.

Por desgracia, ahora la solución no la puedo encontrar de manera terapéutica. Ninguna entidad sanitaria aceptaría dejarme sorda. Y, en este caso, el as en la manga que me queda es cortar la conexión, seccionar los nervios cocleares y evitar cualquier transmisión de sonido hacia mi cerebro. Solamente necesito valor… y dos tijeras.

Abro el armario del salón y coloco en la mesa el cofre de costuras. Perfecto, dos tijeras bastante profundas como para asegurarme una mutilación eficiente. Sujeto con vigor ambos instrumentos y me miro reflejada en la pantalla del televisor. Apunto bien y cierro los ojos. Con fuerza, las puntas de las tijeras se abren paso a través del conducto auditivo. Está hecho, queda esperar para determinar los resultados.

De momento escucho dos fuertes pitidos. Pero no pasa nada, estoy segura de que pronto llegará el silencio. El plácido y eterno silencio…

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