.jpg)
Pero, por más que lo intente, afronto una batalla en
solitario contra un ejército ototóxico. Mi hipoacusia irreversible fue el
comienzo de mis instintos suicidas. Ni siquiera capto el latir de mi corazón,
ni mi aire rozando las fosas nasales, ni mi motilidad digestiva. ¿Qué les pasa a
mis vísceras? Se supone que sus sonidos siempre te acompañarán, sin embargo, a
mí me han abandonado en este ambiente sedatefóbico.
Me voy atrofiando con lentitud. La gran mayoría de las personas conviven con sus miedos de manera fortuita, sin ser el día a día de
sus vidas. Pero para mí… es un terror sempiterno, me asfixio entre temblores y
pánico, ni los gritos de horror me salvan, porque no suenan, rebotan en mi
cavidad bucal y desaparecen sin que las ondas se propaguen. La frecuencia de mi
voz también me ha dejado sola en esta contienda…
No encuentro solución si continúo luchando de manera tan
débil y conformista. He de buscar ayuda. Después de todo, esto es una
enfermedad como otra cualquiera, así que loa medicina encontrará una solución,
aunque sólo sea para implantarme un cachivache que emita molestos zumbidos. Para mí sería extremadamente gratificante.
Sin pararme a reflexionar, acudo al hospital, y allí
encuentro mi Santo Grial. Existe una técnica pionera en el campo otológico para
los pacientes con sorderas parciales que permite, por medio de la estimulación
de los huesecillos de las celdas mastoideas, enviar ondas que emulan a las que
su receptor capta del medio ambiente. En resumen, quiere decir que se me podrá
implantar un artilugio que en menos de un segundo graba el sonido y lo
transcribe en forma de vibración a mi oído medio para traducirlo en información
auditiva. El silencio morirá pronto.
La mejor ventaja es que, al ser una prótesis aún bajo
experimentación, no sólo me sale gratis, sino que además me pagan una suculenta
suma de dinero por entrar en el equipo de pruebas. ¿Quién se negaría? Casi
pierdo mi cordura por esta cruel fobia, hubiera sido capaz hasta de insertarme
en el cráneo un altavoz con tal de abandonar este mundo afónico.
Ya instalado este sofisticado aparato, el cambio que he
pegado durante estos primeros tres meses ha sido devastador. Hacía tanto tiempo
que no me veía sonreír, que no percibía tanta felicidad a mi alrededor, que no
cerraba los ojos con la tranquilidad de no sumergirme en los abismos del
silencio. Por fin era yo, libre de las cadenas del pavor.
Sin embargo, ya lo he dicho… ha sido durante los primeros
tres meses. Ahora… es distinto. No sé si el artilugio se ha roto, pero escucho
susurros, oraciones musitadas por personas inexistentes. He intentado ver si
desaparecían al apagar el dispositivo y, pese a la descarga completa de sus
baterías, los sonidos persisten. Es como si ya no necesitara nada para escuchar
con normalidad, aunque ha surgido un grave efecto secundario en esta cura… Me
he arrancado la prótesis auditiva y esas horrendas voces continúan
atosigándome.
Es irónico, lo comprendo, pero ya he perdido mi sedatefobia,
ahora lo único que quiero es una profunda sordera que aniquile hasta los más imperceptibles
suspiros. No… no quiero, no puedo soportarlos, no callan nunca y me incitan a
hacer cosas inimaginables. Yo aguanto, soy resistente a la locura, no obstante,
me están causando el mismo miedo, o incluso uno mayor, que el que me provocaba
el silencio.

Abro el armario del salón y coloco en la mesa el cofre de
costuras. Perfecto, dos tijeras bastante profundas como para asegurarme una
mutilación eficiente. Sujeto con vigor ambos instrumentos y me miro reflejada en la pantalla del televisor. Apunto bien y cierro los ojos. Con fuerza, las
puntas de las tijeras se abren paso a través del conducto auditivo. Está hecho,
queda esperar para determinar los resultados.
De momento escucho dos fuertes pitidos. Pero no pasa nada, estoy segura de que pronto llegará el silencio. El plácido y eterno silencio…
De momento escucho dos fuertes pitidos. Pero no pasa nada, estoy segura de que pronto llegará el silencio. El plácido y eterno silencio…
No hay comentarios:
Publicar un comentario