Una suerte que la profesora de la última clase haya faltado,
así tendré una hora más para disfrutar en mi casa. ¡Y podré darles una sorpresa
a mi madre y a mi padre!
Me despido de mis amigos y me paro un momento para comprar
un refresco en la tienda de al lado del Instituto. Realmente hace demasiado
calor como para ser febrero, pero mejor así, no soporto los climas fríos, ya que me
recuerda al frío toque de la Muerte… Ugh.
Finalmente llego a mi edificio, rebusco entre el bolsillo
izquierdo de mis vaqueros la llave y abro el portal. O eso intentaba… La puerta
estaba abierta y dentro había un silencio mucho mayor del normal.
Trato de ignorar ese inquietante ambiente y espero a que
baje el ascensor. Miro la pequeña pantalla encima de la puerta para ver en qué
piso se encuentra y me percato de que está justo en el sexto, justo donde
nosotros vivimos, y nadie más. ¿Han salido mis padres a la calle? No es
habitual en ellos a estas horas. ¿Una compra de emergencia, tal vez? Muy raro
todo…
Introduzco la llave y compruebo que no está el cerrojo
echado, con tan solo una vuelta se ha abierto. Sé que no es nada prudente
hacerlo, pero los nervios me pueden, así que…
-¿Mamá, papá? ¿Estáis
en casa?
Nadie contesta. Eso por un lado es bueno, probablemente no
haya nadie dentro, pero, por otro lado, es malo, pues puede que no haya nadie… vivo.
Ante la situación, me armo de valor y recorro la casa. Miro en el salón y en la
cocina. Nada. También en el pasillo y en el balcón. Tampoco. Por último, en mi
habitación y en el cuarto de baño. Absolutamente vacío.
Ya sólo me falta un sitio por mirar, el único cuya puerta
permanece cerrada. No me queda otra alternativa. Trago saliva y pongo mis
temblorosas manos sobre el picaporte.
-Si… si estáis ahí… voy a entrar, ¿vale? No… no quiero una bronca luego por… entrar sin permiso.
Estoy avisando… Entro.
Abro un poco la puerta y acerco mi ojo derecho para observar
lo que la pequeña fisura me permite. De momento todo parece en orden. La cama
hecha, los cuadros en completo equilibrio, los muebles impecables y el suelo…
¡Y el suelo! Cierro la puerta de golpe y pauso un momento
para que mi cerebro asimile aquello. No me hace falta mirar más, en esa
habitación hay un enorme charco de sangre… y hasta pude ver una mano pálida. No
era necesario observar el resto del cuerpo para saber lo ocurrido. Allí yace uno
de mis padres o, muy posiblemente, los dos.
Reacciono de nuevo y salgo corriendo hacia la puerta
principal. No es seguro quedarme en casa para llamar a la policía, ni siquiera
refugiarme en casa de un vecino, ¿y si también están muertos? Tengo que huir
lejos, llegar a una calle concurrida y entonces pedir socorro. Eso si el
asesino no sigue rondando por los alrededores.
Tiro de la puerta y me dispongo a bajar, pero dos personas
me interrumpen el paso.
-¿Qué haces tú aquí
tan pronto?
Es la voz de mi padre. Y al lado está mi madre, preocupada por las imperceptibles lágrimas que se deslizan por mi cara. Es un alivio
verles con vida, les abrazo con fuerza y rompo a llorar.
Un momento… siendo así, ¿qué es lo que he visto en la
habitación? Mi ansiedad resurge. Les alerto de que hay un cadáver dentro de
casa y que sus vidas corren el riesgo de sufrir el mismo destino. Ellos se
miran mutuamente, desconcertados, y a los pocos segundos comienzan a reírse a
carcajada limpia. ¿Qué les parece tan gracioso?
Entonces cierran la puerta y me sientan en el sofá. Se
lamentan por haberme tenido que enterar de esta forma tan traumática. Yo sigo
sin comprender nada. Mi madre continúa con la charla y me revela que
efectivamente lo de su habitación es una persona muerta, pero que no hay
asesino alguno que pretenda matarles… ya que han sido ellos mismos quienes han
dejado ahí el cuerpo. Afirman que aprovechaban los momentos en los que yo
estaba en clase para emprender las peticiones de su especial clientela. Y hoy,
como su objetivo quedaba cerca de casa, optaron por despedazarlo, no sin antes
bajar un momento al trastero para guardar sus “utensilios”. En resumidas
cuentas, mi padre y mi madre son asesinos a sueldo. Creo que eso explica el gran salario
que tienen en comparación con sus triviales puestos de trabajo.


Respecto a cómo me tomo la situación. Bueno, van a seguir
siendo mis padres, no me han matado al averiguar su secreto, así que parece que
todo marcha como siempre, aunque ahora que conozco sus verdaderos oficios puede
que algún día me pidan que colabore…
Vaya, al parecer la que dio la sorpresa no fui yo, sino
ella y él.
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