
-¿Y si jugamos a los
retos? –propuso mi amigo–.
-¿Qué tipo de retos?
-Estaría interesante
que no hubiera un límite, y que cada vez fueran más complicados. Por ejemplo, mi
primer reto sería algo como hacerte duchar con ropa, pero el séptimo
consistiría en algo parecido a bailar delante de un policía hasta que se
enojase.
-Parece bastante
interesante… ¡Venga, acepto! Total, así mataremos el tiempo en vez de esperar
como muertos en un sofá a que pasen los días.
-¡Ese es el espíritu!
Al principio los retos eran fáciles y simples, pero habíamos
de comenzar por lo básico si queríamos que en el colofón del juego la cosa no
se complicara demasiado y no pudiésemos acabar.
Lanzamos al aire una moneda. Cara, yo. Cruz, él. La moneda
giró repetidas veces y terminó atrapada en la palma de la mano de mi amigo.
Cara. Perfecto, abría yo la ronda. Mi intención era algo sencillo, pero que a
la par requiriese algo de temeridad. Pensé en algo totalmente acorde a esas características.
Robar un beso. Ese fue mi desafío. Tenía que acercarse al
primer transeúnte que pasara y fingir que quería saber la hora. En cuanto se
distrajera mirando el reloj, él debía besarle, sin importar edad, sexo o
estatus. Yo, mientras tanto, estaría escondido en una esquina intentando
aguantar la risa ante los nervios de mi amigo. Creía que no lo lograría, su
timidez estaba en mi favor.
Pero lo consiguió. No se echó atrás en ningún momento. Lo
realizó tal y como se lo expliqué, sin detenerse. Realmente me sorprendió,
aunque, al fin y al cabo, era el primer reto. Hubiera sido desalentador haber
ganado en la ronda inicial.
Ahora le tocaba a él. Fue algo bastante asequible para mí.
Me dijo que actuara en un supermercado de tal forma que las sospechas acerca
de que había robado algo fueran evidentes. Una vez me atrapasen, la gracia
estaría en que en realidad no llevaba nada y, en consecuencia, habría resultado
una pérdida de tiempo y una entropía situacional completamente innecesaria.
No era verdaderamente un robo, así que lo hice sin problemas
mientras miraba con un rostro pícaro a mi amigo desde la entrada al
establecimiento. Todo fue según lo planeado. Me soltaron de inmediato y fui con
él para restregarle mi victoria.
Más o menos así fue con los primeros setenta retos. Tras dos
días, pese al aumento de la dificultad, fuimos cumpliendo los objetivos uno tras
otro. Habría que empezar a enfocar los desafíos desde otra perspectiva que los
hiciera más complicados. Y esa fue la idea que tenía en mente mi amigo, salvo
por la diferencia de que su enfoque estaba algo… alienado.
Bromeando, le comenté que mi siguiente reto para él
consistiría en que se rompiera los dedos de su mano izquierda. Él, sin dudarlo
ni un segundo, así lo hizo. Tiró de ellos hacia atrás hasta doblarlos y
dejarlos paralelos al dorso de la mano. El crujido fue espantoso.
Aún anonadado, sin que yo pudiera decir nada, tomó su turno
y me sugirió cortarme un dedo a mi elección. Al principio pensé que era una
locura, pero, tras reflexionar un poco, acepté. ¿No era esto lo que buscábamos?
Ahora sí que nuestros planes de vacaciones se habían puesto emocionantes. Los retos
por fin habían tomado un valor correcto: eran desafiantes.
Así seguimos incontables veces. Había que admitirlo, ambos
éramos igual de buenos. No retrocedíamos en absoluto. Con osadía íbamos
realizando todas y cada una de las pruebas que confeccionábamos para el otro.
Pero llegó el momento culmen. Tenía un as reservado en la
manga con el que estaba completamente seguro que se echaría atrás. Podría haber
pasado los desafíos de arrancarse una mano, dejarse atropellar por una moto,
clavarse un destornillador en un ojo o beber un chupito de lejía; eran
irrelevantes, esto era distinto. Le iba a retar a saltar desde un puente y aterrizar
de cabeza en la carretera.
Subimos al puente sin que él supiera mis intenciones. Nos
asomamos al vacío y le solté la bomba. Me palpitaba el corazón con fuerza,
estaba a una negación de ganar… No obstante, desmoronando todas mis expectativas,
aceptó. Ni siquiera pronunció palabra alguna, ni asintió con la cabeza, tan
solo saltó e impactó contra el suelo como si de un muñeco de trapo relleno de
tomates se tratase. Eso quería decir, ya que no había manera de que ahora iniciara
él su ronda, que yo había perdido. Agaché la cabeza y me marché.

“En el caso de que
esté imposibilitado para decirte tu próximo reto, esta carta actuará como tal.
Lo siguiente que debes hacer, como última ronda en el juego, es tumbarte en las
vías ferroviarias y permanecer ahí hasta que el tren te pase por encima.
¿Aceptas?"
Bueno, espero que lo comprendáis, no se puede dejar el juego
sin acabar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario