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Adoro todo de él, su forma de pensar, su actitud, su
indumentaria y, por supuesto, el sentimiento que plasma en cada lienzo que
toca. Mirar uno de sus cuadros es como pasar a través de una ventana a un mundo
donde lo irreal se vuelve bello, donde lo abstracto puede tocarse con las yemas
de los dedos. Sabe dibujar la tristeza, el amor, la euforia; no hay emoción que
él no sepa transferir en sus pinturas. Es… perfecto.
Necesitaba verle. En veinte minutos haría acto de presencia.
Mientras tanto, me deleitaría con su arte. Ansiaba que ese momento llegase con
todo mi ser. Algunos lo llamarán fanatismo, yo lo llamo pasión.
Me era imposible evitar mirar el reloj de mi muñeca. Los
segundos eran eternos. Después de tantos años esperando, cuanto más se acercaba
ese instante más se enlentecía el tiempo. Mi entusiasmo se volvía
incontrolable. Sólo cinco minutos más…
-Señoras y señores,
tengo el grandioso honor de ser la persona que presente al inigualable y
talentoso… ¡Veri! ¡El Ilustre Veri!
Conseguí deslizarme entre la muchedumbre y alcanzar la primera
fila. Allí estaba él, con sus ojos negro azabache y su sonrisa blanca como la
nieve. Traté de llamar su atención,
alzaba mis brazos y gritaba con todas mis fuerzas su nombre. Sólo una palabra,
un simple vocablo dirigido a mí, proveniente de sus labios, y podría descansar
en paz.
Y ocurrió. Parecía un sueño, pero estaba sucediendo de verdad.
Me miró durante unos breves segundos para luego subirme al escenario junto a él
y susurrarme al oído “Cuando acabe esta
parafernalia, sígueme y te haré eterna".
Me quedé sin habla, me comportaba como una estúpida. Lo que
acababa de pasar era propio de una fantasía, no de la vida real. Me sentía tan
afortunada en ese momento, ¿a dónde me llevaría? La intriga me estaba matando.
La exposición terminó y Veri me esperaba apoyado en una
pared. Mi cuerpo temblaba, instaba a mis piernas a moverse, pero no respondían.
Con lentitud fui aproximándome a él, el destello de su perfecta dentición me
abrumaba.
-¿Hacia dónde vamos?
-He visto que tu
hermosura sobrepasa mágicamente los umbrales canónicos. Eres un todo perfecto
que no debe ser mancillado por el tiempo. Por ello, quiero que bajes conmigo a
mi taller de trabajo. Tu belleza se volverá infinita, como el número de latidos
que produce mi corazón al contemplarte.
Tuve que pellizcarme fuertemente en la mejilla. ¿Cuántas
personas en este mundo consiguen ver en directo a sus ídolos y, más aún,
entablar conversación con ellos? Se cuentan con los dedos de una mano. Y ahora
yo me uno a ese selecto grupo.
Una vez dentro de su taller lo primero que vi fue una gran
cantidad de lienzos, muchos sin pintura alguna. También había varios estantes
con unos cuantos botes llenos de pinturas de diferentes colores, siendo el
predominante el rojo.
-Una cosa, Veri –me atreví
a preguntar–. ¿Cómo preparas tus
pinturas? Es decir, les pones un poco de agua, empleas sólo colores primarios y
luego los mezclas, añades óleo…
-El material que uso
yo, antes de ser tratado, se encuentra en la naturaleza de color rojo. Una vez
lo introduzco en tarros aislantes, lo mezclo con pigmentos para que adquiera
cualquier tonalidad de la gama cromática.
-Es un material
bastante difícil de conseguir, ¿sabes? No puedo obtener mucho de golpe porque
fuera de su fuente pierde sus mejores propiedades. Además, es tan exótico su
uso en la pintura que cada día me es más complicado conseguirlo. Sin embargo,
con la fama que adquiero gracias a estas insulsas exposiciones, mis depósitos
de… pintura… aumentan considerablemente.
-Veri… ¿cómo has dicho
que se llama esa pintura especial que mencionas?
-Sangre. Sangre
humana.
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